JUAN GOYTISOLO
Introducción
Los dos textos que presentamos a continuación están tomados de Las semanas del
jardín. Un círculo de lectores (Madrid, Alfaguara, 1997), en la que veintiocho
narradores -uno por cada letra del alfabeto árabe- se reúnen a lo largo de tres semanas
en un jardín para contar la historia de Eusebio, un poeta arrestado en los primeros días
de la Guerra Civil española. Amigo de García Lorca y su círculo, Eusebio huyó al norte
de África, donde, según algunas versiones, fue encarcelado por Falange en uno de sus
centros de instrucción; según uno de los narradores, los falangistas le proporcionaron
una nueva identidad. Cada uno de los veintiocho narradores nos brinda sus propias
impresiones del poeta y su entorno; algunas coinciden, otras dicen lo contrario: ¿fue
Eusebio víctima de un lavado de cerebro o un traidor?, ¿fue un santo?, ¿fue todo lo que
se dice de él? Al lector se le ofrece una imaginativa exploración de las posibilidades.
Como anuncia uno de los miembros del círculo en el primer capítulo:
. . . nuestro
Círculo creó estas Semanas del jardín en el
respeto absoluto de la
inventiva de todos sus miembros.
Aunque los diferentes
esquemas y la educación literaria
dispar de los
narradores suscitaran una poderosa corriente
centífuga, la
convención temática de ceñirse al personaje
de Eusebio hacía las
veces de contrapeso. Como secretario
y anónimo escribano
del Círculo . . . mi papel se redujo a la
estructuración de lo
que algún crítico de vanguardia llamaría
«hipertexto», de
acuerdo con la nómina de lecturas en
nuestras reuniones
estivales en el jardín.
A continuación «Ja», de la primera semana, y «Raín», de la segunda.
JA
«Eres
Eugenio Asensio, has nacido de nuevo, cambiado de nombre y, para bien de España, de tu
anterior y maleada personalidad.» El camarada Basilio le sonreía con el aplomo y firmeza
que le otorgaba el cargo. Vestía el uniforme de la Falange: boina roja, botas, camisa
azul con el yugo y las flechas. Le había convocado a su despacho y, por primera vez desde
los acontecimientos, alguien se dirigía a él, si no con afecto, al menos con
cordialidad.
«La intervención de tu cuñado te
salvó por los pelos de ir a la huesa: figurabas en la lista de rojos a quienes había que
fusilar. Tu hermana, la pobre, lloraba como una descosida, suplicaba y suplicaba hasta que
el marido cedió. Fue cuando te sacaron del garaje en donde te apretujabas con los
destinados a dar el paseo, esposado y con los ojos vendados para despistar al oficial de
guardia que no estaba en el juego. No puedes imaginar si quiera a qué estratagemas
recurrieron y a cuantas dificultades se enfrentaron los amigos de tu familia para
escamotearte de Melilla sano y salvo y traerte hasta aquí. Te evitaron así la suerte de
Federico, al fin y al cabo un buen chico, engañado como tú por los politicastros e
intelectuales resentidos y estériles a sueldo de la Antiespaña. Ahora estás en puerto
seguro y vamos a cumplir lo pactado. Olvida del todo quien fuiste, tu vergonzosa
inclinación a mojamés y gañanes, malas amistades, ideas torcidas. Mis camaradas y yo
velaremos en adelante para que seas un hombre entero, vistas el uniforme expresivo de
nuestro afán ecuménico y combativo, fortalezcas tu cuerpo y espíritu, abraces los
valores consubstanciales con la patria forjada a costa del sacrificio y sangre de los
mártires. Mira tu nueva documentación: las fechas no han cambiado, pero el lugar de
origen sí. Naciste en Canarias, como el Movimiento Salvador. Tu nombre es Eugenio Asensio
García. Eugenio, porque como escribe una de las lumbreras de nuestro pensamiento con el
rigor y lucidez que le caracterizan, el saneamiento y regeneración eugenésica de un
pueblo exige que se actúe sobre la totalidad de los individuos que lo constituyen, a fin
de crear una casta étnicamente mejorada, moralmente robusta, vigorosa en el alma. Una
eugenesia que libere a los seres dañados de sus taras y los devuelva, mediante la higiene
física y mental adecuada, a la incubadora que los haga germinar y florecer como en un
vivero, acorazados contra la corrupción del medio ambiente, en el depósito sagrado de
los principios que alientan nuestra Cruzada.
»Sé
cuanto significa para ti cortar los lazos con una persona de la calidad y capacidad de
amor de tu hermana. Ella llora también pero se siente feliz y agradecida a su marido. Le
ha jurado que no intentará ponerse en contacto contigo y yo me ocuparé en informarla de
tus pasos en el camino de la curación. Ahora vivirás entre hombres, jefes y escuadristas
de la Falange, resueltos a modelar sus vidas conforme al ejemplo de su Fundador. Aquí no
caben escrúpulos de conciencia de leidis inglesas ni mojigaterías: no estás en un
convento de ursulinas. El amaneramiento de los santurrones e hipócritas no va con
nosotros. Nuestra vida es obediencia, disciplina, milicia: militarización de la escuela,
de la Universidad, de la fábrica, del taller, de todos los ámbitos sociales. No buscamos
recompensa alguna, ni la Laureada ni la Medalla de Sufrimiento por la Patria. La
jerarquía se funda en el mérito, la abnegación y el arrojo al servicio de España.
Junto a mí, a Veremundo y los jefes de escuadra, aprenderás las virtudes viriles, el
anhelo de perfección de los filósofos griegos y artistas germanos. A la hora de trabajar
y cumplir, a trabajar y cumplir como el que más; a la hora de divertirse, bureo y cerveza
rubia, a disfrutar y dar satisfacción al cuerpo. No te obligaremos a ir de putas si
vacilas aún y su trato te asusta. Pero te inculcaremos poco a poco gustos y ensueños
nobles. La camaradería entre varones excluye toda forma de beatería.
»Deja las lecturas malsanas y
embébete en la prosa recia de José Antonio, en los ensayos de Ramiro de Maeztu, Onésimo
Redondo y Ledesma Ramos. Hay que elegir entre el abismo y la cima, la anarquía y el ideal
renacentista del poeta-soldado. Tus mentores bohemio-intelectualoides difunden un arte
onanista y castrado: el dibujo abstracto, el drama del adulterio, la poesía afeminada y
cursi, la novela incitativa a la lucha de clases. Frutos insípidos o malolientes que se
deshacen entre las manos como manzanas podridas. Quien descuida la verdad y rehusa la
savia de nuestra esencia pierde la belleza, invierte la escala de valores, destruye su
obra, malgasta el ingenio, amarga su vida.
»Aquí
tengo una carta de tu hermana, y por su admirable generosidad y la grandeza de alma que la
inspira, haré una excepción a lo convenido, te leeré un párrafo: 'dile que procure ser
feliz y se adapte a su nuevo estado. Yo le guardo presente en el recuerdo pero comprendo
la necesidad de que rehaga su vida lejos de mí. La gratitud que debo a Dios y a mi marido
compensa el dolor de su ausencia. ¡Quiera el Señor que alcance a verle el día en que la
paz reine y pueda estrecharle, como en su niñez, entre mis brazos!"»
Basilio archivó la carta en su expediente y, tras un meditativo silencio, le
invitó a incorporarse de su asiento y a mirar con él a través de la ventana: una
centuria de mozos apuestos y enérgicos, de traza airosa y aspecto sano, marcaban el paso
marcialmente de acuerdo con el silbato y las órdenes de Veremundo, uno dos, uno dos,
derecha, izquierda, media vuelta, alto, para cuadrarse al fin y entonar el Cara al sol antes
de romper filas y dispersarse alegres y bulliciosos por el patio, con una espontaneidad y
camaradería que le calentó el corazón.
RAÍN
Iluminación viscontiana
del fin de Veremundo y Basilio
Como
muchos jóvenes de mi generación, mi educación ha sido más cinematográfica que
literaria. Me gusta ver traducida en imágenes las páginas de mis novelas preferidas,
presenciar escenas dramáticas, contemplar toda la gama de emociones del alma humana en el
rostro de los protagonistas. Por dicha razón, me aburren soberanamente las obras
difícilmente adaptables a la pantalla tipo Joyce, Céline, Thomas Bernhard o ese conde
don Julián sobre el que tantas y tan cargantes tesis se han escrito.
El relato de mi colega del proceso político montado en abril de 1937 contra los
dirigentes falangistas amigos de Eugenio, proceso favorecido por las prácticas sexuales
de los acusados y sus ritos de «iniciación en la virilidad», resucitó mi memoria
adolescente de un viejo filme de Visconti acerca de lo acaecido en la misma década a los
jefes nazis de los 5. A.
Con objeto de reconstruir los
hechos, evocados de forma tangencial en el informe del S.I.M. y el testimonio arrancado
abusivamente al desdichado poeta objeto de nuestras pesquisas, consulté los documentos
accesibles al público del Archivo provincial granadino, así como los que fueron
transferidos a Madrid en la posguerra sin dar con el expediente militar referente al
juicio sumarísimo, probablemente destruido por los propios servicios informativos a fin
de borrar las huellas del poco edificante caso. Lo único que obtuve en mis entrevistas
con media docena de Camisas Viejas hoy casi octogenarios fueron tres fotos de los acusados
y una carta manuscrita de Basilio a un anónimo alférez provisional. Uno de los ex
jóvenes de la centuria me precisó la fecha exacta de los hechos, el 11 de mayo de 1937,
y algunas circunstancias de la caída de sus jefes en aquella emboscada mortal.
¿Habían
conspirado contra el decreto, inspirado por Franco, de la unificación de la Falange y las
JONS con los componentes monárquicos y tradicionalistas del Movimiento? Probablemente si,
me dijo. Basilio y Veremundo eran falangistas puros y duros: consideraban tal frisión un
monstruoso engendro, contrario a los ideales y aspiraciones joseantonianos. Desde hacía
varias semanas estaban en el punto de mira de los agentes del S.I.M. y éstos acechaban la
oportunidad de atraparles con las manos en las nalgas. Uno de los adolescentes del grupo,
chivato de los servicios de información, les comunicó el día y la hora de sus
ceremonias iniciáticas. Un fuerte dispositivo de seguridad cercó de madrugada el
edificio de la escuela e irrumpió en los aposentos privados de sus jefes con ráfagas de
metralla.
Un Camisa Vieja con quien
platiqué conserva un retrato del fundador de la Falange, con unas líneas manuscritas de
Basilio: «José Antonio, silente y señero profesor de ausencia». Me pasó también
cuatro versos autógrafos de un poeta tangerino, de quien no recordaba el nombre,
dedicados a Veremundo:
¡Dios empuja hacia lo alto!
¡Arriba ya sin remedio!
¡Por encima de las nubes!
!A la luna! ¡A los luceros!
Otro me citó unos versos del Mártir, aprendidos de memoria de labios de
Basilio:
¡Era un himno triunfal que nubes y olas
con su música fiera
cantaban a las naves españolas,
embajadoras de La Raza Ibera!
Conseguí varias hojas escritas a máquina, con citas de pensamientos y frases
que servían de punto de partida a glosas y comentarios doctrinales:
¡Camisa azul, signo categórico y emblemático:
traje afirmador y agresivo, sublimemente totalitario!
EI Yugo y las Flechas, encarnación del
ímpetu valeroso y audaz, juvenil y altivo,
capaz de revivir La patria española, crisol
de la fe y el espiritualismo.
El retrato de Basilio, con
botas y uniforme de Falange, pero destocado y con el cabello revuelto, muestra a un joven
rubio y apuesto que abomba el pecho y exhibe orgulloso una sonrisa de dientes regulares y
blancos. Aparenta una treintena de años -nació, según el registro parroquial de Baza,
en 1903 - y manifiesta un aire de confianza en el futuro que el zumbido y furor de
aquellos años se encargaría muy pronto de desmentir.
El
de Veremundo, es una simple y brumosa foto de carné. Me pasaron también otra
instantánea suya, apiñado con los mozos de su centuria, como un entrenador con su equipo
de fútbol.
Son las únicas pruebas materiales que reuní. Las noticas dispersas sobre el
asalto a la escuela de formación de Falange pecan de inciertas e incurren en
contradicciones y anacronismos flagrantes. ¿Hubo un intento de resistencia y un
intercambio de disparos, conforme sostiene uno de los entrevistados? ¿Murió Veremundo
con su Star en la mano, como afirma otro Camisa Vieja?
¿Fueron acribillados a balazos en el mismo escenario de sus orgías?
En el brete de redactar el cuento o capitulo convenidos para estas apacibles
semanas en el jardín acudió súbitamente en mi ayuda el filme de Visconti al que antes
me referí.
(«La literatura es el medio de difusión más rápido y fácil de los corruptores
de nuestra pureza secular. La nueva España tiene la misión de quemar y destruir lo que
la envenena. El espectáculo de las hogueras de libros masónicos, comunistas y judíos es
altamente educativo y catártico.»
Estas líneas que cito de memoria, obra de uno de los intelectuales adictos al
Movimiento, bailaban en mi cabeza acompañadas de la música enardecedora de El
crepúsculo de los dioses.)
Encuadremos la escena: Basilio
acaba de brindar por el triunfo de los ideales joseantonianos y la camisa azul de los
héroes -¡cinco flechas de luz!- caídos en la Cruzada. Comparte el vaso con uno de los
muchachos y pronto se aúnan labios y hálitos. Desnudos de cintura para arriba, se palpan
y tantean. La gramola de Veremundo vocea aguardentosa el Cara al sol y Yo tenía
un camarada. En la penumbra distingo a jóvenes rubios, de pecho liso y sin vello,
pero tocados con la boina de Falange. Uno de ellos oficia de escanciador y llena
continuamente los vasos. Escucho la confusa alocución de Basilio sobre la síntesis de
épica y lirismo, ardor viril y pureza de estilo cifrados en el ideal teutónico y griego:
«erectos y nobles como espigas, prestos a sacrificar la vida frente a la hez plebeya de
una España prostituida y sin alma». Cuando prende la mecha en las velas, las escasas
luces se apagan. Ahora vislumbro apenas miembros promiscuos, trabados cuerpo a cuerpo en
literas y catres. El gramófono enronquece las voces aguerridas que exaltan la muerte,
ajenas del todo a la inminencia de su llegada. «La tienes muy maja, y los compañones
bien puestos», dice Basilio. «Conmigo no valen mariconadas ni puterío, estamos entre
hombres valientes y enteros.» Los compases y letra Yo tenía un camarada / entre todos
el mejor / los dos juntos caminábamos / los dos juntos avanzábamos / al redoble del
tambor cubren abrazos, coyundas, arengas alcohólicas. Son las dos de la madrugada, la
cita inexorable con la pelona.
No
me preguntéis por la carnicería. Ignoro cómo acaeció y Visconti la abrevió en una
secuencia rápida. Los supuestos cabecillas de la conspiración, ¿murieron allí o fueron
ejecutados poco después, con o sin juicio? Nadie me pudo responder de forma clara y
fidedigna. En el escenario de la saturnal con los bardajes se mezclaban el vino y la
sangre. Entre los documentos salvados del asalto figura probablemente la carta de Eusebio
fechada en Sevilla que nuestro colector aleixandrista nos leyó en este amable y fingido
jardín durante la primera semana.
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