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El secreto ahora es de los tres

 


Oigo cómo suena el agua del lavadero. Berta segurito debe estar pensando en mí mientras el jabón de los trastes se va derechito por ese hueco para el río. El agua suena como las lámparas de la calle cuando está bien entrada la noche. En la mañana y en la tarde, luego del desayuno y el almuerzo, Berta se tarda una vida lavando los platos, yo la he visto hacer tiempo, demorarse años lavando una cuchara la muy pilla. En la noche, y no es que los lave mal, se demora menos y yo sé por qué. Mis abuelitos no saben por qué Berta se demora menos lavando por la noche y no les importa, a ellos solo les interesa nada más que los lave y que brillen.
       Mi abuelita a veces no quiere a Berta. Le grita cosas y la pellizca porque mete la basura debajo del tapete de la sala o porque se le olvidan las pastillas del abuelo, a veces porque se demora bañándome o se queda en mi pieza hasta que las chicharras y la luz de las lámparas suenan como gritos. A veces sí la quiere. Mi abuelita quiere a Berta cuando me baña rápido y me lee cuentos, cuando queda bien sacudida la Virgen María y la casa bien barrida. Ayer Berta calentó agua y la metió en esa ponchera grande y me la tiró de a poquitos con la jarra de los jugos por todas partes. Prefiero el agua caliente porque la fría me ahoga. Me dijo que parecía un pollo flaco y nos reímos mucho. Nunca me había dicho eso; en el colegio sí me dicen de esas cosas y no me da rabia; Cardona me dijo una vez perra flaca y no me valió. Berta me tocó con el jabón ahí abajito donde me dan cosquillas ricas y harto rato se quedó estregando suavecito, hasta con la lengua y todo, y me recordó, como siempre me lo recuerda, que ni la abuelita ni el abuelito podían saber lo que ella hacía conmigo porque la sacaban a palos de la casa. Yo no quiero que la saquen porque he escuchado de la boca de las viejitas que aquí vienen que Berta es muy pobre, que el papá le hizo cosas malas cuando era niña como yo, que es miserable o algo así, además yo la quiero montones. Mi tía Marus también dice lo mismo, que le tiene pesar dizque porque vive triste, que tiene un infiernito adentro.
       Me gusta escuchar en las noches cómo suena el agua. Me da una alegría y cosquillitas ahí escuchar el agua caer sobre los trastes. Berta enjabona todo primero: los platos, las cucharas, la jarra del jugo… y luego abre la canilla y los baña para espantar la mugre. Cuando suena el agua me pongo a recordar cosas. Cuando deja de sonar me meto debajo de la cobija, así como cuando creía que venía el Coco, y la espero. Me gusta que me toque con las manos como hielos de heladas, que me acaricie todito mi cuerpo; por eso no quiero que la saquen a palos, por eso me quedo calladito y no les digo a los abuelos que Berta me hace feliz en las noches y a veces en el baño porque la tiran a la calle, que me hace reír, que vivo contento.
       Berta me dijo que los abuelos son muy celosos y por eso debo… Hoy en la mañana le conté a Marus por teléfono lo que jugamos Berta y yo, a los abuelos nunca; se lo prometí. El agua es feliz, eso me dice Berta y yo lo sé de antes, también los abuelos son felices porque Berta me hace dormir leyéndome cuentos y ya no me les paso en las noches y pueden dormir tranquilos; no salgo de mi pieza.
       Me gusta pensar muchas cosas y hablar conmigo de todo. Cardona me dice que yo soy medio loco porque hablo cosas raras solo y dizque sin sentido y sin orden y pienso todo el tiempo. Mis abuelitos ya no escuchan bien y Berta se mantiene ocupada, solo viene en las noches; por eso me hablo. Pienso a veces que un día de estos me voy a meter debajo de la cobija como siempre, como ahorita mismo, luego de que el agua deje de sonar y me voy a quedar esperando a Berta por siempre hasta que me muera solito. Cuando pienso eso me da miedo y tristeza y salgo corriendo a abrazarla y me le cuelgo del cuello. Berta a veces no me quiere y me encierra en la pieza, me pellizca como la abuelita a ella, me grita y todo, me insulta feo. No le gusta que le brinque encima, que me le cuelgue, que me le pegue como una garrapata todo el día. Eso solo pasa unos días. Ella me quiere mucho y me mima, me consiente.
       ¡No demora en aparecerse por aquí!, lo sé, el agua ya no suena en la cocina. Una vez, cuando los abuelos se fueron a hacer esas filas que hacen cada mes, me pegó y todo porque no dejé de tocar la puerta de su pieza para que jugáramos. Por eso no debo pensar las cosas malas que pienso porque me da por ir a buscarla y Berta a veces no me quiere y me regaña y me estruja, no le gusta que me le encarame. Toqué y toqué hasta que salió sin ropa como a mí me gusta verla y me gritó y dijo cosas tan feas como el pecho de ese señor que estaba con ella debajo de las cobijas. Me fui a llorar al lado del mico y hasta le conté el secreto como a la tía Marus en la mañana, pero no me hizo caso; Orejas es tonto.
       A mí me gusta pensar, me gusta recordar también. Me gusta porque se puede hacer en silencio sin que los abuelos sepan todo lo buena que es Berta conmigo y la saquen a palos de la casa y me quede solito. Me gusta recordar en silencio esos bultos grandes en el pecho de Berta y su sabor; son raros pero me gustan.  Me gusta recordar mis manos caminando despacio, temblando, por el circulito negro de cada bulto como a ella le gusta. A veces hace unas caras que me dan risa, pero yo no le digo nada. A veces me da risa también cuando en las noches inventa el cuento y me lo cuenta duro para que los abuelos escuchen y crean que sabe leer. Yo todo lo hago pasito así como le encanta a Berta. No abro la boca y solo muevo las manos llevadas por las de ella, no me río cuando mueve su lengua por todito yo; pienso en silencio, recuerdo en silencio. Ella se hace duro allá abajo y a veces se le salen griticos y se vuelve dura como una tabla, se entiesa toda y me da besos con babas en la boca.
       Al principio me daban puro asco los besos de babas, ya me gustan, me hacen harta falta. En una ocasión no llegó acá a la pieza en la noche y se me apareció el Coco otra vez. No me fui para donde los abuelos porque estaban enfermitos y me dio pesar molestarlos. Toqué en la pieza de Berta y no me contestó, seguro estaba dormida aunque escuché una voz igualita a la de un hombre que llama acá. Berta se pega del teléfono y mi abuelita la regaña. No me gusta que llame esa voz porque no me gusta que Berta llore. Y como no me abrió me quedé afuerita, al lado del Lassie de cerámica, y me puse a recordar como tonto. Recordé la primera vez que jugamos a las groserías, como dice Berta: ese olor que me gusta, las cosquillitas por todas partes como si le caminaran hormigas a uno, mis dedos mojados, los bultos de Berta, las nalgas grandotas… Sobre todo recordé ese olor fuerte que me encanta, hasta que me quedé dormido al lado del Lassie y desperté al otro día en mi cama y arropado; segurito Berta me llevó cargado en la noche. Pero hoy sí va a venir, así se esté demorando, estoy seguro, no como aquella noche. Yo no sueño en silencio. Los abuelos se burlan de mí porque hablo dormido y a veces dizque voy al baño y camino por la casa y todo. Esa noche soñé puras cosas reales y nadie escuchó lo que dije porque de ser así Berta no estuviera abajo en la cocina en estos momentos secando los trastes, la hubieran sacado a palos segurito. Yo me veo en los sueños. Me veo a toda hora lleno de ese dulce que Berta me echa en el ombligo y ahí abajito también y veo la lengua de Berta moviéndose por todo yo la condenada, como si tuviera pilas. Me gusta muchísimo la lengua de Berta. Me veo en mis sueños metiéndome debajo de la cobija y jugando el juego que a mí más me gusta. Veo cómo Berta se pone tiesa y su mano por allá abajo y siento puras cosas ricas, cosquillitas como cuando estoy despierto. Me río. Cuando Berta me juega con su lengua ahí abajito me dan puras cosquillas pero yo no me río, ella tampoco se ríe cuando meto mi cabeza entre sus piernas y lambo el dulce, le gusta que esté allá mucho tiempo. No me río viéndola hacer esas caras como si la estuvieran matando.
       Si-len-cio-yo-oi-go, sí, estoy sintiendo el sonido de las chanclas de Berta subiendo por las escaleras. Segurito entrará a la pieza de los abuelos con un libro en la mano y les dará las buenas noches y, para que ellos se pongan contentos porque no lloraré en la noche por culpa del Coco, les pedirá permiso para leerme un cuento aquí en mi pieza para que me quede dormido. Me está brincando el corazón como loco. Berta y yo tenemos muchos secretos. Yo no le he dicho a la abuelita ni a la abuelito ni a Marus que Berta no sabe leer, que inventa las historias que me cuenta duro, a todo volumen, para poder jugar conmigo debajo de la cobija. A Marus le conté lo que jugamos, hoy en la mañana le conté lo que jugamos, pero no que Berta no sabe leer. A mí me da gracia que la profe sepa leer y Berta que tiene tantos años no. Berta tiene más de cincuenta, eso me dijo Marus hoy en la mañana por teléfono, me dijo que no jugara a eso con esa vieja, así me dijo toda grosera, ni que les contara nada a los abuelos dizque porque les daba un patatús y se los llevaba el que los trajo, me dijo también que no dejara entrar hoy a Berta en la noche, que mañana ella agarraba un avión y se venía ahí mismito para acá. Yo no entiendo por qué lo de la pataleta de Marus, seguro está celosa, pero sí voy a dejar entrar esta noche a Berta; no habría por qué no.
       Si-len-cio-yo-oi-go. Escucho, en este momento, el sonido de la canilla de su pieza; segurito se está lavando los dientes o la cara, no debe demorar porque, además, la luz de la pieza de los abuelos no se mete ya a la mía, todo está oscuro, ni hablan los de la telenovela de la noche. Berta segurito se está arreglando para el juego.
       A Berta le gusta que no tenga calzoncillos puestos y que esté debajo de la cobija para cuando ella llegue. A mí me gustan muchas cosas. Me gusta no tener calzoncillos y restregarme con la cama, dar vueltas y vueltas esperando a Berta mientras lava los trastes, se despide de los abuelos, se cepilla y viene y se mete debajo de estas cobijas calientes para jugar. Me gusta este preciso momento, este ya, me gustan estos minutos en que se me suben unos nerviecitos por todo el cuerpo, unos nerviecitos como cuando fui a cobrar el penalti al final del año, un susto puro divertido como el que deben sentir los que manejan los carros de la Fórmula 1, algo así y yo sé por qué. A Berta no le dan nerviecitos ni nada, lo sé, me ha dicho que eso se llama experiencia. Berta ha llorado por cosas que no me cuenta y que creo que tienen que ver con eso que ella llama experiencia. A veces cuando me empieza a hacer cosas se distrae pensando y se le escapan las lágrimas, pero yo se las limpio y le ruego que no recuerde cosas malas y le hago cosquillas y a Berta se le olvida sufrir. Me dice que yo le hago olvidar el papá. Es que la memoria es algo que a veces hace feliz y a veces triste. Cuando recuerdo a la abuelita pellizcando a Berta o al abuelito poniéndose flaquito y llorando por cosas de antes o a la tía Marus yéndose para lejos me dan ganas de morirme, pero cuando recuerdo a Orejas tirándole su caca al abuelo y a la jaula del loro o las idas al parque de diversiones o la fiesta que me hicieron hace poco cuando cumplí ocho lo que me da es una alegría que se vuelve risa.
       Si-len-cio-yo-oi-go. No se oye nada. Necesito que venga ya Berta porque me está dando lo que no me gusta: a veces de los nervios que me dan cuando sé que no demora paso a la desesperación cuando no llega, me ahoga un taco en el pecho hasta que oigo sonar la puerta y me vuelve la respiración, la felicidad. Cuando Berta no viene me desespero, me enloquezco, siento un calor en todo el cuerpo que me quema, me rasca todo, se me aparece el Coco, me da lidia dormir, miedo, la luz de las lámparas de afuera se me mete a los ojos, me desespero, me desespero, sudo como loco, me dan ganas de llorar, doy vueltas y vueltas en la cama, me pica la cobija y la almohada, me desespero, me da rabia y grito hasta casi matar a los abuelos de un susto… Berta viene y me tranquiliza, me calma, me calma, me lee un cuento que inventa y me voy aquietando, me deja de picar todo… Un día no vino luego de mi grito y entonces dormí con los abuelos y me dijeron que no me apegara mucho a Berta que cualquier día se iba. Yo no quiero que Berta se vaya nunca.
       Berta se está tardando un poco y yo sé por qué, no me debo desesperar, seguro es por eso. Berta a veces empieza a hacerse cosas sola dizque porque piensa que yo estoy en el quinto sueño y los abuelos despiertos, o le dan ataques de conciencia, eso me ha dicho, ataques de conciencia, pero cuando la agarra el desesperito se le olvida todo y se viene para acá ahí mismito. Yo sé cuándo pasa eso porque viene con el olor que a mí me gusta, que yo le saco con esta mano. A mí me gusta chuparme los dedos cuando Berta se va a su pieza luego del juego. Me gusta primero olerlos y luego lamberlos como si fueran paletas. Muchos días me he quedado dormido oliéndome los dedos, y cuando me levanto al otro día y me acuerdo, me meto los dedos a la boca y no saben a nada y me pongo a recordar puras alegrías y a esperar la noche.
       Si-len-cio-yo-oi-go, sí, ahora sí, oigo los pasos de Berta más cerquita, están al lado de la puerta, ahora sí dejaré de pensar y cerraré los ojos para que cuando llegue crea que duermo y se ponga triste y luego me le cuelgue del cuello como Orejas a la abuela, me le cuelgue a Berta como la otra vez que me pellizcó porque estaba ocupada, como me le colgaré mañana a Marus cuando entre por la puerta. Dejaré de pensar, no vaya a ser que lea mis pensamientos y se entere de que me estoy haciendo el dormido y se enoje por mentiroso, de que la quiero mucho y se crea, de que Marus viene mañana y de que el secreto ahora es de los tres.
      
      

 

David Betancourt para TBR © 2013


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David BetancourtDavid Betancourt (Medellín, Colombia, 1982) Cuentista, periodista y filólogo hispanista. Ha publicado cuentos en periódicos y revistas importantes del país y del exterior. Ha ganado varios concursos de cuento nacionales, además del Concurso Internacional de Escritura Creativa, Caracas, Venezuela, con su libro Yo no maté al perrito y otros cuentos de enemigos (Editorial Equinoccio: 2013). En 2011 Editorial Universidad de Antioquia publicó Buenos muchachos, su primer libro de cuentos. Acaba de terminar su tercer libro del género, titulado Una codorniz para la quinceañera y otros absurdos. En la actualidad es considerado uno de los cuentistas jóvenes más importantes en Colombia.