Taxi acuático
Lawrence Schimel
traducción: Cristina Palés.
El áspero tejido naranja del chaleco salvavidas rozaba mis
pezones. En ese momento me alegré de que Jaume no me hubiera convencido para que me
hiciera un piercing en el pezón cuando él se hizo el suyo. Me gusta cómo queda
la pequeña anilla plateada, sobre todo porque sólo lleva un lado perforado. No sé, pero
cuando se hacen los dos pezones me recuerda a las aldabas de una puerta; toda la estética
cambia y pierde algo. Pensé que en este momento estaría sufriendo más que yo por culpa
del salvavidas, ya que se supone que un pecho con piercing es más sensible.
Jaume, sin embargo, no parecía que fuera a quejarse.
Estaba sentado en la proa del kayak doble, con sus potentes brazos descendiendo a un lado
y a otro mientras remaba. Aunque sus hombros se escondían bajo el salvavidas, podía ver
cómo los músculos de su espalda se tensaban al girar a izquierda y derecha con cada
golpe de remo. Y, una vez más, me pregunté qué había hecho yo para merecer a un hombre
tan atractivo como novio. En ese momento me sentía afortunado por todo: por Jaume, por el
nítido cielo, por el sol, por el suave oleaje, por la fiesta en la playa, por la vida en
general. Me olvidé de los pezones doloridos, coordiné mis paladas con las de Jaume y por
unos instantes nos abandonamos sobre las olas, simplemente deslizándonos.
Ninguno de los dos había montado en un kayak antes,
de manera que cuando el DJ anunció que este año había kayaks incluidos en el Festival
del Orgullo Gay, Jaume y yo saltamos de nuestras toallas y nos apresuramos hacia al área
de salida. Era la primera vez que en Barcelona se organizaba un Festival del Orgullo Gay
en la playa, con una tarde repleta de actividades, tales como partidos de voleibol,
mientras en los altavoces sonaba música dance. Más tarde, al anochecer, nos
trasladaríamos al Pabellón del Mar situado justo detrás de la playa, dispuestos a
disfrutar de una larga noche llena de actuaciones de grupos como Baccara y Folklóricas
Arrepentidas, y espectáculos de drag queens como Arroba y otras reinonas de las
que jamás había oído hablar. Y, por supuesto, habría música para bailar durante toda
la noche. Se esperaba que mucha gente sólo se acercara para bailar. La mitad de la
recaudación de la entrada iría destinada a la lucha contra el SIDA, así que estos
festejos también tenían un componente serio.
Me preguntaba si funcionaría. Siempre se producían
fricciones entre los colectivos gays de Barcelona, y este año se habían dividido en dos
grupos. Uno, con una marcha del Orgullo Gay el 28 de Junio, conmemorando la revolución de
Stonewall en Estados Unidos, que significó el inicio del movimiento moderno por los
derechos de los homosexuales. El otro, que incluía la mayor parte de los empresarios
gays, decidió celebrar un acontecimiento más festivo, el domingo cuatro de julio, a fin
de conseguir una mayor concurrencia. Bromeaban con que era el Día de la Independencia de
los Estados Unidos y estaban liberándose de la dominación de la cultura gay
norteamericana en otras partes del mundo. A fin de cuentas, ¿para qué celebrar el Día
del Orgullo Gay Americano pudiendo celebrar uno propio?, se preguntaban.
En ocasiones me siento culpable por no ser más activo
políticamente, aunque a decir verdad, esta clase de temas me aburren sobremanera. Sé que
es importante votar, y lo hago, pero no soporto las interminables disputas de los mítines
en los que algunos grupúsculos no se sienten suficientemente representados y cosas por el
estilo. Lo que quiero decir, es que me alegra que haya dedicados activistas ahí fuera,
que entienden la jerga legal mejor que yo y saben cómo funciona el sistema, que luchan
por mis derechos para que, por ejemplo, pueda besar a mi novio en la playa como he hecho
hace unos minutos. Estoy seguro de que, como Jaume y yo, muchos de los tíos que hay hoy
en la playa han venido a pasárselo bien. El lunes fuimos a la marcha para mostrar nuestro
apoyo y ayudar a incrementar el número de asistentes; ahora que los grupos se habían
separado, supusimos que sería especialmente importante hacer acto de presencia, y
también fuimos a disfrutar de la divertida fiesta bajo el sol.
Perdido en mis pensamientos, empleaba mi cuerpo en la
simple y repetitiva tarea de remar en el kayak, hasta que una voz procedente de un barco
de recreo que estaba anclado frente a la playa me sacó de mi ensimismamiento. La
embarcación no estaba ni demasiado cerca ni demasiado lejos de la orilla, como si sus
ocupantes no estuvieran seguros de querer ser meros espectadores de los festejos o, por el
contrario, parte activa en ellos. Toda la tripulación de cubierta era masculina, y sólo
hacia falta echar una rápida ojeada a sus posturas, mientras disfrutaban de unos
cócteles observando la orilla, para saber que no estaban allí por casualidad, sino que
habían venido a la Fiesta del Orgullo Gay.
Uno de los hombres, rubio y sin camiseta, nos saludó
inclinado sobre uno de los costados del barco. Estaba seguro de que se dirigía a
nosotros, porque nos había hecho señas cuando habíamos mirado al frente, pero yo me
había vuelto a mirar atrás. Tenía la misma sensación que cuando estás en un bar lleno
de gente y un tío al que consideras atractivo te sonríe, pero no puedes creer que sea a
ti, convencido de que hay un amigo suyo o un tío muy bueno justo detrás de ti y es él
el verdadero destinatario de la sonrisa.
- ¿Què penses? me preguntó Jaume sin dejar
de remar. Habíamos sesgado y estábamos remando en paralelo a la playa. Si su barco
hubiera estado en marcha, nuestros caminos se hubieran cruzado a unos cien metros
aproximadamente.
- ¿Per què no anem a veure què és el que volen?
le contesté cambiando el rumbo con el remo -. Tal vez quieran invitarnos a una
copa me eché a reír. Nuestro pequeño kayak compartido giró de repente en
dirección al barco y, al instante, igualé el ritmo de palada regular de Jaume.
Al detenernos junto a la embarcación, el rubio sin
camiseta se acercó a la escalera de cubierta. Llevaba un ligerísimo Speedo de
color naranja chillón.
- ¿Me lleváis a la orilla?- nos preguntó en
castellano y no en catalán, como Jaume y yo habíamos estado hablando -. El agua está
llena de medusas.
Lo miré de arriba abajo. Desde mi ángulo disfrutaba
de una buena vista sobre ciertas partes, y tengo que admitir que tenían muy buen aspecto.
Jaume y yo llevábamos juntos casi dos años, durante
los cuales habíamos probado todo tipo de relaciones: desde la monogamia absoluta, a un
período en el que apenas teníamos relaciones sexuales entre nosotros y nos dedicábamos
a pendonear por ahí. Esto nos llevó a una separación temporal y consiguiente
reconciliación, esta vez bajo determinadas condiciones que aún hoy continuaban: si
deseamos algo fuera de nuestra relación, tenemos que hacerlo juntos. Lo cual no quiere
decir que siempre acabemos haciendo tríos, aunque suele ser así con frecuencia. A veces
vamos a una sauna y cada uno escoge a alguien; las cabinas no son lo suficientemente
amplias para los cuatro, aunque lo hemos hecho alguna vez. Ver a Jaume siendo follado por
otra persona mientras me observa follar con el tipo que he escogido me da un morbo
tremendo. Me pone un poco celoso pero sé que Jaume me inclye en su placer y viceversa.
La mayoría de las veces nos bastaba con el trío
tradicional y, como teníamos unos gustos muy similares, casi nunca teníamos problemas a
la hora de elegir, por lo menos entre nosotros. Lo que no era tan fácil era convencer al
tercero en discordia; aunque la verdad es que muchos hombres fantasean con hacer tríos.
No es siempre tan fácil encontrar tíos en el típico bar o discoteca (a diferencia,
digamos, de una sauna) que estén dispuestos a probarlo cuando se lo propones. Siempre
pienso que cuando ven a Jaume, aceptan compartirlo aunque solo sea para poder enrollarse
con él: es mejor medio pastel que nada. Y yo me conformo con decidir a quién comparto
con él.
Como ambos tenemos una libido muy activa, solemos
aceptar cualquier cosa atractiva que proponga el otro. Así que le pregunté en castellano
a nuestro rubio barquero con todo el descaro del mundo: -¿Y qué nos pagas por el
servicio de taxi? mientras me frotaba la entrepierna con una mano en un gesto
inequívoco. Jaume me echó un vistazo y esbozó una sonrisa; estaba de acuerdo. Luego
miró al tipo en la cubierta mientras esperábamos una respuesta. El rubio echó una
ojeada al creciente bulto bajo mi diminuto bañador azul, luego miró hacia la orilla, y
de nuevo a Jaume y a mí.
-De acuerdo dijo-, subid-. Y se apartó del
costado del barco.
Yo también miré hacia la orilla, ensimismado en mis
pensamientos; me preguntaba qué vería la gente desde la playa. Me preguntaba si alguien
nos vería subiendo al barco y, en especial, si los miembros del equipo de kayaks se
enfadarían con nosotros por abandonar la embarcación. Me preguntaba si nuestras cosas,
todavía en la playa, estarían a salvo. Me preguntaba si habíamos sido sensatos al subir
a este barco lleno de extraños; ¿y si eran los famosos asesinos del hacha y tiraban
nuestros cuerpos descuartizados por la borda para que los peces se comieran las
evidencias? Me preguntaba qué aspecto tendría nuestro futuro pasajero sin su traje de
baño. Le propiné un golpe a Jaume en la espalda con mi remo y le dije: - Vamos.
Atamos el kayak a la escalerilla y subimos
llevándonos los remos. Lo último que deseábamos es que una ola se los llevara estando a
bordo y nos dejara varados. Además, suponía que si los cogíamos sería mucho más
difícil que uno de los hombres del barco nos robara el kayak. Seguía desconfiando de
ellos. Siempre era cauto. Cuando ligaba en tierra, y me llevaba alguien a casa, recelaba
de él; me aseguraba que no hubiera ningún objeto de valor fácil de mangar y escondía
la cartera en un lugar inesperado. Jamás había tenido un problema, pero no costaba nada
ser precavido.
Seguí a Jaume hasta la cubierta. Nos rodeaba un grupo
de unos siete hombres, algunos en bañador, como nosotros, otros en ropa de verano. Nos
observaban como si también desconfiaran de nosotros. ¿Y quién podía culparles? ¿O
había algo más que curiosidad en sus ojos? ¿ Habían oído por casualidad nuestra
conversación? Y los que la habían oído y entendido ¿qué pensaban de ella?
El tipo que quería que le lleváramos, estaba de pie
con el resto, pero sin mezclarse con ellos. Tenía una identidad distinta a la del grupo,
quizá por ser el único al que reconocía; le había visto primero a él, inclinado sobre
el costado del barco, llamándonos. También porque estaba un paso más atrás del resto,
como para remarcar el hecho de que se iba y ellos se quedaban. Me fijé en los otros
hombres, un grupo de homosexuales tan variados como uno pueda imaginar, desde una reina
excesivamente arreglada a un machote con pinta de heterosexual y aspecto de jugador de
fútbol. Me preguntaba si el rubio siempre había formado parte de esta tripulación tan
variada o había llegado nadando. Miré su entrepierna, pero tenía el bañador seco, lo
que significaba que llevaba a bordo el tiempo suficiente como para que se le hubiera
secado. Mientras lo observaba, me dio la impresión de que le aumentaba el paquete, como
anticipándose a lo que habíamos planeado, y sonreí no sólo ante la idea de nuestro
sexo inminente sino también por la manera en la que imaginaba le hacía sentir a él.
Eché una ojeada a los otros hombres mientras me frotaba la entrepierna distraídamente,
pero no establecí conexión sexual con ninguno de ellos. De pronto empecé a entender por
qué deseaba ir a tierra.
Nuestro hombre no hizo ningún gesto para presentarnos
o presentarse él y me pregunté si lo que hiciéramos, fuera lo que fuese, lo haríamos
delante de todos. No era la primera vez que teníamos público, así que tampoco me
perturbaba demasiado, además sabía que tampoco era un problema para Jaume. Me acerqué a
él y le ayudé a desabrocharse el chaleco salvavidas, dejando que cayera en la cubierta.
Al chocar la hebilla con la madera se produjo un verdadero estruendo, magnificado por la
ausencia total de conversación. Jaume no se había movido, de pie a horcajadas sobre la
correa del chaleco que tenía entre las piernas y que ahora había formado dos círculos
que conectaban el salvavidas. Al mirar los musculosos muslos de Jaume me lo imaginé como
el famoso Coloso de Rodas cabalgando por el estrecho. ¡Qué espectáculo navegar entre
esos muslos gigantescos y levantar la cabeza!
Alargué la mano para acariciar la polla de Jaume por
encima del tejido verde del bañador, mirando desafiante a los hombres que nos rodeaban.
Al igual que yo, Jaume ya estaba medio empalmado y sentí cómo su polla respondía a mis
dedos. Los hombres se mantuvieron en silencio, contentos, o eso parecía, de ser voyeurs
sin más. Incluso el rubio del bañador naranja estaba callado, aunque observaba cómo mi
mano se movía, mirándome de vez en cuando y bajando la vista después. Al final se
acercó a nosotros y se arrodilló delante de Jaume. Le bajé el bañador verde hasta las
caderas y su miembro brotó libre del tejido opresor. De pronto, el rubio extendió la
mano y se lo cogió. Miré a las personas que nos rodeaban esperando una reacción, pero
seguían inmóviles como estatuas. Lo normal hubiera sido que se hubiesen implicado, o que
hubieran comentado algo entre ellos, que hubieran manifestado de algún modo que estaban
allí, aunque no activos, por lo menos presentes y conscientes. Si nos hubieran ignorado
claramente, si hubiesen continuado conversando como si no estuviéramos fornicando delante
de ellos, habría sido un reconocimiento más directo.
Los aparté de mi cabeza y me dediqué a observar
cómo el culo de Jaume se contraía una y otra vez empujando su polla con fuerza en el
interior de la boca del rubio. Mi polla empezó a crecer al ver el rabo de mi amante
siendo acariciada por la boca de este desconocido, hasta asomarse por el lateral de mi
bañador. Todavía llevaba puesto el chaleco salvavidas y la correa que tenía entre las
piernas me impedía bajarme el bañador tal como lo había hecho con el de Jaume. Me las
arreglé para sacar la polla y los huevos por la entrepierna y empecé a cascármela; no
quería agobiarme con el lío que se había formado con el chaleco, y la presión que
ejercía el tejido prieto del bañador contra la base de mi polla era muy placentera.
El rubio seguía llevando el bañador naranja mientras
le hacía una mamada a mi novio. Parecía como si la ojeada que le había lanzado a su
polla hubiera despertado en él un sexto sentido pues, sin levantar la mirada o romper el
ritmo que mantenía con el rabo de Jaume, extendió el brazo y agarró el mío con una
precisión infalible, como si durante todo este tiempo hubiera sido consciente del lugar
que ocupaba con relación a él. Ésta era una habilidad que admiraba en los hombres que
la poseían, como la capacidad para localizar los pezones a través de una camiseta sin
previamente haberles metido mano.
Volví a observar a los hombres que nos rodeaban
mientras el rubio seguía masturbándome, pero era como si el tiempo se hubiese detenido
para ellos a juzgar por su falta de vitalidad. Examiné con atención sus entrepiernas
para comprobar si, por lo menos, les estábamos deleitando con un buen espectáculo, pero
era difícil saber si se habían excitado o no. De pronto el rubio modificó el ritmo,
como percatándose de mi falta de concentración y tiró de mi polla hasta obligarme a
cambiar de posición. Me tambaleé hacia delante hasta que, de pronto, me hube deslizado
en la humedad de su boca. Contemplé cómo sus labios subían y bajaban por mi verga, y
más allá de su rostro, pude ver el contorno de su polla, claramente tiesa, dentro del
bañador naranja. No hizo ningún gesto para quitárselo ni tampoco para tocarse por
encima de la prenda. Me alegró saber que, a juzgar por su erección, estaba disfrutando
de forma evidente. Cerré los ojos, dejé de pensar y me abandoné a la magia resbaladiza
de su lengua en mi polla. Con los ojos todavía cerrados alargué la mano y encontré el
pezón perforado de Jaume, como si de repente hubiera adquirido esa habilidad que tanto me
asombraba, aunque creo que simplemente era por la amplia zona que ocupaba el piercing.
Tiré de la anilla de plata con suavidad, sonreí y abrí los ojos, encontrándome a mi
amante con la misma sonrisa. Lo agarré por el cuello y tiré de él para besarle.
Por debajo, el rubio nos había agarrado ambos
miembros y estaba haciéndonos una doble paja mientras cogía aire. Tal vez estaba
recapacitando, pesando nuestros rabos en su mano, mientras decidía su próximo
movimiento. Tiró de ambas pollas hasta colocarnos uno junto al otro, entonces nos metió
en su boca a la vez. Es una sensación extraña porque no es como tener un par de labios
abrazándote fuerte la longitud de tu polla, aunque compartir algo tan íntimo con mi
amante hacía la experiencia más intensa. Jaume y yo teníamos nuestras lenguas
enroscadas mientras el rubio recorría con la suya nuestros sensibles capullos, liberados
del prepucio gracias al estado de excitación. Sentí que la respiración se me aceleraba
al acercarse el momento del orgasmo, me agarré el rabo con una mano y empecé a
masturbarme. Jaume hizo lo mismo. Miré al rubio para ver cómo estaba respondiendo,
pensé que quizá se estaría tocando, pero parecía estar simplemente contemplando cómo
nos las cascábamos, disfrutando del espectáculo desde nuestras entrepiernas. De repente
se inclinó y empezó a lamerme los huevos. Instantes más tarde estaba lanzando cortos
arcos blancos de semen a la cubierta. Emití con cada espasmo una especie de gruñido en
el cuello de Jaume, y aún teniendo los ojos cerrados en éxtasis sabía que Jaume había
acelerado el ritmo de su mano. Poco después su lengua me estaba explorando la profundidad
de mi boca mientras, también él, se corría.
El rubio continuaba arrodillado delante de nosotros
con una amplia sonrisa en el rostro. Ahora que el sexo había concluido, el resto de los
pasajeros retornaron a la vida. Al principio, perdido en la sensación placentera del
orgasmo, no entendí qué era ese ruido, pero pronto comprendí que habían reanudado la
conversación, hablaban de cosas corrientes aunque de vez en cuando nos echaban un
vistazo. Tal vez lo hacían porque tanto Jaume como mi polla seguían desnudos a la vista
de todos, la mía encogiéndose tras la eyaculación, la de Jaume, todavía rígida;
siempre tardaba un tiempo en relajarse.
- Bueno, está claro que esto merece un viaje en
primera clase a la playa anuncié.
El rubio esbozó una sonrisa y se puso de pie. Me
pregunté si tendría intención de besarnos, esperaba que así fuera, pues haría el
encuentro un poco más
afable. Pero pasó el momento y se volvió con los otros.
Jaume se agachó y se subió el bañador. Metió los
pies en las correas del chaleco salvavidas y yo le ayudé a ponérselo mientras el rubio
se despedía de sus amigos. Vi cómo les decía adiós con un beso, a algunos en las dos
mejillas y a otros directamente en los labios. Me pregunté lo que debían sentir al saber
el lugar en el que había estado su boca momentos antes. ¿Estarían asqueados? ¿Celosos?
¿Indiferentes como cuando nos habían estado mirando? No estaba seguro. Y en realidad no
importaba.
Jaume y yo descendimos primero con los remos. Me
pregunté qué ocurriría si partíamos antes de que bajara el rubio. No había nada que
nos obligara a esperarlo más que nuestra palabra. ¿Qué podía hacer? ¿Quejarse a la
policía de que nos había hecho una mamada y que no le habíamos llevado a la orilla a
cambio? No iba a zambullirse detrás de nosotros pues le aterrorizaban las medusas. Y con
razón, pues vi en el agua junto al kayak cómo florecía una fantasmagórica sombra
blanca.
Le esperamos, un intercambio honrado tal como
habíamos acordado, y una vez se hubo sentado en la pequeña cresta entre los asientos,
comenzamos a remar y alejarnos del barco. Oímos cómo sus amigos le llamaban, oímos
otros gritos, ruidos y sonidos de frivolidad procedentes de esos hombres a los que no
podíamos ver desde nuestra estratégica posición. De pronto, el barco parecía un lugar
animado y divertido, lo contrario de lo que había sido estando nosotros abordo.
¿Habíamos sido la fuerza inhibitoria? Quizá era nuestro pasajero. En realidad no
importaba. Mi pareja y yo habíamos disfrutado mucho del encuentro privado entre la
multitud y, por lo menos yo, no me arrepentía.
Nuestras paladas nos llevaron hasta la orilla.
-Gracias dijo nuestro pasajero saltando del
kayak y caminando por el agua hacia la playa. Se volvió para despedirse con la mano, de
nosotros y de los del barco, y se dirigió playa arriba. Me pregunté qué planes
tendría, si lo volveríamos a ver más tarde en el baile. O a cualquiera de los hombres
del barco
Uno de los encargados de los kayaks se acercó a
nosotros corriendo y nos reprendió con un grito por habernos acercado tanto a la playa.
Nos dijo que debíamos adentrarnos en el mar hacia aguas más profundas o llevar el Kayak
a la zona de lanzamiento. Lo empujamos y remamos de nuevo hacia las olas altas y las
medusas fantasmagóricas. El cielo estaba azul, el mar cálido, mi novio estaba conmigo, y
acabábamos de hacer un trío con un rubio muy sexy. En la playa, detrás de nosotros, se
celebraba una fiesta para celebrar el hecho de ser gay. Era uno de esos momentos
perfectos.
Remábamos sin rumbo, disfrutando sin más de
deslizarnos por la superficie. Al cabo de un rato, Jaume se volvió hacia mí y me
preguntó en catalán:
- ¿Què et sembla si tornem al vaixell per veure si
hi ha daltres que necessiten quels hi portem?
Esbocé una sonrisa y, sin mediar palabra, clavé el
remo en el agua a modo de timón, para desviarnos rumbo al barco como respuesta a la
petición de mi amante.
|