biografía del autor

imageIria L.

Última fase


Una vez que terminaron con toda la comida que les habían servido, arrastraron las sillas haciendo un ruido estrepitoso y se levantaron. Con paso firme se acercaron a la puerta principal y salieron del salón. Avanzaron por el extenso pasillo dejando atrás decenas de puertas abiertas. Lo que dentro sucedía no les importaba. Los sonidos que salían de ellas, tampoco. Las paredes eran blancas y los marcos y las puertas, también. El pasillo terminaba en un ascensor. Entraron. Pulsaron uno de los seis botones y descendieron. Cuando las puertas se abrieron el hombre y la mujer caminaron una al lado del otro con la cabeza erguida y mirando al frente. Parecía no interesarles nada de lo que sucedía a su alrededor. En este otro nivel las puertas estaban todas cerradas. Al llegar al habitáculo C21, se detienen. La mujer saca de su bolsillo una tarjeta maestra y abre la puerta.


Como todas las tardes llegan puntuales. He decidido desde hace días no decir ni una palabra. Las últimas nueve noches no he podido dormir y reconozco que mis nervios están de punta. Los escalofríos son cada vez más insoportables y las convulsiones se presentan con mucha más frecuencia. A ellos parece no importarles nada. Son impasibles, al menos lo parecen. Sus batas blancas e impolutas me resultan insoportables y todavía no entiendo como pueden permanecer tan limpios entre tanta porquería. El cuarto donde me han encerrado es una pocilga. En la pared del fondo está la cama donde paso todo el día tumbado. Para hacer mis necesidades utilizo el rincón más alejado de ella, donde hay una rejilla que desagua sabe dios dónde. Cada día se presentan aquí y se preguntan cómo me encuentro. Yo siempre pienso que mal, acaso no es evidente que esta peste acabará conmigo como lo hizo con los demás.

Cuando el examen rutinario finalizó, el hombre y la mujer salieron del cuarto C21 cerrando la puerta tras de sí. A través del cristal podían escucharse los pensamientos de Max. Él sabe que las consecuencias del brote de peste son irreparables. Y también sabe que nada de lo que él pueda hacer o decir lo sacará de allí. Se tumba sobre sus mantas e imagina cómo estarán las cosas fuera. En el pasillo se escuchan estruendos de puertas cerrándose. Deben de haber llegado nuevos.


Max tiene por costumbre tumbarse de cara a la pared, como si permaneciese constantemente castigado. Intenta no sobresaltarse con los golpes y ruidos de fuera. Por muchas noches que pasen, jamás se acostumbrará a su nuevo hogar. El resto de su vida lo pasará encerrado entre estas cuatro paredes, rodeado de sus propios excrementos que alguien limpiará un día de éstos con el chorro frío de una manguera. Los días dentro de este cubículo se le hacen eternos. Al principio caminaba alrededor del cuartucho, de rincón a rincón, pero ahora sus extremidades a penas le responden. La enfermedad lo debilita cada hora que pasa. Lo peor de todo es que no sabe que lo están dejando morir.
En el último piso del edificio se encuentra el laboratorio, una estancia casi infinita, atestada de tubos de ensayo y probetas graduadas. Los techos son excepcionalmente altos y todo el material está estrictamente ordenado y clasificado. El color de los muebles es blanco con algunos remates metalizados. En la pared del fondo hay estanterías con diferente tipo de material y una vitrina donde están colocados cientos de libros de biología y otros tantos relativos a la medicina y otras ciencias naturales. Decenas de científicos pasan allí los días y las noches y, si se les preguntara, casi ninguno podría responder con exactitud qué día llegaron allí.  Tampoco conseguirían recordar cómo los convencieron para instalarse en aquel lugar, lejos de todo lo conocido, aislados. El complejo de edificios es inmenso. A vista de pájaro se pueden distinguir dos bloques independientes, uno de viviendas; en el otro se ubica el laboratorio y otras dependencias. Alrededor, un monte espeso y vegetación abundante. Hay árboles de tamaños imponentes y edades centenarias pero también se puede distinguir flora joven de diferentes colores. Entre tantas tonalidades verdosas se confunde todo tipo de fauna aunque aquí no moran grandes animales depredadores. Las aves sobrevuelan un río caudaloso que atraviesa el bosque en diagonal dejando a su izquierda la construcción edificada. No hay carreteras, ni caminos, ni casas, por supuesto. En el caso de que Max se curase, algo improbable, podría sobrevivir en el monte sin problemas. Pero a Max no lo piensan salvar. Ni a él ni a ninguno de los que mantienen encerrados y en condiciones lamentables. 


Hoy, igual que ayer y antes de ayer, no he abierto la boca. Ni para hablar ni para comer. De todos modos, no me pierdo nada. La comida aquí no es muy abundante y tampoco tiene nada tentador, lo cierto es que he comido cosas peores. He llegado a pensar que he comido la carne cocinada de los compañeros que iban cayendo, pero sé que a veces desvarío y contamino mi imaginación. Aquí encerrado pocas cosas puedo hacer y, a veces,  fantasear me lleva a la extrema confusión. Como cada día, se han presentado aquí a la misma hora pero hoy ha sido diferente. Han llenado un montón de tubos con mi sangre y han estado dentro más tiempo de lo habitual. Por lo poco que he podido escuchar, es sólo cuestión de horas. La enfermedad ya está en su última fase y sólo me queda esperar. Los ruidos de fuera han disminuido. Ya apenas se escucha nada, creo que cada vez quedamos menos pero no me conviene pensar en eso. Ahora me siento tranquilo y despejado. Lo mejor que puedo hacer es conservar esta actitud. Al menos por ahora.


Max, como siempre, mira fijamente la pared del muro. A sus espaldas, cerrada, la puerta se alza detrás de él. Fuera ya no se escucha nada. Ni golpes, ni pasos. Nada. Dentro tampoco. Max, tumbado sobre sus cuatro patas y con el hocico empapado de sangre, decide dejar de respirar.


Biografía:

Iria L. es fotógrafa artística. Ha colaborado en el blog La esfera cultural (http://programalaesfera.blogspot.com/) y ganado una segunda mención con el microrrelato "La Navidad no es cosa de pobres", en el concurso mensual que organiza la web Minificciones (http://minificciones.com.ar/?page_id=94). Su blog es: http://sucedeque.wordpress.com/