La
cirugía estética aplicada a la sociedad
Por Begoña Matilla
Globalia busca en la historia las fuentes filosóficas y culturales para
proyectarlas intuitivamente en lavenir. Siguiendo las pautas de un Isaac
Asimov o de un George Orwell, utiliza la ciencia ficción no como un vehículo para
describir el futuro sino como un medio para reflexionar sobre los grandes temas que nos
ocupan hoy en día. Begoña Matilla, psicóloga clínica y psicoanalista, analiza el
alcance literario y psicosocial de Globalia, de Jean Christophe Rufin, el último
éxito comercial en las librerías españolas.
El autor, médico de profesión, ha trabajado en Cruz Roja, ha sido vicepresidente de
Médicos sin Fronteras y actualmente es presidente de Acción Humanitaria. Es autor de
varios ensayos, entre otros, El imperio de los nuevos bárbaros y La dictadura
neoliberal, por el que obtuvo el premio Jean-Jacques Rousseau. Ha escrito también
novelas, dos de ellas galardonadas con el Prix Goncourt. Globalia es el título de
su última novela, que, como él mismo confiesa al final del texto, es un intento por
superar la "esquizofrenia" existente entre sus novelas y sus ensayos políticos.
Y, sin duda, lo logra.
Escrita con formato de novela de ciencia-ficción, Globalia es, en realidad, una
crítica política del mundo occidental, que demuestra a su vez la gran hondura de
conocimientos del autor en materia de psicología profunda, tanto individual como
colectiva. En un universo globalizado y proyectado sobre un futuro no muy
lejano, la historia se ha construido al estilo de Un mundo feliz, de Huxley,
sobre la que encontramos muchísimas referencias; hay también alusiones y guiños a la
novela de Huxley, pero el texto de Rufin resulta tanto más siniestro por la
gran proximidad con el mundo actual; con agudeza y sorda ironía el autor expone los
anversos y reversos de toda empresa social, y la historia que nos narra
registra varios giros y quiebros que logran sorprender al lector en el cierre final.
Globalia, así se llama el universo globalizado, organizado a través de una democracia
perfecta, tan perfecta que hasta el derecho a declararse marginal está recogido en su
Constitución; todos los que lo deseen pueden acogerse a ese estatuto. Es una democracia
atenta a todo discurso que pueda considerase racista; por consiguiente, hasta los
obesos deben ser respetados en sus deseos de comer sin límites, razón por la cual se han
abolido todos los programas de salud pública existentes, considerados antidemocráticos.
En la misma línea, en ese mundo perfecto no existe diferencia entre el trabajo o el ocio,
se puede elegir entre ambos y los dos disfrutan de subsidios del Estado.
En lo que respecta a las instituciones básicas de la sociedad el matrimonio y la
familia ?D la construcci¨®n de Rufin es divertidaEl
matrimonio se considera una limitacisn de la libertad, inconcebible en el seno de una
democracia perfecta; sslo puede contraerse despu?s de muchas verificaciones y papeleos que
demuestren que acto tan extra?o se realiza de un modo totalmente libre. El divorcio, por
el contrario, se otorga automaticamente, y acompa?ado siempre de una gran fiesta. La
maternidad tampoco esta bien vista, pues, como es sabido, resta todo tipo de libertades a
las madres; por ello, ante los embarazos, se intenta disuadir a las mujeres de llevar
adelante el proyecto y se propicia el aborto.
Globalia es tambi?n un mundo en el que la clonacisn humana esta a la orden del d?a: as? se
alarga la vida y se posibilitan los trasplantes de todo tipo de srganos, de modo tal que
son las personas mayores, muy mayores, en realidad, las que dominan ese universo, razsn
por la cual la natalidad ya no es del todo necesaria y casi no existen jsvenes. La
ausencia de jsvenes conlleva un beneficio sobrea?adido: una gran estabilidad social reina
en el seno de ese mundo, en la medida en que ya no son las nuevas generaciones las que
marcan las pautas con las tendencias revolucionarias y antisistema propias de otras
?pocas.
En este universo ordenado, protegido y libre, los psicslogos son profesionales muy
solicitados; si hay accidentes, deben ocuparse, en tiempo real, de los posibles traumas de
los accidentados y, al mismo tiempo, de las dificultades de los m?dicos que los atienden.
Todos en Globalia son libres, y todos son, por tanto, responsables de sus actos; en
consecuencia, la punicisn no existe y, en su lugar, ante cualquier posible infraccisn o
falta, los jueces determinan, invariablemente, psicoterapia.
En Globalia se han construido enormes c?pulas de cristal, a fin de salvar las dificultades
derivadas del agujero de la capa de ozono, y sus habitantes siempre disfrutan del buen
tiempo y del aire acondicionado. Construido despu?s de cruentas guerras civiles, en este
universo todos los habitantes pasan por un programa de olvido de las tendencias
nacionalistas con vistas a favorecer la paz en el nuevo Orden establecido. Por esa misma
razsn, no se ha abolido la memoria histsrica. Para mantener la cohesisn social, se
mantiene a la poblacisn en una especie de sopor mediatico: rige el universo de las
pantallas y de las imagenes. Los libros y la escritura han desaparecido, y el papel se
considera un objeto antiecolsgico.
Lo interesante en esta novela, mas alla de la historia, son sus resonancias freudianas, lo
sepa o no el autor. La utop?a que se dibuja en Globalia proyecta una
sociedad perfecta que se apoya en la superación, precisamente, de las tres fuentes de
malestar y de angustia que Freud consideraba, en El malestar en la cultura,
verdaderos límites para la consecución de la felicidad. Las fuerzas indomables de la
naturaleza, la caducidad del propio cuerpo y las relaciones con los otros fueron los
tres ejemplos de los que se sirvió Freud para ilustrar, en su magnífico y más que nunca
actual ensayo, que el malestar humano es estructural, por más que intentemos
huir de él.
Freud, como cualquier pensador que haya centrado su obra en torno a la verdad sobre la
naturaleza humana, que haya tratado de "rasgar el telón de las
preinterpretaciones" que organizan nuestro universo simbólico y en el cual
dormitamos -como plantea Kundera en El telón, su último ensayo, tiende a ser, con
el tiempo, acallado. El famoso y casi siempre mal interpretado concepto freudiano de la
castración simbólica, no alude sino a ese límite, imposible de franquear para el
ser humano; toda la obra freudiana y posteriormente lacaniana, no es más que un intento
de argumentar la lógica de ese concepto y de dar cuenta de los graves efectos nocivos que
se generan al no incluir esa verdad en el pensamiento humano, ya sea en el plano personal,
racional, social, político o científico; en suma, de la civilización.
Ni Rufin en su novela ni Freud en sus investigaciones se detienen en ese punto
de verdad de la naturaleza humana; en cambio, no se les escapa que el destino de las
pulsiones agresivas propias de la especie humana, supone otro límite de toda empresa
civilizadora y, en cierto sentido, esconde en su seno una auténtica paradoja. Toda
civilización se sustenta en la coacción de las tendencias agresivas,
necesaria para su existencia, y también en una negación del conflicto
pulsional existente, tanto en el alma del ser humano como en la de sus construcciones.
Para Freud, toda civilización y cultura que se sustenten únicamente en la coacción y en
la negación de las tendencias mortíferas del ser humano, rehuyen en realidad la
solución de ese conflicto; su destino no podrá ser otro que un eterno retorno, de modo
tal que toda empresa civilizadora lleva consigo el germen de su propia destrucción.
En su novela, Rufin nos presenta una sociedad que ha superado las fuentes del sufrimiento
humano gracias a sus avances científicos y técnicos: con la enorme cúpula de
cristal ha logrado protegerse de todos los problemas derivados de los embates de la
naturaleza desbocada, y ha erradicado la caducidad del propio cuerpo gracias a la
clonación y la cirugía estética. En cuanto a las relaciones con los otros, ha hecho
desaparecer la familia tradicional como fuente de malestar, y reducido las problemáticas
derivadas de las diferencias generacionales. Globalia logra reducir también todas las
tensiones sociales al orquestar una democracia perfecta que liberaliza al máximo las
costumbres y democratiza todos los deseos y tendencias. La estructura social de Globalia
ha eliminado también la tendencia a la construcción de utopías en la vida colectiva y
todos los rasgos ideales capaces de organizar a las masas desatando sus negros reversos,
propios de la lógica de la estructuración de toda vida colectiva, tal como Freud
transmitió a su vez en Psicología de las masas y análisis del yo.
Sin embargo, los habitantes de ese mundo perfecto enferman sin remedio al perder toda
dimensión de deseo, al perder la relación con un ideal y un proyecto y también los
verdaderos lazos sociales; su vida carece por entero de sentido. Los habitantes de
Globalia lo tienen todo y, sin embargo, pierden todo. Esa es la paradoja de intentar
esquivar y superar, sin resolver, la castración simbólica que nos es estructural y
propia. No obstante, la sutileza de Rufin logra ir más allá al captar y transmitir
nítidamente la verdadera operación psíquica que enferma a los seres humanos, es
decir, aquella que produce un viraje de las tendencias agresivas hacia sí mismos y
que les hace caer en actitudes masoquistas, tiñéndoles el alma de un tono depresivo. Es
esa enfermedad, entonces, la que pone en peligro el proyecto de sociedad perfecta. En su
universo de ficción, Rufin resuelve la problemática haciendo experimentar a los
dirigentes de Globalia la necesidad de construir un "Enemigo Exterior" al que
temer y odiar. Esta es la brillante solución para poner en evidencia la doble
faz de las sociedades occidentales contemporáneas, que empujan cada vez más a los
sujetos contra las redes de los efectos nocivos de la propia civilización,
siguiendo los pasos de la denuncia freudiana en cuanto a lo que comporta de satisfacción
mortífera el propio establecimiento de la cultura, su inequívoca dimensión
"maldita", que entra en oposición con la dimensión del deseo y de los procesos
sublimatorios que le son propios.
En la construcción de su universo utópico, se le ha colado a Rufin, además del
novelista y el ensayista que lleva dentro, la mirada clínica, capaz de desvelar la
lógica de las enfermedades, no sólo del cuerpo, sino también del alma y de la sociedad.
¿O no son acaso las enfermedades de los globalianos las mismas que asolan a los
habitantes de nuestro mundo desarrollado del siglo XXI? Según la Organización Mundial de
la Salud, hay alerta de epidemia de depresión y sentimientos autodestructivos en los
países desarrollados durante las primeras décadas del nuevo milenio. No olvidemos
tampoco nuestra segunda gran enfermedad colectiva: el auge de la figura del enemigo
exterior, que crece enloquecidamente como un tumor aberrante bajo la imagen del
terrorista, imagen sujeta a la paradoja perversa de que sería una criatura creada
desde el ombligo mismo de nuestra civilización, la misma contra la cual se supone que
atenta.
Globalia
Christophe Rufin
Traducción de Javier Calzada
Anagrama, Barcelona 2005
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