ÍndiceNavegación

índex     mayo- junio 2002  n° 30

!| biografía

bedroomBajo el colchón
Estela González
       


      ¿Y supiste de Marco?
      Cada vez que vuelvo a mi tierra mis amigas se encargan de ponerme al corriente de los chismes que me he estado perdiendo. Fue Doris la que me contó esa historia. "Marco el de la prepa, amigo de Marta y de su bola. Ése". Poco a poco su cara y su facha se me fueron dibujando mientras Doris me pasaba el chisme. "Acuérdate: alto, nopaludo, lentejo, nariz de perico, buena gente". Sí, Marco, aquél con esa labia dicharachera supertapatía que tanto nos divertía a las chicas. Lo que le faltaba era, según mi mamá, umpatromoniosólido. Partidazo pues no era, más bien regular. Me tardé algo en acordarme de él, pero ahora ya no se me sale de la cabeza tan fácil. Así me lo contó Doris:
      Marco se casó con Marisa. ¿Y sabes cuándo? Allá por el ochenta y seis. Qué padre, ¿no? ¿Habrá habido mejor tiempo para andar de luna de miel que los años ochenta en México? ¿Te acuerdas del terremoto, las explosiones, el desastre financiero? Cómo gritaban las porras en el mundial: "¡Maradona, Maradona, la crisis está cabrona!"
      Bueno, todos tienen su corazoncito, y no hay peor lucha que la que no se hace, ¿no? Pos ahí tienes al pobre de Marco, recién casado y luchando por salir adelante, como en las telenovelas. Y además se daba el lujo de querer quedarse en México. Otros, como ustedes, nomás agarraron sus trapitos y pa' los Estates. Como decías tú, que querías ejercer la profesión para la que habías estudiado sin tener que hacer huelga de hambre por razones apolíticas. ¿Te acuerdas de Aurora? Quería ser maestra, pero en una escuela, no en tres, como hay que hacer aquí para juntar lo de la renta. Desertores, traidores, malinchistas. Bueno, es broma, pero igual ustedes nomás pusieron la venta de cochera y remataron hasta sus calcetas remendadas. Y ¡vámonos a Gringolandia! No querían abrir una tienda de Nintendos ni andar colgados de un camión por todo Guadalajara vendiendo antenas parabólicas. Sangrona, hasta me dijiste que no querías pasarte la vida como yo, con mi diploma de ingeniera en su marco dorado, colgado en la pared de la lavandería, esperando a ver si se aparece un alma, alguien con ropa sucia y dinero en la bolsa, no nomás a comprar una coca cola. Pero a ti te perdono lo que me digas, porque eres claridosa pero de buena voluntad. No creas, la lavan no es mala onda. Me entretengo; ahí van cayendo todas las señoras del vecindario, me cuentan sus broncas, ya parezco doctora corazón, y pues me doy cuenta de que siempre hay alguien más fregado que tú. La verdad la verdad, antes de conocer bien a Roberto a mí me daba no sé qué acabar casada con un falluquero de vinos, pero pos aquí me tienes, no me arrepiento. Roberto es buena persona, nos queremos. Y además, Marco tenía razón en varias cosas. Acuérdate cómo les decía a ustedes en las despedidas: "¿Pa' qué te vas? ¿Qué no ves lo a gusto que se vive en Guadalajara? ¿Dónde vas a encontrar a todos tus amigos, tu gente, tus desmadres?" Y a ver, digo yo, ¿cómo le haces allá para encontrar una muchacha que trabaje como Dios manda, que te haga el quehacer todos los días, que se quede a dormir y te cuide los niños para que puedas salir? ¿A ver, cuánto te cobra? Y eso si la encuentras. Algunas cosas nomás aquí, Chulis, no me vengas con cuentos.
      Bueno, pero ya deja de interrumpir y te platico lo de Marco.
      El narizón se casó con Marisa y a chambear, a vender de todo. Empezó en la ferretería de su papá, el pobre don Enrique. ¿Te acuerdas de él? Qué señor tan señor, tan a la antigüita. Trabajó hasta el día que se le acabó todo. ¿No supiste lo que le pasó? Pues el gobierno le voló el negocio. Fue cuando le dio la embolia. Estuvo tan malo que no volvió a decir ni pío; ya no salió de su casa más que para asistir a su funeral, que en paz descanse.
      Y el pobre de Marco, cuando se quedó sin papá y sin chamba, le siguió por otro lado, vendiendo dietas importadas. Pero eso tampoco le duró. Un día llegó a su casa, me contó Marisa, y ahí estuvo sentado horas, con la tele apagada, el cuarto en penumbra, nomás mirándose los zapatos, o la nariz, tan grandota que la tenía. Entonces llega Marisa y le pregunta cada rato "¿Qué tal la chamba, vidita? ¿Hubo algún problema?" Así le dijo, me cae, "problema" y no "bronca", porque seguro que se olió algo grueso. Le dio tanta lata que por fin Marco empezó a salir de ese hoyo donde estaba atorado y le dijo: "Mihija, cómo no va a haber bronca. Llego a la casa de una señora pa' ofrecerle el negocio de las dietas. Le explico cómo se hace, que tienes que probar la dieta para hablarle a la gente de los resultados, que así te ahorras toda la publicidad, porque tú eres el anuncio, y todo el rollo. Y ella que me contesta, mire señor, perdóneme lo que le voy a decir, pero ¿no se le hace medio cuesta arriba convencer a la gente de que se acabe el gasto de una semana en comidas de a mentiras? ¿O se trata de que toda la familia enflaque? Porque, mire usted, si yo quiero adelgazar pues como menos y así me queda algo para comprarles zapatos a mis hijos, ¿no cree? Y hasta un día alcanzo para mi videocasetera. Mire, no es por molestar, pero yo creo, con todo respeto, que usted le erró a la chamba. ¿Por qué no vende algo que la gente necesite? ¿Algo que les dé para comer mejor, y no peor?"
      El pobre Marco tardó, pero por fin salió de ésa y se puso a vender otras cosas: membresías de clubes deportivos, o suscripciones a revistas tipo People. Cualquier trique que fuera gringo o pareciera, cualquier cosa de moda. La gente las compra aunque no tenga mucha lana, porque son gringas. Como que te hacen sentir que vas dejando la talacha de todos los días. Como que te vas escabullendo así, rapidito, de este país de la chingada, como que vas llegando. Eso sí: a dónde, no me preguntes. Además, como no se podía ahorrar, con la inflación galopante, pues entonces comprabas COSAS, con tal de no sentir que se te evaporaba la lana como si en la cartera tuvieras una fuga de gas.
      Bueno, no me acuerdo en lo que Marco anduvo pero vendía algo por el estilo. Da igual, ¿no? Ahí estuvo dándole, años, puro ahorro, pura chamba, rodando por toda la república en su vocho amarillo mostaza, hasta que por fin agarró unos buenos clientes e hizo unos cuantos negocios marca diablo, y fue juntando lana. Hasta que llegó a un punto en que tuvo que irse al Norte como tantos otros. Pero no creas que a vivir; sólo a abrir una cuenta en un banco gringo. Por los bancos de acá, que ¿sabes contar? Pues no cuentes con ellos. Además tenía que surtir su negocio. Así que cambió la feria a dólares y la escondió una noche bajo el colchón. Bueno, no sé si era un colchón de verdad o cualquier otra cosa por el estilo: una caja fuerte o un cajón de doble fondo, no sé. Lástima que no podía hacer como yo, guardar las cosas en casa de mi abuelita, en un hueco tapado que le hicieron en una pared. Ya ves cómo las casas de antes tienen muros súper gruesos, de cemento y piedra, mucho mejor que esas cáscaras de tablarroca de los departamentos de interés social donde vivía Marco.
      La noche antes de irse al Norte Marco se la pasó en casa, descansando, contándole sus aventuras a Marisa y a su hermano el que vivía en el depa de abajo. Sí, Esteban, el futbolista de la buena pierna. Esa noche cenaron los tres, celebraron. Con velas y toda la cosa, carne asada, hasta vino hubo.
      — ¡Órale, un brindis!
      —Bueno, primero por mi papá, que nos está checando desde el departamento superior -- dijo Esteban, y empezaron a hablar de don Enrique. Te acuerdas cómo andaba siempre con su famoso dicho, "primero reinviertes, y ya luego te diviertes"? Ahorita ha de estar echando fiesta con los angelitos y sus arpas, allá arriba en las nubes, diciendo "por fin entró en razón ese pinche narizón." ¡Que esto, que l'otro!
      — ¡Salud! Sí hombre, qué friega ha sido, mano. Pero ahora, de aquí p'al real y vámonos pa' la pachanga. Vas a ver a tu hermanito éste, con la aviada que llevo ¡ya no le voy a parar! Mijita, ¿qué se te ofrece de los Estates? ¿Quieres que te traiga ropa? ¡Achúuu!
      — ¡Salud!
      — Ay Vidita, no me tientes -- en ese momento seguro que Marisa miró pa'abajo a verse la blusa; estaría tan luida que se le transparentaba el brasier y el buen chicharrón que tenía. Lo fácil que es a veces ser sexy, ¿eh?. -- Tráeme lo que quieras, pero no gastes mucho…
      — Usted, mi reina, no se preocupe de nada. ¡Más juicioso que yo ni mis muelas del juicio! ¿Otra copiosa?
      — ¡Nos la echamos!
      — Pero no se te olvide lo más importante: te cuidas -- siguió Marisa --. Hay muchos asaltantes en las carreteras. Y vuelves luego luego porque te voy a estar extrañando y no se me va a quitar el pendiente hasta que…
      —Claro mijita, usté cree que este narizón no sabe tratar todo tipo de canashas? -- Aquí le hacía al argentino que nos botaba de la risa --. Mala hierba nunca muere, ¡no se te olvide! Tú te quedas tranquilita en tu casita. Yo, nomás llego allá, suelto la feria en el banco, me voy en zumba al hotel, te hablo por teléfono, al día siguiente hago mis compras para el bisnes y de vuelta de volada. ¡El sábado tendrás la nariz más rápida del oeste paradita en esta puerta! Esteban, ¿qué te traigo de Gringolandia?
      Así se la llevaron, contentazos, echando relajo, con el vino que iba y venía, pero no hasta muy tarde porque Marco tenía que madrugar. Ya que se despidieron y Esteban bajó a su casa, Marco le enseñó a Marisa el paquete de dólares, lo volvió a contar y lo metió en su escondite. Luego no sé qué hicieron, ¿tú qué crees? Pues un sabanazo, ¿no? Ojalá, los pobres. Al día siguiente Marco iba a cruzar medio México hasta llegar a la frontera. Seguro se durmió soñando que era Moisés cruzando el desierto de Sonora, partiendo las aguas del río Bravo para llegar a la tierra prometida. Hasta han de haber encargado chamaquillo. Por fin, ¿no? Pero eso no me consta.
      Silencio mientras duermen.
      Abajo, en casa de Esteban, explotó el boiler.
      Sí, niña, el boiler. Y los tubos del gas. Ya sabrás que no era ni primera ni última vez en Guanatos. Cuando todo tronó Esteban salió corriendo. Tuvo suerte, porque además del tronido hubo desplome. Ya te acordarás de las casas de interés social… pues yo lo que creo es que de veras satisfacen el interés social de los ingenieros que las hacen. Y eso que no se les ocurriría meterse a vivir en esos huevitos. Pero qué conciencia social. Se ve sobre todo en las esposas, como doña Luz Elena, ¿te acuerdas? Se levantaba tempranito, a tiempo para comer con sus hijos a las tres de la tarde, bien arregladita en camisón y bata, con toda la tubería en la cabeza. Será por eso que a cada rato se te acaba el agua en Guadalajara. Pero antes de presentarse a la mesa estudiaba minuciosamente el periódico para estar siempre al corriente del frente social… ¡Ya, ya, niña, qué impaciencia! Marco, sí, no me desvío. Pero te acuerdas de doña Luz Elena, ¿verdad? Otro día te cuento en lo que acabó su familia.
      Bueno, la cosa es que Esteban brincó con sus piyamas de franela y en chinga porque el depa se le caía encima. Menos mal que corría tan bien, así que pues la libró. Luego trató de ayudar a Marco y a Marisa, pero no pudo subir las escaleras, porque estaban llenas de pedazos de pared y de techo. Igual no hizo falta, porque antes la fe movía montañas, ¿verdad? Pues ahora el gas movió la casa. Porque el depa de Marco y Marisa bajó a los pies de Esteban. Como las escaleras tienen estructura aparte no se cayeron con lo demás.
      Hasta la puerta se abrió solita.
      Esteban entró a ver cómo estaban su hermano y Marisa. Los encontró en cama, abrazados, como dormidos, rodeados de pedazos de canto. Respiraban, pero no contestaban. Estaba lloviendo, de todos los tubos del agua rotos. Esteban se sentó a los pies de la cama, se miró las manos mojadas. Lejos se oían las sirenas que se acercaban en la noche. Ya nomás dijo: "gracias, san Judas" y decidió desmayarse para descansar tantito. "Chinmarín…"
      Esteban dice que despertaron en la ambulancia. Muchas quemadas, muchos raspones, le pesaba la respiración. Marco y Marisa, huesos rotos, moreteados. Pero vivos, todos; la cosa no parecía tan fregada.
      Guadalajara, Guadalajara, hueles a limpia tierra mojada, ¿eh? Pero que tú digas, súper seguras, las calles no son. La ambulancia corría rapidito a su destino, y en dirección contraria un carrazo volaba a su encuentro. Ha de haber sido un narcomóvil, o un obispomóvil, pero cómo los distingues. O tal vez nomás un júnior presumiendo con sus amigos el carro de papá. Lástima que iban con tanta prisa, chocar de frente es re feo, sobre todo para los que iban manejando. Para éstos no hubo ambulancia que los llevara a ningún hospital. Los pobres quedaron hechos puré. Menos mal que los pacientes sí usan los cinturones de seguridad, así que los muchachos no rebotaron por toda la ambulancia. Agarraron aventón con otra que llegó después, ahora sí todos bien amarraditos, también el chofer. El hospital ya les quedaba cerca. Llegaron con tres cuellos torcidos para darle sabor a lo demás.
      Así iban las cosas en aquellos tiempos, allá en el rancho grande.
      ¿Qué? ¿Quieres saber lo que pasó con los dólares?
    
©Estela González

Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
biografía:

Estela Gonzalez. fotoEstela González Escritora mejicana (1963). Tiene una licenciatura en letras hispánicas por la Universidad Autónoma de Guadalajara y un doctorado en letras hispanoamericanas por la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook. Enseña en Middlebury College, VT, EE UU. Ha publicado ensayos sobre Juan José Arreola y Augusto Monterroso. Su cuento "Bajo el colchón" forma parte de una colección bilingüe inédita titulada Reflejos / Reflexions.
 ggonzale@jaguar.middlebury.edu
       

navegación:    

 mayo - junio 2002  número 30 

-Narrativa

Juan José Saer: La tardecita
Javier Tomeo: El asesino
Javier Tomeo: El sargento Gutiérrez
Estela González: Bajo el colchón
Paco Piquer: Silencios

-Ensayo

Juan José Saer y el relato de la memoria
por Agnieszka Bárbara Flisek

-Entrevista

Nick Hornby por Sara Martin

-Quiz The Barcelona Review cumple cinco años

-Reseñas

Tomeo, Faber, Grandes, Delerm

-Nota de actualidad

El boom Bloom por Daniel Najmías
XVIII Festival Internacional de Poesía de Barcelona
por Laura Manero

-Secciones
  fijas
Breves críticas (en inglés)
Ediciones anteriores
Envío de textos
Audio
Enlaces (Links)

www.BarcelonaReview.com  índice | inglés | catalan | francés | audio | e-m@il