índex català septiembre - octubre n° 44 |
Actor Claudia Ulloa Donoso Nunca te lo he dicho pero yo me enamoré de tus huesos. La forma de cómo las vértebras de tu columna se marcaban en tu piel de mármol, blanquísima, es algo que guardo en la memoria desde ese día cuando te conocí. Llevabas esa blusa con la espalda descubierta y te movías. Podía ver como danzaban tus huesos, veía la penumbra que se quedaba en tus clavículas y la luz que brillaba en tus hombros. Recuerdo cuando te vi desnuda por primera vez: te puse de espaldas con cierta violencia, con esa violencia de un niño al romper los papeles de regalo que envuelven sus juguetes y toqué cada uno de tus huesos. Encajé mis nudillos entre las vértebras de tu columna, metí mis cuatro dedos en tus clavículas, deslicé mis manos por tus tibias, me morí de placer sintiendo tus rodillas duras en mis palmas blandas, hinqué mis pulgares entre tus costillas, tus falanges, en el filo de tus mandíbulas. Recuerdo esa vez que te rompiste una falange. Para mí fue como si se le hubiese roto a Miguel Ángel la mano del Cristo que reposaba sobre el manto de mármol de su madre en La Piedad. Cuánto te cuidaba entonces. Ahora las cosas han cambiado, ya no puedo ver tus huesos. Hace días te vienes quejando de dolor de espalda y no me importa. No sé si te dolerán los huesos de los que yo me enamoré, o los músculos. Sólo sé que te quejas. Hoy por la mañana me has dicho que tenías ganas de sexo. He pensado que a lo mejor me estás mintiendo y no te duele la espalda. He querido excitarme y he cerrado los ojos para ver esos huesos marcando tu piel de mármol de entonces. He tratado pero no he podido. Mejor lo dejamos, no vaya a ser que te pongas peor. Has vuelto a quejarte. Estoy cansado. No quiero darte un masaje pero aquí estoy descubriéndote la espalda y pensando nuevamente en tu columna de cuando eras joven. Una columna vertebral que era una serpiente que se ondulaba, que se deslizaba, que me volvía loco. Hundo mis manos en tu carne y no siento tus huesos. Te quejas que soy muy brusco, te quejas y yo me canso. Tengo ganas de llorar pero me quedo en silencio mirando tu espalda, buscándote, pues no te reconozco. Tú me hablas del amor, que los masajes con amor lo curan todo, me hablas de las energías positivas y de toda esa mierda que lees en las revistas del corazón. El amor no me sale pero sí la loción de este tubo a borbotones y cae sobre mis zapatos de gamuza. Me enfado. Me molestas, me molesta tocarte, amasarte. - Mejor será que te acuestes. Necesito tomar aire. Salgo. Paso por la farmacia y te compro otro tubo de loción. Busco algo para que te entretengas, una revista de modas y quizás con esto cambies tu manera terrible de vestir. He comprado también un rotulador porque sé que subrayas los tips de belleza y se los cuentas a tus amigas, y los de pareja, me los echas en cara a mí. Me hablas de crisis, de que la relación podría mejorar. Eres una cabrona completa. No me pidas que te quiera ahora que estás más vieja, más acabada, ahora que se te ha ido el brillo, ahora que no veo tus huesos porque estás gorda. No me pidas que te quiera cuando sé que me has engañado. Tengo que fingir ternura al entrar al cuarto. Me gustaría ser un actor, me gustaría ser Jack Nicholson. ¿Cómo hará Jack Nicholson cuando tiene que actuar y parecer tierno? Yo levanto las cejas, aprieto los labios, hago una sonrisa blanda, te doy palmaditas en las manos y te las beso. Te dejo la revista, el rotulador, el tubo de loción muscular en la mesita, al lado de tu inmensa y horrible espalda desnuda. El sueño parece vencerte y yo sigo con la cara de Jack Nicholson tierno. De pronto despiertas e insistes que te dé un masaje. Tantas veces has mencionado la palabra "masaje" que me duelen las sienes. Cuando te quedas totalmente relajada, se me ocurre escribir con el rotulador en tu espalda, en la parte que más te duele: ME FOLLO A OTRA Y ESO ES MI ÚNICA FELICIDAD, DOCTOR AYÚDEME CON ESTO. Con la otra mano, sigo dándote un masaje falso. Ya casi te has dormido y crees que la tinta del rotulador huele a medicamento. Dices que sientes cierto alivio, a lo mejor es porque la he comprado extra forte. Mañana te llevaré al médico pero ahora duérmete, te lo suplico por dentro, mientras sonrío ligeramente. Soy un mal actor. Hoy he renunciado al trabajo, o más bien he dejado de ir. Después de dejarte en la consulta me he pasado todo el día leyendo, cosa que disfruto mucho y hace tiempo que no lo hacía, también he tomado unas cervezas y he visto un poco de fútbol. Ojalá que el doctor me ayude y que vengas calmada, y que me digas que empezaremos una vida nueva y que seremos algo así como compañeros de piso, que es así como mejor funcionan los matrimonios. Llegas de la consulta muy contenta y con un nuevo medicamento que el doctor te ha dado. Me imagino que a lo mejor te habrás follado al doctor. Todo bien pues ya no me duele que me mientas. Seguro habrá leído lo que puse en tu espalda mientras te tomaba por el culo. Si así eres feliz, yo te dejo, pero no te olvides que los chicos están ya en exámenes y necesitan quedarse horas extras en la escuela, no descuides eso. Prepárales los almuerzos, que yo me encargo de comprar una PC nueva para que se sobrecarguen de datos y no jodan después con que no tenían suficiente información y que por eso reprobaron. Ahora que te he visto contenta al regreso de la consulta, ya he tachado un problema menos en mi lista. Si decides finalmente enrollarte con el doctor, en buena hora porque él tiene dinero, así no usaras el mío para pagarles camisetas y conciertos a tus amantes. A lo mejor hasta nos paga el divorcio. Quizás así sí acepte. Déjame que piense primero en los chicos. Otra vez debo actuar, otra vez me pides un masaje. Ahora soy Hugh Grant, pongo una cara de idiota que presta atención. He actuado como Hugh Grant toda mi vida. Mientras te vas desvistiendo pienso en la prostituta negra, en la del escándalo y por qué yo nunca fui el verdadero Hugh Grant, por qué yo nunca estuve con una prostituta negra. Pienso en cómo se debe sentir estar con una prostituta y me lo imagino. Me imagino sus huesos sobresaliendo sobre una piel canela, haciendo las cuencas de sus clavículas y sus pliegues oscurísimos. Una ceguera de placer me invade y tengo una erección que me dura poco. Tu voz chillona ha subido de tono. El doctor tiene que chequearte dentro de quince días para ver si hay mejoría, quizás tendrías que seguir una hidroterapia. Estás preocupada. Métete al jacuzzi con el doctor, pero dile a él que se dé el trabajo de aplicarte la loción en tu regordeta espalda colorada. Te beso los hombros y te abro la bata. Me encuentro con tinta negra del doctor: CUENTA CONMIGO WWW.HOMBRESSANOS.COM. Te pongo la loción y me doy cuenta que contiene alcohol en un 70%. Tu espalda se vuelve una mancha negra. No sé si preocuparme por la mancha, por tu reacción, por si sabes lo que tienes escrito en la espalda, como cuando en el colegio te pegaban carteles con la palabra "patéame por tonta" y así caminabas por las calles sin enterarte de los que se reían de ti. No sé si sabes que eres un pedazo de carne que usamos el doctor y yo para comunicarnos. Un tablón de mensajes blando. Toda esta mancha negra me ha dejado desconcertado, como si todo estuviera fuera de control. Te has quedado boca abajo con la espalda desnuda y yo con las manos negras de tinta sin poder tocar nada. - ¿Una ducha caliente le vendría bien a tus músculos, no? Lo hago por las sábanas blancas de seda que me han costado un ojo de la cara. Entonces ahí estamos tú y yo, en la ducha. Yo no quiero mirarte mientras te jabono la espalda. Miro entonces las gotas que se resbalan por la cortina plástica. Tengo otra vez ganas de llorar. Me gustaría que lloviese ahora, en verano. Tengo ganas de oler a hierba mojada, tengo ganas de oír a cada gota de lluvia estrellándose contra el pavimento y hablándome, tengo tantas ganas de sentirme vivo. Te miro el cuerpo y recuerdo la película Psicosis. Si alguien hundiese un cuchillo sobre nuestros cuerpos ahora moriríamos desnudos. No me gustaría morir desnudo. No dices nada, te gusta que te jabone. Te quedas quieta como ese perro que teníamos cuando éramos novios, ese perro peludo y gordo al que le gustaban los baños. Aún con el cuerpo mojado me siento al PC. Podría electrocutarme, pienso, pero me importa poco. Leo la página web del doctor. Cabrón. Ha escrito un artículo que se llama "Hombre Nuevo" y la verdad es que desde hace días vengo haciendo lo que dice su artículo. Sólo me falta encontrar un trabajo nuevo. Quizás como actor. Algo que siempre he querido. Hoy, a manera de tomar aire, he ido a darle gracias al doctor por su apoyo y decirle que he leído su artículo en la revista y hasta me he suscrito. Le pido que me ayude a ser hombre nuevo y que me extienda un certificado médico donde él acredite que tengo una ceguera irreversible. Dudas un momento, pero no te preocupes, porque lo que aquí sucede es que yo no quiero que nadie se entere que yo no soy ciego realmente y eso a la vez garantiza que nadie se va a enterar de que me has hecho un certificado falso y que eres un poco estúpido. Es más, el día que quiera dejar de ser ciego, acudiré a ti y así te harás famoso porque has curado una ceguera irreversible, que más quieres. Hazme el certificado y fírmalo. Te abrazo, te doy las gracias, me despido. Dentro de unos días volveré por el certificado. Te dejo una botella de cava en la recepción haciéndole un guiño a tu secretaria en mis últimos días que me quedan sin ceguera. Llego a casa y me doy cuenta de que no voy a poder leer delante de nadie. Un problema muy grande. Entonces decido que mi ceguera empezará oficialmente mañana para mi familia, porque hoy es primero de mes y he recibido todas mis suscripciones. Así que me encierro en mi estudio y leo. Leo hasta que mis pupilas se secan. Mi mujer me trae un whisky y dice que debo acostarme. No le hago caso. Me tomo el whisky y sigo leyendo hasta que me quedo dormido en el estudio. Hoy me he levantado ciego. Ella llora y me lleva al doctor. Entonces él le explica lo de mi mal y ella me dice que debería operarme. El doctor arruga las cejas pero no como Jack Nicholson, lo hace muy mal. Yo me aguanto la risa. No, no se puede operar, porque se corre el riesgo de que la ceguera se complique, es decir, no serás más ciego, eso está claro, pero a lo mejor tus ojos se volverían blancos y usar ojos de vidrio no es lo mejor. El doctor no puede inventarse una operación. Sería muy divertido, pero bueno, me basta con que me dé el certificado. Ella me ayuda a sentarme en el sillón y me dice que debe ser una ceguera por el stress del trabajo. Seguro, porque ese trabajo, la verdad, ya me tiene muy cansado. No me dejas hablar ni porque estoy ciego. Me interrumpes contándome una historia en la que la gente se autocombustionan por stress, o sea se queman solitas, imagínate mi amor. No me queda otra que renunciar, digo, mirando al techo y ensayando mi mirada perdida. Has puesto una cara y-ahora-de-qué-vamos-a-vivir, así que continúo, para tu tranquilidad, con que tengo dinero suficiente ahorrado, cariño. Y me dices, que bueno que sólo es una ceguera y no te estás quemando por stress. Serás borrica. Voy a mi oficina y les muestro el certificado médico. No me creen en principio. Me preguntan las causas y les explico: mal genético, como todo lo que sucede hoy en día que hasta la melancolía es mal genético. Mal que llegó sin avisar. Explotó, así, irreversible. Me han comprado un pastel que no dice "hasta luego", claro, porque soy ciego. Tomamos una cava barata porque estos creen que ser ciego es también ser idiota y sin paladar. Ya me voy. Les veo las caras a todos, algunos se ríen, me hacen morisquetas, otros realmente tienen una cara de pena de que me vaya y compruebo entonces, que esos son los pocos amigos que tenía. Ahora empiezo una vida nueva, paso página y sigo fingiendo. Cara de pena, ceguera, hasta pronto amigos. Tú conduces y yo me relajo en el asiento del copiloto. Me desparramo con una paz y tranquilidad que no he sentido en años. Me dejo llevar y así pierdo la mirada en el paisaje de la ciudad y miro los postes que van pasando, los cuento uno por uno, como cuando era niño. Observo cada cosa con la mirada perdida y lo puedo ver todo. Siento en mi piel el aire que entra con fuerza como un látigo de seda. Cierro los ojos. Así me quedo hasta que me hablas y me dices que a lo mejor debería usar gafas oscuras. También te pido un bastoncito de esos plegables de aluminio. A escondidas sigo leyendo mis suscripciones que a ti no se te ocurrió cancelar y también me escapo al cine. Los días a solas me los paso practicando a ser ciego, me vendo los ojos y uso las gafas oscuras. Camino por toda la casa y busco hacer cualquier cosa, subo escaleras, voy reconociendo espacios, examino texturas, me guío por ruidos. Leí hoy también un artículo en la web que decía que por la perdida de un sentido se desarrollan otros. Muy cierto. Voy experimentando intensamente la vida en el tacto, el olfato, el gusto, el oído. Nunca antes he disfrutado tanto los vinos, el sexo, la música clásica, mis perfumes, el agua caliente sobre mi piel en mis duchas a solas, me he vuelto sensible a todo. El artículo me lo has dedicado. Gracias, doctor. Tú has vuelto a trabajar después de tanto tiempo de vivir a mis expensas. Te he pedido que me compres un perro, así podré salir más seguido y hacerlo más creíble y menos complicado. Cada vez que salgo, me saludan los que venden lotería, son mis amigos sinceros y viejos, que no ven, pero me conocen y distinguen el ruido de cada bastón de ciego que pasa. Estoy aprendiendo a leer en Braille pero me aburre un poco, así que léeme la sección de clasificados de trabajo, a sabiendas de que sé que se requiere un ciego para trabajar en una central telefónica. Probablemente iré también al casting de ese anuncio que no me has leído. Buscan actor. Finalmente me han dado el trabajo de ciego, no el de actor. Es casi lo mismo. Me han dicho que con la educación y experiencia que tengo es una pena que me haya quedado ciego. Yo sonrío. Es una pena, sí, porque creen que estar ciego es perder la memoria o lo que ya se sabe. Contesto llamadas a ciegas pero a veces abro los ojos para usar la central. Últimamente lo hago mejor, a ojos cerrados. Se me da muy bien por hablar con la gente y hasta alguna vez, mi voz les ha inspirado confianza porque me hablan de sus cosas, las mujeres coquetean conmigo y hasta alguna me dejó su teléfono. Hoy día busqué a una prostituta, una que me ofreció sus servicios por teléfono. Dime Hugh y ella me decía huch, no lo sabía pronunciar tan bien como yo que viví un tiempo en California. Le pedí que me hablara en inglés, le dije las palabras que me tenía que decir y en que momento. Ella repetía: jarder, faster, laiquit, yea. También le dije que era ciego, pero no me creyó. Como no me creyó, me quité los lentes oscurísimos y le pedí permiso para usar la cámara. Ella no se negó, pero me puso la única condición de no filmar su rostro. Le vendé la cara y entonces la ciega era ella. Se reía cuando le ponía la venda. Ella era bonita y yo la trataba con mucha delicadeza. Cerré los ojos y fui ciego otra vez. Toqué sus huesos, cada una de las vértebras de su columna, sus rodillas, sus costillas, sus falanges y ese hueso en forma de puñal entre sus dos pechos. Ella quieta, se reía, confiaba en mí y esa risa era como una canción para mis oídos. Me susurraba, loco, sonriendo. Sentía su belleza en mi tacto, la suavidad de su piel, la firmeza de sus pechos y de sus nalgas. Con los ojos cerrados, ciego de placer, sentía el brillo de su pelo en mi carne, sentía en mi olfato su olor de hembra joven. La besé ligeramente en los labios y se dejó sólo por un segundo. Me dijo las palabras que le enseñé en inglés. Las oía y de pronto me sonaron tristes. Seguramente nunca fue al colegio. Todo termino triste a pesar de que yo, a ojos cerrados, sentía su sonrisa en el aire. Abrí los ojos, abrí mi billetera, la abracé y fui ciego otra vez. No quise verla vestirse ni salir de la habitación. Mis sentidos se agudizaron, el ruido de sus pasos fueron balas que se me estrellaron contra mi vacío. Me quedé solo y miré a la cámara, Just because you're a character doesn't mean you have character. Presioné el botón de fade y luego apagué la cámara. Camino por las calles y ya casi no abro los ojos para nada. Escucho las voces de los niños, las conversaciones de los viejos, el ruido de los granos de maíz que caen en el pavimento, los aleteos de palomas hambrientas, los pasos de la gente con prisas. Siento una ligera alegría que me lleva a volver a casa a compartirla con ellos. Atravieso la puerta y entro a tientas, golpeando con mi bastón todo lo que está a mi paso. Así anuncio mi llegada desde que soy ciego. El silencio aparente de una casa vacía dura poco, percibo olores de hombre extraño. Mi mujer llegó temprano del trabajo, mis hijos están en su habitación, alguno de ellos ha fumado un porro y otro juega en el PC nuevo con el volumen en silencio pero yo logro escuchar los botones del joystick. Me siento al piano, al piano que siempre fue sólo ostentación pura Steinway & Sons, al piano que gobierna la sala. Me dejo llevar por la música que me quema en el tacto, en cada uno de mis dedos. Lo siento muy dentro como ecos en mis oídos, saboreo notas musicales, huelo melodía y veo sólo negro: negro bemol, negro sostenido. Negro como en la cuenca de sus clavículas, negro el color de mi nueva vida. Toco el piano con fuerza, con pasión y energía, inspirado por alguna fuerza desconocida, inexplicable y seguramente divina ya que viene desde arriba. Siento que me entra por la cabeza. Me invaden espasmos, escalofríos y temblores hasta los pies. Esparzo música intensa en el ambiente: precisa para el clímax con tu amante, música que relaja el viaje alucinógeno de alguno de uno de mis hijos y que le hace sentir épico y vencedor al otro dentro de un video juego. Toco el piano intensamente, no puedo parar. Percibo que la felicidad de ellos y la mía vuela en el aire en forma de partículas de polvo que salen de las teclas. Las puedo sentir en la piel de mis manos, en mis párpados; partículas de felicidad que se elevan en medio de las ruinas de esta casa, para luego caer lentamente y reposar silenciosas cuando la música cese, como los copos de nieve sobre las tumbas en algún cementerio del norte. |
© Claudia Ulloa Donoso, 2004. Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso. |
BIO: Claudia Ulloa Donoso: (Lima, 1979) Se graduó en Lima en Administración Hotelera. Actualmente vive al norte de Noruega (Bodø), estudia Sociología y trabaja como profesora de castellano. En 1996 obtuvo el primer lugar en su categoría en el concurso "Terminemos el cuento" organizado por la Unión Latina, el Consulado de España en Lima y el diario El Comercio. En el año 1998 obtuvo el primer lugar en el concurso "El cuento de las 1000 palabras" y en el 2003 el tercer lugar en el concurso "El cuento de las 2000 palabras", ambos organizados por la prestigiosa revista limeña Caretas. Ha publicado cuentos en las revistas electrónicas Ciberayllu y Los Noveles y escribe un weblog "Aquí cabe toda la vesania" |
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Gilberto Da Costa Cuentos de
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