Antonio Hernández
Es la segunda vez que Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, 1943) gana el Premio Nacional de la Crítica en la modalidad de poesía en castellano, como Luis Rosales, Octavio Paz, José Hierro y Claudio Rodríguez. La primera vez, en 1994, con la obra Sagrada forma y ahora con Nueva York después de muerto, publicado por Calambur el pasado año 2013. Su trayectoria es muy densa y extensa no sólo por edad, sino por premios y libros de poesía, y por otras actividades complementarias a su labor de poeta, crítico y escritor.
El jurado del Premio de la Crítica 2013 estaba formado por 21 personas entre los que había miembros de la Junta Directiva de la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL), varios críticos de medios de comunicación, un grupo elegido por sorteo de la AECL, así como un grupo representativo de las literaturas en lengua catalana, gallega y vasca.
Este libro sobre Nueva York surge del rescate de las visitas que Antonio Hernández realizaba asiduamente a Luis Rosales en su casa. Un día lo vio triste y desalentado, enfermo, y le confesó que no podía acabar un poemario que iba a titular Nueva York después de muerto. Antonio Hernández le prometió que él lo escribiría para aliviarle de esa pena. Al cabo de muchos años, Antonio Hernández ha cumplido su compromiso con Rosales y nos da este poemario. En él no sólo aparece Luis Rosales, sino el fantasma vivo de Lorca, la gran sombra que persiguió a Rosales durante toda la vida. Nueva York es más la ciudad de fondo, el espacio que sirve de excusa para que esos dos amigos se junten. Antonio Hernández ha confesado que «a pesar de esa mixtura, de esa complejidad, el libro creo que ha salido bien, y estoy muy contento por este premio pero, sobre todo, porque pude cumplir la promesa que le hice a Luis Rosales».
En Central Park veo llorar a un niño seguramente pobre
lágrimas de mocos como casi todos los niños españoles
en la posguerra.
En Central Park
nerviosean las hojas de los árboles batidas por el viento.
Una anciana que nunca perderá su fe religiosa
o simplemente humana reparte pan entre las palomas
sellando así su camaradería con la sombra de Dios.
Los negros, los chicanos, los dominicanos, los puertorriqueños,
toman un sol desahuciado en la mañana de octubre
soñando que el verano se esfuma dando brincos
por sus playas azules, las del Caribe abanicado.
Una argentina echadora de cartas en un lugar común.
Un mendigo hambriento está más preparado
que cualquier otro, gordo, para optar a faquir.
El turco que camina con los brazos por piernas
ve el mundo como está, patas arriba,
La policía siempre de luto siciliano
Porque no se le aplaude su sacrificio en tablas
de dar y no dar golpes. En Central Park
la brisa paladea el agua del estanque,
las muchachas escocesas en flor
tienen los muslos blancos
como las monjas de clausura. Los persas nigromantes.
Llora la guitarra
polifemamente
nuestro amor a a rastras.
Una sola lágrima
tan innumerable.
que nunca se acaba.
¿Qué Ulises oscuro
le clavó la estaca?
Sangra, sangra, sangra,
sangra tanto que
no parece humana.
Tanto es su dolor
que se desampara
y le da lo mismo
su ojo de lunática.
Polifemamente
llora la guitarra.
© Antonio Hernández
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