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índex català   sep - oct  2002  n° 32

reseñas

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Antología de relatos españoles de piratas de Gerardo González de la Vega
Madame de Antoni Libera
Lo que Nalda decía de Stuart David

Piratas de ayer y de siempre

portadaAntología de relatos españoles de piratas
de Gerardo González de la Vega
(Ediciones B, Barcelona, 2002)

Gerardo González de la Vega nace en la ciudad de Palencia en 1952, y actualmente trabaja como delegado de la Agencia Efe en Galicia, pero antes de ser periodista desempeñó los oficios más variopintos, entre ellos, cabe citar el de peón de albañil, mozo de almacén, vendedor de libros, encuestador, cocinero, profesor, camarero y un largo etcétera.

En cuanto a este libro, podemos decir que constituye la segunda incursión de Gerardo González como escritor en el campo de la literatura. Su primer libro fue Mar brava. Se trataba en aquella ocasión de una colección de biografías noveladas –basadas en historias reales– sobre las hazañas de piratas y negreros españoles. Con esta obra, su autor consiguió los elogios unánimes de la crítica, además de que conseguía cubrir un vacío editorial que había con respecto a la temática de piratas.

La Antología que vamos a tratar, formada por 44 textos prologados por el mismo Gerardo González, también ayuda a llenar ese vacío editorial del que hablábamos antes. Además, es un libro que complementa al anterior, y a la vez podríamos decir que es su consecuencia inmediata, ya que trata de profundizar otra vez en la literatura de aventuras marítimas, abordando así un género que es prácticamente desconocido.

De lo anterior se deduce que no le podemos negar a esta obra el gozar de gran originalidad en su planteamiento, tampoco el hecho de haber constituido un laborioso trabajo de investigación ni su valor histórico, puesto que hace un recorrido a través de la historia, incluyendo relatos que van desde el S. XIV al S. XX.

Además, en sus páginas nos muestra historias de diversa autoría. No en vano podemos encontrar relatos redactados por escritores conocidísimos como es el caso de Don Juan Manuel, Miguel de Cervantes o Blasco Ibáñez al lado de otros prácticamente desconocidos. También podemos decir que en este recorrido histórico se tocan casi todos los géneros literarios, salvo el teatro y la poesía. De hecho, tenemos ejemplos de cuentos medievales, libros de caballerías, novelas cortesanas o de aventuras, autobiografías, etc.

No obstante y haciendo referencia a la calidad literaria del libro, diremos que se trata de una obra de mero entretenimiento. La verdad es que algunas de las historias tienen escaso valor literario y han sido incluidas como meros muestrarios de lo que se escribía en aquellas épocas. Además, a veces el lenguaje de las primeras narraciones es arcaico y consigue entorpecer la lectura de los relatos–a pesar de las notas aclaratorias–, incluso no siempre el léxico y la sintaxis son las correctas en todas estas narraciones.

En cuanto a las historias, la mayoría de las veces son demasiado cortas. Constituyen, pues, una somera descripción de hechos, y no dejan tiempo para profundizar en el contenido. De hecho, los personajes que aparecen en ellas se vuelven meros arquetipos: el corsario mártir, el corsario caballeresco o el pirata desalmado, son algunos de ellos.

De cualquier forma, ya se sabe, la piratería y las narraciones de piratas siempre han despertado cierta expectación y fascinación como relatos que son de aventuras. Tal vez sea este un género menor, pero que goza, sin duda, del favor del público. Por ello, estoy segura de que los lectores se mostrarán encantados con esta Antología de González de la Vega.
Isabel Alamar Torró isabelalamar@ono.com

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La educación sentimental de un joven polaco

portadaMadame de Antoni Libera.
Traducción: Katarzyna Olszewska Sonnenberg y Sergio Trigán
( Tusquets Editores, Barcelona, 2002)

La lectura de la primera novela del escritor polaco Antoni Libera, Madame, deja un cierto sabor amargo en el lector no sólo por la soledad y el desencanto a que se ve irremediablemente abocado el protagonista y narrador de la historia, sino también por la ingenuidad con la que se comparan la Europa occidental y la llamada "de los países del este": un maléfico diablo y un ángel encantador que se enfrentan sin tregua bajo la apariencia de Polonia y Francia respectivamente.

El protagonista narra en primera persona los acontecimientos que tienen lugar en su instituto durante el último año de sus estudios secundarios, a finales de los años sesenta. Contestatario, pedante y lleno de energía no deja escapar ninguna ocasión para mostrar a la comunidad escolar su rechazo a una institución educativa que él considera retrógrada, aislada de los grandes sucesos históricos y culturales que según él se dan en Francia y en otros países de occidente. Se vale de sus conocimientos artísticos (musicales y teatrales sobre todo) para reivindicar su parcela de libertad y ridiculizar la ignorancia de sus profesores, fruto de la creencia a pies juntillas en los ideales marxistas. Sólo la llegada a la escuela de una nueva directora, profesora de francés con un pasado cercano a la leyenda que el protagonista va descubriendo poco a poco, proporciona un atisbo de esperanza a la rutinaria y aburrida vida estudiantil. Con la aparición de Madame, como los alumnos llaman a su nueva directora, se acelera la educación sentimental del protagonista, que pone todas sus energías en hacerse un hueco en la vida de ésta. Y de nuevo se vale de sus conocimientos artísticos (en este caso literarios) para conseguir su objetivo. En la novela el arte se concibe como la espada salvadora, la única que puede conducir al éxito personal a aquél que conozca bien su manejo. Arte y verdad forman un tándem indisoluble que salvaguarda a quien lo dirige de la necedad de la masa.

Libera describe una sociedad sumamente burocratizada que atrapa a las personas en un desesperante enmarañamiento, llevándolas a sentir la misma angustia vital que invade a Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis de Kafka. Sólo la mentira y la hipocresía pueden salvar al hombre de caer en la miseria más absoluta. Paradójicamente, el mismo sistema controlador que extiende sus tentáculos por todos los ámbitos de la sociedad, favorece el engaño y la mentira como únicas formas de supervivencia. Así es como la integridad impoluta de Madame se ve manchada al final del libro, donde no quedan claros los medios que utiliza para conseguir un pasaporte y huir a Francia. A lo largo de la novela, Madame representa los preciados valores de occidente: la gracia de sus formas, su elegancia, su educación, su inteligencia y "savoir faire" se ven como frutos inequívocos de los años de infancia y adolescencia pasados en Francia. Todo lo relacionado con este país es armónico, bello y distinguido, frente a la rudeza y la vulgaridad de los usos de los países comunistas. Sin embargo, finalmente Madame tiene que servirse de una artimaña para conseguir su libertad. En la novela el estado es embrutecedor. Queda patente en varios episodios su poder para manipular la historia y de esta forma justificar ataques e invasiones que van contra cualquier ideal de libertad. A este respecto y para no caer en un exceso de ingenuidad, sólo cabe preguntarse ¿qué estado no maneja la historia a su antojo con el fin de defender sus propios intereses?

El escritor polaco logra captar rápidamente la atención del lector, a pesar de que el ritmo de la novela es un tanto desigual. En ocasiones, Libera se pierde en largas y aburridas digresiones, como cuando describe paso a paso la puesta en escena de la obra de teatro Fedra, de Racine, a cuyo estreno acude el protagonista invitado por la embajada francesa. La misma sensación provocan los paréntesis que el autor realiza para insertar una historia dentro de otra a modo de muñecas rusas; se echa de menos una cierta agilidad en el salto de una narración a otra.

El libro, dividido en siete partes, se cierra con un Post Scriptum que deja patente que el sentimiento de derrota que albergaban los intelectuales polacos de los años setenta y ochenta (década que marca el final de la obra) sólo vislumbraba una mínima esperanza a través de las fronteras occidentales del país. Será porque los vencedores siempre tienen la razón, auque a veces sean poco razonable. Ana Carretero Jiménez

Ana Carretero Jiménez ha sido profesora en la Universidad de Lódz y en el Instituto Cervantes de Varsovia, Actualmente traduce al español poesía polaca y ejerce de profesora de francés en institutos de secundaria, como el personaje de la novela.

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NaldaLo que Nalda decía de Stuart David
Traducción de Helena Martín
Ediciones B, 2002
Vérse un extracto de Lo que Nalda decía
y una entrevista con Stuart David

Hay novelas primaverales y estivales, mientras otras se quieren invernales, y yo, para no olvidar la lectura de Lo que Nalda decía, suspendo otra tarde veraniega con la música de Belle & Sebastian. Con unos pocos acordes me parece revivir la novela, y lo bueno es que ni me sorprende, porque no es casual que Stuart David proceda de la factoría popera de Belle & Sebastian (de la cual es cofundador con Stuart Murdoch), como tampoco debe sorprender que su primera novela comparta muchos de los principios de esta banda escocesa. Los adjetivos que asocio a B&S –suave, primaveral, sutil- me parecen justos para la novela de Stuart David, quizás porque éste alcanza a conjurar con palabras lo aprendido con el bajo, en el sentido de una sensibilidad preciosista y delicada, de ésas que arranca una sonrisa con los dramas de personajes anónimos. Se me ocurre que un mismo aire "acústico" recorre las páginas de Lo que Nalda decía, supongo que porque la gracia especial de este debut literario recae en la aparente simplicidad de contar una buena historia, lo cual es todo menos fácil, y posee el mérito de sorprender al lector con una novela que no pretende más que narrar los avatares de un "personaje especial", tan naïf como inadaptado, constantemente agredido por el mundo.

Sólo dos licencias, o acaso dos juegos, para crear una atmósfera de algo así como una fábula urbana. La primera, una constante ambigüedad en torno a un personaje sin nombre que narra en primera persona su propia historia, aunque siempre bajo la obsesiva presión de que "no se le escapen cosas de él", no vaya a ser que alguien lo reconozca y lo delate. Eso es exactamente "lo que Nalda, su tía y quien lo ha criado, decía sobre las personas", que "son capaces de destruir lo más sagrado para sacar provecho". Y está claro que la experiencia del narrador convierte en leitmotiv este maniqueísmo un tanto intuitivo, porque él, como todos, esconde un secreto, aunque en su caso lo convierte en un "bicho raro", "especial" o "misterioso" a los ojos de los demás.

En este sentido, Stuart David propone un discurso sentimental e ingenuo para un personaje que se explica a sí mismo con sensaciones corporales como el temblor, el nerviosismo, la dificultad de sonreír y el miedo; y el éxito de esta segunda licencia autorial consigue tintar el relato de una emotividad especial, que se arriesga y moldea los propios límites de la sensiblería hasta convertirla en una espontaneidad conmovedora. El efecto recuerda al de cualquier canción de Belle & Sebastian, si reconocemos su virtud para embriagar con unidades perfectas que narran lo cotidiano en un lenguaje sutil y dulce; de igual modo, con apenas unas líneas, la "mágica irrealidad" de Lo que Nalda decía seduce al lector para introducirlo –y no puede ser más que delicadamente- en una especie de fábula, en el que ya todos los avatares de este personaje anónimo, y entre todos su propia mirada intensa, adquieren trascendencia metafísica.

Con todo, no desvelaremos el gran secreto de este narrador: si su existencia viene marcada por la constante huida de ciudad en ciudad es por el terrible miedo a que alguien descubra que lleva desde pequeño algo tan valioso en su interior que puede cambiar su vida para siempre. Y hasta que "llegue esa joya y sea libre", deberá aprender a esperar, lo cual no puede sino suceder en un sentido metafísico, pues en esa suspensión se enfrenta a diario con el "temblor"-sustantivo corporal para expresar el miedo- de saber, como Nalda bien decía, que "hay gente que sabe si uno tiene algo especial dentro con sólo mirar". Para su seguridad (la seguridad que puede paliar ese temblor suyo) evita cualquier contacto con la gente, por nimio que sea, porque "al no entender lo que dicen ni lo que hacen, al final me pongo muy nervioso". No en vano, a la mínima sospecha de que alguien pueda intuir su secreto, lo cual resulta tragicómico por imposible, sale literalmente "corriendo" y huye hacia otra ciudad. Pero huir significa una constante renuncia, ésa es la lección vital que nuestro personaje aprende al llegar a una más de las ciudades anónimas. Por una vez, como en todo suavemente, se deja iniciar en los placeres de la vida, esos mismos que él se ha esforzado siempre en vetar, y que el lector descubre de nuevo con la narración de este personaje que sacraliza lo más cotidiano. De pronto y sin más, "hace eso de disfrutar cada minuto" que, quién sabe para los demás, pero en él significa el verdadero olvido de sí mismo, de su dolor, su miedo, su espera. Que más da si relaja su temblor, y se deja "entusiasmar" por la belleza de las flores del jardín en el que trabaja o se emociona con la creciente confianza de sus dos primeros amigos. Y nada como vivir su primer amor para sorprenderse espontáneo al reírse, y sentir como amenaza esa esperanza suya de cambiar la vida a mejor, de esperar a que se resuelva su secreto, cuando en realidad sólo desea "acabar con todo de una vez para siempre". Para "poder ser como el resto de la gente, la gente que yo veía en mi alrededor", en sus propias palabras. Sin embargo él no es como los demás y huye, porque al confesar su secreto le quema de nuevo por dentro, y vuelve la espera y el temblor. Atrás quedan el amor, los amigos y toda esa irrealidad caleidoscópica, quizás porque "Nalda tenía razón cuando decía que la gente haría cualquier cosa con tal de ganar dinero. Incluso fingir que eran tus amigos."

Será que a esta conmovedora novela le sienta bien la lectura veraniega; incluso puede que, en términos muy de su héroe, Stuart David "use un sortilegio" para encandilar al lector con la magia de esta sencilla fábula de trastienda metafórica. Marta Rossich
véase un extracto de Lo que Nalda decía y una entrevista con Stuart David

© The Barcelona Review 2002

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  septiembre - octubre 2002  número 32 

-Narrativa

John Cheever: Una visión del mundo
Barry Gifford: Dos cuentos de Wyoming
Stuart David: Lo que Nalda decía
(extracto)
Jordi Salvat: El sueño de Flash Gordon
Mària Suàrez: Avon llama

-Poesía Esther Zarraluki. Barcelona, mujeres poetas (5)
Pere Pena: Dos poemas inéditos
-Ensayo Rodrigo Fresán: El mundo según Cheever
Eloy Fernández Porta: Noticias del bulevar periférico
-Entrevista

Stuart David

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