Reseñas

64

El fin de la Guerra FríaJuan Trejo

Sexografías Gabriela Wiener

44 cuartetas Osías Stutman

El edificio Yacobián Alaa Al Aswany

Un millón de soles Jorge Eduardo Benavides

 

 

 

La ciudad cuántica

portadaEl fin de la Guerra Fría
Juan Trejo
La otra orilla, Barcelona, 2008

Barcelona ciudad es el punto de equilibrio del juego de tensiones, nervioso y al mismo tiempo calmo, que articula desde sus adentros El fin de la Guerra Fría, primera novela de Juan Trejo (Barcelona, 1970). Lo es por ser el escenario absoluto de la novela, y a veces también, como suele decirse, uno de sus protagonistas. Pero además porque funciona como contrapunto continuo, como reflejo distorsionado de otros lugares, tanto en el tiempo como en el espacio. Juan Trejo, autor de relatos recogidos en antologías españolas (Amor global, Laia Libros, Barcelona, 2003) y alemanas (Crossing Barcelona, Luchterhand, Munich, 2007), así como de múltiples artículos sobre literatura publicados en diferentes revistas, es, además de escritor, traductor y profesor.

Si Barcelona es el punto de equilibrio de la novela, Pripiat es su opuesto, el reverso de la moneda, el anclaje al pasado. Pripiat, ciudad bielorrusa construida en 1970 por la fe humana en el progreso tecnológico y destruida en 1986 por la explosión de la central nuclear de Chernóbyl, no aparece en la novela más que como evocación, como una especie de advertencia. Es un lugar que ni Tomás ni Dona ni Zheng, los tres protagonistas de esta historia, nunca llegan a pisar, pero que al igual que el fin de la guerra fría del título, pesa sobre ellos sin que lleguen a darse cuenta, y lo que es más importante, sin que el lector llegue a advertir con claridad que también pesa sobre él. Siendo un lugar, es también y sobre todo un referente temporal, una forma de situar esta historia en la Historia. 

Tomás es catalán, Dona es americana y Zheng es china. Ese es el otro juego de tensiones que articula la novela, en este caso a nivel espacial. Tomás juega en casa. A través de los ojos de Dona, azafata de vuelo, los Estados Unidos miran con cansancio a la vieja Europa, y a través de los de Zheng, “señora de” en viaje de negocios, China se cierne con vigor e interés sobre Barcelona como sobre el resto del mundo industrializado. La novela es la historia diminuta y profunda de estos tres personajes, que funcionan como tres respiraderos por los que se accede a sus vidas, a sus miedos, a su pasado y a sus proyectos. Unos proyectos que a punto están de verse truncados por un accidente de aviación: así es, del mismo modo que el relato comienza con el accidente de una enorme grúa atravesando las ventanas de unas oficinas céntricas, termina con el aterrizaje forzoso de un avión en plena ciudad, un suceso cuyas consecuencias tendrá que averiguar el lector por sí mismo, pero que ante todo sirve, como la grúa de las primeras páginas, para situar a los tres personajes, para abarcarlos con un golpe de vista a pesar de que ellos lo ignoren, comenzando y terminando una historia que ni comienza ni termina allí. Entre un episodio y el otro, entre estas dos perspectiva aéreas y terrestres al mismo tiempo, las vidas de estos tres personajes transcurren a ciegas, alejadas unas de las otras, cruzándose en algunos puntos y volviéndose a separar en un juego global, secretamente ordenado pero también caótico, cuyo sentido sólo el lector alcanza a vislumbrar. Este planteamiento le confiere a la novela una importante carga moral, fundamentalmente vinculada al tiempo y a la voluntad de reducirlo, de darle un sentido, de trasformarlo en relato, quedándose cada vez con uno sólo de los fotogramas que conforman el metraje total con el fin de profundizar más y más en estos tres personajes, en lo que se acaba convirtiendo en un ejercicio de estilo. Técnicamente, esta consciencia de segmento, de estar escogiendo un fotograma entre mil, justifica, si fuese necesario, al narrador cuando profundiza en la historia de cada uno de los personajes como si estuviesen aislados, como si El fin de la Guerra Fría fuese sólo su novela, sin que aparentemente se someta a un plan superior. De este modo, el texto crece como un conjunto de manchas que aumentan su tamaño de forma radial hasta acabar encontrándose en una sola, como un cúmulo de vectores que sólo al final trazan una trayectoria aproximada, una de las mil versiones posibles que es también un retrato posible de Barcelona en 2002, de Pripiat 2002, de una ciudad cuántica que podría haber sido de otro modo.

Con esta opera prima, y con un ojo en la gran tradición del realismo norteamericano (DeLillo, Roth y Franzen aparecen travestidos), Trejo inicia un personal proceso de renovación de la literatura realista española, lejos del manido costumbrismo y con un importante grado de sofisticación. Un soberbio ejercicio de recuperación de la sentimentalidad escrito con herramientas nuevas.  Robert Juan-Cantavella

linia

portadaSexografías
Gabriela Wiener
Melusina, Barcelona, 2008

¿Tiene usted pelos en el coño?… Muéstremelos, por favor. El semental porno Nacho Vidal insiste. Hasta que la periodista accede. Eso cuenta Gabriela Wiener, en primera persona, en Sexografías (Melusina), su primer libro, donde avanza como reportera a vivir esas escenas de sexo que en forma de fantasías también habrán tocado nuestra puerta y no las quisimos atender: Comparte a su marido en un club de alterne y se deja azotar en público por una dómina en una sesión BDSM, pasa dos noches en casa de un polígamo y sus seis esposas y en una cárcel del Perú pide a los presos que se quiten las camisetas para leer las historias que cuentan sus tatuajes. Más que lectores, Wiener busca cómplices para llevarlos hasta al final de cinco artículos y doce de las mejores crónicas del periodismo narrativo latinoamericano actual -Wiener es peruana-. Narradas al mejor estilo de Gay Talese, padre del estilo que se llamó Nuevo Periodismo, la autora  se arriesga; como en aquel encuentro con Nacho Vidal, quien al final de una larga entrevista eyacula en sus zapatos.
En el prólogo, Javier Calvo advierte que Sexografías es una recopilación de crónicas que se leen como memorias. Y es cierto: Por clasificar, cualquier librero podría catalogar la obra de Wiener como “literatura de confesión” –por siempre patrimonio femenino y por épocas bandera feminista-, igual que el libro súper ventas La vida sexual de Catherine M. (Anagrama), donde la responsable de la prestigiosa revista Art Press, Catherine Mollet, cuenta los detalles de su vida sexual. O el  best seller Cien cepilladas antes de dormir (Emecé), que ofrece como espectáculo la intimidad adolescente de la italiana Melissa Panarello. Cuarenta años después de El diario de Anaïs Nin, la sexualidad femenina sigue siendo un lugar tan misterioso como las colinas de Marte, y por eso vende. Pero Wiener no es famosa, ni adolescente, ni un Bukowski hembra. Su empatía parte de la felicidad nerviosa que suele transmitir un secreto contado al oído o las escenas narradas en un continuo presente que caracterizan a sus crónicas de no ficción. Pero sobre todo, lo que atrapa de Wiener es su condición de mujer anónima, madre y esposa de 33 años, que bien podrías ser tú, tu hermana o tu pareja, que esta noche salió con amigos y demora en regresar.
“La crueldad es una virtud propiamente femenina”, dice Gabriela cuando adopta el papel de sumisa frente a los látigos de la dómina Lady Monique. Y la frase queda latiendo como una bomba de profundidad. Porque Sexografías dispara más preguntas que respuestas: no es un manual para iniciados. Como una etnógrafa, Wiener adopta el papel que la antropología define como observador participante: su cuerpo es el vehículo y la sexualidad el pretexto para ir al encuentro de conflictos de género. Así se atreve a donar óvulos en una clínica de fertilidad asistida para gestar un hijo que nunca verá y viaja a París a convivir con una pareja en la que él había sido mujer y ella varón, embarazada de su única hija intercambia fotos porno de ella misma por internet con otra mujer que también espera un niño, y en la selva del Perú expande su conciencia bajo los efectos alucinógenos de la Ayahuasca, una liana del amazonas que le sirve de aliada perfecta para preguntarse “¿Cómo alguien que no veía nada de pronto creyó verlo todo?”.
Los escenarios más frecuentes de Sexografías se reparten entre Lima y Barcelona, donde la autora vive hace más de cuatro años. Pero por encima de estos paisajes más urbanos que rurales, la obra periodística completa de Wiener siempre funciona como monográfico. Porque así como Hunter S. Thompson, artífice del periodismo Gonzo, del reportero que trabaja a riesgo de perder el cuerpo o la cabeza, necesitaba el LSD, entre otras sustancias, para explicar las anomalías del Sueño Americano, Gabriela Wiener sube a la montaña rusa del sexo para entender los vaivenes del mundo cada vez más tensados por las relaciones entre géneros. El resultado son textos que combinan en proporciones parejas la potencia narrativa y el rigor que exige el periodismo. La mayoría fueron publicados por primera vez en Etiqueta Negra, la revista peruana que es referente de periodismo narrativo en América Latina y que tiene como musa el manual de estilo del New Yorker y la actitud de autores como Ryszard Kapuscinski, Gay Talese o Jon Lee Anderson. Sin embargo, a la hora de declarar principios morales, Wiener rescata en Sexografías la figura de una reportera de ficción: Lois Lane, la periodista del Daily Planet que afrontaba cualquier peligro con tal de conseguir una buena historia, y que Gabriela admira “no porque se acostara con un superhombre”, sino por lograr una exclusiva tras atreverse a experimentar vuelos nocturnos montada sobre la capa de Superman. Leonardo Faccio

 

linia

 

El pensamiento condensado

portada44 cuartetas
Osías Stutman
Vic, Emboscall, 2008

Lo primero que sorprende en este libro es la elección formal estrófica, las cuartetas, irregulares en la cantidad silábica de los versos, pero fieles al espíritu de la estrofa por la condensación expresiva y conceptual y, naturalmente, por la brevedad.

El poemario se abre con un prólogo de Carlos Edmundo de Ory al que le siguen cuatro lemas de Antonio Porchia, Walter Benjamin, Georg Christoph Lichtenberg y Samuel Beckett, lo que es toda una declaración de intenciones y una excelente carta de presentación. Todos los autores escogidos para encabezar el libro tienen en común una lúcida capacidad para analizar el mundo intentando siempre penetrar en sus secretos más recónditos, aun cuando, como nos dice Stutman en uno de sus versos. «Sólo el secreto se aprende». También todos ellos, y las citas lo corroboran, ven la ciudad como metáfora del mundo y sus habitantes desde los diferentes puntos de vista que cada uno desarrolla en su disciplina, desde la poesía hasta la filosofía o la ciencia.

Encontramos en este libro destellos instantáneos, flashes, fotografías que tienen como protagonistas la escritura, la extrañeza, la incomprensión, la dificultad de la comunicación.

«Quiero comprender lo que escribo», dice Stutman, y ahí radica la clave de este libro que el poeta nos ofrece para la reflexión, para que los lectores reflexionemos sobre la reflexión del poeta en una suerte de juego de espejos que se extiende hasta el infinito.
El poeta dedica varias cuartetas a la obra, a la lengua como vehículo de transmisión, y en ellas se percibe el deseo de contar con la complicidad con el lector, con ese álter ego que se refleja siempre en la escritura.
Hay también en estas cuartetas una velada crítica al mundillo literario y sus vanidades: «Figuras marginales hablan/ hoy entre sí pensando estar/ en el centro de todo. Y fulgurar»; «La celebridad acecha». No es necesario añadir nada a lo dicho por el poeta que comparte con Lichtenberg una visión aguda, irónica y científica de la vida. No en vano Stutman es un reputado médico investigador.

La fragmentación del pensamiento, que está hecho de retazos de recuerdos y de vivencias, está aquí presente de forma incisiva y verdadera, sin maquillaje, sin ninguna afectación.

Libro denso, irónico, tierno pero, sobre todo, certero y sabio, con la sabiduría y la desnudez que sólo da el conocimiento profundo. Mª Cinta Montagut.

Véase la entrevista al autor y la selección de poemas de 44 cuartetas en este número.

linia

portadaEl edificio Yacobián
Alaa Al Aswany
Traducción de Álvaro Abella
Maeva, Madrid 2007

Este es el típico libro que abandera unos de los principales argumentos que suelen atribuirse a la lectura, el de enseñarnos cómo es la vida en otros lugares, o cómo lo fue en otros tiempos. Para sacar a flote dicha verdad es preciso adentrarse en la rutina de la gente común, no discriminar entre clases por creer que hay unas más auténticas que otras, y retratar aquellos personajes que los locales, ya sea por sus aspiraciones, vicios o virtudes, reconocen como paradigmas de su sociedad, perfiles capaces de representar fielmente a la mayoría.

Es fascinante descubrir que lo que nos hace diferentes no son tanto nuestras tradiciones como nuestra historia. Son las leyes históricas las que funcionan de un modo científico, de manera que las sociedades que practican determinadas conductas, por muy distantes que sean, acaban pareciéndose. Sorprende cuánto de lo que se narra en este libro podría servir para cualquier país subdesarrollado, cómo a la larga tampoco es el Islam el factor preponderante que separa oriente de occidente, se trata sin más de un arma política como lo es el nacionalismo en países como Venezuela, por ejemplo. Lo que cabría destacar es que si se representan las distintos fuerzas sociales –dígase pequeños comerciantes, burócratas, empresarios, clases altas, clase política, clero, grupos extremistas, mafia- es para demostrar que el orden vigente no se instaura de arriba hacia abajo, por el contrario, es la consecuencia de una profunda fractura social. Eso es lo que se narra de Egipto en El edificio Yacobián, la historia de una larga crisis que acaba sedimentándose y convirtiéndose en una manera de pensar, de operar, una manera de estructurar y reglamentar el mundo a través de una moral esquemática, sumamente machista y cuadriculada, que además nadie practica, y cuyo verdadero fin es el de guardar las apariencias, como un vertedero adonde va a parar toda la hipocresía del sistema.
No por gusto los personajes de esta novela constantemente tienen a mano la cita oportuna, para rematar el perjuicio recién ejercido: “Aunque primero alababan el carácter y la capacidad de sacrificio de Taha, a continuación añadían en tono serio, generalizando, que los puestos de policía, administración de justicia o los cargos decisorios en general deberían restringirse a los hijos de la clase alta. Si los hijos de los porteros, los planchadores o semejantes obtenían algún poder lo utilizarían para superar su complejo de inferioridad y otros traumas psicológicos que sufren en su infancia. Terminaban su discurso maldiciendo a Abdel Nasser, quien había instaurado la enseñanza gratuita, y citaban un hadiz del Profeta, las bendiciones y la paz de Dios sean con Él: «no hay que educar a los hijos de la chusma!»”  EEU

linia

portadaUn millón de soles
Jorge Eduardo Benavides
Barcelona, Alfaguara, 2007

Quien lo haya leído anteriormente volverá a encontrarse con las técnicas narrativas de Vargas Llosa. Lamento empezar así la reseña pero esta es una cuestión que en muchos sentidos merece la primera atención, tal vez porque es lo único que se le puede criticar a este escritor. Ausente este defecto nos encontraríamos ante una novela notable. Pero su deuda estilística y estructural con el autor de La ciudad y los perros es tan grande que se percibe en cada frase, en cada párrafo, en el uso del estilo indirecto libre, los saltos temporales, la misma naturaleza de lo narrado. Incluso en los propósitos hay un tufo vargasllosiano: la finalización de una trilogía, la primera, que abarcaría veintidós años de la historia reciente del Perú, desde el golpe de Estado del general Velasco (1968) hasta el proceso electoral del que surgió vencedor Alberto Fujimori (1990), este es el espectro en el que trascurren sus tres primeras novelas, Los años inútiles, El año que rompí contigo, y esta, su última entrega, una novela de dictador como la que cerró el ciclo de las tres primeras novelas de Vargas Llosa, Conversación en La catedral. Aquí, en lugar de en un bar, la conversación tiene lugar en medio de una partida de póker, y en lugar de la dictadura Odriísta y las tramas secretas de Cayo Mierda, contamos con la dictadura comunista de Juan Velasco Alvarado y las intrigas protagonizadas por Vladimiro Montesinos, un oscuro asesor miembro del COAP, la unidad operativa encargada de acorazar al presidente.

Qué duda cabe que ese es el principal logro de la novela, haber destacado por encima de cualquier otro tema la intriga política, o de utilizarla más bien como médula espinal del relato, la historia narrada no es tanto pues la historia de unos políticos -militares o civiles- hambrientos de poder, sino la lucha por conservarlo o engrandecerlo, mediante el desprendimiento de las últimas partículas de moral, decencia o pudor que les quedaban. El estado entero es visto como una gran empresa al servicio del país pero sin rumbos medianamente esbozados, es necesaria la intervención de los civiles para hacer unos retoques en el proceso revolucionario. La corrupción empieza a medrar al mismo tiempo que el escenario geopolítico se plantea como una amenaza latente. El dictador padece de delirios persecutorios y depende como un adicto de sus sabuesos. Hay lugar también para los aduladores y quienes fabrican las ideas que buscan ganar el favor popular. La paranoia ha venido a instalarse en el gobierno para poner al país al borde de la guerra civil, hay tensiones entre el Ejercito de tierra y la Marina, entre militares y policía, el presidente cree que la CIA está detrás de cada golpe que sufre su gobierno y teme que le pase lo mismo que a Allende, que lo traicione su propia gente y acaben con su vida. Le ha confiado su seguridad a un grupo de agentes, el Servicio de Inteligencia del Ejército aporta ayuda logística, la orden la da el propio presidente y el Primer Ministro actúa, pero las ideas las propone un tal Tamariz, que es quien hace y deshace en el régimen, de quien depende el destino de los ministros y los altos cargos. Chuponean teléfonos, espían, infiltran la contrarrevolución, organizan fiestas, proporcionan información y sobre todo, actúan con eficacia, hasta el punto de aspirar los aromas del poder y dejarse seducir.
Una fascinante historia que si tuviera un tratamiento formal menos deudor de las técnicas vargasllosianas y explorara territorios menos seguros pero quizá más necesarios, tendría por mérito ser una historia única, una novela sobre la ambición y el poder y la corrupción intrínseca al totalitarismo. Esperemos pues que el autor haya cerrado el ciclo e inicie una nueva aventura que hable del Perú contemporáneo, algo para lo que Benavides parece haber sido predestinado.  EEU