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índex català              mayo - junio  n° 42

véase el original en inglés

BIG mistake to get pissed at office partyThe Happening
Laura Hird
Traducción de Josefa Devesa

 

Despierto con la sensación vacía, fría y angustiosa del día en familia que se me presenta. Las vacaciones de cada año son valiosas y me da náuseas tenerlas que pasar con los maleducados hijos de mis primos, mi rancia tía, y las lágrimas inevitables de mi madre tras unas copas de Asti Spumante.
      Noto un olor desagradable y desconocido a mi lado en la cama. Al darme la vuelta, noto demasiado calor. El costado de mi muslo de repente toca carne, el ligero contacto arranca un gruñido de alguien que tengo a mi lado. Retirando la pierna con cuidado, me quedo rígida, intentando recordar algo, lo que sea. No me atrevo a mirar hasta que oigo el ligero susurro de un ronquido. Algunos recuerdos demasiado borrosos de la última parte de la fiesta de la oficina hacen que esto resulte casi insoportable.
      ¿Quién demonios es? Hay un adolescente en mi cama. Un ángel maloliente de cara sucia. No he estado en cama con un adolescente desde que el hijo del vecino hacía de canguro cuando tenía nueve años. ¿Qué coño está pasando? Sin atreverme a moverme o respirar, me pregunto si esto es lo que llaman estar acojonado. No es sólo el hecho de que mi compañero de cama puede ser cualquiera – un ladrón somnoliento, un violador sensible. Es el intentar recordar lo que pasó y no encontrar nada que explique esta situación.
      Sí, estaba aquello del trabajo. Dios sabe cuánto vino tomé en la comida antes de pasar a los lingotazos de gintonic. Hacer vida social con compañeros siempre me pone a parir. Fuera de nuestros papeles profesionales somos perfectos extraños. ¿Le pedí a Bob un ascenso? ¡Jesús! Acabo de tener una visión de Marion, Bob, y yo en el Bistro. ¿Cómo llegamos allí? ¿No pidió Bob champán y trató de meterme mano? Definitivamente, recuerdo unos labios fríos y húmedos que no dejaban de insistir. Aparte de eso, lo único que recuerdo es una sensación desagradable y angustiosa. Mientras intento escapar de la cama sin hacer ruido, contemplo al chiquillo. ¿Está desnudo? Aunque en realidad no quiera saberlo, levanto la colcha un pelín y doy un buen vistazo. Está desnudo - delgado, pálido, hermoso, sucio y desnudo. Si se despierta de pronto va a pensar que soy una pervertida, pero no puedo dejar de mirarlo. ¿Me lo habré montado con él ya?
      Reprimiendo de mala gana mi voyerismo, sigo el rastro de ropa hasta la sala de estar. Mi sujetador y el vestido hecho polvo entrelazados, las Dr. Martens llenas de barro, las medias estilo superman (ya sabes, las bragas hacia fuera), unos tejanos sucios forrados de unos clásicos calzoncillos blancos sospechosamente manchados de amarillo. Asegurándome de que todavía está dormido, revuelvo los bolsillos de sus tejanos, sorprendentemente pesados, en busca de alguna pista de su identidad. El número de móvil garabateado en una papeleta de apuestas me suena vagamente. ¿A quién conozco que tenga móvil? Estoy segura que el de Evelyn es 0374. Los bolsillos delanteros están tan repletos de monedas que ni siquiera tintinean mientras busco. En ese pequeño bolsillito delantero, encuentro un paquete de Rizlas y un trozo de hachís envuelto en un pedazo de papel de aluminio. Luego me parece oír un ruido en la habitación y lo pongo todo en su sitio de cualquier manera.
      Acierto a pronunciar un "Hola" tembloroso. Sin respuesta. Cuando paso a la habitación, aún está roncando. Cierro la puerta tras de mí en silencio y me acerco al teléfono. No será agradable, tendré que sonsacar a Marion. Tendré que ir con mucho cuidado, porque odio confesar mis pérdidas de conocimiento. La gente te rellena los vacíos de memoria con cosas que luego pueden usar en tu contra. Nunca te emborraches con los compañeros de trabajo. Siempre me lo estoy diciendo. Marco el número.
      Es peor de lo que pensaba. Marion me intenta decir que arrastré a Bob, mi jefe, a la tímida-Directora-Financiera-Helen, y a ella al Bistro. Supuestamente, ellos tenían otros planes, pero por lo visto estuve persuasivamente agresiva. Sabía que se inventaría alguna bola como esa. Bob y yo estuvimos presuntamente metiéndonos mano sin reparos. Helen se fue porque él intentó morrearla cuando volvía del aseo.
      –De hecho, él se ofreció a llevarnos a casa. Después de lo cual vino un litro de Grouse y el dichoso champán. Increíble. Y acuérdate de cuando le sobaba el pecho a aquella chica de la barra. ¿Cómo no nos pusieron de patitas en la calle?
      –Bastante bochornoso–, le doy la razón, auque no tengo ni idea.
      –Lo siento, Cath. Sabes que iba a ir a la cena, pero después de todo aquello con la camarera.... Dios, ¿por qué beberá esa gente?
      –¿Fuimos los tres a un restaurante?
      –¿El qué?
      Quiero decir, ¿sólo tú, yo y Bob?
      –¿No te acuerdas? Me fui antes de que cogiéramos mesa. ¿Te quedaste para la cena? Dios mío, Cath, ¿Cómo pudiste? ¿Seguía intentando quedarse contigo?
      Jesús, esto no tiene sentido. A este paso el chico misterioso se va a despertar.
      –No, Marion, mira, es sólo que... bueno... Conocí a alguien. ¿Había alguien más con nosotros cuando te fuiste?
      Se ríe: – ¿Un hombre, quieres decir?
      –Sí.
      – ¿Está ahí ahora? ¿Estás segura de que no es Bob? Pensé que iba a tener que echaros un cubo de agua por encima.
      –Oh por favor, ya estoy bastante asqueada de momento.
      – ¿Pero qué pasó? ¿Te tiraste a ese tío?
      Esto ya no tiene remedio.
      –Escucha, Cath, tengo que irme, tengo que ponerme en modalidad madre. Feliz Navidad de los cojones.
      –No tan feliz como la tuya, por lo que veo.
      Cuelgo el teléfono y regreso a la habitación. Mientras revuelvo la mesilla de noche en busca del Prozac, me percato de que la colcha se mueve.
      – ¡Buenas, preciosa!
      Cogiéndome de la muñeca, me atrae suavemente hacia él y me da un beso pegajoso. Me encojo al notar mi olor en su aliento. Me hace ojitos con sus largas pestañas, con cara de dormido.
      –Gracias por dejar que me quedara.
      Estoy consternada. Un hombre me está dando las gracias por dormir con él y no tengo idea de quién es.
      Revolviéndose ese pelo de punta, me pregunta si puede lavarse. La pregunta le hace enrojecer. Señalándole la ducha, saco un par de toallas de baño del armario. Cuando oigo correr el agua, empiezo a recoger sus cosas, doblando la ropa y dejándola sobre el brazo del sofá, y pasándola luego a la silla al darme cuenta de lo asquerosa que está. Vuelvo a sacar el costo del bolsillo. Para entonces el papel de aluminio se ha desintegrado. Me encantaba colocarme cuando era más joven, pero ahora todos mis amigos están limpios, sobrios por el nacimiento de los hijos. De forma impulsiva, muerdo un pedacito, aliso las marcas de los dientes con el dedo, y lo escondo entre las tarjetas de Navidad.
      Anticipando el silencio cuando el tipo salga de la ducha, pongo la televisión - dibujos animados, una enfermiza película infantil americana, una multitud de cristianos cantarines, o la señal borrosa del Canal 5. La apago y me voy a hacer café.
      ¿Lo conocimos en el restaurante? No, seguramente no dejarían entrar a alguien tan sucio en un lugar donde come la gente. Recuerdo a Bob de pie, con la gabardina puesta. ¿Me abandonó cuando apareció el golfillo? ¿De dónde coño salió?
      Una visión envuelta en vapor y desnuda hasta la cintura sale del baño. Debajo de la porquería es aún más hermoso. Le invito a pasar a la cocina a por café. Tiene una sonrisa preciosa.
      Sentada enfrente de él, le observo poner cuatro cucharadas de azúcar en la taza. Coge un cigarrillo del paquete de la mesa, y me ofrece uno. ¿De dónde han salido? ¿Pasamos por aquí anoche? ¿Por qué no me acuerdo?
      – ¿O te molaría más un petardo navideño?
      Oh no, qué desastre.
      – Me da igual.
      Recupera sus tejanos y regresa, registrándolos. ¿Y si se da cuenta de que los he registrado? Va a ver las marcas de mis dientes en el chocolate, lo sabía.
      –Me quedaba un pelín— dice, sacándolo del bolsillo. Madre mía, se ha dado cuenta.
      –Ah, no está mal–, me asegura, procediendo a liar el porro.
      Voy a dejar que hable. Es injusto, me lleva ventaja: Sabe lo que pasó y yo no. Levanta los ojos mientras desmenuza el hachís.
      –¿Qué, te has recuperado?
      –¿De qué? – le pregunto dudosa. Levanta las cejas y sonríe sin disimulo.
      –De anoche.
      –Estaba muy borracha–, explico, pero en realidad es una pregunta.
      –Creo que todos lo estábamos.
      –¿Todos?
      Cierra los ojos y da la impresión de que imagina algo tremendamente divertido; luego me pasa el porro. Encendiéndolo, le doy una buena calada. Quizás me dé el valor suficiente para preguntarle. Ah, pero no puedo confesar que no recuerdo si follamos o no. Me quedaría hecha polvo si alguien me lo dijera a mí.
      –No es por ofender, pero tu compi no me pareció nada del otro mundo.
      –¿Qué compi? ¿Me estaba mintiendo Marion? ¿Estuvo ella allí?
      –¿Bob, se llamaba?
      –¿Bob, mi jefe?
      –¿Jefe?– dice reprimiendo una risa incrédula.
      –¿Qué pasa con él? ¿Pasó algo malo?
      Me mira como si estuviera loca.
      –Curiosamente, la técnica de recuperación para alguien con un ataque epiléptico no es arrojarlo a la nieve. Gracias por dejarme entrar otra vez, me sentía fatal. Me robaron la medicina mientras dormía.
      Le devuelvo el porro, aún más confusa si cabe.
      –¿Dónde? ¿Aquí? ¿Te afanaron le medicina mientras estabas aquí?
      –No, fuera de la tienda, donde me conociste.
      –¿Qué quieres decir?
      –Argos, mi habitación con vistas, ¿lo pillas? El fenobarbital también me lo cogieron. Bueno, acabarán con un ataque ellos también. Castigo Divino, supongo.
      –Perdona, pero aún no entiendo nada.
      –Ahí es donde duermo. Es compacto, pero es mi hogar, ya sabes.
      Me quedo a cuadros. Tengo a un sin techo sentado a mi mesa, un puto indigente, bebiéndose mi café de gourmet. ¿Ligué con un pobre a la salida de Argos en los morros de mi propio jefe? Esto es ridículo.
      –¿Cuándo se fue Bob?
      Obviamente, le divierte que no me acuerde.
      –Lo echaste cuando intentó echarme a mí. Estuviste estupenda, mi héroe–. Cruza las manos sobre el corazón.
      Quizás no fuera tan malo. Bob estaba tan borracho que debía ser ya totalmente aborrecible. ¿Pero cómo pude olvidar que alguien tuvo un ataque epiléptico en mi moqueta? Por favor, espero que Bob se marchara antes de que nos enrolláramos yo y este Rey de las Evasivas. Ni siquiera sé cómo se llama y no voy a preguntárselo ahora ni de coña.
      Me acabo el café y llevo la taza al fregadero, mareada de lo que me he fumado.
      Me ofrece otra calada que rechazo.
      –No, no gracias. Tengo que ponerme seria. Voy a casa de mi madre. ¿Y tú?
      Se encoge de hombros, se termina el café y se va a vestirse. Cuando regresa, ya no puedo aguantarme, tengo que saberlo.
      –Entonces, ¿dónde te conocimos? No quiero ser maleducada, pero no recuerdo nada.
      Sonrojándose de nuevo, se pone la chaqueta de combate llena de mierda.
      –Os pedí dinero. Tu colega me invitó a comer con vosotros dos. Dijo que si me daba dinero me lo gastaría en drogas. No he comido como Dios manda hace semanas, así que, gracias. Supongo que fue mi cena de Navidad.
      Qué condescendiente llega a ser el cabrón de Bob. ¿Qué pensarían en el restaurante? Dos ejecutivos borrachos como cubas y un golfillo. Me alivia ver que se dirige a la puerta. Me daría tan mal rollo tener que pedirle que se fuera cuando lo único que puede hacer es sentarse en el portal de una tienda todo el día. Madre mía, me he tirado a un indigente.
      Me besa mientras abro la puerta. El jabón disfraza el olor a sexo de antes.
      –Gracias por todo, perla. Supongo que no querrás verme más, pero quiero que sepas que eres una bellísima persona.
      ¿Es posible que sea todo tan inocente? ¿He hecho en realidad algo tan sumamente caritativo? Invité a un indigente a comer, le salvé de un ataque en la puta nieve, le dejé quedarse en mi casa el día de Nochebuena, y probablemente le he regalado el primer polvo que ha echado en años.
      –Sabré donde encontrarte si te quiero ver– digo, ordenándome mentalmente no pasar nunca más por el South Bridge después de que oscurezca. Cuando le deseo Feliz Navidad y empiezo a cerrar la puerta, de pronto parece sumamente perplejo. Por favor, que no me pregunte si se puede quedar.
      –Una cosa. Tengo que decírtelo. Lo siento.
      El terror no me deja articular una respuesta.
      –Es sólo que... Preferiría que hubiera sido sólo tú y yo, ya sabes, no los tres. Sólo me animé porque tú me lo pediste. Normalmente no voy con tíos. Espero que no pienses menos de mí.

© Laura Hird
© de la traducción: Josefa Devesa, 2004
Véase el original en inglés.

Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
Laura Hird

Bio: Laura Hird vive y trabaja en Edimburgo. Con su primera colección de relatos Nail and Other stories (Rebel Inc, 1997, seleccionada para the Saltire Society Literary Awards en 1998) fue reconocida como una de los prometedores talentos de la escena literaria escocesa. Su novela Born free (Rebel Inc, 1999) fue seleccionada a su vez para el Whitbread First Novel Award en el 2000. Su trabajo ha aparecido en numerosas revistas tanto en Gran Bretaña como en el extranjero. Actualmente trabaja en una segunda colección de relatos y en una nueva novela.

Haga clic aquí para visitar su website.

Véase la entrevista con Laura Hird.

Véase también en The Barcelona Review: Routes y Of Cats and Women.

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 mayo - junio  n° 42 

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