LA CHICA DE LOS AGUACATES DE CRISTAL por Jean Kusina Telarañas en la nevera. Para variar. Dos compañeros de piso lanzan miradas
asesinas a una tercera, la Bulímica. Irv derriba una botella de una patada y dice:
«Dejadla en paz. Además, ¿para qué queréis comer si aún queda cerveza?» Quedaba,
porque Irv acaba de apurar la última. Sólo defiende a la Bulímica porque quiere
acostarse con ella, aunque «tiene las tetas del tamaño de mis cojones». Almas sensibles
como la suya son las que empujan a otras a la bulimia. Irv se tambalea hasta la puerta del
baño, la abre y, como de costumbre, no la vuelve a cerrar. A dos pasos del inodoro se
desmaya y se lo hace todo encima. Kevin rescata una caja de pizza de los bajos de una silla. Lleva un par de días en el suelo, pero aún queda bastante costra para llenarle el estómago. Kevin se pregunta: «¿Cómo es que siguen haciendo pizza con costra? Si casi todo el mundo se la deja. Y ese poco de masa de más se tiene que notar a fin de mes. Oye, tengo una idea. Deberíamos montar nuestra propia cadena de pizzerías de pizza sin costra. Al principio, hasta que la cosa empezara a rendir, unos cuantos establecimientos aquí mismo. Luego sucursales en todo el país. Primero en las grandes ciudades y luego en las afueras. Se acabó lo de okupar pisos inmundos como éste. Tendremos una mansión cada uno. Sí señor, un pedazo de mansión para nosotros solos. Y yo pienso tener una bañera de esas a ras de suelo, con... con como se llame eso que tira agua en todas direcciones. Pizza sin costra. Será un bombazo. Y lo tendremos fácil desde el principio, porque, al no malgastar dinero en hacer la costra, tendremos unos costes de producción más bajos que los de la competencia. ¿Captas? Harto de todos, Frank coge la chaqueta y sale a buscar comida china para llevar. Si los alquileres no estuvieran a la altura de la estratosfera, no tendría que aguantar a tanto chupóptero y a tanto pirado. Una vez en el restaurante, tiene serias dificultades para relacionar los platos expuestos con las descripciones correspondientes. Algunos parecen vegetarianos, pero podrían ser hábiles sucedáneos. Cuando vuelve la cabeza para ver si encuentra a alguien dispuesto a atenderle, ve pasar por la calle un enorme tentáculo rojo. Frank tarda un segundo en reaccionar. No, no hay duda. Ese círculo del escaparate es el ojo de un calamar. Frank sigue a los seis hombres que lo transportan en un carrito. Al llegar frente al local de una antigua zapatería, se paran. El encargado se acerca a la puerta carpeta en mano y grita: «¡Oiga, señora! Aquí les dejamos el calamar. Nos echen una firmita.» Frank contempla el molusco y luego el edificio. Pintada en el rótulo psicodélico que preside la entrada está la palabra «¡AHHHHH!». ¿Significará «Abre la boca y di "Ahhhhh"»? ¿O más bien «¡Ahhhhh, que se me quema el pelo!»? Para salir de dudas, se acerca a leer la letra pequeña que hay escrita debajo. «Espacio artístico colectivo para la que pronto será una sociedad postapocalíptica.» La mujer que acaba de «echar una firmita» se le aproxima. «Aún nos estamos instalando, pero si quieres entrar a echar un vistazo, adelante. Eso sí, ten cuidado con la cabeza, porque aquí don ventosas tiene que ir en lo alto de una grúa.» Azuzado por el hambre, Frank abre la boca para decir que el arte no es lo suyo, pero una vez más se siente incapaz de pronunciar las palabras: «No, gracias». Nada más atravesar el umbral --agachado, para no topar con ningún apéndice--, sus dudas se disipan. Significa «¡Ahhhhh, que se me quema el pelo!». Lo primero que ve son los Condones Danzarines. Cuelgan de unos palitos y describen un movimiento semivariable al ritmo de una selección de fragmentos de la suite del Cascanueces interpretada por una minicadena portátil. Luego repara en el Osazo de Peluche, un oso pardo de pelo sintético de dos metros de alto. De cara se parece una barbaridad al Presidente. De vez en cuando el oso-presidente gruñe: «El arte, que se autofinancie», y corta el aire con una hacha auténtica de doble filo. Mientras se cuestiona las garantías de seguridad de la escultura en cuestión, Frank se apoya sin querer en un objeto blando. «¡Achís!» El corazón le da un vuelco. Un proyectil viscoso lo alcanza desde atrás. Acaba de ser atacado por el estornudo de una nariz monstruosa, probablemente salida del mismo taller que el calamar gigante. Oficialmente, la cosa ya pasa de castaño oscuro. Camino de la puerta, Frank se encuentra con la mujer que lo ha invitado a entrar. La octavilla que le ofrece promete un Espectáculo Subversivo Superretorcido e implora al público que asista «en compañía de la familia» a la inauguración de la galería, prevista para el viernes siguiente. Aunque no tiene ni la más mínima intención de volver a poner los pies en semejante antro, se guarda el papelito. En ese preciso instante, en la centésima de segundo que emplea en volver la cabeza en la dirección adecuada, Frank es testigo de cómo su vida se ve alterada para siempre. Por primera vez, LA ve. Irradiando bioluminiscencia, como una aparición. Se mueve y sus movimientos no son de este mundo. Se desliza --planea, seguramente-- a varios espacios del suelo. Una estrella fugaz a cámara lenta. Lleva en las manos dos objetos ovoides y translúcidos que desprenden una cálida luz verde. La Chica de los Aguacates de Cristal. Desaparece con la misma rapidez con la que se había aparecido. Estupefacto, cubierto de moco prefabricado, Frank es consciente de haber presenciado una epifanía. Regresa al loft tras haber vagado por las calles durante horas. Kevin, que sigue en la misma silla en la que estaba sentado al irse Frank, no desaprovecha la oportunidad de cambiar de víctima. «Hey, Frankie, qué bien que hayas vuelto. He visto el futuro, tío. Nuestro futuro. Antenas parabólicas.» Kevin mueve las manos sin parar. «Ya verás. Piensa en toda la gente que está comprando antenas parabólicas en este país. Alguien tiene que vendérselas, ¿vale? Lo que pasa es que, tal como funcionan aquí las cosas, el negocio está en manos de cuatro potentados. En el fondo no deja de ser un monopolio, un cártel del electrodoméstico dispuesto a aplastar al advenedizo. Pero le he estado dando vueltas al asunto. El mundo no se acaba aquí. Hay sitios... yo que sé, las Fidji, las Bahamas y todas esas islas de por ahí... ¿Es que esa gente no tiene derecho a ver la tele tan bien como nosotros? Pues nada, agarramos un buen cargamento de parabólicas, nos las llevamos al trópico, contratamos a algún nativo para que las vaya colgando de las palmeras y hala, tú y yo a descansar a la sombra de los cocoteros.» Recién vuelto en sí, Irv interrumpe la perorata
con un gemido. Un chichón del tamaño de una bola de billar le corona la frente. La Bulímica entra en la habitación y arrea una
bofetada a Irv. A Frank el corazón le dice que debe ganarse el afecto de su media naranja a toda costa, y la única manera de alcanzar ese objetivo es poder dirigirse a ella de tú a tú. El problema está en transformar de la noche a la mañana a un perfecto cateto en un figurín intelectual y sofisticado. Le asalta el recuerdo de los Condones Danzarines. Esa pieza no parecía muy complicada de hacer. Además, tiene cinco días de plazo. Por ELLA vale la pena intentarlo. A partir de ese momento vivirá sólo por ELLA. El lunes por la mañana Frank se tiñe el pelo de negro y se compra varios modelitos a juego. La ausencia de color representa su espacio negativo, un agujero negro que simboliza el hambre que ELLA provoca en él. El martes convence a la Bulímica de que lo ayude a reservar el último espacio disponible en la galería. Mientras su compañera de piso se encarga de las negociaciones, Frank se dedica a merodear por el recinto en busca de ELLA. Por desgracia, el único artista que se halla en la galería en ese momento es el autor de la nariz, que ha venido a llenarle el depósito. En cuanto ve que el hombre ya no le mira, Frank aprovecha la ocasión para acariciar uno de los aguacates. Por fin. Es aún mejor de lo que imaginaba. El miércoles y el jueves se le pasan volando. No ha parado ni un momento. Encontrar el inodoro no tiene mayor dificultad; lo malo es transportarlo, porque pesa. Dar con otro sillón de cuero de color burdeos le resulta prácticamente imposible. Cuando por fin lo encuentra, está demasiado nuevo, y le lleva una eternidad reproducir las quemaduras de cigarrillos e introducir las migas de patatas fritas en las costuras. También tiene que encontrar la manera de mantener la cerveza fría, la pizza caliente y el televisor encendido sin hacer saltar el diferencial de la toma de corriente que comparte con el Osazo de Peluche. Sueño escaso y poblado de imágenes de ELLA. Cuando por fin llega el viernes por la tarde, Frank está hecho un manojo de nervios. A sus compañeros de piso les preocupa que haya podido llevar su plan demasiado lejos. Ya no les parece tan divertido como al principio, y las acusaciones mutuas están al orden del día. Irv bebe aún más cerveza que de costumbre. Kevin da la vara con el dinero de la beca y calcula qué tajada podría sacar Frank si la artista en cuestión gana lo que dicen por ahí. La Bulímica se atiborra de pizza y luego se siente culpable. En vista del éxito obtenido en el pasado, ni siquiera intenta comunicarse con los demás. Frank finge mezclarse con el público. Trata de no
ser demasiado brusco con las personas que lo felicitan, pero no por ello deja de buscar a
la Chica de los Aguacates de Cristal. SU espacio está iluminado con una luz completamente
desconocida para él. Nunca se había sentido tan puro, tan lleno de vigor y, al mismo
tiempo, tan mortificado por la mujer más bien feúcha que insiste en llamar su atención. Frank la mira con incredulidad. No, no puede ser, tiene que haber algún malentendido. ¿De qué le sirve sin sus aguacates? ¿Le sirve de algo? Es ella, en carne y hueso, ELLA, la inmortal. Y está frente a él, hablándole, mirándolo. ELLA, la que da sentido a su existencia. ¿O no? De pronto, Frank se da cuenta de que la mujer tiene razón. No es de ella de quien está enamorado. El lunes siguiente Frank sale de su lugar de trabajo por última vez. Adjunta a su carta de dimisión el recorte de la crítica de la exposición. Los aguacates son la obra más loada, naturalmente, pero las demás --la mayoría, al menos-- tampoco salen mal paradas. Uno de los párrafos se ocupa exclusivamente del descubrimiento de «un nuevo valor en alza, Franklin Twining, cuya utilización de seres de carne y hueso para ilustrar la encarnación metafórica de una pieza en vidrio de Dale Chihuly demostró, con inusitada brillantez, hasta qué punto las relaciones humanas mantienen un difícil equilibrio entre la luminosidad del cristal y una dosis oscura y a veces impenetrable de realismo». Conserva el resto del periódico para volver a la
columna dedicada a las habitaciones en alquiler de la sección de Clasificados. Su agente
le está buscando bolos por toda la ciudad, y pronto necesitará compañeros de piso
nuevos. ©1998 Jean Kusina |
Jean Kusina (einstein89@juno.com) es escritora de novelas y de
poesía. Su trabajo ha sido publicado recientemente en Recursive Angel, Gravity, Exodus
y Road of Shadows. Además ha recibido el premio Meritorious Entry en el 1st
Annual Internet Literary Arts Poetry Contest. Actualmente reside en Estados Unidos. Jean Kusina (einstein89@juno.com) és escriptora de novel.les i poesia. Els seus treballs han estat publicats a Recursive Angel, Gravity, Exodus i Road of Shadows. A més va guanyar el premi Meritorious Entry en el 1st Annual Internet Literary Arts Poetry Contest. Actualment viu a Estats Units. |
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