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índex català  noviembre-diciembre  n° 39

véase la versión original en portugués

En el autobús
por Gibran Tschiedel

El autobús paró y vi que el PM1 subía por la puerta delantera, siguió el viaje de pie, enfrente del primer asiento, detrás del conductor. El viejo de la gorra que estaba en el primer asiento se quedó mirando al PM, un viejo desdentado que empezaba a chochear, mirando como si quisiera saber por qué el tipo se había parado enfrente de él, como si nunca hubiera ido en autobús. No me gusta la gente así, que se hace pasar por idiota. El viejo parecía maravillado por ver a un tío con uniforme de policía justo a su lado, vi que le daba conversación, yo estaba en el otro lado, en el lado derecho del autobús, sentado justo en el medio del vehículo, en el pasillo. Normalmente no me quedo mirando a los otros cuando estoy en el autobús, a no ser que sea una mujer. Pero ese viejo me pareció tan baboso y ese cerdo me pareció tan correcto, mirando hacia fuera del autobús todo el tiempo, en posición de cuartel, como si el hijo de puta del capitán o del teniente estuviera detrás gritándole para que se pusiera bien recto, que acabé prestando atención a los personajes.

El viejo hablaba con la cabeza inclinada, mirando hacia arriba, a los ojos del PM. Dijo que no era como los otros, que hablaban mal de los policías, dijo que le gustaban los policías y que siempre defendía a los policías de las personas que les insultaban diciendo que los policías eran unos ladrones, unos sinvergüenzas, unos canallas, que sólo se preocupaban de los ricos. El policía se lo quedó mirando con esa cara de culo que aprenden en el cuartel, así, como si le importara una mierda, imperturbable. Estaba bien afeitado, era medio alemán, los ojos azules. No me gustan los PM alemanes de ojos azules, nunca se han metido conmigo, pero no me gustan porque son los más cabrones cuando hablan con los negros. Creen que sólo porque tienen el pelo amarillo y los ojos azules son superiores al resto que no tiene el pelo amarillo ni los ojos azules o verdes. El viejo también era medio alemán, creo que hasta debía de tener los ojos claros. Lo que sí tenía era un montón de manchas en la cara, creo que del sol, y si era del sol es porque debía de tener la piel muy clara. El viejo le preguntó sobre los adornos del uniforme. Quería saber qué era cada pijada bordada o prendida en el uniforme del policía. Apuntaba a los hombros y al pecho y preguntaba. El PM acabó respondiendo. Respuesta de cuartel: una palabra, a veces dos, y volvía a mirar por la ventanilla.

Hubo un momento que el PM dejó de mirar por la ventanilla y se puso a mirar hacia el fondo del autobús. Parecía que ya no escuchaba al viejo. Sentí curiosidad por ver qué era lo que el PM estaba mirando con tanta atención en el fondo del autobús, cuando bajó una mano de la agarradera y la puso sobre la funda de la pipa. Me di la vuelta. Un tío con pinta de delincuente estaba apoyado en la reja que separa a los que pagan de los que no pagan. Creo que el cobrador tampoco confiaba mucho en el tío con pinta de delincuente, no lo pude ver bien, lo que sí vi es que el tío, que era muy joven, vio al PM controlándole y agachó la cabeza, haciéndose el tonto como el viejo. Estábamos atravesando un gran descampado por una carretera estrecha, creo que el tío subió en la última parada antes de ese pedazo de fin-del-mundo. Los baches del asfalto hacían que el autobús diese tumbos como uno de esos caballos de rodeo. Aquel lugar siempre fue una mierda.

Volví a mirar hacia adelante y pude escuchar perfectamente al viejo diciendo al PM que el tío que acababa de subir tenía cara de ladrón, que no aguantaba más a esos jovenzuelos atracando autobuses, que era una falta de respeto, que a él, gracias a Dios, nunca le habían atracado, pero que conocía a mucha gente a la que sí habían robado, y el PM empezó a ponerse nervioso con aquella conversación, no apartaba los ojos del fondo del autobús. El viejo se dio cuenta de que el PM estaba así, dudando si hacer algo o no, seguramente porque estaba solo, ellos siempre se cagan cuando están solos, y dijo que tampoco se podía desconfiar de todo el mundo, que al menos había que dar una oportunidad al muchacho, tampoco había que ponerse así. Sólo le faltó decir que todo el mundo es hijo del Hombre, a fin de cuentas.

El viejo sabía hablar, era jodidamente bueno, sabía calmar las cosas. Poco a poco el policía fue dejando de controlar al tío, bajando la vista hacia el viejo o mirando otra vez por la ventanilla. Lo que estaba claro es que todo el autobús estaba muriéndose de sueño, ya era de noche, mañana todos tenían que levantarse temprano. Y entonces lo oí. El tío gritó, esto es un atraco, y el policía se volvió hacia el fondo del vehículo, asustado, y yo me giré despacio, procurando no llamar la atención. El tío estaba junto al torniquete, apuntando con un arma al PM. Con la otra mano golpeaba en el tablero del cobrador, metiéndole prisa para que soltase la pasta. Los pasajeros bajaron las cabezas y se encogieron en los asientos. El PM era el único que no estaba sentado. Vi aquella hilera de asientos llenos, como un túnel, y, al final de todo, en el lado opuesto a la salida, el policía solo, como una diana. Yo no lo vi pero creo que el atracador se distrajo un momento, debía de estar prestando atención a la pasta que el cobrador estaba juntando, debía de estar prestando atención a los pasajeros que tenía detrás para que nadie hiciera tonterías, debía de estar mirando a los lados para ver si había algún policía más en los asientos. En ese momento el policía se decidió y agarró la culata de la pipa. Escondí la cabeza en el asiento y oí un ruido extraño que venía de la parte delantera. El ruido no parecía el de un policía sacando el arma. Levanté la cabeza. El viejo había caído encima del policía, casi fuera del asiento, el alemán estaba sudando, el viejo parecía que estaba teniendo un ataque, le temblaba todo el cuerpo. No puedo afirmar que el PM se hubiera distraído, en realidad no pudo hacer nada, o dejaba al viejo caerse de cabeza en el suelo o sujetaba al pobre desgraciado. El tiro fue en el pecho, justo en el corazón, lo vi perfectamente. Nunca voy a olvidar el sonido de un tiro dentro de un autobús, es algo jodidamente extraño, parece un trueno, un trueno de esos de pesadilla, de esos que uno oye una o dos veces y ya está, cuando todavía es un crío y se despierta con la cama meada. No quiero oírlo nunca más, no quiero oír nunca más los chillidos de las mujeres. El PM cayó a un lado, hacia atrás, en el asiento del viejo, yo lo vi, no podía dejar de mirar. Pensé que iba a haber otro tiro, cuando el autobús paró y el viejo cogió la pipa del policía y empujó el cuerpo del policía fuera del asiento. Un viejo que nunca tuvo nada en la vida, un pobre-desgraciado lleno de manchas en la cara, no tenía nada que perder, viejo bocazas, viejo cotorra, como mínimo iba a montar una escena, desafiar al hijo de puta cara a cara, y los otros que pagasen la locura. El viejo cogió el revólver, ya no parecía estar enfermo, se levantó, y había un silencio de muerte, y apuntó con el revólver al conductor y le ordenó que abriese la puerta de delante. Entró aquel aire frío, en aquel lugar siempre hacía más frío, debido a los campos abandonados y a los caminos de tierra batida. Miró al bandido, podía disparar y huir por la puerta abierta, dudo que acertase, y le dijo al conductor que abriese la puerta de detrás. Vi que el ladrón miraba asustado, la puerta de detrás abierta, estaba con la pasta en la mano, yo no entendí nada en ese instante. El viejo miró al PM y dijo larguémonos, hijo, que este ya la ha diñado, y los dos bajaron, cada uno por una puerta, y huyeron hacia el campo.

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1 En Brasil, siglas de Polícia Militar (Policía Militar). (N. del T.)

© Gibran Tschiedel Dipp 2003
© De la traducción: Santiago Celaya Díaz 2003

véase la versión original en portugués

Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
Gibran Tschiedel DippBIO: Gibran Tschiedel Dipp nació en Porto Alegre (Rio Grande do Sul, Brasil), en 1975. Ha estudiado Cine y Teatro en el Instituto Dragão do Mar, en Fortaleza, y actualmente se dedica a la publicidad. Obtuvo el Premio Santander Cultural de Porto Alegre por el guión del largometraje O Homem que Roubou o Mundo, con Gustavo Spolidoro e Ivana Verle. Su novela Pontes na Cidade fue preseleccionada para el I Premio Literario Casa de Cultura Mário Quintana de Rio Grande do Sul, compitiendo con 102 novelas de 12 estados brasileños. No Ônibus forma parte del libro de cuentos O Plástico que Sai, inédito.

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noviembre-diciembre  n° 39

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