La mujer Solar
(Femeia solara)
Alexandru Ecovoiu
Traducción del rumano por Joaquín Garrigós
Sybille es una mujer inventada por ti,
porque tú inventas mujeres. Tu vida está dominada por una imagen. No hay para ti nada
más importante. No buscas nada fuera de ella. La Mujer solar lo acapara todo. Pero desde
hace unos días, las cosas han cambiado. Sybille ha bajado a la Tierra. ¡La has
encontrado! Tenía que hacerlo porque entre vosotros había surgido la Mujer de pelo rojo,
de pelo rojo y senos pequeños, de púber, hombros anchos y dedos largos y delgados
terminados en uñas arqueadas, como garras. Nácar deslizándose por tu brazo desnudo, por
tu cuerpo sin ropa y por tu pelo, como un peine. Sabe lo de la Mujer solar y tiene miedo.
Le hablaste de tu quimera y no se rió; siempre está diciéndote que le hables de ELLA.
La Mujer de pelo rojo te lee la palma de la mano para averiguar tu futuro. Que lo
averigüe. Los signos no son seguros.
Tenéis un menage à trois, eso lo notáis.
Sybille se encuentra con vosotros. Entre vosotros. Cuando piensas con intensidad, se te
aparece. Solamente a ti. Visualizas de forma extraordinaria. Incluso haces gestos
significativos: por ejemplo, cederle el paso. Lleva en la mano la bandeja en que te trae
el café; notas el aromático vapor, entrecortado por la respiración de Sybille que rompe
su armonía y lo deshace en ondas. Se le ha quedado atrás una zapatilla, se le ha salido
del pie; te inclinas y la colocas en el pie que la aguarda. La bata está medio abierta y
divisas una pierna larga, de bailarina sueca. Sybille, si no ha bajado del Sol, entonces,
seguro que ha nacido en Escandinavia. Es rubia rubia y tiene los ojos azules. La Mujer de
pelo rojo tiene ojos oscuros; por la noche no se ve más que el blanco del ojo. A la Mujer
solar se la puede mirar a los ojos aunque la habitación esté oscura como boca de lobo:
¡perderás la razón!
En este tiempo, la Mujer de pelo rojo se restriega
contra ti, te toca el brazo desnudo, te pasa las uñas arqueadas por el pelo y por el
cuerpo; te besa la frente, el cuello y los dedos. Te desabrocha los botones. A su manera,
comienza la guerra contra la Mujer solar y, hasta ahora, no ha perdido ninguna batalla:
todo el mal del mundo tiene su origen en la tentación.
Ahora, la has encontrado; sabes que es ELLA. Habéis
hablado. También la has tocado: le has besado la mano. Ayer le ofreciste un lirio
imperial. Lo aceptó como un trofeo; no te diste cuenta porque ya no observas nada.
Durante tres días seguidos le has dado un lirio
imperial; tenías un aire un poco estúpido pero tampoco el mismísimo Romeo en la escena
del balcón tenía otro; ni Antonio cuando dormitaba en el regazo de Cleopatra. Al fin y
al cabo, el mundo está dominado por la mujeres.
La Mujer solar es Libra.
Tú eres Escorpión.
Le has contado la leyenda de tu Zodiaco. Una de ellas.
La que te gustó a ti, la que a ti te va.
Tú:
En España, cierto día del año, traen del norte
de África un escorpión. A su alrededor, en la arena, se traza un círculo: de unos dos
pies de radio. Dentro de la circunferencia se colocan hojas secas, ramitas y astillas a
las que luego se prende fuego. Los asistentes miran fijamente al centro, nadie respira. El
bicho eleva lentamente la cola, permanece un poco a la expectativa, preparado para un
ataque decisivo y, después, con un movimiento fulgurante, se clava el aguijón envenenado
en la cabeza.
Sybille:
Interesante...
Tú:
¡Y eso no es todo! ¿Por qué se suicidó el
escorpión? ¿No lo sabes? ¡Porque no podía soportar el círculo!
En realidad, querías que supiera que tú no lo
soportabas y que ya estabas sintiendo el cerco.
Al día siguiente, en vez de una flor, le llevaste un
poema en prosa. Más que una carta. La señal de tu derrota.1
«Un lirio imperial para una Mujer solar. Una mujer
tal como la has soñado siempre. No te enamores porque lo estropearás todo. Conténtate
con ofrecerle de vez en cuando una flor. Tal vez toméis una o dos veces un café.
Conversaréis. Callaréis. Os marcharéis. Una historia inexistente es una historia
abierta a todas las cosas. La tuya está, desde siempre, cerrada. Al partir, tendrás de
qué acordarte. Pensarás en la Mujer solar. Tendrás la posibilidad de construir todos
los escenarios imaginables. Todos los que a ti te irían. Todos los que no. Todos tendrán
como eje a la Mujer solar. La luz que da sombra. Así contradirás a Leonardo, quien
sostenía que la sombra era superior a la luz. La Mujer solar sonríe casi todo el tiempo.
El arma de Libra. La sonrisa de la Mujer solar se vuelve un círculo. Por primera vez,
soportas el círculo. El fuego de la circunferencia. El centro es un punto. No tiene
dimensiones. La Mujer solar puede mudar el centro solo con la mirada, acercarlo al borde,
llevarlo MÁS ALLÁ. La prueba del fuego. La historia de las historias. Todos los
escenarios se fundirán en uno solo. Perecerás lentamente trasformándote en una lirio
imperial.
A.»
Te has dado cuenta de que la
Mujer solar no te va a salvar: su frialdad de diosa es igual para todo el mundo. Y sin
embargo, a veces, cuando te habla, sorprendes en su voz tonalidades especiales, que no
pueden ser para nadie más que para ti. Pero ELLA no es terrenal y no necesita acercarse
mucho a nadie.
La Mujer de pelo rojo no se alegra. Espera. Su
paciencia, bien lo sabe, algún día será recompensada: te curará con su presencia. Si
no lo logra, se irá. Acusarás su ausencia, te conoce; la echarás de menos, querrás que
vuelva, irás tras ella: te han quitado un juguete.
También a la Mujer de pelo rojo la inventaste tú.
Escribiste un cuento: la bajaste de allí. También tú habías entrado en la historia.
Personaje oscuro, ahora dices que fue una premonición. Al final, la Mujer de pelo rojo
encuentra a un hombre. No le ve la cara, está oscuro, pero seguro que es moreno, ella lo
nota. Está esperándolo desde la primera línea; hiciste todo lo que pudiste para que lo
siguiera. Jamás habías conocido a una mujer igual. Sybille era una cosa astral; os
separaba la inmensidad; la Mujer de pelo rojo era su réplica terrenal: fumaba, bebía
vodka, decía tacos e incluso mentía cuando le venía en gana. En tu cuento.
Te vio en una mesa del Café de los escritores.
Lo había leído. Vino hacia ti y te dijo sin rodeos:
¡Yo soy la Mujer de pelo rojo! ¿Me invitas a un
vodka?
Se mareó. También por el humo del tabaco. No era
fumadora. Y llevaba el pelo teñido; te diste cuenta en el taxi, cuando apoyó la cabeza
en tu brazo. Se había inventado a sí misma. Luego te contó que creía que eras más
joven, pero tú ya habías pasado de los cuarenta años. Eso no era nada malo: serás más
duradero. Los diez años que os separan se llenarán con tu sabiduría y con su amor.
Porque notó que tú no la amabas, sino que te apoderabas de ella. Eso es justamente lo
que quería la Mujer de pelo rojo: ser tuya. Cuando le hablaste de la Mujer solar se
entristeció. Sabía que la encontrarías. Y que si no lo conseguías, escribirías un
cuento. Vuestro encuentro sería inevitable. Te aproximarías a ELLA línea a línea y
letra a letra. Para evitar las barreras renunciarías a la puntuación. Concebirías un
ideograma. Varios. Todo estaría comprendido en una sola línea. Herméticamente. Donde no
pudiese penetrar nadie más; de donde no pudieseis salir ya; os transformaríais en un
cuento.
Las cosas no están demasiado mal. La Mujer de pelo
rojo es comprensiva. Tu obsesión la guarda de otros peligros. Pero tiene la sensación de
que una mañana, exactamente una mañana, no puede equivocarse, Sybille se te presentará
de verdad. Hace mucho que ocupa el lugar de ella en la casa. Las huellas que hay en el
sillón lo prueban. Y el vestido azul. Viniste con él al brazo; todo el mundo te miraba.
¡Un hombre de blanco y llevando en el pecho un vestido azul! (Con la edad, el sentido del
ridículo se atenúa). La Mujer de pelo rojo no te dijo nada. Nunca te riñe, inventas
mujeres discretas. Extraordinarias. Tu vida se basa en la imaginación, por eso no tienes
nada, pero te comportas como si fueras el amo de todo. Un artificio; toda tu existencia es
un juego de artificios; transformas los desastres en victorias: siempre te sale bien esa
artimaña. Construyes soledades. La Mujer solar, la Mujer de pelo rojo, tú. Vosotros.
A veces, sacas el vestido azul y lo extiendes en el
sillón. Igual que haría Sybille si se dispusiera a salir por la noche. Es un vestido
largo, de cola, que nunca pasará de moda. La Mujer solar es alta y tiene el cuerpo
derecho. Con el vestido azul parece una reina. La has acompañado miles de veces a la
Ópera, son tus momentos culminantes; habéis pasado juntos las vacaciones, habéis leído
los mismos libros. Entre vosotros, todo ha sido casto, no os habéis permitido más cosas.
...Ahora, el juego ha terminado. Sybille entrará para
siempre en un cuento, lo vas a escribir. Lo has escrito ya, solo piensas en cómo
concluirlo. Puedes elegir el final que desees, no te servirá de nada. Porque nunca
entenderás que precisamente la Mujer de pelo rojo ha sido TU MUJER SOLAR...
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<> 1 La carta, llamémosla así, es auténtica. Se la dirigí yo hace tres
meses a una Mujer solar. Espero que Sybille (M.) me perdone por hacer pública esta
epístola. En cualquier caso, durante cincuenta años nadie sabrá a quién iba dirigida.
N. del A. |