ÍndiceNavegación

índex català     septiembre - octubre  n° 50

AnimationEl retrato
José Luis Torres Vitolas


Me miras sobre la repisa, en marco plateado, con la corbata al cuello y esa sonrisa que reconoces, perdida hace tiempo. Me miras y te callas una vez más. Te reprimes. Sabes que podrías decir algo que la hiriese, pero no lo haces. Sólo cruzas los brazos en silencio, buscando mi aprobación, pero yo sólo río. Ella llora. Grita. Te acusa. Su brazo estirado con el dedo en el aire es un rifle a punto de fusilarte. Los insultos, las imprecaciones, los lamentos rebotan en las paredes de la sala, en los muebles, en la puerta, en mí, en ti y ella se siente sola y esta nueva sensación, aunque dudes en admitirlo, te agrada. Te acaricia como una cosquilla ligera que estira tus labios hacia una sonrisa que apenas termina de definirse, pero que está lejos de ser como la mía.
      Ella llora más.
      Te maldice. "Vete a la mierda", explota. "¡Lárgate! Anda, ¡márchate con tu china! ¡Acuéstate con ella! ¡Puerco! ¡Eso eres! ¡Un puerco! ¡Te gusta el lodo, la basura! A eso seguro sabe, ¿no? ¡A eso! No, no muevas la cabeza… No lo niegues. Es asqueroso. ¡Animal! ¡Animal! Una negra, una chola, una india y ahora esto… ¡Una china en celo! ¡Dios! ¡La peor raza de todas! ¡Una china!"
      Sus ojos te miran tristes, el rimel y el delineador negros de antes, que siempre le han dado esa apariencia aristocrática, ahora, húmedos, se disuelven. Se expanden formando en su rostro dos hoyos oscuros desde donde caen sus lágrimas negras que dividen su cara, partiéndola en pedazos distintos, en realidades diferentes, una ajena a la otra, como fragmentadas por un espejo roto, en donde la más triste, pero a su vez la más procaz, la más hiriente, es aquel fragmento que contiene a la boca que palpita desesperada.
      "Mamá", dices y avanzas hacia ella que enmudece con los labios apretados y todo el cuerpo expectante, al acecho. Sus manos se crispan, aprietan una ira que parece superior a ambos. "Mamá", repites, esta vez a su lado y una bofetada suya te tumba. La mejilla roja, la ira en su rostro, tu corazón ardiendo como cuando tenías once y yo, desde la repisa, río.
      "Eres un maricón", te dijo entonces cuando te golpeó igual y empezaste a llorar al bajar del auto. "Los hombres no lloran, maricón", gritó furiosa delante de tus compañeros de escuela y tú levantaste la mochila del suelo. Tus cuadernos esparcidos, los lápices y libros, un charco de cosas en la acera, justo unos pasos antes de entrar en el colegio. Lo chicos alrededor, riéndose, señalándote y de nuevo ella, siempre ella, ella, atrás, desde el auto, con la voz gruesa, como un trueno: "¡Maricón! ¡Maricón! ¡Así nunca serás un De Landa!"
      Y otra vez ella, ahora, de pie, grande, la voz ronca, te mira furiosa y tú sigues de rodillas, como perro con el hocico husmeando sobre la alfombra. El lado izquierdo de tu cara está encendida, avergonzada. Sientes la sangre entre los dientes y que el labio inferior se te adormece. Ya no ríes como yo, como antes…
      Inés, piensas… Inés, Inés, Inés… La imaginas en la esquina, a dos cuadras, parada bajo el viento de la tarde. "Ya vuelvo", le diste un beso y te abrazó tan alegre, que temiste perderla en ese momento. "Te amo", te dijo y volviste a besarla. Luego, balbuceaste algo, sorprendiéndote a ti mismo y ella te miró con los labios abiertos por un eterno segundo. Su boca se alargaba y se encogía, dudando entre risa o llanto y entonces, de repente, empezó a sonreír, entornando sus ojos alargados, parpadeando, conteniendo unas lágrimas dijo esa palabra que ya para ese instante temías, no por ella, no por mí, ni por ti ni por lo que sentías, sino por tu madre. Y mortalmente Inés dijo "sí". "Sí, sí, sí", repitió atorándose conmovida mientras te acariciaba los cabellos. Y tú, te asustaste aún más. "Ya vuelvo", le dijiste mecánicamente, y la dejaste por algo que habías olvidado. Caminaste hacia la casa tratando de cobrar valor, tratando de recordarte a ti mismo, que trabajas, que mantienes la casa. Que eres el jefe de quince operarios, que te respetan y hasta te temen apenas tu voz revienta en la planta. Que tu madre está enferma y debería más bien agradecerte que te hayas quedado en casa, no como tus hermanos que se fueron, que se marcharon para dejarla sola apenas tuvieron la puerta semiabierta. Y poco a poco, cerca, cada vez más cerca, tu andar cabizbajo se fue haciendo más firme, más pausado, como si hubieses cobrado valor así de pronto con el frío que empezaba a llegar junto con la noche.
      Pero fue inútil. Ahora lo sabes. "¡Maricón!", vuelve a gritarte. "¡Nunca puedes buscarte una mujer de verdad, acaso? ¿Qué vas a poder? ¡Maricón! ¿Qué diría tu padre? ¡Me das asco! ¡Apestas a esa china! ¡Y tú, como un imbécil allí, babeando! ¡Se menea, seguro, y aúlla como perra en celo y no te das cuenta de que te quiere atrapar! ¡Abre las piernas porque quiere un hijo! ¿No recuerdas a la otra? ¿No recuerdas a la chola con la que te casaste? ¿A la Iris, esa? Felizmente la niña salió a ti, gringuita. Porque un De Landa cholo… o chino… ¡Dios me guarde!"
      Y entonces tú empiezas a llorar, así, a cuatro patas, boca abajo, apretando los dientes, la cara roja, con la alfombra persa bajo tus manos como el único cielo posible de un perro. De repente tu madre se te acerca. Te palmea la espalda. La sientes grande, siempre más alta que tú, con su cuerpo enfermo, pero nunca débil, a tu costado.
      "Esa china es una mierda, hijo, créeme." Ya no grita. Su voz ronca se suaviza. "Si te lo digo es porque me preocupo. Si no soy yo, ¿quién te va a cuidar…?"
      Se arrodilla a tu costado y te abraza. Y tú lloras sin moverte. "Ya, ya, mi niño, ya pasó…" susurra acariciando tus cabellos y empieza a entonar una canción de cuna.
      Tú sigues llorando, pensando en Inés y sobre todo en aquél "ya vuelvo", que se estanca entre tus dientes.
      Y yo, sobre la repisa, encerrado en mi marco de plata, los veo a los dos, me miro allí, bajo los brazos de ella, y sin saber por qué, sigo riendo a mamá que saluda alegre detrás de aquel hombre que va a tomarme la foto.
     

 © José Luis Torres Vitolas 2005

Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
TorresCarné: José Luis Torres Vitolas (Lima, 1971). Estudió Ingeniería Industrial y luego siguió un Máster en Literatura Hispanoamericana. Ha recibido premios en diversos concursos literarios en el Perú, en cuento, ensayo e historieta. Ha publicado el libro de cuentos, Hasta la próxima Semana (Altazor, 2001) y también ha escrito las 15 biografías noveladas para niños que componen la Colección Héroes y Personajes (El Comercio, 2004). Actualmente reside en Madrid, está terminando de corregir una novela para niños y un libro de relatos.

navegación:    

septiembre - octubre  n° 50

Narrativa

Rafael E. Saumell: Mi padre, que es una persona importante
Hernán Ortiz: Hay una bomba en el cielo
Hernán Ortiz: Aura en mi nariz
Enrique Vásquez Valladares: ¡Cómo te quiero, manito…!
José Luis Torres Vitolas: El retrato
Gabriela Izcovich: Larga duración
David Vergara: Glenda y Martina

Ensayo

La cirugía estética aplicada a la sociedad por Begoña Matilla

Notas de actualidad

VI Encuentro Internacional de Mujeres en
el Arte México-Italia 2006

XVII Concurso Navideño de Literatura en Euskera

Reseñas

Leyendo, escribiendo Julien Gracq
Cuentos sanfermineros Patxi Irurzun
El vano ayer Isaac Rosa
Mujeres difíciles, hombres benditos Fernando Ampuero

Secciones fijas

-Reseñas
-Breves críticas (en inglés)
-Ediciones anteriores
-Envío de textos
-Audio
-Enlaces (Links)

www.BarcelonaReview.com  índice | inglés | catalán | francés | audio | e-m@il