Ay, estas parejitas...
de James Meek
Traducción: Ana Alcaina
El hijo de Gordon, Kenneth, iba a
venir a cenar con su nueva novia. El timbre de la puerta sonó a las ocho y Gordon fue a
abrir. Llevaba un vaso de Grouse con hielo en la mano y se había puesto unos pantalones
blancos y un jersey de pico de color escarlata con un suéter blanco de cuello alto
debajo. Abrió la puerta y allí estaban Kenneth y la chica.
¡Joder! exclamó
Gordon.
¿Cómo dices?
dijo Kenneth.
Encantado de conocerte
entonó Gordon, tendiendo la mano a la chica.
¿Acabas de soltar un taco? le preguntó
Kenneth, vestido con un traje de lino de color violeta y una camisa de seda verde
abotonada hasta el cuello.
Me alegro de verte
respondió Gordon.
Hola dijo la chica con una enorme
sonrisa. Era una mujer... ¡qué suerte la del cabrón! ¡Su propio hijo! Sangre de su
sangre... ¿No había una ley para cuando un hijo traía una mujer a casa de su padre
legítimo y su padre legítimo quería llevársela legalmente a su habitación? Esas
piernas, el vestido negro, sus pechos... era injusto, era tan injusto después de todos
aquellos años... El chico no tenía ningún derecho.
Te presento a Julie
dijo Kenneth.
Hola repitió Julie, esbozando una
amplia sonrisa e inclinando un poco la cabeza hacia abajo. ¡Era alta!
¿Cuántos años...?
murmuró Gordon, y tomó un sorbo de whisky sin apartar los ojos de Julie y con la mano
todavía suspendida en el aire, apuntando hacia ella.
¿Cuántos años qué?
preguntó Kenneth.
Cuántos años... Cuántos años... dijo
Gordon, mirándole y frunciendo el ceño . Vamos, entrad.
¿Has estado con eso toda la tarde o qué?
Kenneth estaba empujando a su padre por el pasillo y Gordon estaba intentando
quedarse donde estaba para que su hijo pasase primero y así poder tocar a Julie. Kenneth
se volvió y dejó pasar a Julie, interponiendo su cuerpo entre el de ella y el de su
padre, de manera que durante un instante los tres se quedaron atascados en el pasillo.
Julie se echó a reír y dio un pequeño salto para deshacer el apretado trío. ¡Llevaba
zapatos de tacón de aguja! No, no, no... Había criado a un monstruo.
Mary apareció en el pasillo.
¡Julie! exclamó
con voz grave y prolongada, con una sonrisa pegada al rostro, la barbilla escondida en el
pecho, los dedos entrelazados y los pendientes temblorosos.
La señora Stanefield.
Mary. ¡Julie!
Mary clavó las manos en los hombros de Julie y le
rozó las mejillas. Julie. Mua. Mary la zarandeó un poco y se quedó inmóvil a medio
metro de distancia, mirándola y sonriendo como si estuviese imitando a la Reina de las
Nieves frente al espejo.
Te tienes que estar congelando con ese vestido,
Julie dijo Mary. Dios mío, Kenneth es un hombre muy afortunado, ¿a que sí,
Gordon?
Sí.
Pero ¿qué te pasa? No te quedes ahí como un
pasmarote y tráeles algo de beber a estos chicos. ¿De dónde dice Kenneth que eres,
Julie?
De Darlington.
¡Darlington! Del norte de Inglaterra. Ahora ya
no es tan gris ni industrial, ¿verdad que no? Entraron en el salón y se sentaron
en el juego de sofá y dos sillones de piel de color morado. Gordon se sentó en el sofá
grande, pero Julie optó por sentarse sola en uno de los sillones. Por dios santo, ese
chico no la dejaba ni respirar... La tenía muy bien enseñada. Pues había una ley.
Derechos de antigüedad, se llamaba. Habría que encontrar ese texto en la biblioteca.
Las bebidas dijo Mary.
Venga ya, Smithie.
Mary se levantó y se inclinó para decirle algo al
Gordon al oído.
Si vuelves a llamarme así delante de tu futura
hija política te juro que te denuncio. Vete a por las bebidas. Se incorporó de
nuevo con un movimiento brusco, entrelazó las uñas y sonrió a Julie.
Había dos maneras de que Gordon pudiese enfrentarse a
la situación. Una consistía en largarse a su bar de siempre, apoyarse en la barra, pedir
una pinta de la cerveza habitual, menear la cabeza y decirle a Jimmy el barman: «Ay,
estas parejitas...» Sólo que nunca había tenido un bar de siempre; en su vida
únicamente existía el club de golf y cada vez que iba había un chico diferente detrás
de la barra. Ya nunca contrataban a chavalitas. Y tampoco tenía una cerveza habitual,
sino que le gustaba probar las distintas lager alemanas.
Mary quiso un gin tonic. Kenneth prefirió un Perrier
porque tenía que conducir y Julie se tomó una copa de vino blanco. Gordon se desplomó
en el sofá, se echó hacia delante con un chirrido de los pantalones al frotarse contra
la piel del sofá, tomó un sorbo de Grouse y se regodeó en silencio con los muslos de
Julie.
Me muero de ganas de saber cómo os conocisteis
dijo Mary.
Pues fue en el centro de convenciones, mamá
contestó Kenneth mientras observaba las burbujas. Ahora los dos estamos con
contratos fijos. Era un congreso de consultores ecologistas.
No, Kenny. Era de franquicias de comida rápida.
Era de consultores ecologistas, Jul. ¿No te
acuerdas de ese tío que se electrocutó con la maqueta del bosque tropical?
Era de franquicias de comida rápida, señora
Stanefield dijo Julie. Me acuerdo porque se encargaron de su propio catering:
tacos, zarzaparrilla, alitas de pollo y esas cosas. Los ecologistas pidieron Liebfraumilch
a granel.
Ése es el nombre de una cerveza rubia alemana
explicó Gordon.
Es vino repuso Mary.
Es cerveza.
Es vino, papá interrumpió Kenneth.
Pero sí; también es alemán. El nombre significa «leche de muchachita».
Hubo un breve silencio.
¿Dónde habéis dejado el coche? quiso
saber Gordon.
En la calle de enfrente.
Uy, pues ahí no está nada seguro. A varios
vecinos les han rajado los neumáticos.
Pero en este barrio hay vigilancia, ¿no? Todas
estas casas tienen alarma antirrobo.
Eso es precisamente lo que atrae a los ladrones.
¿Y entonces por qué tenéis una?
Y además están esos gamberros que sólo roban
coches para ir a dar una vuelta y luego abandonarlos.
Pues no van a ir muy lejos con un Vectra de 1,3
litros dijo Kenneth. El mes que viene será distinto, cuando me compre el
Puma, ¿verdad Jul? Cuando salga con él a la autopista...
Tal vez deberías traerlo y aparcarlo en la
entrada si no es un lugar seguro sugirió Julie, volviéndose para mirarle y
jugueteando con la copa de vino. Miró a Gordon, cruzó las piernas y se estiró el
dobladillo de la falda hacia las rodillas. Lo soltó y Gordon se quedó absorto viendo
cómo retrocedía el material elástico, milímetro a milímetro.
Es la primera noticia que tengo de que alguien
haya pinchado neumáticos en este barrio intervino Mary. Tú a veces dejas el
coche ahí.
No siempre le cuento a tu madre todo lo que pasa
por estos parajes explicó Gordon. Dejó el vaso de whisky sobre la mesita de café
y se levantó. Iré a comprobar que el coche sigue en perfecto estado.
Ya voy yo dijo Kenneth.
No, tú descansa. Habéis venido desde muy
lejos.
¿Qué? ¿Desde Barnton?
Relájate dijo Gordon. Se volvió, lanzó
una sonrisa a los muslos de Julie y cerró la puerta al salir del salón. Se dirigió al
armario que había bajo las escaleras y extrajo una caja de cartón con las palabras
«Bananas Winward Islands». Metió la mano y empezó a rebuscar entre los clavos, las
bisagras y los tornillos retorcidos hasta que percibió el tacto suave del mango rechoncho
de la cuchilla en la palma de la mano. Cogió el cutter y se lo metió en el
bolsillo. Sacó un taladro manual de uno de los estantes y subió al piso de arriba,
pisando sólo en los laterales de las escaleras para que no se oyesen los crujidos de sus
pisadas. Entró en el viejo dormitorio de Kenneth y dejó el taladro en la moqueta junto
al zócalo de la pared que daba al cuarto de invitados. A continuación bajó las
escaleras y salió para internarse en la noche.
Qué embriagador resultaba ese aroma, el olor a hojas
quemadas de noviembre en una noche de escarcha... Tendría que quemar unas cuantas. Al
día siguiente iría al centro de jardinería a buscar un saco de ellas, las auténticas
hojas de otoño. Allí las tenían a granel en barriles enormes. Sírvase usted mismo. Ya
no se acordaba de qué había que hacer para que no se escurrieran por entre la rejilla de
los carritos. ¡Su hija política! ¿Lo ves? Hasta Mary comprendía la dimensión de la
ley. Ella lo entendía todo. Para eso estaban los amigos. Aquel olor de noviembre... pero
claro, entonces solían comprar una caja grande de fuegos artificiales, cuando eran
pequeños e iban siempre los dos juntos. ¿Qué era lo que solían hacer? La rueda de
fuego... ¡Menuda traca! Y tan brillante... Él y Smithie.
Abrió la verja y salió a la calle. El coche de
Kenneth estaba ahí delante. Se agachó junto a la primera rueda y extrajo la cuchilla del
cutter hasta la segunda muesca. Colocó la mano izquierda sobre el neumático, se
apoyó en él para conservar el equilibrio y hundió la punta de la cuchilla en el caucho.
La cuchilla se dobló sobre sí misma y no dejó marca alguna. Gordon suspiró, movió los
pies, se limpió la nariz con el dorso de la mano izquierda y giró sobre sí mismo hasta
colocarse en sentido perpendicular a la rueda. Agarró la cuchilla de nuevo, tiró con
firmeza de ella desde el otro extremo de la rueda, empujando y tirando de ella al mismo
tiempo. La cuchilla se ancló suavemente en la goma y se hundió en su interior. Se oyeron
nuevos suspiros en la noche. Gordon se acercó en cuclillas hasta la otra rueda y repitió
el proceso. El Cavalier se aposentó apaciblemente en el bordillo. Mierda, venían unos
críos. Los hijos de los Willman, los gafotas.
Mira, es el señor Stanefield pinchándole las
ruedas a un coche dijo el mayor de ellos.
Buenas noches, chicos los saludó
Gordon. De juerga hasta tarde, ¿eh?
Venimos de la reunión del club de Exploradores
contestó el más pequeño.
¿Ah, sí? ¿De los Exploradores?
preguntó Gordon. ¿No fue ahí donde hubo un escándalo con unos pederastas
hace poco?
¿Qué está usted haciendo? dijo el
mayor.
¿Qué? No me digas que tu padre nunca os ha
dejado ayudarle a sacar el aire del verano de los neumáticos... Cuando llega el invierno,
como ahora, o sea, cuando hay heladas por las noches, hay que dejar escapar el aire
caliente que ha estado ahí dentro toda la primavera y el verano. Si no lo haces, las
ruedas pueden explotar. ¡Pum! Venid, acercaos a echarme una mano, venga.
Fueron los tres juntos al otro lado del coche. Como
sólo eran un par de renacuajos, nadie iba a traicionarlos en aquella calle.
Les tendió la cuchilla. El más pequeño se la quitó
de las manos, pero su hermano forcejeó con él hasta arrebatársela al fin.
¡Bueno, basta! Ya es suficiente dijo
Gordon. Hay una rueda para cada uno, los dos tendréis vuestro turno. Y en cuanto a
esa cuchilla, no es ningún juguete, ¿de acuerdo? Venga, agachaos. Los tres se
pusieron en cuclillas. Cuidado con los pantalones les advirtió Gordon.
No quiero que vuestro padre la tome conmigo por haberos destrozado los pantalones. Y no
tardéis mucho o pillaréis una pulmonía. Cogió aquella manita fría, sacó la
cuchilla, la guió hasta el caucho e inició el corte. Luego soltó al muchacho, se puso
de pie y lo observó mientras seguía pinchando y hundiendo la cuchilla. Eran buenos
chicos.
Me voy adentro dijo Gordon. Traedme
la cuchilla cuando hayáis terminado. No tardéis mucho y tú sé bueno y déjale su turno
a tu hermano pequeño.
Grodon regresó al salón. Mary estaba hablando, pero
se calló y todos levantaron la vista para mirarle.
Parece que vais a tener que pasar la noche aquí
anunció Gordon. Están ahí fuera rajándote las ruedas. Se sentó y
dio un sorbo a su Grouse.
¡Sí, hombre! ¡Y una mierda! exclamó
Kenneth. Se levantó de un salto y se acercó a la ventana en saliente. Apartó las
cortinas doradas de terciopelo falso unos cuantos centímetros y apretó la cara contra el
cristal doble.
No vas a ver nada desde ahí le avisó
Gordon. El seto está en medio.
Voy a llamar a la policía dijo Mary
levantándose.
Kenneth permaneció allí sin moverse unos instantes.
Se volvió y se desabrochó el primer botón de la camisa.
Ahora se van a enterar dijo quitándose la
chaqueta y doblándola con cuidado antes de dejarla en el respaldo de una silla. Julie se
levantó y la cogió.
Deja que la policía se ocupe de ellos, Kenny
sugirió Julie. ¿Me deja una percha para la chaqueta? le preguntó a
Gordon.
Gordon se puso en pie y se dirigió hacia ella.
En el piso de arriba hay todo un armario vacío,
ven conmigo le dijo.
Kenneth se interpuso entre ellos.
¿Cuántos son? le preguntó a Gordon.
Un par. Creo que son unos chavales del barrio.
¡Mierda! Pijos gamberros con cerebro de
mosquito. Son los peores.
Llevaban unos jerséis idénticos y esos
pañuelos tan raros.
Joder, unos cabrones zumbados vestidos con ropa
de pandilla callejera. Habrá que poner a trabajar la vieja materia gris. No sería muy
prudente precipitarse.
Sonó el timbre de la puerta.
Deben de ser ellos especuló Gordon.
¡Oh, dios mío! exclamó Julie
agarrándose al antebrazo de Kenneth. Gordon dejó el whisky en la mesa de un golpe y se
quedó mirando fijamente los dedos de Julie clavados en la carne de su hijo. Todo aquello
habría sido distinto en los viejos tiempos, cuando tenías el poder de decidir la vida y
la muerte de tus propios hijos. Si no te gustaba tu hijo o era un auténtico coñazo, se
lo llevaban para siempre. Sólo había que firmar un poco de papeleo y eras libre. Smithie
nunca tendría hijos. Sólo que Smithie todavía estaba por allí, ¿no? Ay, pero si
estaba casado con ella... Bueno, ¿y entonces qué pretendía Kenneth apareciendo por la
puerta y ligándose a todas las chavalitas, eh? Había cosas que resultaban difíciles de
asociar unas con otras. Como las hojas de otoño y los carritos de supermercado, por
ejemplo.
No vayas, Kenny dijo Julie. Se
irán. La policía vendrá de un momento a otro.
¿Qué edades dirías tú que tenían?
quiso saber Kenneth.
Uno tenía alrededor de doce años, y el otro
era un poco más pequeño contestó Gordon. ¿Te encuentras bien? Estás
sudando a chorros.
Doce repitió Kenneth al tiempo que
asentía con la cabeza. Acto seguido empezó a inspirar y expirar hondo. Doce. Doce.
Doce. Levantó los antebrazos, apretó los puños, cerró y abrió los ojos, salió
disparado del salón, recorrió el pasillo y abrió la puerta principal. Gordon estaba
extendiendo los brazos para agarrar los hombros desnudos de Julie cuando Mary regresó al
salón y anunció que la policía estaba de camino.
Oyeron chillar a unos niños y los gritos de Kenneth
desde la puerta principal.
Oh, dios... exclamó Julie tapándose la
boca con la mano y mirando a Gordon y a Mary. Los sonidos se movieron en el exterior
durante unos segundos, luego la puerta se cerró de un portazo y Kenneth regresó al
salón, sonriendo y frotándose sus problemas de las palmas de las manos.
¡Menudo susto nos has dado! dijo Mary con
la mano en el pecho. Qué bobo eres a veces... ¿Les has dado una paliza?
Julie se acercó a él, lo abrazó y retrocedió un
paso, mirándole, agarrándose la garganta con una mano, acariciándole con la otra y
mordiéndose el labio.
No creo que vuelvan a aparecer por esta calle en
mucho tiempo dijo Kenneth. Metió la mano en el bolsillo del pantalón y extrajo el cutter.
Una herramienta muy práctica, ¿no os parece?
Julie se llevó la mano a la boca e invocó a dios de
nuevo. Gordon le quitó la cuchilla. A Kenneth le temblaba la mano. Gordon limpió la
cuchilla con cuidado con una servilleta de papel y se la devolvió a Kenneth.
Ten dijo. Quédatelo de recuerdo.
Kenneth sonrió y la devolvió a su bolsillo.
Bueno, te mereces algo un poquitín más fuerte
que el agua, ¿no? dijo Gordon al tiempo que le servía un vaso grande de Grouse y
se lo ofrecía.
Pues sí, creo que sí contestó Kenneth.
Se sentó y Julie se adhirió a él.
¿Es sangre eso que tienes en la mano?
preguntó Julie.
Kenneth se miró los nudillos.
Ah, debe de haber sido cuando le he arrancado
las gafas al chico de un manotazo.
¿Y si es seropositivo? dijo Julie
apartándose un poco de forma que quedaba un centímetro de aire entre ella y Kenneth.
Es mía, no del chico contestó
Kenneth. No creo que fuesen lo bastante mayores para serlo. Bueno, por supuesto que
eran lo bastante mayores pero quiero decir que no parecían maricones ni yonquis, vaya.
Pero sólo la amenaza, Jul... La pura amenaza... Sueles verlos en vídeos, cuando van a
por alguien que está indefenso y ves cómo disfrutan, ¿no? Lo empujan y se burlan de él
porque saben que no puede escaparse. Abrí la puerta y ahí estaba ese chico con gafas...
Bueno, no eran gafas de verdad, ya sabéis. Sólo se las ponen para ir de modernitos, con
cristales normales y tal. Bueno, pues me apunta con la cuchilla y me dice: «Terminado».
Así, sin más. Terminado. Era una voz grave, grave y suave al mismo tiempo. Grave, suave
y... como fría.
Será mejor que empecemos a cenar dijo
Mary.
Pasaron al comedor y comieron salmón ahumado. Mary
retiró los platos, trajo un estofado y llegó la policía. Gordon fue a abrir. Eran dos
agentes, un hombre y una mujer. Los invitó a pasar al salón.
Estábamos cenando les explicó.
Su esposa nos llamó por teléfono dijo el
agente.
Deben de conocer a mi hermano Bruce dijo
Gordon. Bruce Stanefield. Es del departamento de investigación criminal.
Seguimos investigando el caso contestó la
mujer. Ahora no podemos decir nada. Estoy segura de que volverá al trabajo muy
pronto.
Sólo lo han suspendido de empleo, no de sueldo
dijo Gordon.
Yo no lo conozco personalmente repuso el
hombre.
Me preguntaba si los compañeros están haciendo
algún tipo de colecta para ayudar a su familia mientras está suspendido dijo
Gordon. Me gustaría contribuir. Sacó un billete de cincuenta libras del
bolsillo y lo sostuvo en el aire entre los tres. Nadie dijo nada durante un rato.
Es para el fondo de ayuda repitió Gordon.
Nosotros somos de la policía uniformada
contestó el hombre. Debería hablar con los que van de paisano directamente.
Miró a la mujer. ¿Verdad, Wendy?
Sí. Será mejor que hable con ellos, señor
Stanefield. Verá: se supone que no podemos transmitir mensajes de la gente corriente. Ya
sé que el inspector es su hermano y todo eso, pero existen un montón de reglas en cuanto
a la aceptación de dinero por nuestra parte, ¿verdad, Lindsay?
Pues entonces, nada dijo Gordon
guardándose el billete. ¿Es a mi hijo a quien quieren ver? Ha sido a su coche al
que le han pinchado las ruedas.
Sí, ya dijo Lindsay. Pero es que
hemos recibido otra llamada de sus vecinos, los que viven un poco más arriba de la calle,
los Willman, diciendo que su hijo les ha dado una paliza a los suyos. Llegaron a casa con
la cara completamente magullada y los chicos dicen que era usted el que estaba pinchando
los neumáticos.
Esta noche hace un frío espantoso, y ya no soy
tan joven. Soy un viejo jubilado. ¿Qué motivo tendría yo para hacer una cosa así,
jovencito? ¿Dónde está el móvil?
Tiene que entender que debemos preguntárselo,
señor Stanefield dijo Wendy.
Ya saben la de cosas que llegan a inventarse los
críos.
Sí, claro, pero tenemos que preguntárselo de
todos modos insistió Lindsay.
Bueno, está bien respondió Gordon.
Salí a comprobar que el coche de mi hijo estaba bien y vi dos figuras oscuras pinchando
las ruedas y volví a entrar en casa.
¿Podría darnos una descripción?
No. Ya le he dicho que todo era muy oscuro. Pero
sí recuerdo que olía mucho a hojas quemadas.
¿Cree que a su hijo le importaría
acompañarnos a comisaría para charlar con él un rato?
Bueno, no es el mejor momento, pero ¿qué le
vamos a hacer? Iré a buscarlo.
Nunca se ha mostrado violento, ¿verdad que no?
¿Agresivo tal vez?
¿Kenneth? ¿Nuestro Kenneth? ¿Agresivo? Ese
chico es incapaz de matar una mosca.
Ya veo.
A lo mejor por eso lleva un cuchillo en el
bolsillo. Para defenderse, supongo.
¿Qué clase de cuchillo? ¿Una navaja?
No, qué va. Una de esas herramientas de
bricolaje. ¿Cómo se llama...? Un cutter, creo. Lo que quiero decir es que cuando
has bebido un poco más de la cuenta como él ha hecho esta noche, a lo mejor bajas la
guardia y necesitas un poco de protección adicional, ¿me comprenden?
Los agentes se levantaron y se colocaron las gorras.
¿Podría ir a buscarlo, por favor? dijo
Lindsay.
Gordon regresó a la mesa de la cena.
Quieren que los acompañes a la comisaría
informó a Kenneth.
¿Qué quieren qué...? Hijos de puta, por poco
me matan ahí fuera...
Cuida ese lenguaje, Kenneth... lo regañó
Mary.
No puedo evitarlo, mamá, tú lo sabes. Cada vez
que me sulfuro por algo... Ni siquiera he probado el estofado. Tendrían que estar
persiguiendo a los psicópatas que me han rajado las ruedas.
Querrán que prestes declaración, supongo
dijo Mary. Recuerda cómo solía trabajar tu tío.
Joder, si el tío Bruce tuviese algo que ver con
esto tendría que ir a comisaría con un casco de protección...
No hables así de tu tío. Tiene el doble de
cerebro que su hermano y lo del alcohol no es culpa suya.
¿Puedo ir con él? preguntó Julie.
Será mejor que no contestó Gordon.
Lo traerán de vuelta muy pronto, ya lo verás.
Yo de aquí no me muevo.
No te preocupes, cuidaremos de Julie lo
tranquilizó Gordon. Será mejor que paséis la noche aquí; podéis quedaros en el
cuarto de invitados.
A lo mejor te pueden interrogar aquí dijo
Mary.
No pienso ir a ninguna parte insistió
Kenneth y empezó a cortar un trozo de carne de su plato.
Creerán que ocultas algo si no vas
intervino Gordon. Eso es lo que pensaría yo.
Esto está realmente delicioso, mamá dijo
Kenneth.
A lo mejor afecta a tu seguro del coche...
añadió Gordon.
¡Está bien! ¡De acuerdo! gritó Kenneth
al tiempo que arrojaba el cuchillo y el tenedor al suelo. ¡Muy bien! ¡Iré!
¡Vale? Pero nos os acostéis hasta que haya vuelto. Salió de la habitación y los
demás lo siguieron. La policía estaba esperándolo en el recibidor. Las luces azules de
sus coches parpadearon por los cristales de la puerta.
¿Señor Stanefield? dijo Lindsay.
Está bien, ya voy, ya voy repuso
Kenneth. Cuanto antes acabemos, mejor.
Gordon captó la mirada de Wendy e hizo un gesto.
Todo irá bien dijo. Aquellos gritos
habían estado completamente fuera de lugar. Aquel niño mimado nunca había aguantado
bien la bebida. Dios... Si su hermano hubiese estado de servicio lo habría llamado y
habría salido con el pasamontañas a enseñarle a su sobrino la diferencia que hay entre
ser un hombre y ser un chiquillo, y a no liarse con las mujeres de sus mayores.
Nos lo traerán de vuelta, ¿verdad? le
preguntó Julie a Wendy.
Por supuesto contestó Wendy. Sólo
es un trámite rutinario. Se dirigieron hacia el coche patrulla y se lo llevaron.
Llamaré a un taxi para irme a casa
anunció Julie.
De eso nada dijo Gordon. Te
quedarás aquí con nosotros hasta que vuelva Kenneth. No podemos permitir que te quedes
en casa sola preocupándote por él.
Tendría que haberle acompañado.
Gordon tiene razón, cariño intervino
Mary, mirando a Gordon y entrecerrando los ojos. Vamos, tomaremos un poco de
Baileys y un café. También tenemos Amaretto si quieres.
Gordon bostezó y se desperezó.
Me voy a la cama anunció.
¿A las diez? exclamó Mary.
Ha sido un día muy largo.
Pero si esta mañana no te has levantado hasta
las nueve y media...
He estado trabajando.
No has estado trabajando. Tú no tienes trabajo.
Estás jubilado. No le hagas caso, Julie. Vamos a prepararnos una copa.
Buenas noches dijo Gordon.
Buenas noches respondió Julie, mirándole
por encima del hombro y sonriendo. Gordon subió las escaleras hasta la habitación donde
había dejado el taladro, escogió un punto a la altura de los ojos y empezó a taladrar
un agujero en la pared. Avanzaba a un buen ritmo; en un minuto ya hubo atravesado la
primera capa de yeso. Se quedó encallado en un trozo de madera. Por dios santo, ¿por
qué no hacían las paredes ya con agujeros para que la gente pudiese mirarse unos a
otros? Al fin y al cabo, lo hacían con las puertas... Se desplazó unos cuantos
centímetros y empezó a hacer otro agujero. Aquél sí era perfecto. Justo al otro lado.
¿Qué diablos estás haciendo con mis paredes?
dijo Mary.
Joder, Smithie. ¿Es que no puedes dejarme en
paz ni un minuto? exclamó Gordon, parando el taladro y dejando el trozo empotrado
en el yeso.
No soy Smithie. Soy Mary, tu mujer. Smithie
está muerto, ¿no te acuerdas? Se metió una escopeta en la boca y se voló los sesos.
Mary se acercó y sacó el taladro de la pared.
Ay, estas parejitas... dijo Gordon,
metiéndose las manos en los bolsillos y mirándola, frunciendo los labios. ¿Cómo no la
había oído entrar? Porque se había entrenado en la selva, por eso. Era capaz de moverse
con todo el sigilo del mundo. Había estado practicando. Mientras él estaba en el campo
de golf, ella había estado practicando moviéndose silenciosamente por toda la casa. No
era justo.
Así no vas a conseguir verle las bragas a Julie
dijo Mary apoyándose en el marco de la puerta y jugueteando con el taladro.
Al otro lado sólo hay armarios.
Gordon se sentó en la silla del viejo escritorio de
Kenneth, encima del cual todavía estaba colgado aquel póster de Iron Maiden. El chico
nunca había tenido un póster de una chavalita colgado ahí arriba y se había llevado
una Julie. La injusticia de aquello era tan terrible que sintió deseos de echarse a
llorar.
Ay, estas parejitas... dijo, volviéndose
hacia Mary. Cuántos años...
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