índice | índex | navegación

mayo -junio 2000  num 18

biografía  |  versión en inglés

Ned Flanders
por Javier Calvo    

 

Las luces de neón del motel se reflejan en las gafas del bueno de Flanders. Sus dedos amarillos y gordezuelos sostienen una colilla que humea lentamente en la habitación. A su espalda, Lisa está sentada en la cama. Una sábana cubre a medias la desnudez amarilla de su cuerpo infantil. Flanders mira en silencio los coches que pasan a toda velocidad por la interestatal. Lisa va dando tragos lentos y melancólicos del gollete de una botella de Jack Daniels. De repente los ojos miopes del bueno de Flanders se encuentran con el reflejo en el cristal sucio de la ventana de los ojos redondos y aturdidos por la bebida de la pequeña Lisa. En ese instante quedan encapsuladas todas sus vidas. Su presente, su pasado y su futuro. Todo está inscrito en el ovillo desoxirribonucleico de la madrugada sudada. Los años de aprendizaje, el primer trabajo, el matrimonio, la lenta incursión del tedio, los hijos y por fin, el descubrimiento repentino de que ni el trabajo ni la familia pueden prometer más que una decadencia resignada y sin sobresaltos. Y también el embrión de lo que les espera: la vejez de Flanders, los coletazos finales de la melancolía y los esfuerzos para ocultar su vida secreta, ese doble fondo en donde se concentran sus últimos vestigios de deseo. Y la marcha de Lisa, lejos del pequeño Springfield, hacia un futuro más luminoso de grandes ciudades, doctorados cum laude, seminarios académicos y un cargo de alta funcionaria que sus padres contemplarán con lágrimas y con la sonrisa beatífica de la ignorancia irremediable. Un futuro donde Ned no será más que una aventura a olvidar, excitante durante las dos o tres semanas que tarde en agotarse la curiosidad de la niña. Todo queda expuesto bajo la luz reveladora del neón. El pasado contra el futuro. La colilla en los dedos amarillos. Ned Flanders.      

      "La subversión es un tipo de violencia reservada para los fuertes. Al resto de los mortales sólo nos queda la perversión".
      Michel Foucault

      Homer Simpson y Ned Flanders se encuentran en un viejo Ford aparcado junto a una farola. Flanders tiene que evitar que lo vean en el bar de Moe porque la noticia podría llegar a oídos de su mujer o sus amigos de la Iglesia. El bar de Moe es para esas madrugadas febriles cuando la droga ha aniquilado cualquier atisbo de cautela. Flanders examina la calle con sus ojos miopes antes de abrir la portezuela y sentarse en el asiento del pasajero. Homer está frente al volante, bebiendo de una lata grande de Budweiser y escuchando una cinta vieja de Pete Seger. Flanders es recibido con un eructo y una sonrisa aturdida.
     —Hola, Flanders.
      —Hola, Homie.
     Homer le da un sobre marrón. Flanders lo coge con una mano temblorosa y expresión febril.
      —¿Son tan buenas como me prometiste?
      —Son maravillosas. Las he hecho en la bañera.
      —Oh –Flanders abre el sobre y mira con reverencia las fotos que hay dentro–. ¡Te recompensaré, Homie!
      Flanders coloca su mano gordezuela y amarilla en la entrepierna de Homer. Homer suspira y se deja masajear el bulto caliente.
      —Tienes que traérmela –le susurra Flanders al oído.
      —No, eso no... –murmura Homer.
      Y la madrugada de Springfield se llena de una cadencia rítmica y susurrante.


      "La subversión es una regresión abisal. Una vez subvertido algo, lo convertimos en suplemento de la propia subversión. De esa manera la subversión pasa a ser objeto de una nueva subversión. Y así sucesivamente, hasta el infinito".
            Jacques Derrida

      Bart Simpson atraviesa el comedor de su casa por detrás del sofá donde su familia permanece absorta en la contemplación del televisor. El resplandor estroboscópico del aparato se refleja en el amarillo de sus caras. Baja la escalera hasta el garaje. Echa un último vistazo para asegurarse de nadie lo ha visto y cierra la puerta a su espalda con sigilo. Luego mueve varias cajas de herramientas que están dispuestas estratégicamente sobre una mesa hasta dar con lo que busca: la caja alargada y plana de un pijama de Sears. Con las manos temblorosas de excitación, se lleva la caja a un rincón situado entre el coche y la pared. Quita la tapa y la deja en el suelo. En el interior hay media docena de revistas de hojas satinadas. Durante un minuto, Bart contempla las fotografías de la revista, que muestran invariablemente a hombres musculosos masturbándose y hombres musculosos practicando felaciones. El tesoro más preciado de su padre. Aunque es demasiado joven para entender su propia sexualidad, Bart comprende que está destinado a parecerse a su padre. Que con el tiempo las travesuras infantiles se van retirando para dejar paso a otras cosas. No tiene sentido resistirse. Sabe lo que hace su padre con el vecino cuando se van a pescar los domingos. A veces, mientras su familia duerme, ha salido de su habitación por la ventana y ha bajado trepando por la tubería solamente para mirar desde lejos, escondido detrás de un cubo de basura, la efigie destartalada y fascinante del bar de Moe. Toda la noche se oyen risas en el piso de arriba, mezcladas con gritos y con otro tipo de exclamaciones que Bart todavía no ha conseguido descifrar. Pero ahora, mientras observa los cuerpos musculosos de la revista, sabe que pronto las descifrará. Una descarga de excitación le recorre la pelvis. Se desabrocha sus pantalones cortos.

      "La subversión es una función productiva de lo que conocemos como máquina deseante. El problema es que lo deseado es un flujo germinal donde en vano buscaremos personas o incluso funciones discernibles como padre, madre, hijo, hermana, etc., puesto que estos nombres no designan más que variaciones intensivas sobre el cuerpo determinado como germen".
            Gilles Deleuze y Félix Guattari

      Homer pasa su mano gorda y callosa por el pecho desnudo y sorprendentemente suave de Apu. Están acostados en el suelo de la trastienda del Badulaque, entre cajas de cerveza y botes de Pringles. Los pantalones de Homer están tirados junto a la puerta y enredados con la camisa de su amigo. Ha tenido muchos amantes en su vida, pero nadie lo excita hasta el punto de hacerle olvidar toda cautela como el hermoso Apu. Homer contempla su cuerpo con admiración. Le encantan sus labios oscuros y carnosos. Le encanta su bigote y su pelo grasiento. Pero lo que más le gusta es su piel. No es amarilla como la de toda la gente de Springfield. Es de un saludable tono marrón y despide un vago aroma a sudor y a cigarrillos asiáticos. Al otro lado de la cortina que los separa de la tienda, las dos cuñadas de Homer aporrean el mostrador con cara de furia.

      "La subversión es eso por lo que hemos trabajado toda nuestra vida. La subversión no tiene que ser un medio sino un fin en sí mismo. Sólo de esa manera podemos evitar que la Revolución se detenga"
            Daniel Cohn-Bendit

      Ned Flanders está sentado apaciblemente en el mismo recodo del río donde se reúne con Homer cada domingo cuando oye el chirrido familiar de las ruedas del viejo Ford de su vecino. El coche aparece en medio de una nube de tierra y se detiene después de golpear varios árboles con el guardabarros. Parece que hoy Homie está más borracho que de costumbre. Flanders deja la caña a un lado, se pone de pie y camina lentamente hacia el coche. A medida que se acerca oye los acordes familiares de la música de Seger que su vecino escucha siempre que conduce. Por un momento, mientras ve cómo Homer se golpea la cabeza con el techo del coche y sale tambaleándose al ritmo de la guitarra de Seger, se le ocurre que esa imagen bamboleante y repulsiva representa la debacle lánguida, fondona y silenciosa de toda su generación. La generación que tenía que cambiar el mundo. Homer apura una lata de Budweiser y la tira contra un árbol. Eructa y se queda mirando a Flanders con una expresión donde se mezclan el mal humor, el cansancio y un deseo ávido.
      —¿La has traído? –Flanders no puede evitar un matiz anhelante en su voz.
      Homer no responde. Flanders se asoma a la ventanilla trasera del coche y a pesar de la suciedad del cristal puede el bulto reptante de la pequeña Maggie con su eterno chupete y con su piel del tono más puro y saludable del amarillo que uno pueda imaginar.
      —Oh, Homie –Flanders habla con voz entrecortada–. Esta vez te daré más, mucho más. Te recompensaré con creces...
      Homer contesta sin mirarle, con la vista perdida en algún punto del río que baja escuálido:
      —Quiero que me lo hagas deprisa –gruñe–. Hazme daño.


© 2000 Javier Calvo

Esta historia  no puede ser archivada ni distribuida sin el permiso expreso de Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
biografía

 Javier Calvo nació en Barcelona en 1973. Es crítico literario en El País y traductor. Ha traducido, entre otros, a Ezra Pound, W.H. Auden, Ted Hughes, Patrick McGrath y David Foster Wallace.
navegación:                     barcelona review #18                      mayo - junio 2000 
-Relatos Javier Calvo Molina
Javier Calvo Ned Flanders
Mayra Montero Alejandrina
Jess Mowry Viaje de ida
Richard Weems Los Buzones del correo
Adam Blackwell La Agencia Louis
Deirdre Maultsaid Rabo Rabito
-Entrevista Mayra Montero
-Cuestionario William Faulkner
-Reseñas  Bonilla, De Santis, Liscano, Doxiadis etc
-Secciones fijas Breves críticas (en inglés)
Ediciones anteriores
Audio
Enlaces (Links)

www.BarcelonaReview.com  índice | inglés | catalan | francés | audio | e-m@il