índex català mayo - junio n° 48 |
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LIBROS El último clásico Asclepios Desde el momento que vio la luz, la obra de Miguel Espinosa aportó savia nueva a la autofagia experimentalista o al realismo pretendidamente fotográfico de la literatura de las décadas anteriores, mostrándose, por el contrario, proclive al discurrir de la imaginación y a la utilización del romance de raigambre anglosajona modelo narrativo que se caracteriza por proponer "un relato de personas y sucedidos fabulosos"- frente a la novela que pinta la vida real y las costumbres contemporáneas. Tal vez le faltó a esta obra el acompañamiento de una potente editorial que la presentara en sociedad, mas con el paso de tiempo ahí se mantiene viva, sobreviviendo a los elementos adversos, a la propia desaparición de su autor, hasta el punto que parece que todos obstáculos se hubieran aliado en su favor. Será porque estamos ante una narrativa de verdad, con mayúsculas. El reconocimiento de su riqueza ha tardado en producirse; triste sino que acompaña a la obra de muchos de nuestros grandes narradores. Su producción editada es asimismo corta. Aparte de Asklepios (1984), de difícil catalogación a la que podríamos denominar novela lírica- y Escuela de mandarines (1974), hay otros dos libros unitarios aunque publicados independientes: la primera y más importante de las ficciones que publica, La Tríbada Falsaria (1980) y La Tríbada Confusa (1984), además de Theologie Tractatus (1986) y la póstuma La fea burguesía (1990). Hay en Asklepios la razón de su experimentalismo final y de su clasicismo transparente. Relato acaso idealista, novela de juventud, su importancia reside en que con esta obra decide embarcarse en el ámbito de la ficción para adentrarse en la búsqueda de la verdad, abandonando el ensayo ya hasta el final de su camino, por cierto, no muy lejano. El hecho de ser una novela de juventud no significa que no se encuentren en la obra de Espinosa el experimentalismo que le caracterizó o el sereno clasicismo que maduran en su posterior producción. Asklepios se confiesa como "el último griego", lector incansable de Platón, de quien toma su voluntad de concepto, de estilo y de síntesis. En su confesión de exiliado del tiempo subyace la necesidad de experimentarse verdadero y de buscar la verdad, por lo que su testimonio atiende más a la poesía que a la narración. Este Asklepios nada tiene que ver con ninguna celebridad de la Antigüedad; responde al de un personaje nacido dos veces, la primera en Megara y en la última fue contemporáneo nuestro. Hasta llegar a la madurez, recorre las edades de su personal destierro, su infancia, adolescencia y juventud en un mundo circundante al que se aplica una cierta abstracción. Y es en la madurez donde se detiene su recorrido vital, pues en este punto es donde ha encontrado a su anhelada "Azenaia", personaje que se repetirá en su posterior narrativa -en especial en la celebrada Escuela de mandarines- si bien ahora encarnada en la figura de Eglé. En este punto concluye el manuscrito, al que se le añade un apéndice de 1972 de gran amargura poética, dedicado a la muerte de su madre, con la cual marchan para siempre "el niño, el muchacho y el hombre". Están presentes en Asklepios la asimilación de materiales literarios de Oriente y de Occidente, antiguos y de ahora mismo, dotados de un acertado aire familiar. El autor imprime al lenguaje de un tratamiento sistemático y artesanal hasta encontrarle un lugar señero en el plano de la expresión, que en absoluto responde a un afán estetizante sino a la realidad como es. Inventa sus propias voces, demostrando una decidida voluntad lingüística que conduce a su propia poética. La obra de Miguel Espinosa no tiene pareja homologable, acaso debido a su derroche de creatividad, de minuciosidad técnica, a su condición intelectual y clasicista, cualidades sin las que no se puede ser experimentador de todo, como él. Por ello su obra, transparente, sobrevive al paso del tiempo y a su propia suerte, tan desventurada como fue. De esta desventura surge acaso el espíritu de alegría y de serenidad que inundan una obra a la que el paso del tiempo no le ha podido negar un hueco en los anales de la narrativa. Afortunadamente, la literatura de verdad sobrevive a todo. Carlos Vela _________________________ ¿A quién creer en el Perú?2 Historia
de dos aventureros Ni siquiera es visible en el libro el nombre de una editorial para completar la bibliografía. Antes del índice ya es un libro bajo sospecha. Lo es, mejor dicho, desde que se lo ve en un quiosco, ya que en Lima se lee muy poco, se piratea mucho, y los libros que llegan a los quioscos no hablan precisamente de la endemoniada política. En la foto de portada aparecen el actual presidente del Perú, Alejandro Toledo y su mujer, Eliane Karp, los aventureros aludidos. Lo más sospechoso del libro es el autor, Umberto Jara. Del diario "Expreso" pasó a dirigir "Panorama", programa de televisión asalariado por el entonces omnipresente Montesinos, jefe del servicio de inteligencia y brazo derecho de Alberto Fujimori. Pero Jara también fue asesor de imagen de Juan Luis Cipriani, actual cardenal, quien durante la toma de la embajada japonesa por el MRTA prestaría sus servicios al gobierno en las negociaciones que despistaron a la los miembros de la banda terrorista y que los llevaron a no sospechar jamás que les explotaría una bomba en el suelo del salón donde solían jugar fulbito. Pero fue en "Hora 20" donde Jara, como asesor, se entregó al total servicio de la mafia fujimontesinista. Y es ahora él quien escribe un libro que desprestigia sin tapujos a Vladimiro Montesinos y a Alberto Fujimori no sin antes involucrar a dichos bribonzuelos con Alejandro Toledo. Perdón, es al revés. Para una persona que se ha pasado 12 años viviendo en el extranjero, como es mi caso, este libro sospechoso, despierta curiosidad. Confundido en la maraña de los acontecimientos políticos de los últimos 5 años, seguidos por Internet, la prensa internacional o la televisión, pero ausente del país, uno se queda con una visión fragmentaria, casi desprovista de esa palabra amiga que llamamos "feeling". Y para comenzar a poner orden y añadir "feeling" a lo ocurrido no solo tiene que leerse lo que caiga, sino pedirle a la gente que le cuente a uno cómo fue esto o aquello, una y otra vez, hasta que por fin a dicha información se le sume una cierta pasión, tan necesaria a la hora de formarse ideas políticas. Desde el momento en que uno empieza este libro sabe que tendrá que leer entre líneas. Que muchas cosas serán mentiras o lo que es peor, medias verdades. Pero lo que queda claro al final es que ninguno de los tres protagonistas, el presidente, la primera dama y el autor, salen bien parados. ¿Jara miente al retratar a Toledo? De hecho lo hace en repetidas ocasiones y hay personas como Gustavo Gorriti que han sabido demostrar las mentiras políticas. ¿Pero dónde están los testigos que defiendan a la hagiografía pre-política que se inventó de sí mismo el advenedizo oportunista que se sienta hoy en el palacio de Pizarro? ¿Y miente Jara al retratar a la primera dama? ¿Hay algún votante dispuesto a defender a un personaje político que nadie ha elegido y que sin embargo ejerce una actividad indudable al frente del país, actividad en la que no quedan al margen los malos manejos y los chanchuyos al mejor estilo de la vieja escuela politiquera peruana? ¿Y qué hay de Jara? ¿Qué se le puede pedir a un periodista que escribe un libro que pretende justificarse con la intromisión de un personaje anónimo, un supuesto "confidente" de los servicios secretos, que más bien parece sacado de una mala novela de Agatha Christie? Pareciera que Jara disfrutó demasiado del caramelo del poder y deseara que sus viejos amigos volvieran a usurparlo para volver todos juntos, como en los viejos tiempos, a las andadas. ¿Le habrán financiado ellos el librito? Un manojo de páginas que son una barata demostración más de que el Perú es un país enfermo. De que la sombra de Montesinos sigue acechando la escuálida democracia peruana. Este siniestro personaje supo ver que la corrupción como sistema era una realidad que solo esperaba su momento. La manera en que puso de rodillas a periodistas, empresarios, militares, artistas, cantantes, humoristas, políticos, actores, modelos, deportistas, policías, fue en efecto rentable. Utilizar como títeres a tantas personas de tan variopinta procedencia y verlos a todos ellos en video desfilando por las oficinas del SIN para acatar las órdenes más pueriles o más brutales le mostró al país una dolorosa verdad que le costará olvidar: ya no podemos creer en nadie. Solo espero que Toledo acabe su mandato y que este bebé llamado democracia que aún no camina, por lo menos empiece a gatear. Y que el legado de Fujimori sea por fin historia. EEU __________________________ CINE/ DVD3 Metallica. Some kind of monster No hablar en términos personales de Metallica es imposible para mí. Los conocí en el colegio con un EP que llegó a mis manos titulado Creeping Death. Veinte años después de ese primer contacto imborrable sigo escuchándolos y respetándolos porque siento, al igual que muchos fans, que su música, como la de muy pocos grupos de heavy metal, (entre ellos Megadeth, mi favorito) ha madurado conmigo, y ha conseguido acompañarme como una banda sonora a lo largo de mi vida. No obstante, creo que este documental que ahora se puede ver en Documenta Madrid, no es una gran película, como sí lo cree The New York Times y otros destacados medios. La encuentro entretenida, eso sí, y quizá aleccionadora para todos aquellos que tengan un grupo musical y deseen alcanzar el éxito. La película demuestra muy claramente que este no solo depende de la constancia y el talento sino también de la personalidad de sus integrantes o de la combinación de las mismas, como ocurriría con cualquier grupo humano que se trace una meta. Cuando allá por el año 87 leí en una revista europea que Metallica estaba llamado a ser el grupo del futuro me parecía leer una obviedad, algo tan evidente que no necesitaba ni mención. Pero las cosas no serían tan fáciles. Después de ello ocurrió la trágica muerte de Cliff Burton (cuyo recuerdo pervive, lo que se aprecia en la película) y el ingreso de Jason Newsted. Después de ello aparecieron And Justice for all y el denominado Black Album. Y después de ello apareció Nirvana y el grunge, que liquidaron de por vida a toda esa generación de trash metal surgida en el Bay Area de California y que los headbangers de entonces considerábamos el único futuro posible del hard rock. Casi me atrevería a decir que los únicos que se mantuvieron en la cima -o sobrevivieron- a esa andanada imparable que borró del planeta a Whitney Houston, Michael Jackson y Guns And Roses, fueron Metallica, Madonna y U2. Quizá lo más curioso de la película sea ver lo poco que hasta entonces parecían conocerse Lars Ulrich y James Hetfield. Asombra verlos discutir por cosas que cualquiera imaginaría debieron discutirse en un primer momento, cuando comenzaron a tocar. Pero por otro lado cuesta imaginar a otros músicos enfrentarse del mismo modo, hablando como personas comunes y corrientes, y no como estúpidos y arrogantes rock stars, como fácilmente podría imaginarme a Axel Rose y Slash, por poner un ejemplo. Some kind of Monster tiene tres momentos cruciales. Uno, cuando Jason Newsted habla de su ruptura con la banda, origen del conflicto creado entre los tres miembros restantes y consecuencia de la terapia de grupo tema de la película. Dos, al final, con el ingreso en Metallica de Rob Trujillo, tras las audiciones para nuevo bajista, que también pueden verse. Y tres, para mí el mejor de todos, cuando Lars Ulrich y Dave Mustaine se sientan frente a frente. Dave Mustaine fue expulsado de Metallica justo antes de que la banda se prestara a grabar Kill em all, su primer disco. En venganza, Mustaine funda Megadeth. 18 años más tarde de rivalidad encarnizada ambos se miran las caras. Para un fan como yo de los dos grupos, que no deja de preguntarse qué habría sido de Metallica si Mustaine se hubiera quedado, este es el momento cumbre del film, el que lo dota de cierto dramatismo, de un elemento irreversible, de un "no turning back" en el que se aposentan una suma de sentimientos encontrados. (Una vez estrenada la película, Mustaine montó en cólera, acusando a Ulrich de haber intervenido en la edición final para tergiversar sus palabras). La era de los documentales iniciada en esta primera década del milenio ya tiene uno sobre un gran grupo de rock, cuyo legado es trascendental para comprender los ochenta, los noventa y lo que vendrá en adelante. Vale la pena verlo aunque no se sea fan de Metallica. EEU
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