The Happening
Laura Hird
Traducción de Josefa Devesa
Despierto con la sensación vacía, fría y angustiosa del
día en familia que se me presenta. Las vacaciones de cada año son valiosas y me da
náuseas tenerlas que pasar con los maleducados hijos de mis primos, mi rancia tía, y las
lágrimas inevitables de mi madre tras unas copas de Asti Spumante.
Noto un olor desagradable y desconocido a mi lado en
la cama. Al darme la vuelta, noto demasiado calor. El costado de mi muslo de repente toca
carne, el ligero contacto arranca un gruñido de alguien que tengo a mi lado. Retirando la
pierna con cuidado, me quedo rígida, intentando recordar algo, lo que sea. No me atrevo a
mirar hasta que oigo el ligero susurro de un ronquido. Algunos recuerdos demasiado
borrosos de la última parte de la fiesta de la oficina hacen que esto resulte casi
insoportable.
¿Quién demonios es? Hay un adolescente en mi cama.
Un ángel maloliente de cara sucia. No he estado en cama con un adolescente desde que el
hijo del vecino hacía de canguro cuando tenía nueve años. ¿Qué coño está pasando?
Sin atreverme a moverme o respirar, me pregunto si esto es lo que llaman estar acojonado.
No es sólo el hecho de que mi compañero de cama puede ser cualquiera un ladrón
somnoliento, un violador sensible. Es el intentar recordar lo que pasó y no encontrar
nada que explique esta situación.
Sí, estaba aquello del trabajo. Dios sabe cuánto
vino tomé en la comida antes de pasar a los lingotazos de gintonic. Hacer vida social con
compañeros siempre me pone a parir. Fuera de nuestros papeles profesionales somos
perfectos extraños. ¿Le pedí a Bob un ascenso? ¡Jesús! Acabo de tener una visión de
Marion, Bob, y yo en el Bistro. ¿Cómo llegamos allí? ¿No pidió Bob champán y trató
de meterme mano? Definitivamente, recuerdo unos labios fríos y húmedos que no dejaban de
insistir. Aparte de eso, lo único que recuerdo es una sensación desagradable y
angustiosa. Mientras intento escapar de la cama sin hacer ruido, contemplo al chiquillo.
¿Está desnudo? Aunque en realidad no quiera saberlo, levanto la colcha un pelín y doy
un buen vistazo. Está desnudo - delgado, pálido, hermoso, sucio y desnudo. Si se
despierta de pronto va a pensar que soy una pervertida, pero no puedo dejar de mirarlo.
¿Me lo habré montado con él ya?
Reprimiendo de mala gana mi voyerismo, sigo el rastro
de ropa hasta la sala de estar. Mi sujetador y el vestido hecho polvo entrelazados, las
Dr. Martens llenas de barro, las medias estilo superman (ya sabes, las bragas hacia
fuera), unos tejanos sucios forrados de unos clásicos calzoncillos blancos
sospechosamente manchados de amarillo. Asegurándome de que todavía está dormido,
revuelvo los bolsillos de sus tejanos, sorprendentemente pesados, en busca de alguna pista
de su identidad. El número de móvil garabateado en una papeleta de apuestas me suena
vagamente. ¿A quién conozco que tenga móvil? Estoy segura que el de Evelyn es 0374. Los
bolsillos delanteros están tan repletos de monedas que ni siquiera tintinean mientras
busco. En ese pequeño bolsillito delantero, encuentro un paquete de Rizlas y un trozo de
hachís envuelto en un pedazo de papel de aluminio. Luego me parece oír un ruido en la
habitación y lo pongo todo en su sitio de cualquier manera.
Acierto a pronunciar un "Hola" tembloroso.
Sin respuesta. Cuando paso a la habitación, aún está roncando. Cierro la puerta tras de
mí en silencio y me acerco al teléfono. No será agradable, tendré que sonsacar a
Marion. Tendré que ir con mucho cuidado, porque odio confesar mis pérdidas de
conocimiento. La gente te rellena los vacíos de memoria con cosas que luego pueden usar
en tu contra. Nunca te emborraches con los compañeros de trabajo. Siempre me lo estoy
diciendo. Marco el número.
Es peor de lo que pensaba. Marion me intenta decir que
arrastré a Bob, mi jefe, a la tímida-Directora-Financiera-Helen, y a ella al Bistro.
Supuestamente, ellos tenían otros planes, pero por lo visto estuve persuasivamente
agresiva. Sabía que se inventaría alguna bola como esa. Bob y yo estuvimos presuntamente
metiéndonos mano sin reparos. Helen se fue porque él intentó morrearla cuando volvía
del aseo.
De hecho, él se ofreció a llevarnos a casa.
Después de lo cual vino un litro de Grouse y el dichoso champán. Increíble. Y
acuérdate de cuando le sobaba el pecho a aquella chica de la barra. ¿Cómo no nos
pusieron de patitas en la calle?
Bastante bochornoso, le doy la razón,
auque no tengo ni idea.
Lo siento, Cath. Sabes que iba a ir a la cena,
pero después de todo aquello con la camarera.... Dios, ¿por qué beberá esa gente?
¿Fuimos los tres a un restaurante?
¿El qué?
Quiero decir, ¿sólo tú, yo y Bob?
¿No te acuerdas? Me fui antes de que
cogiéramos mesa. ¿Te quedaste para la cena? Dios mío, Cath, ¿Cómo pudiste? ¿Seguía
intentando quedarse contigo?
Jesús, esto no tiene sentido. A este paso el chico
misterioso se va a despertar.
No, Marion, mira, es sólo que... bueno...
Conocí a alguien. ¿Había alguien más con nosotros cuando te fuiste?
Se ríe: ¿Un hombre, quieres decir?
Sí.
¿Está ahí ahora? ¿Estás segura de que no
es Bob? Pensé que iba a tener que echaros un cubo de agua por encima.
Oh por favor, ya estoy bastante asqueada de
momento.
¿Pero qué pasó? ¿Te tiraste a ese tío?
Esto ya no tiene remedio.
Escucha, Cath, tengo que irme, tengo que ponerme
en modalidad madre. Feliz Navidad de los cojones.
No tan feliz como la tuya, por lo que veo.
Cuelgo el teléfono y regreso a la habitación.
Mientras revuelvo la mesilla de noche en busca del Prozac, me percato de que la colcha se
mueve.
¡Buenas, preciosa!
Cogiéndome de la muñeca, me atrae suavemente hacia
él y me da un beso pegajoso. Me encojo al notar mi olor en su aliento. Me hace ojitos con
sus largas pestañas, con cara de dormido.
Gracias por dejar que me quedara.
Estoy consternada. Un hombre me está dando las
gracias por dormir con él y no tengo idea de quién es.
Revolviéndose ese pelo de punta, me pregunta si puede
lavarse. La pregunta le hace enrojecer. Señalándole la ducha, saco un par de toallas de
baño del armario. Cuando oigo correr el agua, empiezo a recoger sus cosas, doblando la
ropa y dejándola sobre el brazo del sofá, y pasándola luego a la silla al darme cuenta
de lo asquerosa que está. Vuelvo a sacar el costo del bolsillo. Para entonces el papel de
aluminio se ha desintegrado. Me encantaba colocarme cuando era más joven, pero ahora
todos mis amigos están limpios, sobrios por el nacimiento de los hijos. De forma
impulsiva, muerdo un pedacito, aliso las marcas de los dientes con el dedo, y lo escondo
entre las tarjetas de Navidad.
Anticipando el silencio cuando el tipo salga de la
ducha, pongo la televisión - dibujos animados, una enfermiza película infantil
americana, una multitud de cristianos cantarines, o la señal borrosa del Canal 5. La
apago y me voy a hacer café.
¿Lo conocimos en el restaurante? No, seguramente no
dejarían entrar a alguien tan sucio en un lugar donde come la gente. Recuerdo a Bob de
pie, con la gabardina puesta. ¿Me abandonó cuando apareció el golfillo? ¿De dónde
coño salió?
Una visión envuelta en vapor y desnuda hasta la
cintura sale del baño. Debajo de la porquería es aún más hermoso. Le invito a pasar a
la cocina a por café. Tiene una sonrisa preciosa.
Sentada enfrente de él, le observo poner cuatro
cucharadas de azúcar en la taza. Coge un cigarrillo del paquete de la mesa, y me ofrece
uno. ¿De dónde han salido? ¿Pasamos por aquí anoche? ¿Por qué no me acuerdo?
¿O te molaría más un petardo navideño?
Oh no, qué desastre.
Me da igual.
Recupera sus tejanos y regresa, registrándolos. ¿Y
si se da cuenta de que los he registrado? Va a ver las marcas de mis dientes en el
chocolate, lo sabía.
Me quedaba un pelín dice, sacándolo del
bolsillo. Madre mía, se ha dado cuenta.
Ah, no está mal, me asegura, procediendo
a liar el porro.
Voy a dejar que hable. Es injusto, me lleva ventaja:
Sabe lo que pasó y yo no. Levanta los ojos mientras desmenuza el hachís.
¿Qué, te has recuperado?
¿De qué? le pregunto dudosa. Levanta
las cejas y sonríe sin disimulo.
De anoche.
Estaba muy borracha, explico, pero en
realidad es una pregunta.
Creo que todos lo estábamos.
¿Todos?
Cierra los ojos y da la impresión de que imagina algo
tremendamente divertido; luego me pasa el porro. Encendiéndolo, le doy una buena calada.
Quizás me dé el valor suficiente para preguntarle. Ah, pero no puedo confesar que no
recuerdo si follamos o no. Me quedaría hecha polvo si alguien me lo dijera a mí.
No es por ofender, pero tu compi no me pareció
nada del otro mundo.
¿Qué compi? ¿Me estaba mintiendo Marion?
¿Estuvo ella allí?
¿Bob, se llamaba?
¿Bob, mi jefe?
¿Jefe? dice reprimiendo una risa
incrédula.
¿Qué pasa con él? ¿Pasó algo malo?
Me mira como si estuviera loca.
Curiosamente, la técnica de recuperación para
alguien con un ataque epiléptico no es arrojarlo a la nieve. Gracias por dejarme entrar
otra vez, me sentía fatal. Me robaron la medicina mientras dormía.
Le devuelvo el porro, aún más confusa si cabe.
¿Dónde? ¿Aquí? ¿Te afanaron le medicina
mientras estabas aquí?
No, fuera de la tienda, donde me conociste.
¿Qué quieres decir?
Argos, mi habitación con vistas, ¿lo pillas?
El fenobarbital también me lo cogieron. Bueno, acabarán con un ataque ellos también.
Castigo Divino, supongo.
Perdona, pero aún no entiendo nada.
Ahí es donde duermo. Es compacto, pero es mi
hogar, ya sabes.
Me quedo a cuadros. Tengo a un sin techo sentado a mi
mesa, un puto indigente, bebiéndose mi café de gourmet. ¿Ligué con un pobre a la
salida de Argos en los morros de mi propio jefe? Esto es ridículo.
¿Cuándo se fue Bob?
Obviamente, le divierte que no me acuerde.
Lo echaste cuando intentó echarme a mí.
Estuviste estupenda, mi héroe. Cruza las manos sobre el corazón.
Quizás no fuera tan malo. Bob estaba tan borracho que
debía ser ya totalmente aborrecible. ¿Pero cómo pude olvidar que alguien tuvo un ataque
epiléptico en mi moqueta? Por favor, espero que Bob se marchara antes de que nos
enrolláramos yo y este Rey de las Evasivas. Ni siquiera sé cómo se llama y no voy a
preguntárselo ahora ni de coña.
Me acabo el café y llevo la taza al fregadero,
mareada de lo que me he fumado.
Me ofrece otra calada que rechazo.
No, no gracias. Tengo que ponerme seria. Voy a
casa de mi madre. ¿Y tú?
Se encoge de hombros, se termina el café y se va a
vestirse. Cuando regresa, ya no puedo aguantarme, tengo que saberlo.
Entonces, ¿dónde te conocimos? No quiero ser
maleducada, pero no recuerdo nada.
Sonrojándose de nuevo, se pone la chaqueta de combate
llena de mierda.
Os pedí dinero. Tu colega me invitó a comer
con vosotros dos. Dijo que si me daba dinero me lo gastaría en drogas. No he comido como
Dios manda hace semanas, así que, gracias. Supongo que fue mi cena de Navidad.
Qué condescendiente llega a ser el cabrón de Bob.
¿Qué pensarían en el restaurante? Dos ejecutivos borrachos como cubas y un golfillo. Me
alivia ver que se dirige a la puerta. Me daría tan mal rollo tener que pedirle que se
fuera cuando lo único que puede hacer es sentarse en el portal de una tienda todo el
día. Madre mía, me he tirado a un indigente.
Me besa mientras abro la puerta. El jabón disfraza el
olor a sexo de antes.
Gracias por todo, perla. Supongo que no querrás
verme más, pero quiero que sepas que eres una bellísima persona.
¿Es posible que sea todo tan inocente? ¿He hecho en
realidad algo tan sumamente caritativo? Invité a un indigente a comer, le salvé de un
ataque en la puta nieve, le dejé quedarse en mi casa el día de Nochebuena, y
probablemente le he regalado el primer polvo que ha echado en años.
Sabré donde encontrarte si te quiero ver
digo, ordenándome mentalmente no pasar nunca más por el South Bridge después de que
oscurezca. Cuando le deseo Feliz Navidad y empiezo a cerrar la puerta, de pronto parece
sumamente perplejo. Por favor, que no me pregunte si se puede quedar.
Una cosa. Tengo que decírtelo. Lo siento.
El terror no me deja articular una respuesta.
Es sólo que... Preferiría que hubiera sido
sólo tú y yo, ya sabes, no los tres. Sólo me animé porque tú me lo pediste.
Normalmente no voy con tíos. Espero que no pienses menos de mí. |