Reseñas :
Guía urbana de infancias, calles y espectros Albert Tugues
Queda la sombra Enrique Vilagrasa
CAMINANDO HOY (Y ENTONCES) SEGÚN LA GUÍA URBANA DE INFANCIAS, CALLES Y ESPECTROS, DE ALBERT TUGUES
por Federico Gallego Ripoll
Albert Tugues
Guía urbana de infancias, calles y espectros.
In-Verso Ed.
Barcelona, 2018
Tengo en mis manos la espléndida edición que de Guía urbana de infancias, calles y espectros, de Albert Tugues, ha realizado In-Verso, y con ella vuelven las antiguas palabras, volvemos a ser por un instante lo que ya no somos, aunque asumir la reedición de los poemas de antaño sea reescribirnos de nuevo desde ellos, Albert como poeta y yo como lector. Porque no podemos parar: todo es un ir pasando pretendiendo llevar nuestras contradicciones hasta el día siguiente, un día más que no finalice en sí mismo.
Agradezco esta circunstancia que me justifica una nueva lectura de poemas ya leídos en otro contexto, cuando se publicaron por entregas en 1986 y 1987 en aquella enriquecedora “Asimetría” con que Javier Lentini dotaba de voz y trascendencia a poetas y artistas, desde una libertad sin otra servidumbre que la inteligencia. Pero nunca es el mismo el poema leído, como nunca es el mismo quien lo lee. La presente edición, con todos los poemas reunidos, está llena de puertas -como toda la obra de Albert Tugues, al margen del género o idioma en que se exprese- que nos inscriben en el desconcierto de un mundo edificado en el límite de una realidad poliédrica y demasiado real: soñada, quizás, en defensa propia. A través de estas puertas se atisban nuevos pasillos y nuevos paisajes por los que se deambulará o no, según sean las fuerzas que al lector asistan en cada momento. Pero para mí, caminante en aquel tiempo y aquella ciudad, la primera relectura de esta Guía... ha de serlo en clave de nostalgia. Recordar a Javier Lentini, médico, poeta y editor, es volver a aquel punto en el que el horizonte era una circunferencia que envolvía los latidos de gente que volaba por encima de la posibilidad de sus propias alas. La Belleza es siempre una realidad lejana. Entonces habitábamos en ella, porque en nuestras manos se escondía intacto un mundo por hacer. La Barcelona de los años 80 era un universo con pocas limitaciones, abierto y generoso.
Hemos crecido. Nos hemos hecho pequeños y previsibles, los bolsillos se nos han llenado de canicas ajenas que pesan y nos lastran. ¡Ay, el gran Amor, la gran Poesía, el gran Miedo! Sólo somos dibujos de Beneyto, este complejo creador tan afín, habitante también de un tiempo particular, que ya ilustró en 2007 El espía del ramo marchito, del propio Tugues. Sí, sólo somos ingenuos o perversos ensueños de Antonio Beneyto recorriendo la trastienda del mundo que nos venden: manchas de humedad como acres meadas de borracho.
Con frecuencia busco en los cafés más hondos el corazón que tuve, nombres, títulos: “Asimetría”, “Anthropos”, “Hora de Poesía”, “Lumen”, “Bauma”... La “Ciudad del Hombre” se ha convertido en la ciudad de las bengalas, y yo pertenezco a un lugar que no es de nadie, feliz sin apellido, sin aljaba, sin llave en mi llavero. Alguna vez he tomado un avión a primera hora de la mañana, he caminado por la Rambla inusualmente vacía, arteria “de espaldas al abismo” en el trasluz de esta guía de Tugues, “ordenando silencios mayores y menores”, he desayunado en Petritxol “un granizado de niebla común”, comprado un libro en Laie, almorzado con alguna amiga –quizás Montserrat Sastre-, visitado una exposición suya, tomado café cerca del Hospital de Sant Pau, mi antiguo barrio, y regresado a media tarde a la isla que me acoge, al lugar de mis afectos. Palpo a ciegas a San Juan de la Cruz, a José Ángel Valente, a María Zambrano, también a Blai Bonet, a Salvador Espriu, a Gabriel Ferrater... y cansado me descalzo para entrar en la noche, que es mi única patria porque sigue ofreciéndome un alba hacia la que tender desde la memoria y la desmemoria.
Cada día, a veces -como ahora- acompañado por la obra de Tugues, procuro recorrer su propia distancia, reflejando mi voz en “tinieblas durmiendo boca abajo”. Y así, girando en torno al eje, la cuerda me limita y me aboca a una profundidad insoslayable, en la que poemas como los de este libro me sirven de coartada: “Cada mañana, hacia las diez, / pasa el vendedor de flores y caramelos”. A nada de lo superfluo pertenezco: me afianzo sobre el agua. En el papel construye la plumilla un mundo diminuto y amable, donde habita la música y donde se recibe de vez en cuando la visita de un ángel: Federico Mompou, Erik Satie, Eduard Toldrà, Maurice Ravel... música que podría sonar también en algunas esquinas de esta Guía urbana de infancias, calles y espectros. A las seis de la tarde –ahora en invierno, más tarde en el verano- hago una pausa para mirar por la ventana cómo fluye la vida en esa hora intermedia donde la luz a nadie pregunta quién es ni a dónde va. Miro por la ventana desplegarse, hoy, esta ciudad de Tugues tan vulnerable, tan desguarnecida, tan llena de portales oscuros y miradas huidizas. Yo también ordeno “silencios mayores y menores”,pero al final de cada partida, alguien viene de nuevo a barajarlos para iniciar el juego. No ganar quizás sea la respuesta. O no pretenderlo, al menos.
Agradezco –y recomiendo- la lectura de este libro que nos lleva de nuevo a esos territorios de Albert Tugues que siempre nos abren una realidad distinta por la que transitar. En un universo particular, intransferible, sitúo su obra, y me sitúo yo como lector, entrando y saliendo de calles y plazas.
Solo: sentado en el bordillo de la acera:
un esqueleto de mediana edad: contando los huesos
que más echa de menos.
El motor de la infancia
Enrique Vilagrasa.
Queda la sombra.
Huerga y Fierro,
Madrid, 2019.
La poesía es ese mundo indefinible que época tras época ha querido ser definida, acotada, descubierta en su misterio para poder aprehenderla y transmitirla. El poeta solo puede sospechar su sentido. Nos dice Vilagrasa “la poesia hoy es más necesaria que nunca/y tú, poeta, extraño en tu tierra: aislado”.
Vilagrasa hace en este libro una reflexión lúcida sobre la poesía y el poeta y también sobre el lenguaje materia noble con la que el poeta trabaja y construye el entramado de sus versos y de su obra, con la permanente idea de que la poesía es más que la vida.
El poeta duda, a veces, sobre sí mismo y sobre su propia expresión, nunca hay certezas siempre la poesía como la vida puede llevarnos a lugares inexplorados, a la búsqueda de lo incógnito.
Uno de los motores de este libro es la infancia, precisamente en el frontispicio del poemario Vilagrasa escribe dos versos de Julio Cortázar “toda vida es de un ayer/y todo encuentro es una pérdida”. El tiempo pasa y no es posible volver atrás aunque ese tiempo que el poeta ha vivido en su Burbáguena natal junto al río Jiloca le ha marcado para siempre.
El amor que aquí no es alegría sino dolor, pasión, distancia, llanto, todo lo que no es tradicionalmente considerado romántico.
Desde el punto de vista de la forma en este poemario encontramos el soneto como forma clásica para apoyar contenidos nuevos además de poemas extensos escritos en verso blanco con gran maestría.
M C Montagut
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