La
decisión o Cheap Flight to Barcelona
Pepa Devesa ¡Tengo
el disco duro y el fax en casa de Mercedes, el monitor aquí, los discos en mi apartamento
de Providence, ¿qué coño hago ahora?! Me había levantado de la silla y
gesticulaba nerviosa como de costumbre con cara de angustia.
Lástima que Almodóvar no ande por aquí, de
verdad; lo que se está perdiendo.
Esa era Marlene, otra invitada en el acogedor
apartamento de Boston que pertenecía a las otras dos mujeres que no estaban tampoco muy
lejos del ataque de nervios. Yo llevaba un vestido de verano de buen corte pero de tela
casi plástica, barato como siempre, con dibujo geométrico rojo y blanco que no hubiera
desentonado en las primeras películas de nuestro apreciado director.
Marlene estaba en Boston de visita, y para echarles un
vistazo a sus dos hijas, una en cada costa del país. Le preocupaban las dos, cada una por
una razón distinta, pero en el fondo la misma. Aunque colombiana, era una madre
española. No como mi madre, pero madre al fin y al cabo:
Sandra me preocupa. No se mueve. Mira el precio
que tienen ya los apartamentos, y ella y su novio son tan tranquilos, se van a quedar sin
nada. No pueden permitirse pagar $2000 por un estudio. También le preocupaba el hecho de
la hija que estuviera ganando peso sin parar.
El día siguiente íbamos la madre, la hija, Cris,
amable persona y atrevida conductora, y yo, a las agencias que, una tras otra, nos
decían:
No tenemos nada disponible, nadie se quiere
mudar, porque los precios han subido tanto...
Por la tele oí que la previsión en el número de
estudiantes nuevos en Boston había sido superada por mucho y de ahí la falta de
alojamiento. La procedencia socio-económica de esos estudiantes, desde luego, propiciaba
el que ellos pillaran los apartamentos antes que nadie y, sobre todo, a cualquier precio.
Llamar a los anuncios del periódico en busca de
compañeros de piso no era divertido. Dejar montones de mensajes y recibir unas cuantas
respuestas, algunas negativas, tampoco.
Fui a una entrevista. Realmente parecía que me iban a
dar un trabajo, en lugar de una habitación. No pude soportarlo. No tenía el cuerpo para
esa entrevista en profundidad con tanta exigencia. La señora, hermosa india, con el bloc
de las preguntas sobre las rodillas. Aparte del presupuesto limitado.
Entrevista fallida: Quedo con un tipo que parece muy
simpático y gay, y que se va a poner un chaleco naranja para que lo reconozca, en un
café modernillo cerca de la casa de mis amigas. El tipo no aparece. Estupendo.
De nuevo en Providence, hablo por teléfono con un
hombre mayorcito, hablador y vegetariano, que pone como condición para vivir en su casa
que no cocine carne roja. Bueno, siempre puedo comerme un bistec gordo cada vez que coma
fuera. Pero ya la prohibición, quizás junto con otras razones que son las mismas que me
alejan de los demás apartamentos, me echa para atrás.
Y ¿sabes? No estoy yo para pasar por muchas
entrevistas de este tipo, opositando por un trozo de hábitat, cuando tengo todas mis
pertenencias, exceptuando disco duro, monitor, y fax, en un apartamento solo, que hace
apenas tres semanas me encantaba, y donde ahora no me atrevo a entrar. Tengo que vaciarlo
intentando traerme compañía, por miedo a que el psicópata pobre desgraciado que me
amenazó de muerte me vea entrar o salir y vuelva a devolverme el gran cuchillo de cocina
con que salió corriendo de allí.
Una semana antes de la amenaza de muerte por
teléfono, amenaza e insultos para que duela más, ya María me dijo que saliera
corriendo. No quise precipitarme y nadie, aparte de ella, me lo aconsejaba. Así que, tras
una semana durmiendo en casas de amigos, volviendo poco a poco a mi apartamento y
quedándome allí de noche finalmente, buscando trabajo y apartamento en Boston con
tranquilidad, diez de la mañana, y teléfono:
Te voy a matar, so puta. Te voy a matar, puta
hispana.
Y así fue como Mercedes y Montse se encontraron en mi
casa hasta que llené mi maleta de ropa y me largué a su casa. Mi ex me ayudó a sacar la
tecnología, lo único de valor de mi apartamento, por la noche. Esa tecnología repartida
ahora por Nueva Inglaterra.
Y por eso estábamos en Boston, yo casi gritando pero
sonriendo, histérica quizás, Cris poniendo canciones de Pet Shop Boys y Rosalba
levantando las cejas en señal de sorpresa o incredulidad, o ambas. Pero todas sonrientes
y desorientadas. Suerte que hay hambre y en algún momento habrá que salir a comer. Y en
la cena somos las cinco mujeres normales que somos, dentro de lo que cabe. Oímos con
gusto las interesantes historias de Marlene, y con gusto devoramos la comida, también tan
interesante que hacemos salir al chef para felicitarlo personalmente. El metal tornasolado
de las mesas me encanta y hace juego con la comida y con la conversación.
Me doy por vencida, me dice Rosalba, que es mi mejor
amiga y la más dura. Ella no estaba cuando lo decidí, pero lo pudo adivinar antes de que
lo decidiera:
¡Aire, CheapFlights.com y a Barcelona!
No estoy preparada, pero tampoco es momento de pasar
por estas entrevistas buscapiso americanas.
Me dicen cobarde. Que podía haber aguantado un poco
más. Cierto. Pero ya no vale de nada. Y la pena de dejar lo que ha sido mi casa durante
ocho años está ahí. Sí. Y no ya mi casa sino mi familia. Estos amigos. Lo bueno sigue
y seguirá. Antes lloraba cada vez que dejaba a mi familia; ahora cada vez que dejo a mis
amigos. No soy la única, y no moriré. La última vez que los visité pasé unos de los
mejores tiempos de mi vida. Rosalba me dijo al despedirme que me veía mejor que cuando
estaba allí. Será el clima mediterráneo. Será el haber escapado de un sin sentido.
Será el subsidio de desempleo.
También me llaman valiente, o como dice alguien
ahora, contradiciéndose:
Nena, tú tienes agallas..
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