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Alberto Martínez

La gota que colma el vaso


      —Mira, Laia, es que no sé qué hacer. Me acuerdo al principio, cuando íbamos al monte los fines de semana, a Collserola, al Tibidabo, qué manera de correr entre los árboles, qué energía, trepando por los senderos que picaban hacia lo alto. Era para verlo, él siempre el primero, abriendo camino.
      Y ahora, ya ves. Se pasa el día durmiendo en el sofá, parece un trapo viejo, o en una butaca pegada al radiador. No puedo llevarlo a ninguna parte. Si lo saco a pasear por la playa, a los cinco minutos da pena verlo, con la lengua fuera y los ojos llenos de lágrimas, que casi tengo que traérmelo en brazos.
      —Junta las manos con vehemencia, las separa, las agita como si estuviera espantando una mosca—. Y mejor no hablar de irnos de casa y que se quede él solo. Si salimos tres días, ya estamos llamando a tu tía para que se acerque a echarle un vistazo, a comprobar que todo está bien, que tiene comida. Y esto, lo último, collons! Esto ya, mira, Laia, esto ya es la gota que colma el vaso. Vas por el pasillo y pisas un charco, y a fregar otra vez, a limpiarlo todo, o de repente se ahoga, empieza a toser y vomita en la alfombra, o en la colcha de la cama, y venga a poner lavadoras. De un tiempo a esta parte todo son preocupaciones. Hay que ir detrás de él constantemente. Se mea en la entrada, en cualquier parte, o deja por ahí escondida alguna sorpresa, como el día que se hizo sus cosas debajo de la mesa, y ¡puf!, ¡cómo olía!, cuando estuvieron aquí el Quim y la Maite, quina vergonya! Y así todos los días. Cuando no se asfixia, te despierta aullando a las tantas de la madrugada.
      »Yo es que no puedo más, Laia. ¿Qué quieres que haga? Esto a mí me supera. Mira, le damos la pastilla y que descanse, el pobre. Es lo mejor para todos, lo más humano… O lo llevamos al campo, lejos, como si nos fuéramos de excursión, al Montseny, a la Garrocha, y lo dejamos a sus anchas, que corra si quiere, o que se tumbe a la bartola. Lo dejamos en libertad, él solo, y que sea lo que Dios quiera.
Hay un silencio.
      —Caray, Oriol… —Laia traga saliva. No sabe muy bien qué decir—. Que no és un gos, el senyor Nicolau, que és el teu pare.
      Oriol se enciende un cigarrillo, el tercero en poco tiempo.
      —Entonces, ¿qué? Mejor lo llevamos al campo, ¿no?

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Del libro Un ciervo en la carretera. Libros.com, noviembre 2019.
ISBN digital: 978-84-17993-44-3

Padre a tiempo completo y escritor eventual, Alberto Martínez (Zaragoza, 1977) estudió Filología hispánica. Sus relatos, recogidos en esta y otras antologías, han sido premiados en más de sesenta certámenes literarios. Colaborador habitual de revistas digitales y páginas web de literatura (Wall Street International, Letralia, Proyecto Sherezade), actualmente trabaja en una obra de ficción medieval, Rey de un desierto, que será su tercera novela, tras Las ruinas blancas (premio «Santa Isabel de Aragón, reina de Portugal») y Trovas de fierro (premio «Alfonso Sancho Sáez»).

imagen: © Amparo Ramis


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