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imagen gifCristina Jurado

Heroína

 

Vas a durar una semana en este trabajo, como todos los que lo ocuparon antes de ti. Te voy a hacer un favor y a abrirte los ojos porque, de esto, sé bastante.
No te encuentras aquí por tu extraordinario currículum, aunque ahora mismo estés convencido de ello. La Agencia de Inteligencia no te ha elegido porque estén impresionados con tu media de notable alto en tus estudios de psiquiatría, ni con tu beca de postgrado, ni con la retahíla de convenciones a las que has acudido, más que nada porque querías recorrer el mundo por la cara, ni los cursillos a los que has asistido, ni los idiomas que dominas. Tampoco te han seleccionado porque tengas una enorme experiencia en tratar adultos “especiales” con traumas, porque prácticamente no has ejercido, seamos francos. Las prácticas que has realizado en un par de centros dedicados a la salud mental, como les gusta llamarlo ahora, no impresionarían a nadie, mucho menos a una organización gubernamental como esta.
      Tampoco les ha entusiasmado tu alta motivación, esa que te ha hecho hablar por los codos durante la rueda de entrevistas, cuidadosamente planificada para dar la impresión de que son gente muy seria y que siguen un estricto protocolo en recursos humanos. La decisión ya estaba tomada antes de que te sentaras con tu traje de ocasión recién comprado en unos grandes almacenes, porque el otro que tenías está demasiado usado, y esa camisa mal planchada que era de tu hermano y que te está grande, y la corbata que te regaló tu madre en la última navidad. No, no tengo nada en contra de los artículos de ocasión, es un concepto muy interesante. Si lo piensas nos dejamos engañar voluntariamente creyendo la mentira de que todo está más barato, cuando en realidad, lo que hacemos es consumir más.
      Seguramente habrás pasado una mala noche y no habrás dejado dormir a tu pareja, y le habrás contado mil veces y desde distintos puntos de vista la entrevista que crees haber pasado gracias a tu don de gentes. Tú, que te dedicas a analizar la mente humana, que conoces el funcionamiento de ese órgano tan maravilloso e impenetrable, que se supone que te las sabes todas, no eres más que otro infeliz que va a durar lo que los demás psiquiatras junior.
      ¿Crees que está hecho de otra pasta? Pues no, no lo estás, porque no hay “pasta” que aguante lo que vas a tener que soportar. Sé que ahora creerás que estoy exagerando, que mis vivencias en esta organización me ha convertido en un despojo de mí misma. Al fin y al cabo estoy aquí porque soy demasiado peligrosa como para que me traten en un centro “normal”. Lo piensas porque ves esta fachada, mi exterior resquebrajado que se desmorona poco a poco, que pronto dejará a la vista músculos y huesos. Estás convencido de que soy un caso más, otra mente perturbada, perdida en una marea negra de sentimientos mal digeridos, un alma encharcada por la culpa.
      ¿Qué sabrás tú?
      No soy un caso más. Ninguno de los que estamos aquí lo somos. No hay nadie ahí fuera, en ese mundo tuyo donde la previsibilidad es una virtud, que sea como nosotros. Puedes creer que se trata de ínfulas de una personalidad narcisista, pero solo me atengo a los hechos. ¿Has conocido a alguien como Equis? Apuesto a que has alucinado con su ficha. Todo lo que está escrito en ella es verdad: puede manipular la voluntad del otro con solo tocarlo. Eso lo convierte en un arma muy poderosa para cualquier gobierno, especialmente para el que te paga tan generosamente. No es generosidad en realidad, sino el peor de los egoísmos, el que tapa sus fechorías con un baño de patriotismo de rebajas porque solo busca perpetuar un cierto orden mundial que lo beneficia. ¿A que ahora no te parezco tan trastornada?
      Equis podría hacer que asesinaras a tu novio o novia con solo tocarte un pelo. Por eso es por lo que lo mantienen inmovilizado, no porque crean que hay peligro de que se autolesione. Solo está un poco deprimido porque, hasta los superhéroes tenemos nuestras crisis de identidad y nos da por pensar, muy de cuando en cuando, qué es esta mierda en la que nos hemos metido.
      Tampoco creo que te hayas cruzado nunca con nadie como Yem, que se mimetiza con su entorno, por muy elaborado que sea. Estos ojos que te están mirando la han visto mimetizarse con una pantalla LED en la que cada tres segundos aparecía una imagen distinta. La muy hija de puta era capaz de mostrar las imágenes en su cuerpo, a la misma velocidad y sin tener conocimiento previo de su contenido. ¡No me digas que no es sensacional! Por eso está sentada delante de un croma, porque solo a través del monitor se aprecian leves interrupciones en la transmisión, como un ruido blanco de fondo intermitente, y pueden localizarla cuando le da por mimetizarse con la pared. Yem ha decidido que su mente se tome una vacaciones, simplemente.
      Si Equis es un asesino y Yem una espía, ¿qué demonios eres tú, te preguntarás?
      Querido amigo, yo soy la interferencia, la singularidad, la anomalía que se despliega en esa realidad tuya que tanto veneras. Soy todos los déjà vus, todas las coincidencias, todos los golpes de suerte y todas las carambolas del destino. Soy la mente que genera las casualidades e idea los malentendidos. Soy la artesana de la malaventura, soy la que tergiverso, la que recompensa. Soy la que despacho divergencias y cultivo disonancias. Soy el tic, la manía, la alucinación, el doppelganger, la mosca cojonera, la electricidad estática, el nudo en el estómago, el calambre en las tripas.
      Provoco reacciones anormales en las cosas que me rodean, como si fuera un ser postizo en esta dimensión porque soy la nata que flota en la leche, como un cadáver que sube a la superficie. Soy superflua, soy ajena, una intrusa permanente. Y les he servido para conducir a gente al borde de la locura, para extraer secretos y construir conspiraciones, para desarmar ejércitos y promover insurrecciones, para hacer que un hermano se levante contra su hermano y un hija contra su madre, todo ello con una impunidad espeluznante.
      Y lo que hago, lo que ocasiono, es feo, muy feo, tanto que no puedo ya mirarme al espejo sin ver sus secuelas en mí misma. Porque con cada muerte que me obligaron a perpetrar, una parte de mí se disuelve de manera que he perdido mis recuerdos, apenas reconozco a nadie y soy incapaz de recordar quién soy las más de las veces.  
      Pero sigo sintiendo. Y me siento una insomne de la realidad lacaniana, eso que difiere de lo real, que son las cosas independientemente de quienes las perciben, incapaz de degustar la esencia de los conceptos, amortajada en vida por el peso de la culpa, como una supernova que se colapsa desde dentro hasta consumirse.
      Cada par de ojos que no volverán a ver la alborada, cada sonrisa que no se dibujará, cada beso que no se entregará, cada caricia que no sentirá, me harán borrarme un poco más, derretirán mi espíritu y acelerarán la desaparición de mi razón.
      No podrás aguantar el veneno que lloraré cada día, no tienes estómago para ello. En cuanto te cuente el primero de los episodios que he vivido, escudada bajo mi traje de heroína, tejido en un material inventado por los ingenieros que nos llevaron hasta la luna, y apoyada por la nación más poderosa de la tierra, irás al baño a vomitar y tendrás que pedir un diazepam. ¡Estoy de broma! Nunca llevé un traje con mallas y capa, no sé quién se inventó ese cuento. Intentamos pasar desapercibidos, somos buenos ciudadanos, cumplimos con nuestros impuestos, nos ponen multan que intentamos no pagar, estamos endeudados con el banco, como todo el mundo. Es importante que seamos invisibles, que nadie repare en nuestra presencia, por lo que debemos camuflarnos entre la multitud, presentar el aspecto más aburrido, menos llamativo, más convencional.
      Tal vez por eso te parecemos patéticos porque, a pesar de lo que somos capaces de realizar, estas cosas increíbles que te he contado, parecemos ahora algo demasiado familiar, frágiles criaturas que no pueden limpiarse ni su propia mierda.
      Te podría contar todo esto para que estuvieras preparado, para que se bajaran esos humos de autosuficiencia que todos los psiquiatras junior exhibís el primer día, ese aire entre nervioso y paternalista, porque sabéis que el puesto os queda grande y una parte de vosotros se pregunta cuál es la verdadera razón por la que os lo han ofrecido, con tal sobre-sueldo y ese impresionante seguro médico.
      Quizás llegues tú mismo a la conclusión que presientes pero evitas, esa que te ronda desde el mismo momento en que te llamaron. Todos los demás dimitieron. Estás aquí porque nadie más quiere, porque se agotaron el resto de alternativas. Te han metido a bregar con tres superhéroes catatónicos que ahora no sirven para nada, pero cuyas facultades son tan codiciadas que han destinado un equipo entero para tratarlos.
      Y no es que haya adivinado tu historia: es que eres una copia de los anteriores que ya pasaron por aquí.
      Podría decirte esto y tantas cosas…
      Pero hoy no me apetece.
      Puede que lo haga mañana.

 

© Cristina Jurado


       Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review.
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Cristina Jurado (Madrid, 1972) es Licenciada en Ciencias de la Información y Máster en Retórica. Es escritora de ciencia ficción, fantasía, terror, new weird y todos los géneros híbridos. También es editora de antologías y de la revista Supersonic.