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índex català   enero - feb  2003  n° 34

Nuevo retrato del artista adolescente
Hanif Kureishi
visita Barcelona
para presentar
El regalo de Gabriel

por Sara Martín

 

Hanif Kureishi (Londres, 1954) es parte integrante, junto a Julian Barnes o Ian McEwan, del llamado ‘dream team’ británico publicado por Anagrama, un conjunto de autores de calidad indiscutible que triunfaron en los años ochenta y mantienen desde entonces una sólida carrera literaria. Kureishi es ya bien conocido en España por novelas como la festiva El buda de los suburbios, y las más amargas El álbum negro o Intimidad, siendo además autor de relatos -como muestra, el volumen Siempre es medianoche-, obras de teatro y guiones (escribió Mi hermosa lavandería, que le valió una nominación al Oscar, y Sammy y Rosie se lo montan dirigidas por Stephen Frears, además de Londres me mata, que él mismo dirigió).

Kureishi portada
El regalo de Gabriel
Traducción: Mauricio Bach.
Barcelona:, Anagrama, 2002.

Kureishi, hijo de un emigrante pakistaní empleado en la embajada de su país en Londres y de una mujer inglesa, es, sin duda, un escritor preocupado por la cuestión de la identidad personal. Esto no es sorprendente, si se piensa que creció en un típico suburbio de clase media -Bromley- en el que tuvo que oír más de una vez preguntas del tipo "¿pero de dónde eres realmente?" cada vez que aseguraba ser inglés. Según Kureishi sólo la escritura le permitió superar su autismo adolescente y la sensación de que su identidad estaba compuesta de distintos fragmentos incompatibles. Su ciudad natal, escenario y objeto central de su ficción, le permitió al mismo tiempo asumir una nueva identidad como urbanita londinense, identidad que de paso le permitió a Kureishi resolver el problema de cómo ser inglés en un contexto en el que odiar a los ‘pakis’ era un rasgo casi natural de la personalidad del inglés medio.

Kureishi ha tratado el tema de la hibridación racial en diversas obras, tal vez con mayor acierto en El buda de los suburbios, y ha sido por ello tratado por la mayoría de críticos como escritor post-colonial, etiqueta que, de hecho, no cubre toda su producción. Prueba de ello es El regalo de Gabriel, obra que Kureishi presentó a mediados de diciembre pasado en un acto celebrado en la sede del British Council en Barcelona conducido por la también escritora Carmen Posadas. Precisamente, ante la insistencia de Posadas en encaminar el animado diálogo con su ilustre contertulio hacia el tema racial, Kureishi manifestó que "uno puede ser indio sin tener que pensar en la raza constantemente" y explicó que sólo tocará de nuevo la cuestión de la raza si encuentra un ángulo original que le permita explorar la idea que ahora le interesa: el racismo como la expresión de la necesidad humana de odiar.

El regalo de Gabriel no trata en absoluto de odio racial, sino de amor, sentimiento que Kureishi analiza en una narración felizmente sentimental, muy alejada del pesimismo de Intimidad. Carmen Posadas defendió la decisión del traductor del libro, Mauricio Bach, de traducir el título original -Gabriel’s Gift- como El regalo de Gabriel y no El don de Gabriel, la otra acepción de ‘gift’ es inglés. Hay que plantearse, sin embargo, si esta decisión es acertada, ya que lo que domina la novela de Kureishi son los dones del quinceañero Gabriel: tanto su talento artístico como pintor y futuro director de cine, como su capacidad para escuchar y entender a sus desnortados progenitores, una pareja de ex-hippies que aman a su hijo pero que no saben cómo afrontar su reciente separación ni la necesidad de pagar facturas cada mes.

Según explicó Kureishi, el punto de partida de El regalo de Gabriel fue la intención de escribir sobre un joven que corre el riesgo de enloquecer al no poder expresarse como artista - en parte un autorretrato adolescente - y que se encuentra con la necesidad de plantar los pies sobre la tierra para que sus padres recuperen la felicidad perdida y así poder recobrar su propia cordura. En el fondo, la relación ente Gabriel y sus fracasados padres (él fue un guitarrista notable y ella una diseñadora de moda bastante valorada en la época del ‘glam rock’) es una reflexión muy interesante sobre el talento y el egoísmo del artista triunfador - encarnado por Lester Jones, mega-estrella musical basada en David Bowie -y sobre la figura del perdedor, en este caso la persona que, como Rex y Christine, vive un corto momento de gloria como secundario en la carrera de alguien mucho más importante, experiencia agridulce que acaba condicionando el resto de su insatisfactoria vida-.

La presencia de Jones/Bowie no es ni accidental ni anecdótica. De hecho, el tono juvenil de El regalo de Gabriel tiene mucho que ver con el hecho de que en un momento dado Bowie, muy admirado por Kureishi, le pidió a éste colaborar en un libro para niños que el propio Bowie ilustraría. El libro se convirtió en novela adulta sin ilustraciones y Bowie acabó en sus páginas transmutado en Lester Jones. Su papel es menor y al mismo tiempo crucial: en una estupenda escena Jones le descubre a Gabriel, como si fuera su hada madrina (o mago padrino…), los singulares dones que el chico posee y le regala en homenaje a estos dones un dibujo original que inmediatamente despierta la codicia de sus empobrecidos padres. Para contentar a uno y a otro, a Gabriel no se le ocurre otra cosa que producir copias de la obra de Jones, algo que le causa numerosos problemas narrados con gran sentido del humor.

Y es que, precisamente, lo que más sorprende de El regalo de Gabriel es el tono de comedia, tal vez imputable a la pasión declarada que Kureishi siente por las comedias de situación televisivas. La ‘situación’ en este caso es el intercambio de papeles que fuerza al joven Gabriel a responsabilizarse de sus ‘adultescentes’ padres, sobre todo de Rex, un tipo simpático pero muy poco dado al trabajo. La relación entre el adulto infantil y el adolescente maduro remite a clásicos de la televisión británica como Absolutely fabulous, protagonizada por una diseñadora alocada y su conservadora hija, pero también a novelas como de las de Nick Hornby, habitualmente centradas en hombres que se niegan a crecer. Christine juega en este conflicto generacional un papel algo menos protagonista pero igualmente decisivo, no sólo porque es ella quien echa a Rex de casa cansada de su gandulería crónica, sino también porque su rechazo de la bohemia le obliga a Gabriel a demostrar que se puede ser un artista creativo sin ser necesariamente un fracasado irresponsable como su padre.

La principal objeción que puede ponerse a El regalo de Gabriel es que tanto la conducta de su joven protagonista como la resolución del conflicto familiar están excesivamente idealizadas. La novela de Kureishi tiene la textura de las grandes comedias románticas cinematográficas, y es fresca y acertada en su retrato de la búsqueda de la felicidad familiar, pero, francamente, si fuera obra de otro autor menos conocido tal vez su recepción crítica habría sido mucho más comedida. Kureishi explicó en otra de sus visitas a Barcelona que la crítica literaria no tiene sentido alguno: si nadie se molesta en evaluar si un fontanero ha colocado bien una cañería, ¿por qué se le permite al crítico que evalúe el trabajo del autor? La respuesta a esta pregunta se puede encontrar en la necesidad de señalarle al propio Kureishi que hay aspectos mejorables en El regalo de Gabriel para que en futuras novelas los evite y recupere así el vigor de obras anteriores sin por ello dejar de lado su nuevo optimismo.

En comparación con El buda del suburbio, cuyos protagonistas hacen incluso una breve aparición en El regalo, esta última novela parece menos trabajada: agradable, sí; redonda, no. Aspectos tales como la presencia de la velluda au-pair Hannah, del fantasmal gemelo de Gabriel, o del amigo gay de Rex que Gabriel retrata chirrían, ya sin mencionar el hecho de que hay mucho de guión cinematográfico en esta novela, y, lo que es más preocupante, con un alarmante tono hollywoodiense. El gran Lester Jones le regala a Gabriel un bonito dibujo cuya ejecución, como dice Speedy - el secundario gay - posiblemente no le llevó más de veinte minutos. Todos admiran el dibujo por ser de quien es y no por su calidad; de hecho, Gabriel lo mejora al plagiarlo. Al cerrar la novela, el lector puede pensar que Jones es tanto David Bowie como Hanif Kureishi y que el regalo que Kureishi le hace al lector tiene cualidades parecidas al que Gabriel recibe. En El regalo de Gabriel, en suma, brilla más el autor que la obra.

© Sara Martín 2003
© fotos: Richard Grupenhoff
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  enero - febrero 2003  número 34 

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Ensayo

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