Volver a la casa del padre
Carmen Borja
Libro del retorno;
Barcelona,
Lumen, 2007
Nacida en Gijón en 1957, Carmen Borja se doctoró en literatura española y realizó luego un máster en edición. Reside en Barcelona desde 1978, fecha en la que publicó su primer libro de poemas. Es miembro de la ACEC (Asociación Colegial de Escritores de Cataluña) y del PEN Català. Autora de trabajos críticos sobre diversos escritores españoles de los siglos XIX y XX, formó parte del consejo de redacción de la revista Hora de Poesía durante su última etapa y colaboró en el suplemento cultural de El Periódico a principios de los noventa. Alejada por convicción personal tanto de la crítica literaria como del mundo académico, su interés central desde hace años es la poesía. Ha publicado, entre otros, Libro de Ainakls (Jerez de la Frontera, Arenal, 1988), Libro de la Torre (Barcelona, El Bardo, 2000, que incluye también la segunda edición del Libro de Ainakls) y, ahora, Libro del retorno (Barcelona, Lumen, 2007), del cual más abajo ofrecemos una selección. El poemario se presentó el jueves 8 de marzo en el Aula de Escritores de la ACEC. Sus poemas aparecen en diversas antologías nacionales y extranjeras; en 2006 codirigió, con Carles Molins, un singular proyecto creativo: Puzle (2006), de cuya presentación TBR se hizo eco en el número 55 . En el número actual de Letras Libres se puede leer una magnífica reseña del Libro del retorno firmada por Alberto Hernando (www.letraslibres.com/index.php?art=11955)
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Lo importante procede por amor,
lo que une lo visible y lo invisible.
Y el esfuerzo de comprender es largo,
aunque la luz llegue de súbito,
como el relámpago.
Pero a veces la simiente muere
y el otoño espera en vano su cosecha.
¿Acaso la esperanza ha de darse por perdida?
El fruto maduro también necesita abrigo.
Pero el infierno comienza
cuando lo sencillo se hace monstruoso.
Entonces la oración nos recuerda lo olvidado.
El pensamiento solo no alcanza a comprender:
rayo de luna, agua entre los dedos,
reflejo de la luna en el agua.
Ocho minutos tarda la luz del sol
en llegar a la tierra. ¿Cuánto el eco de Dios?
A pesar del silencio, no calles.
Aunque el espacio se haga hondo, no calles.
Tu monólogo es un diálogo en la inmensidad.
Las lágrimas son la siembra, el grano
expuesto a la sequía, al huracán.
Y cuando ríes cosechas la palabra.
Siempre volvemos a la casa del padre.
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Y la ausencia interpela
y pide vivir de modo diferente,
sin genealogía ni afán de poder.
Entonces la belleza verdadera
puede florecer con la tarde.
Escribe como si estuvieras muerta
y tu historia fuera la de todos
y tu palabra tuviera el don del consuelo:
collar de símbolos inverificables.
La semilla llega tras duro sacrificio
y el poeta compromete en ello su ser.
Su mirada ha de llegar lejos y hondo
y su palabra ha de ser acto de amor.
A algunas regiones sólo el silencio.
Siempre volvemos a la casa del padre.
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Y el pasado vuelve sin permiso,
como el azar. Desbocado,
más allá de los nombres,
por encima de todas las palabras.
Y mi cuerpo se transforma en ola gigantesca
que dibuja vocales, consonantes,
ola tras ola, letra tras letra,
playa inagotable. Y todo es sagrado.
Llegar donde el agua no llega.
¿Acaso es traición sobrevivir a los muertos?
Una oscura llamada nos convoca
entre ráfagas de lluvia, libros y palabras
y nos hace recorrer las mismas calles
y nos llama a cada cual por nuestro nombre.
¿Cómo no ser débil y entregarse?
¿Cómo no obedecerla?
Siempre volvemos a la casa del padre.
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A tu tierra no llegan los patos salvajes
cuando la luz de octubre se filtra entre los juncos.
¿Qué queda cuando no queda nada?
Inventas mundos sólo con pensarlos,
lo vivo y lo inerte surgen o decaen
y de ti depende la armonía.
Pueden comprender tu dolor,
pero no sentirlo. Tu torre es sólo tuya.
Y tuyo es el silencio
donde viven todos los que aman.
Dentro. Desde dentro. Sin palabras.
Siempre volvemos a la casa del padre.
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Entonces el latido azul de las coníferas
y el rumor del mar en la cueva de Próspero.
El libro está plagado de símbolos
y se hace entraña en la entraña misma.
Pero si te dejas arrastrar por eruditos
sólo hallarás aire vacío. La palabra secreta
llega en medio de la noche, furtivamente,
envuelta en silencio, como un ladrón.
Conviene no olvidar, para seguir vivos,
que antes del fin del mundo
cantarán los pájaros.
Pese a todo, aunque no sobrevivamos,
cantarán los pájaros.
Siempre volvemos a la casa del padre.
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El amor no entiende de sangre
y el poeta sólo tiene destino.
Descender a los infiernos
forma parte del viaje:
porque una misma escalera lleva al mirador.
El riesgo estaba en la ciénaga.
Pero ningún otoño se parece a otro,
ninguna primavera a otra primavera.
Y cada uno exige un esfuerzo renovado.
Pero el valor de las palabras
no está en las palabras. Por eso, pasa
junto a ellas, por encima de ellas,
y deja que el silencio habitado
te colme el corazón.
Entonces el arte verdadero
y el sentido del latir, fuera del tiempo.
Siempre volvemos a la casa del padre.
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