Viaje de ida
Jess Mowry
Traducción: Juan Gabriel López Guix
Robby empujó las puertas de la
estación de autobuses, empujado a su vez por la gente que iba tras él. Llevaba el skate
bajo un brazo y una gran bolsa de papel en la mano. Al menos dentro se estaba fresco, a
pesar de que apestaba a ciudad y humo de viejos automóviles diésel. Olió las
hamburguesas de queso del pequeño restaurante y empezó a gruñirle el estómago vacío,
pero cinco dólares y unas monedas iban a dar para mucho. Se miró la barriga, rechoncha y
redondeada. Temblaba bajo la sudada camiseta y se inclinaba un poco sobre los vaqueros al
caminar. A lo mejor era capaz de vivir de su grasa, como los osos de Animal Planet.
Vio un cigarrillo entero en el suelo y lo atrapó
antes de que lo hiciera alguien. Siempre era un problema conseguir cerillas cuando tenías
trece años y aparentabas once; pero había mangado un encendedor Bic, en el despacho del
guardián del zoo y estaba casi lleno. Se apartó de la trayectoria de la estampida de la
muchedumbre y se dirigió a una silla negra de plástico con televisor, como las que
había en Fresno. Se deslizó tras la pequeña pantalla, se metió el cigarrillo entre los
labios y arrugó la frente ante su chata cara reflejada en la pantalla. Parecía un
cachorro de pantera intentando gruñir. La camiseta era demasiado pequeña, y las mangas
se habían encogido y descubrían los brazos casi hasta los hombros, aunque no tenía
ningún músculo que mostrar; y su pecho era tan suave como el de un bebé. Llevaba un
trapo atado en un brazo, en el lugar que debería haber ocupado un bíceps (algunas
personas creerían que pertenecía a una banda). Se echó para atrás el pelo, tan tupido
y enmarañado como una mata de diente de león, y sacó el mechero del bolsillo. Se
preguntó si ahí darían The Thundercats, pero no valía la pena arriesgar una
moneda de veinticinco para averiguarlo. El cigarrillo era un light de caguetas, de
modo que le quitó el filtro antes de encenderlo. El humo le calmó un poco el hambre,
pero el olor de la mierda esa que le ponían al suelo le estaba dando dolor de cabeza.
Un guardia jurado se materializó; blanco, aburrido y
con uniforme marrón.
--¿Tienes billete... chico?
Robby suspiró y lo extrajo del bolsillo. El guardia
lo examinó con atención como si fuera su permiso para vivir.
--Viaje de ida --dijo el guardia, como si se anotara
un tanto.
Agitó un pulgar en dirección al reloj de la pared.
--El próximo sale a las siete y veinte. Me
disgustaría ver que lo pierdes... chico. Y pon una moneda de veinticinco o siéntate en
otro sitio.
«¡Poli de pacotilla!», pensó Robby, pero no
pareció que valiera la pena decirlo. Además, tenía ganas de mear. Le dio una profunda
calada al cigarrillo y soltó sin prisas una nube de humo. Luego se levantó y caminó con
chulería, dejando que los vaqueros se le deslizaran cintura abajo. Iba sin calzoncillos:
llevaba los restos atados alrededor del brazo, de modo que resultaba bastante obvio qué
estaba enseñando y a quién.
Un chico negro, alto y delgado, se encontraba junto a
la puerta. Parecía tener unos quince años, y Robby pensó en un chacal.
--Porros --murmuró lleno de esperanza, como si
conociera el problema de Robby.
--Di no a las drogas --dijo Robby--. Aunque no te
escuchen.
Eso hizo que Robby recibiera un insulto y un empujón;
pero se limitó a sonreír, porque oyó los zapatos del poli acercarse, chirriando en el
suelo.
--¡Fuera! --dijo el guardia al chico delgado,
realizando por fin una función útil.
--Después nos vemos --contestó el chico, lanzándole
a Robby una mirada elocuente.
Los servicios de la estación de autobuses tenían
brillantes azulejos que parpadeaban bajo los vetustos tubos fluorescentes. Olían a orina
y desinfectante, y ambas cosas le irritaron a Robby los ojos. Un blanco mayor, de unos
treinta y tantos, quizá, estaba apoyado contra la hilera de lavabos. Le lanzó a Robby
una sonrisa amistosa, como su gemelo en Fresno.
«Un bicho raro --pensó Robby--. La gente que ronda
por sitios donde huele tan mal tiene que ser bastante particular.» Vio la larga hilera de
urinarios y al hombre mirándolo; no soportaba esos sitios, siempre a la vista y siempre
demasiado altos. ¿Cómo podía echar nadie una meada estando de puntillas? Para todo lo
demás hacía falta dinero, salvo para el que ya tenía alguien dentro. Era una idiotez
pagar diez centavos por mear; debería haber utilizado el del autobús --tenía que
empezar a pensar en esas cosas--; aunque al menos de ese modo podía cerrar la puerta.
Metió la moneda y entró. Los vaqueros estaban ya medio desabrochados, para darle a su
barriga la libertad que necesitaba, así que se limitó a empujarlos caderas abajo sin
desabotonarlos más. Hizo bastante ruido sin ninguna razón en concreto, luego lanzó el
cigarrillo al wáter y le dio a la cisterna con el pie. Puso el skate sobre el asiento y
se sentó en sus diez centavos de intimidad. ¿Qué sería mejor quedarse o seguir hasta
San Francisco?, se preguntó. ¿Cuánto tiempo tardaría en llegar? Seguramente sería de
noche cuando llegara --demasiado tarde para ver el océano-- y lo echarían por no tener
billete. Había dormido en la calle unas cuantas veces en su vida, cuando sus padres se
peleaban o cuando se emborrachaba. Siempre se podía meter detrás de un contenedor...
Alguien golpeó la puerta.
--Eh, muchachito. ¿Estás muy ocupado?
Robby bajó los ojos, vio un par de zapatos K Swiss.
Casi se echó a reír: fuera lo que fuera lo que creyera ese bicho raro que estaba
haciendo, no valía la pena imaginarlo. Nunca había dejado que lo tocara nadie, pero su
colega sí, en «Parque Cutre», y se había sacado veinte dólares. Decía que era
asqueroso, aunque que se podía aguantar; pero que había que agarrar el dinero primero.
Robby siguió sentado y meditó... sería tope tener un billete de veinte con el que
comprarse una hamburguesa de queso.
--Sí --dijo, intentando ganar tiempo y preguntándose
qué hacer. Entonces tuvo una inspiración--. Por veinte dólares te dejo mirar.
El hombre respondió como si Robby lo hubiera
ofendido.
--Eh, muchachito, me parece que eres una monada.
Robby gritó presa de una furia repentina:
--¡No soy ninguna monada, pervertido chupaperros!
Los feos zapatos no se movieron.
--¡Asoma la cabeza por debajo de la puerta --añadió
Robby-- y te la reviento con mi tabla!
Los zapatos desaparecieron.
Robby salió a la calle y notó el cálido aire vespertino cargado de humo y calor. El
billete valía para el día siguiente y decidió quedarse a pasar la noche ahí,
dondequiera que fuera exactamente «ahí». Era mejor encontrar un refugio antes de que
oscureciera, y puede que Oakland también tuviera océano.
Pasó un muchacho negro con una tabla vieja y gastada.
Robby y él fingieron no verse pero se inspeccionaron mutuamente los monopatines. El de
Robby molaba más, y ambos lo sabían. El chico iba con unos pantalones kakhi que
llegaban más abajo aún que los vaqueros de Robby; y llevaba la camiseta atada alrededor
de la cabeza como uno de esos sombreros de la Legión Extranjera francesa. Robby se quitó
la camiseta y copió el estilo local. Los vaqueros no necesitaban mucho toque, un
centímetro más abajo y corría el riesgo de que lo detuvieran. El camello estaba en la
esquina intentando vender a los coches --cosa que no era demasiado inteligente--, lo cual
demostraba lo desesperado que estaba. Robby puso en el suelo su tabla y se alejó en
dirección opuesta. No importaba mucho hacia dónde iba, pero pensó de nuevo en el
océano. Su colega había dicho que se podía dormir en una playa.
Las ruedas traqueteaban, y las manzanas pasaban. Robby
no se desvió de su línea recta hacia algún sitio. Las aceras estuvieron muy llenas al
principio, y él se encontró demasiado ocupado esquivando gente para prestar demasiada
atención hacia donde se dirigía. El cemento era viejo y áspero. Los bordillos también
eran diferentes, pero había un montón de pintura de skate allá donde otros chicos
habían hecho ollies.
El sol descendió por el cielo y se hizo anaranjado en
la distante niebla. El aire empezó a refrescar, y Robby dejó de sudar tanto. Aunque
siempre había sido regordete, llevaba un mes sin poder patinar --casi encerrado en una
jaula sólo por su forma de ser-- y había engordando de no hacer nada. En el zoo la
comida no era buena --básicamente mierda barata del estilo de habichuelas y arroz--, pero
no había otra cosa que hacer y si se hartaba le entraba sueño. Pasó a otro muchacho que
iba con una tabla, un tipo negro pequeño con una tabla vieja, que también iba sin camisa
y con vaqueros bajos, pero enseñando más de diez centímetros de calzoncillos blancos
como la nieve. El chico estudió a Robby al pasar junto a él, sonrió y le hizo con dos
dedos el gesto de la paz.
--Tope --dijo, con lo cual se refería a todo.
Abundaban los escaparates de pequeños cafés, y los
olores de comida eran una tortura para Robby. El problema de estar lleno todo el rato era
que se convertía en una adicción. Frenó con la cola frente a una cafetería y pensó
en comprarse otra hamburguesa, pero vio un cigarrillo bajo un banco y se hizo con
él. Encendió el pitillo sin dejar de patinar; no le quitó el hambre, pero lo colocó un
poco. Lo mató por la mitad y se lo metió en la bolsa para más tarde.
Las calles se vaciaban; era ese momento tranquilo
entre el día y la noche en que la gente que trabaja está cenando y los merodeadores se
acaban de despertar. Las sombras se hacían más largas y oscuras, los callejones se
convertían en lugares peligrosos, y los portales, en escondites cavernosos. Robby patinó
unas cuantas manzanas más y luego se detuvo y miró a su alrededor. Los edificios eran de
ladrillo viejo y sucio, de color herrumbre bajo la luz que se desvanecía. Ya no había
tiendas ni restaurantes, sólo un pequeño mercado en la esquina con grandes rejas en las
ventanas. Lo demás eran tiendas industriales cerradas con gruesos postigos. La acera
estaba llena de porquería y basura. Un borracho yacía en un portal. Todo era de lo más
feo, sucio y triste... y estúpido porque hacía que Robby se añorara. ¡Pero entonces
olió el océano! Nunca lo había olido antes, pero supo de todos modos que era el
océano. Levantó la cara e inspiró profundamente; a continuación patinó en la nueva
dirección.
Aparcados junto al bordillo había camiones abollados
y coches abandonados. Las ventanas de los edificios tenían gruesos barrotes o estaban
tapiadas con tableros y tablones. Miró las marcas pintadas en las paredes: algunas le
eran familiares, pero la mayoría no; y muchos significados no eran iguales que en Fresno:
tenían las mismas palabras y señales pero dispuestas de otro modo. Saltó una
alcantarilla, cruzó una calle y, cansado ya de patinar, golpeó con la tabla contra el
bordillo y falló el ollie. Se encontró delante un dibujo con muchos colores,
cuidadosamente pintado en una esquina. Era bonito, pero también amenazador: una marca
territorial, seguro. Se notaba que era vieja, pero nadie se había atrevido a ensuciarla:
significara lo que significara ese perro tigre de dientes de sable, imponía bastante.
Lo estudió y se sintió inseguro: avanzar significaba
entrar en el terreno de alguien, y sin pase ni permiso. Pero el olor del mar pareció
hacerle señas. Torció una esquina y ¡ahí estaba! Frenó con la cola y contempló. Los
ojos se le llenaron de lágrimas, pero las reprimió.
¡Era una mierda!
No había olas rompiendo como había visto en las
películas. El agua estaba silenciosa y triste. Y no había playa, sólo un grasiento
barro negro y pilas de restos podridos, rocas resbaladizas y porquería oxidada. Oscuro y
gris, en la creciente bruma había un embarcadero desvencijado y poco seguro, así como un
almacén viejo y grande con las ventanas rotas.
Robby se dirigió hasta una valla metálica de la que
colgaba un erosionado letrero que advertía: «Edificio en ruinas. No entrar». La malla
estaba separada del poste; se coló por ahí y se dirigió al embarcadero. Los tablones
estaban podridos y faltaban en muchos sitios, y en las hendiduras crecían hierbas. Llegó
hasta el final y se sentó, con las piernas colgando y mirando entre ellas el agua negra y
grasienta en la que flotaba la basura. Vio pasar un viejo neumático cubierto de musgo,
como en uno de esos dibujos animados en que pescas una bota en vez de un pescado. Sacó el
cigarrillo de la bolsa. Las lágrimas le anegaron otra vez los ojos, pero se dijo que
sólo era el humo.
Tenía que haber imaginado que sería así. ¡El
océano estaba tan destrozado y hecho polvo como todo lo demás en ese mundo de mierda!
Las cosas no eran diferentes en otras partes: y si de verdad existían las playas con
arena blanca y olas sería en un paseo con guardias de seguridad que se encargarían de
echar a los chicos. ¡Ése era todo el océano que iba a conseguir!
El sol se puso en algún lugar de la niebla, pero en el horizonte occidental quedaba
un tajo rojo sangre como una herida abierta. Robby permaneció sentado en la oscuridad.
Apuró el cigarrillo hasta quemarse los dedos y luego lo tiró al agua. Produjo un breve
silbido al apagarse. La bruma cada vez más espesa era húmeda y fría, por lo que volvió
a ponerse la camiseta. Deseó tener una botella de la cerveza más bestia del mundo, para
beber hasta perder el conocimiento y así ya no sentiría nada. Se puso de rodillas,
apoyó la cara sobre ellas y, sin razón aparente, lloró.
Un tablón del embarcadero crujió tras él en la
oscuridad, pero no se volvió a mirar. ¿Qué mierda importaba ya? A lo mejor eran los
Perros Tigres, pero le daba igual. Que se acercaran y le dieran una paliza. Puede incluso
que lon mataran. Y puede que eso fuera lo mejor... no tenía ningún sitio más al que ir.
--¿Whitey?
Todo era raro, incluso entonces. Robby se dio la
vuelta y vio al chico más gordo del mundo.
Aparentaba su misma edad, pero debía de pesar tres
veces lo que él. Llevaba una camiseta de camuflaje urbano --blanco, negro y gris-- que le
ceñía los michelines del pecho como una capa de manchas de pintura. Lucía la cintura al
aire; y daba la impresíon de que cubría más él sus vaqueros de lo que los
vaqueros lo cubrían a él.
--Tú no eres Whitey --dijo.
--Pues no --respondió Robby.
El chico podía darle una buena patada en el culo
--muchas veces los tipos gordos eran sorprendentemente fuertes--, pero antes tendría que
atraparlo.
Eso no parecía preocupar al chico. Sonrió un poco
--divertido--, como si fuera un chiste o algo así.
--Tú no eres de ningún sitio de aquí.
--No, joder, Sherlock.
--Pues, ¿de dónde?
--Pues, de la nada --dijo Robby, intentando gruñir--.
¡Soy Panthro de Tercera Tierra, mamón!
El chico gordo volvió a sonreír, y eso preocupó un
poco a Robby. Nadie sonreía cuando lo menospreciabas... a menos que supiera algo que tú
no supieras.
--A mí también me gustan The Thundercats
--dijo el chico--. Pero creo que te pareces más a Mumm-Ra. ¿Quieres que te tumbe al
suelo?
--¿Tú? --bufó Robby--. Lo dudo mucho.
El chico gordo sonrió y mostró unos grandes dientes
blancos, que contrastaron con su cara de ébano. Esto es Animalandia, niño. Aquí no te
va a salvar el culo Lion-o.
El tipo tenía toda la razón, pero Robby no se
inmutó.
--¿A quién llamas niño... niño?
El chico gordo sonrió aún más y habló arrastrando
las palabras con un exagerado acento negro, como el Buckwheat de The Little Rascals.
--Digo las cosas como las veo, Spanky.
Entonces, moviéndose con mucha más rapidez de la
imaginable, agarró el skate de Robby. Robby se incorporó de un salto, con los puños
apretados, pero el chico sólo se dedicó a inspeccionar la tabla como si fuera un
experto. Robby no estaba seguro de qué debía hacer: el tipo no era más alto que él;
pero ¿cómo luchabas con un chico de ese tamaño? ¿A qué podías pegarle que les
hiciera daño? La barriga y la cintura eran tan grandes que era difícil darle en la cara,
y en cualquier otro lugar el golpe rebotaría.
--Tope --dijo el chico gordo--. Whitey tiene
exactamente la misma tabla... Como un universo paralelo, ¿no? --Inspeccionó la suela y
señaló una pegatina--. Skully Brothers. He visto su anuncio en una revista. Son...
--De Fresno --dijo Robby relajando las manos.
--Sí.
El chico gordo le devolvió la tabla; y Robby lo
estudió --la barriga casi le llegaba a las rodillas, y se diría que los muslos se
estorbaban mutuamente--, pero Robby le preguntó de todos modos:
--Patinas, ¿tío?
--Un poco, pero es difícil.
--Sí --dijo Robby--Supongo que sí, cuando uno es
tan... grande.
El chico gordo rió y se palmeó la barriga, que se
sacudió como un saco de gelatina.
--Puedes decir gordo, tío. Vas más rápido. Y la
verdad es que es difícil patinar.
--Oh, sí. Supongo que sí.
--Eso ya lo has dicho. --El chico inspeccionó a Robby
de arriba a abajo--. Te pareces un montón a Whitey.
Robby estaba acostumbrado a los chicos blancos dijeran
esas estupideces, pero un hermano tendría que comportarse mejor. Abrió los brazos.
--Y una mierda me voy a parecer a un whitey.
--Whitey no es un blanco, es negro. Y estilo monada.
--Yo no soy estilo monada, mamón.
El chico gordo rió de nuevo.
--Ahora sí que hablas igual que él.
--Soy más grande de lo que crees.
--Pues yo creo que tienes unos trece años.
--Oh --dijo Robby--. Bueno... ¿y por qué se llama whitey?
--Porque sí... Y ese trapo, ¿para qué es?
--¡Eh!
--Si son los colores de alguien, mejor que te los
quites ya.
Robby meditó un momento. Había una puerta en el lado
del almacén, y los otros --¿los Animales?-- estarían ahí, escuchando. Seguro que le
iban a dar una paliza en cuanto se aburrieran.
--No son los colores de nadie --terminó por
suspirar--. Me corté el brazo ayer. Soy Robby. Grabadlo en mi tumba. ¿Puedo fumarme un
cigarrillo antes de morir?
El chico gordo le lanzó otra sonrisa y luego se sacó
un paquete de Kool de un bolsillo. Enderezó cuidadosamente dos cigarrillos y le tendió
uno a Robby.
--¿Tienes una cerilla?... Y si me dices que no llevas
«desde que se murió Superman» te tiro al agua.
--Sé nadar --dijo Robby, sacando su Bic.
--Se supone que no puedes comer pescado de esta zona
más de dos veces al mes. Así que mejor que te lo pienses, tío.
--Oh --dijo Robby, mirando hacia abajo mientras
encendía el cigarrillo del chico.
--Me llamo Donny --dijo el chico gordo--. Randers
puede enviarte a criar malvas... Si es lo que buscas. --Lo pensó--. Aunque es probable
que prefiera apostar contigo y ganarte la tabla.
Robby no dijo nada; había perdido su otro patín de
ese modo. Echó una calada profunda al Kool, miró otra vez la puerta del almacén
mientras Donny se sentaba en el borde del embarcadero. Al final, se unió al chico gordo.
Permanecieron sentados durante un rato en silencio los dos, fumando y escupiendo al agua.
Donny olía a algo de comida, y el estómago de Robby empezó a resonar.
--Parece que tengas un león suelto --dijo Donny.
--Lo siento.
--Tendrías que oírme a mí cuando tengo hambre.
Bueno, ¿dónde está Fresno, tío?
--Bastante lejos de aquí.
--¿Cómo has llegado a Oaktown?
--En autobús.
--¿Cómo es eso?
--Me he escapado... De la nada. --Robby echó humo y
escupió en el agua--. Y he acabado en un sitio de mala muerte.
Donny alzó una ceja.
--Incluso un sitio de mala muerte es un sitio para
alguien.
--Oh. Sí. Supongo que sí. Lo siento.
Donny se encogió de hombros.
--Kevin ya no tiene casa. Desde que su madre se ha
liado con el crack. Se queda en mi garito a veces. O en el de los otros colegas.
--Es bueno eso de tener amigos --dijo Robby.
--Cuando tienes amigos, el sitio de mala muerte se
convierte en un sitio.
--Eh, ese... perro tigre, ¿es vuestra marca?
--preguntó Robby.
--Sí --dijo Donny--. Las pinto yo. Me gusta pintar
cosas así. Es arte.
--Pues es tope, tío.
--Eso ya lo has dicho.
Robby miró otra vez la puerta. Sabía que era mejor
no preguntar cuántos eran los Animales... ni dónde estaban.
--Bueno, ¿dónde vas a sobar esta noche? --preguntó
Donny.
Robby miró el agua.
--En algún sitio de mala muerte.
--A lo mejor te podemos encontrar algún sitio... Y,
por cierto, estoy solo.
--Oh. ¿No tienes miedo?
--¿De ti? Venga ya.
--¿Cómo sabes que no tengo una pipa?
Donny soltó un gruñido.
--¡No te enrolles!
--¿Porque soy una monada? --preguntó Robby.
--No, porque no tienes ni puta idea de mentir.
Además...
De nuevo, Donny realizó un movimiento rápido; y
Robby se encontró de pronto frente a una pistola, apuntándole a un dedo de su nariz.
--Oh --dijo Robby--. ¿Dónde la tenías?
Donny sonrió y se palmeó la barriga.
--¿Dónde crees?
--¿No es incómodo llevarla ahí debajo?
--Es una Glock. Es casi toda de plástico. Pasa por el
detector de la escuela.
--¡Tope! ¿Me la dejas ver?
--Que no se te caiga al agua.
Donny le dio la pistola; y Robby la examinó con
atención, luego se sacudió su rechoncha barriga.
--Unos pocos kilos más y podría hacerlo.
--Más bien varias veintenas de kilos más --dijo
Donny--. ¡Y ten cuidado con eso, mamón! El seguro no funciona. Por eso me salió barata.
--Oh.
Robby le devolvió la pistola. Donny lanzó el
cigarrillo y lo contempló caer como una luciérnaga roja antes de golpear el agua.
--¿Tienes hambre?
--Sí.
--Casualidad, yo también. Vamos, tronco. Mi madre no
llega hasta pasada la medianoche, y tenemos un montón de cosas para comer. Si te quedas
por ahí, a lo mejor acabas echando un sueñecito para siempre. Weasel se enrolla...
podrías hablar con él antes... pero Whitey y Rix se limitan a obedecer. Y seguro que no
te gustaría encontrarte con Kevin.
--Mmm... ¿Y qué hay de Randers?
--Con ése nunca sabes lo que va a hacer.
--Oh.
Donny se levantó, con lo cual demostró la fuerza que
tenía.
--Bueno, ¿y por qué estabas llorando, Robby? No me
lo has dicho.
Robby se encogió de hombros y señaló.
--Vuestro océano es una mierda.
Donny miró la Bahía. La bruma era demasiado espesa
para que se viera San Francisco, y ni siquiera el puente que la cruzaba.
Donny se puso en marcha lentamente, anadeando y arrastrando por los tablones los
dobladillos de los vaqueros; condujo a Robby hasta el almacén. Salieron a la calle que
había al otro lado, se alejaron una manzana del agua y llegaron a un edificio de tres
plantas. Donny sacó unas llaves de un cordel de cuero que llevaba colgando del cuello.
Abrió la oxidada reja de seguridad y luego la vieja y pesada puerta. El perro tigre
también estaba pintado ahí, lo cual explicaba por qué no había otras marcas. Entraron
en un pasillo sin luz en el que las ratas parecían corretear en todas las direcciones.
--También las tenemos en Fresno --dijo Robby.
--Han nacido para sobrevivir --dijo Donny. Miró el
techo y soltó un taco--: ¡Malditos comemierdas! ¡Siempre mangando las bombillas! Usan
el alambre para limpiar las agujas.
--Sí --dijo Robby--. Eso también lo hacen en Fresno.
Los muchachos subieron un tramo de crujientes
escaleras que olían a cerveza y meado. Una única y pequeño bombilla iluminaba el
pasillo de arriba.
--Ésa no se la han llevado --dijo Robby.
--Ni los comemierdas no son tan idiotas.
A lo mejor era la falta de iluminación, pero a Robby
le pareció que el suelo estaba inclinado... como si el sitio entero se hundiera poco a
poco igual que el Titanic de la película. Las tablas resonaron ruidosamente bajo
sus pies a lo largo de todo el pasillo. Donny sacó de nuevo las llaves y abrió una
puerta revestida de contrachapado y marcada con un perro tigre multicolor. Tenía las
bisagras flojas, y, al abrirla Donny, se deslizó por una muesca que había en el suelo.
Donny le dio a un interruptor y una vieja lámpara de pie dorada se encendió en una
esquina. Robby volvió a sentir nostalgia. Nada era diferente en ningún sitio.
La penumbrosa habitación era también la cocina.
Había además unos muebles ajados --una butaca muy rellena y un sofá que perdía
algodón--, así como un viejo mueble para la televisión. Encima del televisor colgaban
algunas fotos enmarcadas, de Huey Newton con uniforme de Pantera Negra, y otras más
pequeñas, instantáneas. Dos sucias ventanas daban a la calle. Bajo ellas había una cama
deshecha: la de Donny, seguro, por el modo en que estaba hundida. Una puerta abierta
mostraba un diminuto cuarto de baño y otra puerta, cerrada, era probablemente un
dormitorio.
Sin embargo, algo sí que era diferente: contra una
pared había unas estanterías de madera y ladrillos atiborradas de cientos de libros.
Donny cerró la puerta de entrada, se sacó la pistola
de debajo de la barriga y la lanzó sobre la cama.
--Bueno, ¿qué te parece? ¿Es un sitio o no?
--No tiene nada de sitio de mala muerte --dijo Robby.
Dejó la bolsa y el skate y se acercó a las estanterías--. ¡Eh, tío, son libros de
verdad! ¿De dónde los sacas?
--Saldos, casi todos. A dólar el medio kilo. Y la
biblioteca tira un montón.
--¿Te los lees, tío?
--Estoy en ello. --Donny sonrió--. Claro que justo
cuando me pongo al día, nos sueltan otro contenedor lleno.
Robby se acercó al televisor y examinó las fotos.
--Veo que siempre has sido gordo, ¿eh?
--No se puede decir de otra forma --rió Donny. Se
quitó la camiseta y se desplomó en el sofá--. ¿Me sacas los zapatos, tío? Lo puedo
hacer yo, pero si me lo hace alguien...
--Claro. --Robby le sacó las viejas Lugz y luego los
andrajosos calcetines--. ¿Te ves los pies?
--¿Por qué? ¿Les pasa algo?
--No, tío. Están tope. Sólo que me lo preguntaba...
¿Puedo ir al cuarto de baño?
--Levanta el asiento, que mi madre se pone hecha una
furia.
--Me he criado bien.
Donny estaba en la cocina cuando Robby regresó. Una
bombilla más brillante colgaba de un cable sobre la cabeza de Donny; y tenía cierto
aspecto salvaje en casa, con las relucientes llaves en el pecho, como un primitivo collar
de huesos.
--¿Te partes una botella de Panther?
--¡Claro! --dijo Robby--. ¡Eh! ¡Estás preparando
hamburguesas de queso, tío!
--¿No te gustan?
--No veas. --Robby rió --. Siempre que no maltraten a
ningún animal al hacerlas. Llevo todo el día pensando en hamburguesas.
--El universo paralelo, ¿lo ves? Siempre vienen de
dos en dos. La cerveza está en la nevera. Bebe tú el primer trago.
Robby sacó la gran botella.
--¿A tu vieja no le importa que bebas?
--Podría hacer cosas peores. Ninguno de los colegas
no hace otra cosa. ¿Y tú?
--He fumado hierba unas cuantas veces, pero no me
parece que mole tanto como se cree la gente.
--Sí --dijo Donny aplastando la hamburguesa en la
sartén--. Por aquí lo mismo, tío. Los ves en los vídeos de gangsta-rap y
dirías que no eres una mierda si no estás emporrado todo el rato veinticuatro horas por
siete. Pero si estoy colocado no puedo hacer arte.
--¿Te refieres a las marcas y los dibujos?
--Es lo que he dicho.
Robby abrió la botella y se la llevó a los labios.
--¿No te olvidas de algo, tronco?
--Ah, sí... Eh, ¿en el suelo?
--En lo más parecido a la tierra.
Robby vertió un poco de cerveza en el suelo.
--Por todos los colegas muertos.
A continuación, tomó un trago pequeño. Tenía sed,
pero sabía que era mejor no pasarse con el estómago vacío. Donny encendió la cocina y
puso la sartén sobre un fogón.
--Como si estuvieras en tu casa, tronco. Bienvenido a
un sitio en un sitio de mala muerte.
--Gracias.
Robby se quitó la camiseta, las Nike y los
calcetines.
Donny volvió a examinarlo.
--Está claro que tienes un estilo propio. Pero a ti
seguro que te pillan enseguida. Se te notaría. A mí no se me ve nada..
--No me los puedo abrochar ya más. --Robby se
examinó--. Parezco un pastel de chocolate, ¿no?
--¿Y cómo estás gordinflas si vives en la calle?
--Supongo que es que soy nuevo.
--¿No quieres hablar de eso?
Robby tomó otro trago.
--A lo mejor más tarde.
--Saca el queso --dijo Donny--. El ketchup y las otras
mierdas están en la puerta. ¿Sabes cortar una cebolla?
--Claro, tío. ¿Dónde está el cuchillo?
--En el cajón... ¡mamón, que está afilado! ¡No
hagas el burro con él! ¡Que no es la puta Espada de la Profecía!... Bueno, ¿y cómo es
Fresno? ¿Tienen montañas y rollos así?
Robby encontró las cebollas y colocó una sobre el
mostrador.
--Fresno no tiene nada, tío. Nada, en ninguna parte,
cero total. Ni siquiera ninguna playa asquerosa.
Donny colocó las lonchas de queso sobre las
hamburguesas.
--¿Has visto nada bonito viniendo en el autobús?
--Salí ayer de noche. Y tenía mucho sueño. No hay
algo bonito en ningún sitio, tío. Sólo lo que sale por la tele. Y nunca sabes en qué
sitio es.... ¿veis aquí Animal Planet?
--Aquí no hay cable. Somos el único apartamento que
hay en la manzana, y no quieren colocar el cable.
--¿Y una parabólica?
--¿Cuánto tiempo te crees que iba a durar antes que
la mangue alguien?
--Esto es una mierda.
--Los demás colegas tienen cable... Oye. Súbeme los
vaqueros, tengo las manos llenas de grasa... ¿Quieres tener cuidado con ese puto
cuchillo?
--Lo siento.
Robby bebió otro sorbo y continuó cortando la
cebolla.
--¿Tienes lechuga y tomate?
--En la nevera.
--¿Y mostaza y mayonesa?
--Delante de tus narices.
--¡Eh, tienes mostaza Grey Poupon!
--Aquí nos pegamos la gran vida.
--¿Cómo consigues esta mierda de primera, tío?
--Mi vieja trabaja en el Safeway, saca cosas
estropeadas... Date prisa con la cebolla, tronco.
--¡Mierda! ¡Me he cortado!
Donny hizo un ruido exasperado.
--¡Me lo veía venir! ¡No sangres encima, mamón!
¡Usa el papel de cocina!... Mira... Venga, haz el puto favor de salir de la cocina, tío!
Ve a ver la tele o cualquier cosa... Hay cómics debajo de mi cama, por ahí, enciendes la
luz. Llévate la botella, ya tomaré yo luego... ¿Por qué demonios estás llorando
ahora? ¡Sólo es un corte de nada!
--¡No estoy llorando, maldita sea! Es la cebolla,
mamón!
Robby agarró la botella y se dirigió a la cama. Esa
parte de la habitación seguía envuelta en sombras, pero había una lámpara sin pantalla
encima de una caja. Le dio al interruptor y miró sorprendido: toda la pared era una
inmensa marca.
--¡Mierda, tío! --dijo--. ¡Esto es tope del carajo!
--Hago cositas.
Robby retrocedió y contempló la pared.
--No sólo es tope, sino que está tan lejos de lo
tope que la luz tarda diez años en llegar.
--Gracias --dijo Donny, moviendo las hamburguesas con
un tenedor, al tiempo que esquivaba las salpicaduras de grasa.
--Me gustaría hacer un cómic algún día. A lo mejor
incluso una novela gráfica. Sobre chicos como nosotros.... divertida, pero también real.
A lo mejor incluso una película de animación... Algún día.
Robby estudió las imágenes dibujadas. Eran cinco
colegas con skates. Al tamaño natural. Dos eran blancos, y ninguno parecía mayor de
catorce años. Iban sin camiseta, como si fuera verano. Uno de los chicos blancos era
delgado como un coyote y duro como una plancha de metal. El otro era rubio y un poco
gordinflón, con una gran sonrisa. Uno de los colegas negros tenía muchos músculos y una
mirada seria: tenía que ser Randers, decidió Robby. Otro estaba entre regordete y gordo
y se parecía mucho a él: Whitey. El último colega negro era enjuto y nervudo, con una
boca llena de grandes dientes. También había un perro tigre de dientes de sable, así
como el propio Donny sentado al lado. Era como tener una habitación llena de amigos.
--Mierda --volvió a decir Robby--. ¡No sé qué
decir, tío!
--Pues ya lo has dicho. Pero es como una de esos
sitios en que puedes comer sin parar... Tienes que controlarte o te pierdes un montón de
cosas. No se va a mover de aquí hasta que derriben este basurero.
--Sí --asintió Robby, apartando los ojos.
Donny se acercó, llevando dos platos con cuatro
humeantes hamburguesas cubiertas de cosas.
--Hora de papear, tronco.
Robby agarró una hamburguesa y le hincó un buen
mordisco.
--¡Mmmmmm, mierda! ¡Ahora sé que estoy en algún
sitio! --Señaló al dibujo--. Ése es Weasel, ¿verdad? Seguro que es gamberro y pillo.
--No --dijo Donny, sentándose y haciendo crujir la
cama--. Es Kevin. Weasel es el otro blanco.
--Vaya.
Donny bebió un sorbo y eructó.
--Una vez metió una rata en el microondas. ¿Sabes lo
que hacen las palomitas...?
Robby se echó a reír.
--Oh... Bueno, me parece que ya sé quién es
Randers... el del medio. Y veo lo que quieres decir con eso de que nunca sabes lo que va a
hacer... Pero, ¿quién es el colega de los dientes?
--Rix.
--¿Ricks?
--No, R-I-X, tío. Pensaba que estaba puesto en The
Thundercats.
--Lo estoy, pero no he visto todos los episodios ni he
leído todas las historias.
--Espera. --Robby se bajó de la cama y sacó una caja
llena de cómics. Seleccionó uno y pasó las páginas--. Éste es Rix. Mira sus dientes.
Por eso lo llamamos Rix... ¡Y no te sientes encima de mi pistola, mamón! Ya te he dicho
que el seguro no funciona. Ponla en la ventana.
--Oh. Lo siento.
--Bueno, Rix es el jefe de la banda de los Hombres
Topo. Al principio detestan a los Thundercats.... Lo que pasa es que el malvado Mumm-Ra
robaba los diamantes, los rubíes y demás rollos a los Hombres Topo. Pero los engañaba y
les decía que eran los Thundercats. Pero una vez los Thundercats y los Hombres Topo
dejaron de pelear, lo adivinaron todo y echaron al viejo Mumm-Ra.
Robby bebió más cerveza y estudió el cómic.
--Estos Hombres Topo no me parecen muy simpáticos.
¿Queréis tener a uno de esos troncos detrás vuestro?
--A lo mejor por eso los Thundercats les tenían miedo
al principio. Pero son buenos colegas detrás de esos dientes que tienen. Yo me fío de
ellos.
Donny se sentó en la cama, y Robby y él se
concentraron en comer y beber durante un rato.
--¡Joder! --dijo Robby con la boca llena de
hamburguesa--. ¡Cocinas tan bien como dibujas!
--Hago cositas.
Robby terminó su segunda gran hamburguesa y se apoyó
en la pared a los pies del perro tigre. Se desabrochó del todo los vaqueros y se golpeó
la barriga.
--¡Mierda, estoy lleno! ¡Y me siento de puta madre!
--Hay otra litrona en la nevera. ¿Quieres
emborracharte?
--¡Sí, demonios! Y después me puedo morir contento.
Donny arrugó la frente.
--No digas esas mierdas. Ni siquiera en broma. --Miró
por la ventana--. Parece que todo el puto mundo quiere que los chicos como nosotros nos
matemos.
--Sí --asintió Robby--. Te entiendo. Muchas veces
siento eso mismo. Vamos, en la escuela nos dicen: «Vosotros sois el futuro» y todas esas
huevadas, pero en realidad no quieren que salga así.
--Oh, quieren que todo salga bien... sólo quieren que
seamos lo que quieren que seamos si es que llegamos a serlo.
--¿Eh?
--Mañana es el hoy de ayer.
--¿Qué?
--Piensa en eso, tronco. --Donny se acabó la cerveza
y se tumbó junto a Robby--. Si te quieres beber la otra, ve a buscarla. Pon la vacía en
la caja de reciclar... debajo la pila.
--Ahora vengo.
Robby se levantó y se dirigió vacilantemente hasta
la nevera, aguantándose los pantalones con una mano.
--Bueno --dijo Donny cuando Robby volvió--, ¿vas a
contarme la historia ahora? ¿Lo de tu huida del centro juvenil?
--¿Cómo sabes que estaba en un centro?
--Los chicos regordetes siempre tienen viejas
enrolladas. Pero al final algo se tuerce. Y no es difícil adivinar qué. Pero si las
cosas se ponen lo bastante feas como para que te escapes de ella, entonces sí que
adelgazas. No has estado en la cárcel. En esos sitios dan una mierda de comida. --Donny
señaló el retrato de Weasel.-- Él estuvo en uno de esos centros juveniles una
temporada. Lo alimentaron con un montón de mierda barata llena de fécula. Te hincha y te
deja atontado. --Palmeó la barriga de Robby--. Y te llena de grasa a la velocidad de la
luz.
--Eres un buen detective --dijo Robby--. Como Sherlock
Holmes... Vive al otro lado del océano, en Inglaterra.
Donny sonrió.
--Sí. Pero eso es porque los chicos gordos miramos
mucho a la gente. A lo mejor lo descubres algún día.
Robby abrió la botella y derramó un poco en el
suelo.
--Por todos los colegas muertos.
Bebió un gran trago y se la pasó a Donny antes de
sentarse.
--No hay mucho más que contar, ya que lo sabes todo.
Mis viejos tenían buenos trabajos hace unos años. Y mi vieja pensaba que los niños
regordetes no se meten tanto en problemas.
--No suelen meterse.
--Me gusta ser gordo. Es como... simpático. La mierda
es lo de ser una monada.
--Porque se supone que no es algo negro, ¿no?
--No, no parece que lo sea.
--Eso es una gilipollez, tío.
--Supongo. --Robby miró la pared--. Todos esos
colegas son guapos, incluso Randers. Pero también son tope... Pero, nada es una
gilipollez si lo vives.
--Bueno --dijo Donny--. Si te vas a sentir mejor,
puedes ponerte más gordo, pero no te vas a poner más guapo. A partir de aquí todo es
cuesta abajo hasta lo malo. Como una cloaca que va al océano y lo llena de mierda.
--No quiero ser malo --dijo Robby--. La verdad...
bueno... la verdad es que sólo quiero ser... Mmm... suena idiota, ¿verdad?
--Para mí, tiene todo el sentido del mundo, tío.
--Oh. Bueno, a lo mejor le doy más vueltas. Y
también al otro rollo... eso de «Hoy es siempre algo en algún lugar para alguien».
--Robby se tumbó junto a Donny y agarró la botella--. En cualquier caso, a mi viejo lo
echaron y no pudo encontrar otro trabajo. Entonces mis viejos empezaron a pelearse todo el
tiempo. Por dinero, casi siempre. Y luego mi viejo se largó. Y mi vieja tuvo que ponerse
a trabajar en dos sitios para pagar el alquiler y alimentarme. --Robby suspiró y
bebió--. Supongo que ella no lo pudo aguantar más... A lo mejor le pasó lo mismo a la
vieja de Kevin.
--Lo siento, tío --dijo Donny.
--Sí... El caso es que los chupaperros de la
Asistencia Social me pusieron en un hogar para «chicos de riesgo». Pero nada es un
«hogar» si te tienen encerrado dentro.
--Muy bueno.
--Gracias. --Robby bebió otra vez y le devolvió la
botella a Donny--. ¡Ni siquiera no tenían ni cable! Pero supongo que no pensaron que
estaba tan desesperado como para saltar por una ventana.
--¿Cerrada?
--Sí. --Robby se tocó el trapo del brazo--. Así me
lo hice. --Se encogió de hombros--. Así que aquí estoy, tío. Con un billete de ida a
ningún sitio. Oye, tronco, ¿me invitas a otro pito?
--Claro. --Donny sacó el paquete de Kools--. Como los
animales que se arrancan la pata a mordiscos para escapar de la trampa.
--Sí. Supongo que sí. --Robby encendió los dos
cigarrillos y echó una bocanada de humo--. ¿Crees que he sido idiota?
--No creo que querer ser libre sea nunca idiota, tío.
Ni tampoco querer ser... ¿Te echo un vistazo a eso? Tengo agua oxigenada y vendas de
verdad en el cuarto de baño. A veces curo a los colegas. Una vez incluso le saqué una
bala a Rix.
--A lo mejor después. Está hecho una guarrada. Y la
tela se ha pegado.
--Después estaré borracho.
--Y yo también. Así no me dolerá tanto. --Robby
señaló la bolsa junto a la puerta--. ¡Me quitaron mi ropa en esa jaula de mierda!
Decían que los vaqueros baggy eran una mala influencia... ¡Les preocupaba más la
gente por fuera que lo que eran por dentro! ¡Mierda! ¿No me podían dar otros pantalones
más pequeños? ¿Y otra camiseta y dos pares de calcetines?
Donny hizo un círculo de humo perfecto.
--Bueno, ¿y por qué has venido a Oaktown, Robby?
--¿Eh? Oh. En realidad, iba a San Francisco. Quería
vivir en la playa. Como lo que ves en la tele.
--Oh. En la playa no hay cable, tío.
--En la playa no me hace falta el cable... Hmm,
¿crees que hay sitios así de verdad?
--En algún sitio a lo mejor. Pero seguro que no es
éste. --Donny lanzó otro círculo--. Puedes quedarte aquí, tío. Mi madre se enrolla. Y
ya has visto que tenemos mogollón de comida. Mañana te presento a Randers. Al principio
parece bastante puta, pero por dentro es blando como tu barriga. Sólo que no lo muestra,
eso es todo. Ya nos inventaremos algo acerca de ti. --Sonrió--. Y Whitey tiene demasiada
ropa.
--Gracias, tío --dijo Robby--. Este sitio es tope.
Aunque tengáis una playa de mierda. --Bebió y luego vaciló, mirando la pared--. Eh...
¿crees que podría estar también en ese graffiti?
Donny sonrió.
--Si sigues con tu estilo, sí.
--Gracias, tío.
--Ya lo has dicho.
Robby pasó la botella y miró a su alrededor. Apoyado
contra la pared, junto a la cama, había un skate muy currado. Era bueno, no una plancha
de poser; era evidente que le habían daño mucha caña, pero estaba lleno de
polvo.
--Bueno, ¿y ésa es tu tabla, Donny?
Donny echó un trago largo antes de responder.
--No. Era de un colega que se llamaba Duncan.
--¿Se consiguió otra nueva?
--Se mató, tío.
--Oh... Mmm... ¿por eso no está en el dibujo?
Donny suspiró.
--No. No se quedó lo bastante como para salir en el
dibujo... Es raro, porque vivió aquí toda su vida. --Miró por la ventana--. Saltó del
tejado de ese almacén. El que está al lado del embarcadero donde te he encontrado. Hace
unos seis meses. Encontré su tabla en las rocas. Cuando se fueron los polis. --Donny
echó otro trago--. Es raro, pero pienso que intentó llevársela con él... Bajo algunas
noches... me siento, fumo y escupo al agua. Tampoco estoy seguro de la razón.
--Lo siento, tío --dijo Robby--. Mmmm... ¿vas a
llorar?
--No. Es sólo la cebolla. --Donny echó otro trago--.
Supongo que también quería encontrar una playa... Al menos, una mejor que la que
tenemos.
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