Barcelona,
mujeres poetas (2)
ROSA LENTINI
Rosa Lentini (Barcelona, 1957) es licenciada en Filología
Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona. Miembro fundador de las revistas de
poesía Asimetría (1986-1988) y Hora de Poesía (1979-1995), fue, además,
directora de esta última, en la que tradujo a numerosos autores y realizó varias
antologías. Actualmente es editora y directora, junto a Ricardo Cano Gaviria, de Ediciones
Igitur. Ha traducido, en colaboración con Susan Schreibman, Siete poetas
norteamericanas actuales (1991, 1992), El ladrón de Talan, de Pierre Reverdy
(1997) y, en colaboración con Cano Gaviria, Satán dice, de Sharon Olds. Ha
publicado los poemarios La noche es una voz soñada (1994) y El sur hacia mí
(2001), además de las plaquettes Leyendo a Alejandra Pizarnik (1999), Cuaderno
de Egipto (2000) e Intermedio (2001). Como seleccionadora es responsable de una
antología de Carlos Edmundo de Ory (2001), y como traductora y seleccionadora, de otras
dos, de los poetas catalanes Joan Perucho y Rosa Leveroni (2000). Sus poemas han sido
incluidos en diversas antologías, y también en libros de homenaje a poetas como Alberti,
Goytisolo o Eugènio de Andrade; una serie de los mismos acaba de ser publicada en
italiano. Seguidamente ofrecemos una selección de El sur hacia mí, su último
poemario.
LOS DOS SUEÑOS
Un haz frente a la costa
y un fuego que arde en el espejo,
ambos guardan los recuerdos:
el primero enturbia el viento que
encrespa
al mar contra las calles nocturnas,
región de plegarias susurradas
por nuestros ahogados,
sueño de vastedades y caídas
con anhelos de escapar o dolerse,
callado como un buril puliendo la
arena.
El otro se nutre de un mar de cera, y
arde.
Rápido en borrar huellas,
el mar hubiera envuelto el labio en su
frío
si en otra noche, con otra sal en la
piel
escociendo furiosa, hubiera suplantado
los recuerdos
en una de sus mareas.
Para luego entregarse a ti sobre todos
ellos,
al dormir las memorias
en la arena, o aún en la ceniza.
El mar antepasado,
moviéndose en su rutina,
sin gaviotas volviendo a casa,
sin misiones de encendidas preguntas,
la ola en su paso sobre la ola,
llevaría o traería un murmullo de
gente,
rostros radiantes dejados atrás,
cuerpos en un mundo oscuro,
sin latidos de ausencia
en lo definitivo del adiós.
Con el tiempo, el suelo seca
las voces vírgenes o recónditas
que nos contestan raspando las
estrellas
con sus lenguas que la luna platea;
y bajo el palio de este cielo
pasa el viento la página
del centenario libro de registros,
al que acudimos una y otra vez
en busca de nuestros nombres.
SUEÑOS DESDE EL SÓTANO
Soy ese hombre que trabaja acuciado
temiendo un corte de luz,
pues afuera la tormenta arrecia.
Con el deshielo reciente ya es tarde
para salir,
la calle se ha vuelto una riera
que no se consigue atravesar en coche.
A pie, al pasar bajo un árbol,
una rama se desprende y choca.
Al desvanecerme soy esa mujer
en un sótano, con un marido,
de rasgos familiares y una hija.
Cuando el hombre dice: "Coge a la
niña
y sube con ella hacia la luz"
empezamos el ascenso, aunque en la
mitad de la escalera
un elemento extraño nos detiene:
una casa de muñecas, el encuentro más
presente,
y entonces alguien murmura mi nombre y
me despierta.
¿Qué ocurre si, como en el sueño,
invitados a ir hacia no hay dónde,
lo que vemos al final no es
el resumen de nuestra vida,
pasando velozmente por nuestro cerebro,
sino el mosaico completado de otra vida
posible,
el cuadro final de las ausencias,
los probables que se rozaron,
los aún no interrumpidos
asegurando su residencia?
SUEÑOS DESDE ARRIBA
Desde la cocina se oían las
ondulaciones
del agua, los chapoteos, las caídas
de objetos sumergiéndose.
En la buhardilla trató de salir por la
ventana,
en donde las siluetas de los que
corrían
al encuentro de sus parientes heridos
en el hospital brillaban.
Patrullas y coches aglomerándose,
y todo sucediendo en completo silencio,
como si el aire mismo estuviera
a punto de dar una respuesta.
El paisaje destilaba un olor
a árbol que no penetrábamos,
ausentes, las palabras
se combaban como raíces celestes.
Un chasquido la lanzó por la
cristalera,
más real que una pesa que zozobra
sin conseguir llegar hasta abajo.
El abajo era otro lugar que pasó
por sus oídos durante el día.
Con los pies apoyándose en el vacío,
incluso allí temblaba muda la memoria
como una reclusa huida
a la que en vano se llama.
TSUNAMI
I
Espera, espacio al que nacemos,
codicia de las aguas que al prevenirnos
nos obliga a imitar las ciudades
que erigen muros de contención
y puentes cruzando esos muros
aún después de largos años de calma.
El cálido sur hacia mí
impone esa barrera
y el sur-a-mi o la devastación
que arrastra la quietud.
Diez metros de piedras levantadas
no nos protegerán.
En fila india para morir.
II
El tsunami acerca peces a la tristeza
y fija tres palabras: el mar mortal.
Casas, personas, animales y aceras
son vacío.
Se deja de sostener una mano
y los sueños que aún la significan
desean aclimatarla a la temperatura de
la vena.
Tsunami, suspiro del agua,
de urgencia y desolación
el primer sueño antes del desorden,
viaje alterado.
Más tarde en callejones y pasajes,
en casas derruidas, bajo las piedras
y las lenguas se impulsa un lento
viaje:
la fusión íntima con la noche, un
descanso.
Despobladas lágrimas donde los peces
son más fríos
y el pesar anima el cerco,
como un hueco deja intacta la
transparencia
de la mano que no conseguimos despedir.
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