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marzo -abril 2000  num 17

biografía  |  versión en inglés


Asilo

por Alden Jones

Traducción:
Isabel Abad
  

Estamos en un asilo para indigentes en Asheville, NC. Menudo cachondeo. Nos gustaría saber cómo es posible que haya tantos sin techo en un lugar tan rematadamente cateto como Asheville, NC. Está tan atiborrado que tenemos que dormir en el suelo.
       Estoy con esta chica, Sparky, una tortillera que conocí en Ft Lauderdale, FL. Tiene un viejo Toyota blanco y una tienda en la que hemos dormido durante el último mes. Sparky quería ver los Apalaches, así que aquí estamos, siguiendo senderos pedregosos y echando cuatro gotas de yodo en cada botella de liviana agua de río, durmiendo en los sacos que escamoteó del garaje del compañero de piso de su hermano. También nos llevamos su cocinilla y una linterna, así que probablemente nos siga la pista furioso, para volver papilla el escuálido cuerpo de Sparky con sus botas de marica.
       El problema es que sus cosas deben ser para Everglades, según Sparky, donde hace calor, y ahora estamos en octubre, anoche nos bebimos cuatro tazas de cacao caliente cada una y no dejamos de salir de la tienda para mear durante toda la noche, con el aire de las alturas apalaches congelándonos el culo. Esto es un coñazo, le digo a Sparky y empezamos a pensar las opciones que tenemos y Sparky dice, Me pregunto si hay un asilo para sin techos por la zona, y le contesto Eso sería divertido, podemos ir para ver a quién encontramos ahí sin blanca, así que cogemos el coche y bajamos hasta la autopista y encontramos un Waffle House con una guía de teléfonos y contamos los restaurantes de comida rápida (17) hasta llegar aquí.
       El ir con Sparky me favorece porque yo soy toda curvas, mientras que Sparky parece un chaval de 14 años, sólo brazos y piernas y nervios. Nada más llegar al asilo ve una canasta de baloncesto y antes de que pueda darme cuenta ya está jugando con unos mejicanos arruinados y me pregunto cómo diablos harían todo el camino hasta Asheville, NC sólo para terminar aquí como indigentes. Pero a Sparky le gusta hacer amigos, lo que a mí me parece bien siempre que luego se deshaga de ellos y vuelva a mí, como siempre hace.
       Normalmente, hacia las nueve ya está molida y puedo hacer de ella lo que quiera, porque lo que Sparky quiere es meterse en mis pantalones. Una o dos veces cometí el error de estar tan borracha que me daba igual si me desnudaba y me comía el coño, así que eso es lo que hizo en Ft Lauderdale, cuando vivía encima de Chaussie’s, donde una botella de Miller costaba 85 centavos. Yo ni me enteraba, pero Sparky piensa que eso quiere decir que yo también soy lesbiana y sigue esperando que vuelva a perder el conocimiento, lo que es una especie de señal de amor verdadero para Sparky, lo que es más bien triste.
       Así que Sparky está ahí fuera con esos chicos practicando su español, diciendo cabrón y maricón y pidiéndoles que le enseñen nuevos juramentos, porque así llaman a las palabras como mierda, joder y maricón aquí, en el Sur. Entro al asilo buscando a la rubia oxigenada que dirige el tinglado intentando tener un aspecto desvalido, para lo que tampoco es que tenga que fingir mucho, la verdad, después de todas estas noches luchando contra los jejenes y revolcándome en el suelo de la montaña Grandfather. Sparky se me intenta echar encima hasta cuando duerme, así que a veces prefiero dormir fuera, directamente sobre la tierra, para poder para tener una noche de descanso decente. La mujer, toda pucheros, se apiada de mí y me da toallas y mantas, y empiezo a recorrer el sitio. Se parece al colegio donde estudié. Hay una biblioteca, una cafetería, una enorme cocina espantosa y algunas habitaciones con catres en el sitio donde habrían estado los pupitres.
       Sparky entra llena de energía, con un olor salado como de sudor y decidimos echarnos para probar el suelo. Está cubierto con una moqueta con pintas azules, pero aun así es mucho más duro que la parte de la montaña conocida como Grandfather. La pobre Sparky no aguanta nada acostada, con ese culo huesudo, así que se levanta, hace su típico bailoteo para espabilarse y tira de mí hasta que consigue ponerme de pie y llevarme fuera. Yo soy vaga por naturaleza y por ese lado me viene bien estar con Sparky porque siempre me obliga a hacer cosas. Mi femenino cuerpo de formas redondeadas está lo suficientemente acolchado para que el suelo me parezca cómodo durante un rato. Pero eso no es productivo, ¿no?.
       Los mejicanos se han ido, así que nos sentamos en el porche y Sparky se lía un Drum. Dice que fuma Drum porque no tiene impurezas, pero yo sé que le gusta liar su propio tabaco para sentirse como un cowboy. Empiezo a llamarle Cowboy, empujándola con el pie, y se pone toda mona y tímida y empieza a tirarme briznas de tabaco, que son idénticas a los gusanos secos que le dábamos de comer a su pez de pelea japonés en Ft Lauderdale, Fl, el mismo pez que probablemente ahora estará pudriéndose en la superficie de la pecera. Pobre Sticky.
       Sale una chica y nos callamos para enterarnos de su historia. Se llama Amy. Tiene una pipa como un globo y el pelo quemado de agua oxigenada. Una permanente demasiado caliente. O más bien ella es demasiado caliente, está embarazada de ocho meses. Nos dice que ya es el tercero y que los otros dos los dio pero que éste quiere quedárselo. Mal rollo que el padre esté casado y no quiera saber nada de ella ni de su prole. Le preguntamos por qué simplemente no abortó y Amy dice que no está de acuerdo con el aborto, lo que consigue cabrear a Sparky. Es que Sparky tiene cierta manía con las chicas que se aguantan cuando un tío les da la patada: las odia. Si Amy llorara o se cabreara y gimoteara cómo-pudo-hacerme-eso-a-mí, Sparky le largaría su discursito sobre cómo mejorar su vida, es decir cómo ser más como la propia Sparky, o sea una lesbiana, y se harían amigas, pero la chica parece toda orgullosa y satisfecha mientras chupa de su Kool. Está claro que la querida Amy es más simple de lo que Sparky podría llegar a entender, ni siquiera Sparky la querría para su clan.
       Entonces Amy nos cuenta que los del asilo le han buscado un piso y que además se lo van a pagar. Se muda mañana. Eso sí que nos cabrea, porque ¿por qué no nos pagan un piso a nosotras también, ya que yo soy lo suficientemente inteligente para comprar condones y Sparky lo suficientemente inteligente para ser lesbiana y ninguna de las dos tan estúpida como para haber tenido tres hijos antes de llegar a los veinte?, a ver, ¿por qué no nos recompensan por eso? Pero Amy es demasiado tonta para entender ese tipo de filosofía y parece que no le va lo de afrontar la verdad, así que apaga su cigarrillo mentolado y vuelve a entrar toda quejumbrosa, como si cargara el mundo en sus espaldas, como si fuera Atlas y nosotras le estuviéramos golpeando las costillas sin ningún motivo.
       Sparky y yo llegamos a la conclusión de que la mayoría de los sin techo deben ser estúpidos e intentan culpar de sus problemas al resto del mundo y nada más decidir eso conocemos a JT. JT es un tipo negro de East Orange, NJ y lleva una media en la cabeza, lo que demuestra nuestra conclusión. "Drogas", nos dice, redondeando la palabra como si fuera un eructo, como si empezara y terminara de golpe y resumiera toda la historia. Le pregunto por qué ha recorrido ese largo camino hasta Asheville, NC simplemente para engancharse a las drogas. Dice que de eso se trata, que vino porque era el único remedio para huir de las drogas, pero que las muy listas le han encontrado incluso en Asheville, NC. A Sparky y a mí eso nos parece una chorrada y le decimos que por qué no se dedica a beber como cualquier persona normal que acate las leyes y se ahorra los gastos de viaje. Le decimos que da la casualidad que nosotras vamos a pasar por el que llaman el estado jardín, o sea New Jersey y que por qué no viene con nosotras y estará tan hecho polvo cada noche que ya verá lo fácil que es dejar las drogas y podrá volver a su casa gratis. JT se ríe pero luego mira fijamente a Sparky, como si estuviera dándose cuenta en ese momento de que es lesbiana. Tiene una sospechosa mirada retorcida de paleto. Pensamos que a fin de cuentas puede que éste sea su sitio.
       Sparky y yo hacemos un buen equipo. La gente no adivina qué diablos somos, somos como la rana Gustavo (esa sería Sparky) y la cerdita Peggy (esa sería yo), pero las dos somos chicas, así que no saben cómo tratarnos. ¿En plan adulador y dulce, todo autoridad viril como si se tratara sólo de mí? Porque tengo una risa agradable y me gusta jugar con mis largos rizos pelirrojos cuando hablo con extraños. ¿O como amigotes, como si estuviera Sparky sola?. A ella le va eso de la amistosa brutalidad masculina. Así que asaltamos la cocina y no hay quien nos pare, somos demasiado rápidas para que puedan atraparnos. Esto sí que mola, empezamos a llenar unas tazas de plástico verde apiladas con té helado de un dispensador de unos 4000 litros y encuentro toda una piña de plátanos y los pelamos uno a uno y los tiramos al suelo, disfrutando como nunca, hasta que veo en la estantería un enorme bote de glutamato de monosodio—pone ìAromatizanteî —lo que nos parece un asco. Imaginamos que puede ser un plan para acabar con toda la población de indigentes de Asheville, NC por envenenamiento con glutamato de monosodio y nos preguntamos si no tendrá algo que ver con el contenido del té helado. Lo derramamos por un fregadero tan grande que Sparky podría bañarse en él. Lo que es una pena, porque estamos muertas de sed. No hemos bebido nada de verdad desde anoche, que birlé una botella de _ de Jack Daniels mientras Sparky distraía al tipo comprando dos latas de Strohs. Ves, por eso Sparky me necesita, porque soy tan mona que a nadie se le ocurriría acusarme de robar. Pero ahora estamos secas. Nada de alcohol, nos dijeron por teléfono, ni drogas ni relaciones sexuales y Sparky y yo nos reímos a gusto con eso, porque está claro que NUNCA seremos indigentes si esas son las reglas. Especialmente Sparky, que tendría que dormir en una habitación llena de chicas. Antes de darnos las toallas y mantas nos cachearon a fondo y fuimos lo bastante inteligentes para no tener nada que pudieran tirar y desperdiciar.
       Pero ahora necesitamos un trago y empezamos a impacientarnos y Sparky se pone nerviosa e irritable siempre que nos pasa esto y tenemos que encontrar algo para distraernos. Salimos y vamos a la sala de entretenimiento, donde hay un negro escuálido jugando al ajedrez consigo mismo. Parece estar disfrutando a gusto, se da cuenta de que llegamos pero no se distrae, sólo nos mira una vez y luego vuelve a sus blancos y negros, reyes y reinas y todos esos pobrecitos peones. Yo le observo y Sparky no deja de mover la silla en la que estamos las dos sentadas y empieza a ponerme nerviosa. Me da por pensar que ese tipo es como Dios, como Dios que mata a quien le da la gana pero a veces se ve enredado en destinos que ni siquiera Él se da cuenta de que está creando, y de repente la pieza que menos esperaba está en el cuadrado perfecto para que la aplasten, y eso de crear lo que uno menos espera debe ser la única cosa que evita que Dios se aburra de jugar solo todo el tiempo. Pero entonces Sparky interrumpe este pensamiento que se abre paso tan agradablemente por mi cerebro y dice Vámonos de este sitio de mamones, preferible estar en la carretera. Le doy un manotazo en su enclenque cabeza y le digo que se calle y deje de darme la noche. Bueno, dice Sparky, en cuanto relajes tu tenso culo, agresiva remilgada. Cruzo los brazos e intento aparentar que estoy muy enfadada, pero Sparky no hace lo que yo esperaba, o sea decir Ángela –me llamo así—no te enfades, déjalo ya Ángela, con esa miradita de súplica tan femenina que normalmente reserva para mí. En vez de eso se calla. Es raro que Sparky se calle, así que no sé qué hacer ahora. Sigo esperando que se ablande, pero se levanta y va hasta la mesa, se sienta con el tipo, coge una torre y la desliza unos cuantos cuadrados.
       Pienso que se va a meter en un lío por joderle el juego a este tío y ya estoy lista para cogerla de la mano y pirarnos de ahí, pero el tipo se restriega la barbilla y suelta un largo Hmmmm, y mueve un caballo hasta el centro del tablero. Sparky empieza a tamborilear con los dedos en la mesa hasta que me parece que voy a explotar. Me gustaría saber dónde diablos ha aprendido Sparky a jugar al ajedrez. Su diminuta mano se queda en suspenso encima de un peón hasta que ya no aguanto más. Me abalanzo sobre el tablero y cojo la reina de Sparky, porque si algo sé de este juego es que la reina es la pieza más importante, es la que está siempre ocupándose del rey, mientras el rey mueve el culo parsimoniosamente de cuadrado en cuadrado y cuando pierdes la reina sabes que la has jodido. No es como cuando pierdes el rey, que lo único que pasa es que se acaba el juego. Cuando pierdes la reina tienes que pasar el resto de la partida preocupándote y jugar con esa preocupación es peor que no jugar. Sparky se levanta e intenta quitarme la figura plástica de las manos. Tiene los pelos de punta porque ha estado pensando y cuando piensa le gusta pasarse los dedos entre el pelo. Está cabreada y toda bufada y me parece ver que sus ojos pasan del azul al amarillo, como si se estuviera quemando algo. Nunca la había visto así de enfadada y entre eso y los pelos que tiene de repente me da la risa y no puedo parar. Entonces siento una mano grande y fuerte sobre la mía y sé que es el tipo que pensaba que me recordaba a Dios, así que dejo de reírme y libero a la reina.
       Sparky y yo nos quedamos de piedra, quién sabe lo que harán los sin techo cuando alguien les fastidia su partida de ajedrez. Pero el tipo vuelve a sentarse y hace girar la reina entre el pulgar y el índice y luego dice: ¿Sabéis lo que me gusta hacer cuando estoy tan tenso como vosotras dos, muchachitas? Me gusta salir y representar lo que yo llamo ìpoemas de acción.î ¿Como qué? Nos interesamos. Como ponerle la zancadilla a señoras con abrigos de piel, dice, o echar una cucaracha ardiendo en el cajero de depósitos nocturnos del banco. Sparky y yo nos quedamos sin palabras, pensando que es una idea genial y Sparky suelta una de su cosecha, ¿Y qué tal orinar encima de un Cadillac? Le doy un manotazo a Sparky por pretender que tiene polla, pero esta vez nos hace gracia a todos. Sparky y yo decidimos que este tío nos ha arreglado la noche y nos damos cuenta de que todo el mundo se ha acostado menos nosotros, así que le damos las buenas noches y nos vamos, y le digo a Sparky, Hemos conocido a un sin techo superlegal.
       Sparky y yo nos acostamos una al lado de la otra en la moqueta con pintas azules y escuchamos respirar al resto de la gente. Me pregunto por qué los sin techo tienen que respirar tan fuerte. Son peores que los grillos. Sparky sigue intentando hacerme carantoñas y yo sigo alejándola de mis curvas, pero es insistente, así que decido dejar que me meta la mano bajo la camisa para que se esté quieta. Ella piensa que si se mueve la volveré a rechazar. Sin embargo, yo creo que esta noche no lo haría. No sé por qué no. Eso me cabrea, porque no me gusta no saber las cosas. Noto que Sparky está haciendo uso de toda su voluntad para no moverse y yo estoy completamente despejada, demasiado despejada para dormir, así que digo Sparkles, vámonos de aquí, podemos conducir toda la noche hasta que el 7-11 decida que es lunes y comprarnos un par de cervezas.
        

© 2000 Alden Jones
Traducción:
© Isabel Abad
versión en inglés

Esta historia  no puede ser archivada ni distribuida sin el permiso expreso de Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
biografíaAlden Jones

Alden Jones se licenció en Literatura Creativa de la New York
University, donde también recibió el premio University Fellowship in Fiction.  
Su trabajo ha sido publicado o está pronto a serlo en Puerto del Sol, The Iowa
Review, Time Out New York, y otras publicaciones.  Vive en Vermont y puede ser contactada a la siguiente dirección: LaChicher@aol.com

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