El
congreso
Daniel Gascón
El Congreso sobre La metamorfosis se
inauguró en el Aula Magna de la Universidad. Los conferenciantes todavía no tenían las
tarjetas; en el bar seguían preparando los canapés. El Comisario explicó los motivos de
la celebración con mucha claridad y agradeció al Consejero de Cultura todo su apoyo. El
Consejero de Cultura habló de los motivos del Congreso, y agradeció al Comisario todos
sus esfuerzos. La Decana de la facultad agradeció el entusiasmo del Consejero y el
Comisario. Cuando habían terminado, los canapés estaban en su punto.
El primer día contó con la intervención de Luigi
Francescoli, que habló de las traducciones y traiciones que había sufrido la obra de
Kafka. Por eso dijo que era una metamorfosis metamorfoseada y se quedó tan ancho.
Repitió varios párrafos y errores de apreciación en varias lenguas, incluido el
chukoto. Por su parte, la catedrática de Literatura y Zoología de la Universidad local,
cuyo ensayo La función del colibrí en la novela realista española se encontraba
en vías de traducción al chukoto, habló de insectos y arácnidos. Citó a Vladimir
Nabokov y a Javier Tomeo y comentó que el tipo de insecto en que se convirtió Gregorio
Samsa era extremadamente común en los países templados y en el expresionismo alemán.
El Comisario del Congreso consideró oportuno cerrar
el primer día con una mesa redonda de tres escritores. El primero contó que había
descubierto a Kafka en la maravillosa biblioteca de su tío, un republicano represaliado
tras la guerra civil; el segundo dijo que había leído a Kafka por vez primera en casa de
un vecino, un hombre miope y amable casado con una mujer mucho más joven. La belleza de
esta última, aseguró, lo empujó a la literatura. El tercero, por su parte, comentó que
nunca había leído a Kafka, pero que pensaba hacerlo de inmediato, y que en la disputa
entre Kafka y su padre él se ponía de la parte de su padre.
La cena resultó algo fría, y sólo un par de
catedráticos llevaban ojeras al día siguiente, que se presentaba apasionante. Estaba
dedicado a Estudios de Género y Psicoanálisis. Así, la doctora Granado habló de la
función de las mujeres en La metamorfosis, del rol pasivo que asumen en la
obra de Kafka, un hombre que, es evidente, jamás supo cómo tratarlas. El público
aplaudió con fervor. La exposición había sido brillante; además, el padre de la
doctora estaba gravemente enfermo.
Después pasaron una serie de diapositivas de Praga, y
un profesor desconocido, o, como él mismo quiso denominarse, el Factor K., dibujó
en la pizarra la disposición exacta de la habitación de Gregorio Samsa, con la cama y la
ventana, sin ningún juicio de valor.
Raúl Swearaestein llevó a cabo una interesante
aproximación psicoanalítica (línea Freud, tendencia clásica) a La metamorfosis
y la Carta al padre. Nada más comer, habló de la regresión uterina al cuarto, de
que los monstruos estaban asociados a lo que caóticamente palpita en nuestro interior, y
mostró sobre el dibujo de K el parecido entre el útero y el dormitorio de Gregorio
Samsa. Comentó también que el periódico, impreso en rodillos cuyo ritmo nos recuerda el
coito paterno en la escena originaria, que el padre de Kafka solía leer, se convertía en
un objeto fálico en cuanto se enrollaba. Raúl Swearaestein no siguió hablando mucho
más. Su mujer no paraba de sonreír al doctor Francescoli, que hablaba doce idiomas y
padecía priapismo.
Casi al atardecer se celebró una mesa redonda con
tres escritores. Laura Moreno contó que había comprado una edición argentina de La
metamorfosis traducida por Borges a su manera, en la librería de un anciano que
había perdido la guerra civil y había pasado dos décadas en la cárcel. Rubén Altaba
último ganador del Premio Lechago, que acaba de estrenar un Peugeot 406 dijo
que él había leído La metamorfosis en una celda a principios de los 70, en
aquellos años oscuros, y que una novia de pelo corto le había regalado un ejemplar con
una lima dentro. Finalmente, Alicia Gimeno confesó, algo avergonzada, que había leído
el libro en la biblioteca de su pueblo, y un señor del público la llamó reaccionaria.
Para terminar el día, pasaron dos películas. Una de
ellas era una revisión del relato de Kafka en clave de terror atómico. La otra utilizaba
la historia como metáfora del sida, y el Comisario del Congreso aconsejó a todos los
presentes que tomaron precauciones.
Quizá porque no le hicieron mucho caso, la
conferencia que inauguró el tercer día no tuvo muchos testigos y el propio ponente,
Marcos Romennsthal, confesó que se había sentido algo ausente durante su intervención,
titulada La metamorfosis: taxonomía y confusiones. Como no había casi nadie,
terminó con una pregunta kafkiana de ineludible actualidad: si Max Brod hubiera quemado
las obras de su amigo, ¿cómo se habría sentido el vacío de Kafka en la literatura
posterior?
El acto de clausura sería una mesa redonda con una
pintora, un catedrático de la Universidad de Hawaii (no tenía mucho prestigio, pero
todos quería ir allí de profesor visitante) y un filósofo ilustre. Era un día de
verano; el sol se filtraba por las persianas. Las ventanas estaban abiertas y la gente se
abanicaba con los programas del Congreso. Todo el mundo esperaba la intervención del
pensador Adolfo Aligustre. Y, sin embargo, nadie estaba preparado para lo que vino a
continuación.
Cuando llegó su hora, Adolfo Aligustre sonrió con
tristeza y salió volando por la ventana, convertido en mariposa.
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