Mi padre, que es una persona importante
Rafael E. SaumellAhora escribo palabra tras
palabra y sé que será inútil
repetirlas algún día: he abandonado la esperanza
de creerte inmortal,
y al gozar la presencia de tu pequeña piel oscura
te palpo en la medida en que ya eres memoria,
días y casas y viajes fulgurando sobre mí
"Mi madre, que no es persona importante"
Vivir es eso, Manuel Díaz Martínez
Habitualmente me reúno con el viejo los fines de semana, casi
siempre los viernes, en el bar de un restaurante texmex llamado Margaritas. Con el paso de
los años cada vez me entero más de su vida. Tiene 76 cumplidos, con una mente lúcida,
si bien ahora camina con marcada lentitud. Las piernas han empezado a fallarle a causa de
la artrosis cervical y los achaques de la edad. En 1991 llegó por primera vez a los
Estados Unidos con visa de turista. Desde 1988 yo vivía en Saint Louis, Missouri, en el
barrio de Overland al noroeste de la ciudad. Migdalia y yo estábamos casados, Abel y
Miguel aprendían inglés a una velocidad tremenda y no llevábamos tanto tiempo de
exiliados.
A los pocos meses regresó a Cuba. En el edificio
donde había residido por tres decenios le esperaba un cartel descorazonador: Elevadores
rotos. Se dio cuenta de que había metido la pata. "Por poco me quemo, quise que me
partiera un rayo", me confesó tan pronto como plantó sus pies de nuevo en los
Estados Unidos al comienzo del verano de 1994. Nunca más se ha dejado dominar por la
misma premura aunque extraña muchísimo a mis hermanos Ernesto y Maite de los Ángeles.
Hoy reside en un complejo de apartamentos para
jubilados de bajos ingresos. Es novio de Olga, una viuda mexicana a quien apodamos
"la tamalera" en referencia al cha cha chá de la orquesta "Aragón".
La conoció en un centro de recreación al cual acudía de lunes a viernes. Así lograba
pasar horas fuera del apartamento, sin aburrirse ni sufrir la rutina mortal propia de una
persona que no habla inglés y a quien sólo le queda la opción de mirar las emisiones de
los canales en español.
Muchas cosas cambiaron desde que empezó a frecuentar
a gentes de su generación. Olga ha sido una tabla de salvación ya que ella se defiende
en los dos idiomas. La trajeron de niña desde Tamaulipas, asistió a la escuela americana
y se casó con un señor de nombre Serapio. Enseguida empezó a servirle de acompañante,
de amiga y de intérprete. No siempre está con él sino por temporadas que oscilan entre
una y varias semanas.
Mis amigos se sorprenden cuando les menciono el
romance entre el viejo y Olga, asombrados de que alguien pueda noviar pasados los setenta.
Por el contrario, a mí me parece natural, quizás por estar acostumbrado a sus perennes
conquistas desde que mi madre murió cuando yo apenas tenía cinco años. Andaba por los
veintiséis cuando enviudó. Siempre fue un hombre fácil de cara, jaranero, cuentista de
chistes de todos los colores y un seductor empedernido.
Silvia fue la única que lo amarró por cierto
período. Se casaron en un bufete civil del reparto La Víbora y con ella tuvo a mis
hermanos. No creo que ninguno de los dos se guardara lealtad y por eso el matrimonio se
hundió pronto. La escasez de viviendas los castigó a compartir una estrecha habitación
hasta que el viejo se mudó para acá.
Precisamente este detalle constituye una de las cosas
increíbles del viejo, radicarse en los Estados Unidos, él que siempre me pareció
demasiado fidelista. Lo digo porque en materia de política soy el más connotado
disidente de la familia. De los trece hermanos suyos sólo dos apoyaron la revolución. El
resto le sacó el cuerpo al asunto de la mejor forma, es decir, marchándose a otra parte.
Quien lo trató a fines de los cincuenta y hasta
mediados de los ochenta pensaría que el de hoy es otra persona. Basta revisar su
historial: alzado en el II Frente Oriental, zona de Imías, bajo el mando de Gilberto
Cervantes Núñez, entonces estudiante de medicina y jefe médico de la columna de
guerrilleros. Terminada la guerra, a Cervantes le dieron la jefatura nacional de la Cruz
Roja y nombró al viejo oficial superior. En ese cargo debió atender tres sucesos
violentos e importantes, uno personal y dos políticos: la muerte por quemaduras de mi
hermana Tania, la explosión del barco "La Coubre" y el desembarco en Bahía de
Cochinos. Cortó caña en numerosas zafras, recogió cadáveres de fusilados, donó
sangre, se ocupó de presos reclamados por la Cruz Roja Internacional, atendió a
desmayados en los desfiles de la Plaza de la Revolución, se hizo miliciano y se movió
entre empleos modestos: comprador de piezas de repuesto para el taller de la Cruz Roja;
chofer en los Ministerios de Marina Mercante y Puertos y en el de Educación de donde se
retiró.
Lo único que no aceptó, me consta, fue ingresar en
el "partido". Cuando los militantes le preguntaron, asombrados, por qué con
semejantes méritos revolucionarios declinaba ser comunista de carné les regaló una
información inesperada: "Fui chulo en Guantánamo, varias mujeres trabajaron para
mí en ese negocio". Les dijo la pura verdad, aunque ni siquiera hoy logro comprender
por qué sacó aquel trapo sucio de su juventud con tal de ahorrarse la militancia. Ganaba
un salario de pobreza en el puesto de preparador de sándwiches de una fonda propiedad de
un tío de mi madre. En Guantánamo había muchos prostíbulos llamados
"bayuses" pero no fue allí por ese motivo sino para conseguir una plaza civil
en la base naval. Como la buena suerte no lo acompañó, se metió a traficante de
mujeres. Clientes le sobraron. Cientos de marines salían de pase cada viernes al
anochecer. Una multitud de chicas y de proxenetas les daban la bienvenida en el Parque
Martí de la avenida Pedro A. Pérez. Recuerdo a algunas de sus socias: "María
Félix", "La Panameña", "La Sabrosona", Virginia, Ivonne,
Blanquita. Transcurridos los años una de ellas se graduó de enfermera. Nos reencontramos
en un salón de operaciones adonde yo había ido a parar a resultas de un accidente de
tránsito.
A cada rato repaso las fotos conservadas de aquellos
tiempos. Mi joven padre agachado a la entrada de la fonda, de pantalón y camiseta claros;
yo recostado a él llevando un pantaloncito bombacho, descamisado, sonriente y sosteniendo
una botella de Coca Cola; el mismo hombre, alto, un poquito mayor, más corpulento, de
bigote fino y mota a lo Elvis Presley, vestido de uniforme gris y portando un brazalete de
la Cruz Roja en la manga izquierda; sentado ante un escritorio, de oficial superior,
mirando hacia la cámara con expresión medio placentera; en la playa de Santa María del
Mar al lado de Silvia, Ernesto, Maite de los Ángeles y un grupo de sus compañeros de
trabajo; estrecha la mano de un negro alto, muy erguido dentro de una guayabera elegante,
recibiendo el diploma que lo acreditaba como vencedor en la batalla por alcanzar el sexto
grado de escolaridad.
Casi no recibió instrucción formal, exceptuando la
ocasión en que lo metieron en el seminario de Los Salesianos de Guanabacoa para que
iniciara la carrera de sacerdote. Abuelos Leopoldina y Emilio no podían asegurarles ni un
techo estable ni comida a tantos hijos. "¡Pobrecita madre mía que tantos partos
tuvo! ¡Diecinueve contando las criaturas perdidas!", lamenta en tono compasivo.
"Imagínate, un montón de muchachos y mi padre con el simple oficio de boticario del
ejército". El viejo era el más joven. No lo concibo oficiando misas y menos
practicando el voto de celibato. Había acordado con Milagros, la hermana mayor, que en
cada carta dibujaría cruces para indicar cuánto le disgustaba el colegio. En una de
ellas, y para hacer bien patente el malestar, llenó de cruces las dos caras de la hoja de
papel y debajo firmó su nombre. Dice que vio mucha corrupción y sodomía. Por ese motivo
se convirtió en anticlerical pero no dejó de creer en Dios.
En Margaritas me contó que en el seminario había
escrito algunos poemas y ganado el segundo lugar en un concurso literario. Le pregunté si
los recordaba y respondió que los había olvidado. En uno alababa a la Virgen de la
Caridad del Cobre. "Tú sabes que había mucho machismo en mi época y a todo aquél
que se dedicaba a la poesía no le quitaban de encima el traje de maricón". Me
llamó la atención el asunto de los versos adolescentes. No olvido cuánto reprochó la
carrera que yo decidí estudiar: Lingüística Francesa. "¿De qué carajo te va a
servir ese diploma?" "¿Qué tipo de trabajo vas a encontrar?",
"¿Cómo vas a mantener a tu familia?"
Lo cierto es que fui traductor de mesa en un Instituto
de Investigaciones Científicas donde me hice novio de una socióloga francesa. Luego
pasé a la industria de la radio y la televisión donde aprendí los oficios de guionista
y realizador. Tan pronto como alcancé el éxito el viejo admitió que no había elegido
mal ni el diploma ni la carrera en el mundo de la farándula.
No obstante aquello se interrumpió la mañana en la
cual me arrestaron por haber escrito unos relatos que la policía y el tribunal condenaron
por contrarrevolucionarios. Durante los próximos casi cinco años apenas lo vi. Recibí
pocas cartas suyas, ¿dos, quizás tres? Nuestra relación se deterioró pero comenzó a
mejorar el día de mi excarcelación, un once de abril. Cuando atravesé la reja final de
la prisión hacia la calle, ahí se hallaba él, sentado en uno de los banquillos de
espera.
¿Y Migdalia y los muchachos? ¿Por qué no
vinieron?
Nadie sabía que te iban a soltar temprano y
ella había planeado llegar después de las seis como nos dijeron. Me adelanté porque no
tenía paciencia para quedarme en casa. ¿Agarramos un taxi?
No, prefiero que vayamos en guagua, tengo ganas
de oler gentes.
Hicimos el viaje de pie, en un ómnibus atestado de
gentes y repleto de los colores perdidos en el instante en que la policía me sacó de
circulación. A la salida del túnel de la bahía, el mar constante. Nos bajamos. Me
entraron intensos deseos de correr hacia el malecón y hacer la famosa terapia del grito,
aconsejable para sacar las frustraciones del alma. Sencillamente quería llenar los
pulmones y tronar a voz en cuello "¡CO
JOOOONEEEEEEEEESSSSSSS!" de una
forma mayúscula, estruendosa, larga, capaz de cubrir el horizonte. Marchamos hacia la
otra parada, situada en la calle San Lázaro donde percibí el agravado deterioro de la
ciudad, con edificios y casas apuntaladas, paredes y balcones aguantados por infinitos
listones de madera. Noté el grueso barniz de la atmósfera, hecho del excesivo polvo y de
la humedad, la luz del sol aceitosa y menguada por los altos muros.
Frente a mí la ciudad añorada y yo con mi
reestrenado atuendo civil, ubicado en el lado opuesto a la fortaleza de La Cabaña, la
primera cárcel, de donde escapó el prisionero y amigo Teodoro del Valle, saltando desde
la azotea y ante la vista de guardias y reclusos, echándose a correr, huyendo de los
guardias y de los perros que sólo pudieron alcanzarlo unos días más tarde. Pensé en
los libros de Juan Clemente Zenea que Migdalia me llevó a ese lugar: la Poesía
recopilada y prologada por Lezama Lima y la Vida y escritos de JCZ, de Enrique
Piñeyro: "¡Un pedazo de cielo/Ponerme a mendigar desde las rejas!"
Dejamos la guagua en L y 19. Caminamos hasta el
supermercado de K y 17 para comprar una bolsita de café. De nuevo rumbo al apartamento
del viejo. A Maite de los Ángeles le dio por llorar y temblar como si se hubiese topado
con un aparecido. La abracé. Coló café, hablamos y me despedí para ir directo a
Marianao y juntarme con Migdalia y los muchachos. Sabían de mi excarcelación adelantada
gracias a una llamada hecha por Maite desde el teléfono de los vecinos.
Once de abril, uno de los días más largos de mi
vida. Le sigue el nueve de mayo, salida de Cuba rumbo a Saint Louis, Missouri, vía Miami.
El viejo escribió bastante desde que vinimos para los
Estados Unidos. Reuní dinero y llené solicitudes para traerlo. En el aeropuerto de Saint
Louis, Migdalia, los muchachos y yo vimos salir del avión a un hombre maltratado. No
podíamos creer que aquella figura ceniza y desgarbada, frágil, emocionada y confundida
tras viajar de un mundo a otro, tan diferentes, fuese él. Al principio, ni siquiera
reconoció a Abel.
Cuando se repuso le hicimos una fiesta que grabamos en
vídeo. En la cinta conversa, ríe, se burla de aquel viejito celoso del inglés de
Miguel. "Mickey" Moré Benítez, hermano del Benny y ex-preso político,
preparó la cena. Esa tarde Abel nos presentó a Karen, su novia americana. El final
contiene un plano largo donde conversamos sobre los libros que yo iba acumulando en el
estante del sótano. Miguel baila sin cesar y hace muecas frente a la cámara inmóvil.
Mostró su arrepentimiento de no quedarse en los
Estados Unidos, a través de incontables cartas dirigidas a Saint Louis y después a la
nueva dirección en Texas adonde nos llevó mi trabajo. Ahora ni se le ocurre hablar de
regreso. Cuba se le ha transformado en una pesadilla: "Extraño a Ernesto y a Maite
pero, si me hubiera quedado con ellos, a estas alturas estarían comiéndome los gusanos.
El futuro que tenía por delante era una cola interminable en la bodega, en el puesto de
vianda o en el de leche, en la carnicería; subir y bajar los nueve pisos del edificio por
culpa de los apagones o del elevador descompuesto. Allá los jubilados nos dedicamos a
hacer lo que nadie quiere hacer".
¿Valió o no la pena que tu generación se
sacrificara tanto? le pregunto en el bar de Margaritas.
¡Claro que sí, compadre! Si naciera de nuevo y
tuviera que hacer lo mismo, me alzaría contra Batista a raíz de la huelga del nueve de
abril del cincuenta y ocho, subiría las lomas de Imías para unirme a los alzados
No me arrepiento de nada, salvo que se me aflojaron las piernas en el noventa y uno. Quise
estar cerca de Ernesto y de Maite. Aquí tú estabas bien encaminado pero ellos bregaban
con el comienzo del período especial. Me cansé de los esfuerzos inútiles. Con ese
hombre no hay mejora en Cuba. Tus propios hermanos me pidieron que me fuera, que viviera
sin zozobras aunque estuviera muy lejos
Hacemos una pausa para sorber nuestros tragos. Cambio
el tema.
¿De verdad que no recuerdas los versos escritos
en Los Salesianos?
Empieza a memorizar y al cabo habla:
No exactamente del seminario pero sí de unos
que mi padre me enseñó. No sé quién es el autor ni el título. Decía que se
remontaban a la guerra de independencia. Un mambí va caminando por el monte y encuentra
un cráneo. De uno de los huecos de los ojos brota una flor y eso le sirve de
inspiración: "Triste flor que has nacido/y tan fatal fue tu suerte/que el primer
paso que diste/te encuentras con la muerte/el arrancarte me es muy triste/y el dejarte me
es muy fuerte/porque dejarte con la vida/es dejarte con la muerte". Creo que Ernesto
y Maite son esa flor.
Mira la copa y los dos callamos.
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