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índex     noviembre - diciembre 2001  num 27

Barcelona,
mujeres poetas (2)


ROSA LENTINI

      
       
 
Rosa Lentini (Barcelona, 1957) es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona. Miembro fundador de las revistas de poesía Asimetría (1986-1988) y Hora de Poesía (1979-1995), fue, además, directora de esta última, en la que tradujo a numerosos autores y realizó varias antologías. Actualmente es editora y directora, junto a Ricardo Cano Gaviria, de Ediciones Igitur. Ha traducido, en colaboración con Susan Schreibman, Siete poetas norteamericanas actuales (1991, 1992), El ladrón de Talan, de Pierre Reverdy (1997) y, en colaboración con Cano Gaviria, Satán dice, de Sharon Olds. Ha publicado los poemarios La noche es una voz soñada (1994) y El sur hacia mí (2001), además de las plaquettes Leyendo a Alejandra Pizarnik (1999), Cuaderno de Egipto (2000) e Intermedio (2001). Como seleccionadora es responsable de una antología de Carlos Edmundo de Ory (2001), y como traductora y seleccionadora, de otras dos, de los poetas catalanes Joan Perucho y Rosa Leveroni (2000). Sus poemas han sido incluidos en diversas antologías, y también en libros de homenaje a poetas como Alberti, Goytisolo o Eugènio de Andrade; una serie de los mismos acaba de ser publicada en italiano. Seguidamente ofrecemos una selección de El sur hacia mí, su último poemario.

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      LOS DOS SUEÑOS


      Un haz frente a la costa
      y un fuego que arde en el espejo,
      ambos guardan los recuerdos:
      el primero enturbia el viento que encrespa
      al mar contra las calles nocturnas,
      región de plegarias susurradas
      por nuestros ahogados,
      sueño de vastedades y caídas
      con anhelos de escapar o dolerse,
      callado como un buril puliendo la arena.
      El otro se nutre de un mar de cera, y arde.
      Rápido en borrar huellas,
      el mar hubiera envuelto el labio en su frío
      si en otra noche, con otra sal en la piel
      escociendo furiosa, hubiera suplantado los recuerdos
      en una de sus mareas.
      Para luego entregarse a ti sobre todos ellos,
      al dormir las memorias
      en la arena, o aún en la ceniza.
      El mar antepasado,
      moviéndose en su rutina,
      sin gaviotas volviendo a casa,
      sin misiones de encendidas preguntas,
      la ola en su paso sobre la ola,
      llevaría o traería un murmullo de gente,
      rostros radiantes dejados atrás,
      cuerpos en un mundo oscuro,
      sin latidos de ausencia
      en lo definitivo del adiós.
      Con el tiempo, el suelo seca
      las voces vírgenes o recónditas
      que nos contestan raspando las estrellas
      con sus lenguas que la luna platea;
      y bajo el palio de este cielo
      pasa el viento la página
      del centenario libro de registros,
      al que acudimos una y otra vez
      en busca de nuestros nombres.
       
       
      SUEÑOS DESDE EL SÓTANO


      Soy ese hombre que trabaja acuciado
      temiendo un corte de luz,
      pues afuera la tormenta arrecia.
      Con el deshielo reciente ya es tarde para salir,
      la calle se ha vuelto una riera
      que no se consigue atravesar en coche.
      A pie, al pasar bajo un árbol,
      una rama se desprende y choca.
      Al desvanecerme soy esa mujer
      en un sótano, con un marido,
      de rasgos familiares y una hija.
      Cuando el hombre dice: "Coge a la niña
      y sube con ella hacia la luz"
      empezamos el ascenso, aunque en la mitad de la escalera
      un elemento extraño nos detiene:
      una casa de muñecas, el encuentro más presente,
      y entonces alguien murmura mi nombre y me despierta.
      ¿Qué ocurre si, como en el sueño,
      invitados a ir hacia no hay dónde,
      lo que vemos al final no es
      el resumen de nuestra vida,
      pasando velozmente por nuestro cerebro,
      sino el mosaico completado de otra vida posible,
      el cuadro final de las ausencias,
      los probables que se rozaron,
      los aún no interrumpidos
      asegurando su residencia?


       
      SUEÑOS DESDE ARRIBA


      Desde la cocina se oían las ondulaciones
      del agua, los chapoteos, las caídas
      de objetos sumergiéndose.
      En la buhardilla trató de salir por la ventana,
      en donde las siluetas de los que corrían
      al encuentro de sus parientes heridos en el hospital brillaban.
      Patrullas y coches aglomerándose,
      y todo sucediendo en completo silencio,
      como si el aire mismo estuviera
      a punto de dar una respuesta.
      El paisaje destilaba un olor
      a árbol que no penetrábamos,
      ausentes, las palabras
      se combaban como raíces celestes.
      Un chasquido la lanzó por la cristalera,
      más real que una pesa que zozobra
      sin conseguir llegar hasta abajo.
      El abajo era otro lugar que pasó
      por sus oídos durante el día.
      Con los pies apoyándose en el vacío,
      incluso allí temblaba muda la memoria
      como una reclusa huida
      a la que en vano se llama.
       
       
      TSUNAMI


      I


      Espera, espacio al que nacemos,
      codicia de las aguas que al prevenirnos
      nos obliga a imitar las ciudades
      que erigen muros de contención
      y puentes cruzando esos muros
      aún después de largos años de calma.
      El cálido sur hacia mí
      impone esa barrera
      y el sur-a-mi o la devastación
      que arrastra la quietud.
      Diez metros de piedras levantadas
      no nos protegerán.
      En fila india para morir.
       
      II


      El tsunami acerca peces a la tristeza
      y fija tres palabras: el mar mortal.
      Casas, personas, animales y aceras
      son vacío.
      Se deja de sostener una mano
      y los sueños que aún la significan
      desean aclimatarla a la temperatura de la vena.
      Tsunami, suspiro del agua,
      de urgencia y desolación
      el primer sueño antes del desorden,
      viaje alterado.
      Más tarde en callejones y pasajes,
      en casas derruidas, bajo las piedras
      y las lenguas se impulsa un lento viaje:
      la fusión íntima con la noche, un descanso.
      Despobladas lágrimas donde los peces son más fríos
      y el pesar anima el cerco,
      como un hueco deja intacta la transparencia
      de la mano que no conseguimos despedir.
      

  © Rosa Lentini, 2001


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  número 27  noviembre - diciembre 2001 

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