Dos cuentos de
Wyoming
Barry Gifford
traducción de Luis Murillo Fort
Vendas
De jovencita yo era muy tímida, hasta tal
punto que resultaba doloroso. En el colegio, cuando tenía que salir de mi cuarto para ir
a clase, a veces me ponía literalmente enferma. La sola idea de tener que ver gente, o de
que me vieran a mí, de hablar con ellos, me ponía enferma. Creo que por eso tuve todos
aquellos eccemas. Era de los nervios. Si estaba enferma podía quedarme a solas, envuelta
en vendas. Así la gente me dejaba en paz.
¿Y no te sentías muy sola?
No mucho. Me gustaba leer y escuchar la radio y
soñar despierta. No necesitaba dormir para entrar en otro mundo donde no tuviese miedo de
conocer gente, de que me miraran y opinaran sobre mí. Vendada de aquella manera me
sentía mejor, más segura. Las vendas eran mi escudo, mi protección.
El Príncipe Valiente tiene un escudo.
Me gusta esta canción, Roy. Escucha, subiré el
volumen; es Dean Martin cantando Ain't Love a Kick in the Head. Parece que canta
muy relajado, como si estuviera en la ducha. Siempre tuve la sensación de que en realidad
Dean Martin era muy tímido, como yo, que aparentaba ese estilo de ahí me las den todas
para disimular sus verdaderos sentimientos. Ése es su escudo.
Todavía estamos en Indiana?
Sí, Roy. Pronto llegaremos a Indianápolis.
Esta noche dormiremos allí.
Indiana no se acaba nunca.
A veces da esa impresión. Mira por la ventana.
A lo mejor ves un granjero.
Mamá, ¿en Indiana todavía hay indios?
Creo que no, hijo. Se marcharon todos.
Entonces ¿por qué lo siguen llamando Indiana,
si ya no quedan indios?
Pues porque antes los había. Por todo el país
habían indios, de muchas tribus diferentes.
Los indios montaban a caballo. No tenían
coches.
Algunos tuvieron coche después.
¿Después de qué?
De que viniera gente de Europa.
¿Trajeron los coches de Europa?
Sí, pero aquí también se fabricaban. Los
indios compraban coches americanos, como cualquier ciudadano del país.
Aquí no hay tantos caballos como en Florida.
Es posible que no.
Mamá.
¿Qué, Roy?
Tú todavía te pones muchas vendas, algunas
veces.
Cuando tengo un ataque de eccema, para tapar la
pomada que me pongo en las llagas y no dejarlo todo pringado.
¿No quieres que nadie vea las llagas?
Una vez, poco después de casarme con tu padre,
tuve un ataque tan fuerte que la piel se me puso roja y negra y tuve que estar un mes
entero en el hospital. Las llagas me sangraban. La piel de los brazos, las manos y la cara
apestaba debajo de las vendas. No podía lavarme y olía fatal. Cuando las enfermeras me
cambiaban las vendas, el olor me daba ganas de vomitar.
»Un día. tío Bruno, el hermano de tu papá, estuvo
presente cuando las enfermeras me quitaron el vendaje. Bruno dudaba que yo estuviera
enferma, no sé por qué, pero quería verlo con sus propios ojos. A tu padre le estaba
costando mucho dinero en médicos cuidar de mí, tenerme ingresada en una clínica
privada. Cuando me retiraron las vendas, Bruno se quedó de piedra. No pudo resistir el
olor ni la visión de mi piel, y salió corriendo de la habitación. Supongo que le
preocupaba todo el dinero que tu padre estaba gastando por mi culpa. Debía de pensar que
yo me hacía la enferma. Después de aquello, Bruno le dijo a tu papá: «Antes Kitty era
muy guapa. ¿Qué le ha pasado?»
Pero si tú eres guapa, mamá.
Entonces no, hijo, cuando estaba enferma no era
guapa. Tenía muy mal aspecto. Pero Bruno supo que yo no fingía. Grité cuando la
enfermera me arrancaba las vendas, la piel se me iba con ellas. Bruno me oyó gritar.
Quería que tu padre se deshiciera de mí, le causaba demasiados problemas.
¿Y papá quería deshacerse de ti?
No, hijo. Nos separamos por otros motivos.
¿Yo fui uno de esos motivos?
No, cariño, claro que no. Tu padre te quiere
más que a nada en el mundo, igual que yo. No pienses en eso. El conflicto estaba entre tu
papá y yo, no tuvo nada que ver contigo. En realidad, tú eres lo más precioso que
tenemos, tanto él como yo.
¿Cuándo llegaremos a Chicago?
Mañana por la tarde.
¿Dónde nos hospedaremos? ¿En casa de la
abuelita?
No, hijo, nos quedaremos en el hotel, como la
última vez. ¿Recuerdas cuánto te gustó el helado de chocolate que sirven en el
restaurante del hotel?
Uy, sí. ¿Podremos desayunar en ese reservado
grande que hay junto a la ventana?
Claro, hijo.
¿Puedo desayunar helado de chocolate?
Pero sólo una vez, ¿vale?
Vale. Mamá...
¿Qué?
¿Yo tengo nervios?
¿Qué quieres decir? Todo el mundo los tiene.
Quiero decir, ¿alguna vez tendrán que vendarme
de arriba abajo por culpa de los nervios?
No, Roy. Tú no eres nervioso como yo de joven.
Todavía me ocurre a veces, sólo que no tanto como entonces. A ti no te pasará nunca. No
te preocupes.
Te quiero, mamá. Ojalá no tengas llagas nunca
más y no tengan que vendarte de arriba abajo.
Eso espero yo también. Y recuerda, hijo, te
quiero más que a nada en el mundo.
Skylark
Sabes, a veces eres igual que tu padre,
sólo que mucho más guapo, claro.
¿Papá no te parece guapo?
No, tu padre no es guapo, pero es un hombre
hecho y derecho.
Y yo un chico hecho y derecho, como quería ser
Pinocho.
Claro que sí, hijo.
¿Cómo es que ahora papá no pasa tanto tiempo
con nosotros?
Está muy ocupado, hijo, ya lo sabes. Su trabajo
le ocupa la mayor parte del tiempo.
¿Cuándo volveré a verle?
Dentro de quince días iremos a La Habana y nos
reuniremos con él. ¿Te acuerdas del hotel Nacional, donde tiene su apartamento?
¿Estará aquel hombre bajito que tenía un
perro blanco de pelo rizado?
¿Bajito? Ah, el señor Lipsky. No lo sé,
cariño. ¿Te acuerdas de la última vez que le vimos? En Miami, el día después del
huracán.
Íbamos caminando por el centro de la calle, que
parecía cubierta de diamantes, y el señor Lipsky llevaba el perro en brazos.
El huracán había reventado la mayoría de las
ventanas de los grandes hoteles, y Collins Avenue era una alfombra de cristales rotos.
El señor Lipsky te dio un beso; recuerdo que
tuvo que ponerse de puntillas. Luego, a mí me dio un caramelo.
Lipsky llevaba su perrito en brazos porque no
quería que se lastimase con los cristales. Dijo que el perro estaba acostumbrado a dar un
paseo cada mañana a la misma hora, y que no quería contrariarle.
El señor Lipsky habla raro.
¿Cómo que habla raro?
Canta.
¿Canta?
Sí, como si canturreara cuando te dice algo.
Ah, bueno, ya sé a qué te refieres. El señor
Lipsky es un poco peculiar, pero es un buen amigo de tu padre y de nosotros.
Tiene mujer?
Eso creo, pero no me la han presentado.
Ojalá cuando crezca no sea tan bajito como él.
Descuida. Serás tan alto como tu papá, o más.
¿El señor Lipsky es rico?
¿Por qué lo preguntas, Roy?
Porque siempre lleva unos anillos gordísimos.
Mira, Roy, el señor Lipsky es uno de los
hombres más ricos de América.
¿Y cómo se ha hecho tan rico?
Bueno, es que tiene muchos negocios diferentes,
aquí y en Cuba. Puede que en todo el mundo.
Negocios de qué clase.
Muchas veces da dinero a una persona para que
monte un negocio, y esa persona tiene que devolverle más que la cantidad que él le
adelantó, o bien pagarle una parte de lo que gane mientras le dure el negocio.
Pues sí que es listo.
Tu papá cree que el señor Lipsky es el hombre
más listo que ha conocido nunca.
Ojalá yo sea listo.
Ya lo eres, Roy. Por eso no te preocupes.
¿Sabes una cosa, mamá?
¿Qué, hijo?
Creo que entre ser alto y ser listo, yo
elegiría ser listo.
Serás las dos cosas, cariño, no tendrás que
elegir.
¿Sabes cómo se llama el perrito del señor
Lipsky?
Skzy no sé qué más... Skylark, eso, como la
canción de Hoagy Carmichael.
Seguro que él también es listo. A un perro que
se llama Skylark3 no le queda más remedio que ser listo.
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