The Barcelona Review

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Raúl Guerrero

Una esposa abandonada y la elusiva frase de apertura

 

 


 

1
¿Era un barón del cacao o algún otro producto tropical, vestido así todo de blanco?
No, pero pensaba que los novelistas vestían así por la contraportada de La hoguera de las vanidades, la única novela que leyó en veinte años. Mostraba al escritor todo de blanco.
Era la ascendencia española que le impartía el aire a barón del cacao, le explicó el profesor al negro del bar.
            No es temporada de turismo, dijo el negro del bar. ¿Qué lo traía?
Busco la culminación de la frase con la cual iniciar una novela.
            Había abandonado esposa y profesión por una aventura literaria que empezaría con Y tus ojos almendrados.
            Renata lo acompaña. Da vueltas de bailarina en una falda azul cerca del agua, suficientemente lejos para no escucharlo, compenetrada en la trompeta que sale de otro bar al extremo opuesto del malecón.
            ¿Qué es el amor?, le pregunta el profesor en cuanto regresa al bar.
            Renata gira en el tacón del zapato izquierdo noventa grados:
            Una bobada, mi amor.
            ¿Cómo una bobada? El amor es un potro hambriento de nostalgia.
            Ella se rió de buena gana, pensó el negro del bar.
            Renata fingía risotadas, aunque el profesor la recriminara.
            La risa sin motivo es indicio de idiotez –el profesor dice sin reparos.
            Otro hábito irritante de Renata era aparentar una inteligencia que la eludía con respuestas sacadas de guiones o textos de física elemental o geometría como, exponenciales que convergen entre a y b.

 

2
Antes de sucumbir a la vocación de novelista enseñó matemáticas en la misma universidad veinte años.
            Su nombre sonó para altos honores.
Pudo más la vocación de novelista, sin áspide de rencor acepta la esposa abandonada. Pudo más la crisis que sufre el hombre al doblar la esquina hacia la vejez.
            El periodista le pregunta cómo sucedió.
            De repente, de manera espontánea.

 

3
Renata era la novia de un estudiante competitivo y cobarde. Se la ofreció al profesor envuelta en papel de regalo y una cinta roja. Todos sabían que el profesor llegaba a la oficina al amanecer. El estudiante dejó a Renata de regalo para asegurarse una nota óptima.
            El profesor encontró el paquete en el escritorio. Obviamente, pensó, es un ser viviente: (a) una mujer, (b) un gorila joven o (c) un oso. Sacó las tijeras del escritorio y cortó la cinta. Para un hombre que se gastó la vida en formulas y modelos abstractos el descubrimiento de una mujer desnuda de regalo detonó una descarga de explosivos desconcertantes. Renata sonreía como un polluelo al descascarar. El profesor pensó cuán frágil era la vida, cuán absurda. Con la opresión de tres teclas de la computadora midió su vida: siete mil quinientas treinta y tres madrugadas de lo mismo. El dedo con que calculó la vida en mañanas de lo mismo le introdujo lentamente a Renata en el culo. La recomendación del cobarde y ambicioso novio de Renata fue dejarse hacer lo que el profesor quisiera. Uno dirá, no, no es posible, ¿qué tipo de hombre es capaz de regalarle al profesor la novia? Conociendo a los hombres una mejor pregunta sería, ¿por qué una mujer permitió al novio la vejación? ¿Acaso no estaban en los Estados Unidos en pleno siglo 21? Todas esas inquietudes satisfizo el profesor a su debido tiempo con el concurso de Google y estudios del comportamiento de los estudiantes estresados por las exigencias académicas. Sobornar a los profesores con sexo era común. El noventa por ciento de los profesores  participantes en una encuesta habían recibido ofertas o insinuaciones (un estudio cuestionaba la percepción masculina de la insinuación), pero no era común que un muchacho ofreciera la novia, mucho menos que la dejara envuelta en papel de regalo en el escritorio de un profesor. La reacción del profesor fue también insólita (meterle el dedo en el culo antes de preguntarle quién era, antes de saludarle), más aun considerando que el profesor jamás le metió el dedo en el culo a una mujer. Tampoco a Renata jamás le metió el dedo en el culo un extraño, y le repugnó, y le dolió, el profesor tenía el dedo bastante grueso, pero no dejo de sonreír. Renata entendía que el futuro que entreveía juntos, el sueño americano a perpetuidad, pendía de la sumisión. Se dijo, relaja los músculos Renata y sonríe. Renata no abandonó la carita de polluelo risueño, incluso le pareció al profesor que Renata había piado.
            ¿Muchacha, has piado?
            Renata dijo que no, pero si quería piaba.
            ¿Qué más iba a pensar el profesor? Era de novela lo que le sucedía, y como el novelista tenían la fama de minotauro, esa criatura mitológica insaciable y prepotente, se bajó los pantalones para la trasmutación de matemático a novelista. Él que no le había hecho el amor a su mujer desde que Nixon renunció la presidencia, le clavó la verga como un matón de barrio apuñalaba a su víctima (sería esa su primera alegoría.) Renata se había acomodado para que el profesor la penetrara como los hombres primitivos o los toros.

 

4
La vida es caprichosa, le dijo al periodista la esposa. Hace unos días salió el hijo del decano  de la universidad a celebrar el cumpleaños dieciocho y lo mató un camión llenó de refrigeradoras. Y el caso de mi marido no se queda atrás. Mi marido despertó de lo más normal y se preparó el desayuno. Ya estaba yo acostumbrada a su insomnio. Antes de tenerlo en casa dando vueltas como diablo en botella prefería que se hiciera un café y fuera a la oficina. Treinta y cinco años llevábamos de casados. Nunca le conocí un vicio. Era más puro que un niño. Todos me aseguraban que ganaría el Premio Nobel.

 

5
Renata estaba un poco flaca para el gusto del profesor que prefería mujeres entradas en carnes. Cuando le hacía el amor a su mujer se imaginaba que le hacía el amor a una negra opulenta y mal hablada. La esposa le preguntó la noche de un cumpleaños si había algo especial que le gustaría que hiciera. Le pidió que lo colmara de obscenidades durante el coito. Ella lo hizo. Repitió las cinco malas palabras que sabía, aunque de su boca las obscenidades en vez de encender la pasión la apagaron.

 

6
El sexo es como los calcetines. Una noche se le extravían a uno y después de algún tiempo ya no hacen falta, desaparecen de la memoria, dijo la esposa.
            El periodista se sonrojó. Era demasiada información. Quiso decirle que él se especializaba en ciencias, pero la esposa necesitaba desahogarse, no le dejó hablar.
            Aunque usted no lo crea, más de una década que no tengo en mi mano un pene.
            El periodista carraspeó tornando los ojos a la ventana por donde se escapaba el otoño rápidamente.
            Como lo oye, insistió la esposa abandonada, hace una década que no le manipulo los genitales a nadie.

7
Al negro del bar le intrigó el asunto.
            ¿Y ha encontrado la culminación de la frase de apertura?
            Y tus ojos almendrados, y tus senos puntiagudos de pezones escarlata, el profesor saborea el coñac.
            El negro lo mira frunciendo el seño.
            Aun no encontraba la culminación.

 

8
Estupefacto constató el periodista que la esposa se acaloraba.
            Señora, trató de defender su modestia, ¡yo enseño doctrina cristiana los domingos en la capilla de la universidad a los hijos de los profesores!
            Pero la esposa estaba fuera de sí.
            Puta, escupió con un tono de voz que no se conocía, casi ronroneando, culo, cabrón, ¡joder!
            El periodista había cruzado el límite de la paciencia y, como las sustancias que se transforman al trascender una naturaleza, el agua a vapor, por ejemplo, los testículos del periodista echaron chispas. Alzó las manos en dirección de la esposa abandonada como si fuera a arrancarle dos higos a la higuera. 

 

9
Renata tiene atributos nada despreciables, senos puntiagudos de pezones escarlata, larguísimas piernas torneadas y los ojos más cautivantes jamás vistos. Si solo tuviera unas cuantas libras más, se lamenta el profesor viéndola dar vueltas en la arena bajo la trompeta del bar ajeno.

 

10
La esposa abandonada se brindó con la alegría de una niña al encontrar la muñeca perdida cuando menos lo esperaba, con la alegría de mangos maduros.
            ¡Tu madre es puta, cabrón!

11
Del fondo de la copa vacía brotó la luz. El profesor que había caído en el vicio de la alegorización ve un manantial de luz en la copa vacía.
            El negro del bar le ofrece otro coñac.
            Escucha, exclama el profesor sin sacar los ojos del fondo de la copa vacía: Y tus ojos almendrados en tono miel de abeja.
            Bello, dice el negro del bar, pero sin predicado, sigue inconclusa la oración.

 

 


© Raúl Guerrero 2012

image: © Kasinee Nilpayak
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BIO: Raúl Guerrero  Es escritor, periodista y ensayista. Su obra ha sido publicada en Europa, América Latina y Estados Unidos. Entre sus novelas se encuentran Insolence y La dudosa fuga de la cronista libertina. Actualmente vive a caballo entre Nueva York y Miami.