Véase en este número la selección de poemas de 44 Cuartetas y la reseña del libro.
Osías Stutman nació en Buenos Aires donde se graduó como médico en 1957. En 1965 emigró a Estados Unidos al ser expulsado de la Universidad por el gobierno militar. Vivió en Mineápolis y Nueva York (1971-1999). Destaca en inmunología básica, disciplina sobre la que ha piblicado casi 250 artículos. Fue catedrático de la Universidad de Cornell University y del Memorial Sloan Kettering Cancer Center, desde 1971. Es ciudadano norteamericano desde 1977, y desde 1999 reside en Barcelona.
Comenzó a escribir poesía en su ciudad natal en 1959, asociándose a los poetas y grupos surrealistas. En 1961 es incluido en la Antología de poesía Nueva República Argentina, junto a poetas como Pizarnik y Gelman. No vuelve a escribir poesía hasta la década de los noventa. Entre sus obras publicadas cabe citar Los fragmentos personales (Zaragoza, Olifante, Zaragoza, 1998), que ganó el premio Anthropos en 2005, y 44 cuartetas (Vic, Emboscall 2008), obra de la que en este mismo número publicamos una reseña y una selección. Ha publicado también varias plaquettes y tiene inédita una obra considerable de la que también publicamos una muestra en este número. Ha traducido del inglés, en colaboración con Rosa Lentini, la Poesía reunida de Djuna Barnes, publicada por Ediciones Igitur en 2004 (Véase “Extractos de poesía reunida 1911-1982. Djuna Barnes” en Tbr 49 y “Poemas con palabras inglesas” en Tbr 25).
TBR: Eres médico especialista en inmunología y un científico reconocido internacionalmente ¿qué es lo que te lleva a escribir poesía? ¿Te ha servido la poesía para tu trabajo científico?
OS: Lo que me llevó a querer escribir poesía, desde la adolescencia hasta ahora mismo, fue y es una permanente pero vaga preocupación con los límites del lenguaje racional. En la poesía y en los usos del lenguaje místico, encontré lo que con pomposidad juvenil llamé mi vía de conocimiento. Lo de la ciencia en serio viene bastante después cuando descubrí por primera vez la excitación del hallazgo científico. Hacer un descubrimiento científico es un acto creador especial y secreto. Implica que durante un tiempo eres el único dueño de ese secreto y esa es una experiencia inefable. Pero por la estructura funcional de la ciencia sabes que tarde o temprano estas obligado a divulgar ese secreto. Tu secreto debe ser comunicado a todos por medio de una publicación o documento científico para que sea validado y utilizado por otros. La sucesión de descubrimientos crean tu fama, tu renombre. La presentación de un descubrimiento nuevo produce una excitación única y adictiva. Pero también entraña un peligro y es que con cada descubrimiento nuevo te juegas la fama porque si te equivocas pierdes. Como puedes ver, la ciencia (y la poesía) son juegos peligrosos. Pero estas son explicaciones post factum y estoy tratando de explicar aquí y ahora porque hice algo de una cierta manera y no de otra.
Si ahora mismo me preguntas por qué escribo poesía, la primera respuesta que me surge es la más simple: porque me da la gana. Porque es la actividad intelectual que prefiero hacer y usar como método de conocimiento individual y de reafirmación de mi condición de ser humano pensante. A mis estudiantes siempre les decía que la única manera de encontrar algo (en ciencia) es no buscarlo. Pero para que ese “método” funcione se necesita una mente abierta a todo, con mente cerrada no funciona. Uno de los instrumentos básicos para ese buscar sin buscar era y es el uso de la asociación libre de los surrealistas como instrumento creativo (en poesía y ciencia). Por lo tanto la respuesta a la segunda parte de la pregunta, es: Sí, me ha servido (la poesía). Y el corolario es que a pesar de usar técnicas y metodologías diferentes hay muchos puntos en común entre la ciencia y la poesía. El poema terminado se parece al descubrimiento científico divulgado pues ambos dependen de otro (el lector) para cobrar existencia propia.
TBR: Entre tus primeras publicaciones en los años sesenta en Argentina y la publicación en 1997 de Los sonetos (de Gombrowicz) en Barcelona pasan más de treinta años. ¿Abandonaste la poesía por la medicina y después la retomaste, o siempre estuvo presente en tu trayecto vital?
OS: Creo que cada uno hace lo que puede, de la mejor manera posible. Dejé de escribir poesía en 1965 cuando me expulsaron de la Universidad de Buenos Aires y me fui a trabajar a los Estados Unidos. Allí descubrí que la ciencia era una ocupación creativa que requería “tiempo completo” para hacerla bien. La ciencia es dama tan celosa como la poesía (o la fama). Pero ciencia y poesía tienen una cosa en común: ambas son actividades del pensamiento aunque se manifiestan en productos diferentes. Ambas tienen técnicas específicas y productos reconocibles y ambas tienen una estética que actúa en la generación de esos productos. Cuando terminé el camino iniciático del aprendizaje científico, sentí que era hora de poder a hacer las dos cosas, es decir ser infiel a ambas damas y decidí volver a escribir poesía en los años 90. Ya podía cantar como Josephine Baker: J’ai deux amours... Cuando me jubilé de la ciencia en 1998-99 me hice poeta a tiempo completo. Y desde entonces soy poeta full time. Encuentro que “tiempo completo” es palabra justa para describir el uso intencional del tiempo. Para los interesados en las poéticas personales, la primera que he escrito apareció en un blog argentino en febrero de 2008 “lainfanciadelprocedimiento.blopgspot.com”, que incluye comentarios sobre mi poesía, que son afines a lo comentado en esta entrevista.
TBR: En tus primeros años como poeta en tu país natal te relacionaste con figuras como Juan Gelman, Olga Orozco o Alejandra Pizarnik. ¿Qué dejaron en ti? ¿Cómo te influyó su amistad?
OS: Contesto puntualmente la primera parte de la pregunta. En el caso de Orozco y Pizarnik esas amistades son memoria personal única y bienhechora. En los 60, con Olga Orozco (y Aldo Pellegrini) trabajé tres años en una editorial de Buenos Aires (Compañía General Fabril Editora). Con Pizarnik, antes de su viaje a París y también a su vuelta, además de hablar mucho, hacíamos visitas a la casa de Antonio Porchia. A Gelman apenas lo conocí, aparecimos juntos en una antología publicada en Buenos Aires en 1961 y muchos años después firmé manifiestos promovidos por Gelman en apoyo de la búsqueda de familiares desaparecidos por la dictadura de Videla.
¿Qué dejaron en mí (los amigos)? ¿Cómo influyeron (los amigos literatos)? Me pides que cuente un viaje largo y complejo. Podría hacer odas a los demás, tanto los que conocí en persona como los que conocí en efigie (o en texto), alabando sus enseñanzas. Tuve y tengo muchos amigos y amigas poetas y también prosistas y también no escritores y músicos y escultores y científicos y hasta cantantes. Es esa familia extendida que se va creando con el tiempo y que en muchos casos es más apreciada que la familia genética. Algunos ya han muerto. ¿Qué me han dado o que me dan aún? Mucho, incontable. Creo que son todo el entramado de amistades, permanentes algunas, efímeras e inolvidables otras, que junto a mi cargamento cultural, forman el tejido del que estamos hechos tanto yo como mi entorno (y lo que escribo). Los amigos me regalan su experiencia, me invitan a inventar, me reconfortan a veces, me irritan otras. La soledad me hace añorarlos y buscarlos. A veces evitarlos. Tendría que hacer odas a los demás, alabando su amistad y sus enseñanzas. Daré un ejemplo. En el prólogo de Carlos Edmundo de Ory a las 44 Cuartetas, escrito en 2008, cuenta que durante los muchos años que nos conocemos “la poesía es para ambos un túnel iluminado”.
TBR: Has vivido en Buenos Aires, Nueva York y Barcelona. ¿Qué suponen estas tres ciudades para ti como escritor?
OS: Siempre he sido persona de ciudad grande, como el Baudelaire de Walter Benjamin. Siempre disfrute también del mar y los paisajes naturales pero sigo siendo un paseante flaneur de deux rives urbano. La ciudad es el lugar de pensar y escribir. En la cuarteta Nº 4 de 44 Cuartetas (Emboscall, Vic, 2008) digo: “La noche huele a gente escribiendo / y en el Norte piensan en el Sur. / La madurez llega cuando quiere / pero no ayuda y es como una boda continua.” Esa es sensación muy asociada a mi noción de escribir en una ciudad que me envuelve (en Barcelona).
Buenos Aires, donde nací, donde recibí mi educación formal y viví 32 años, fue mi primer ombligo del mundo. Nueva York donde viví 28 años fue mi segundo ombligo del mundo y mi lugar de volver a aprender la poesía. Durante un interludio de 6 años (1965 y 1971) en Mineápolis, ciudad periférica, conocí el frío y a John Berryman. En Paris he estado muchas veces, pero ha sido vida de hoteles, inclusive durante una etapa de casi un año en 1956. Paris es también ombligo pero para mí siempre fue lugar de paso. En algún texto que ahora no puedo encontrar, Max Aub dice que de adultos somos lo que nos dio nuestro bachillerato y eso nos marca de por vida y creo que lleva razón. Los ombligos del mundo son lugares únicos que te dan la sensación de habitar un centro vital y de los que se sale periódicamente para siempre volver. Lo del “siempre volver” hay que matizarlo. Mi Buenos Aires de los años 30-60 no existe más. Los cafés literarios (el Florida, el Chamberí, el Bar Moderno) no existen. La librería Galatea en la calle Viamonte que vendía libros franceses ha desaparecido. Cuando fui a Buenos Aires en 1983 se había transformado en una panadería francesa de baguettes y cruasanes. En Galatea compré Maldoror y mi primer libro de Artaud. En la librería Pigmallion de la calle Corrientes compré mi primer ejemplar de The Cantos de Ezra Pound (la edición de Faber & Faber de 1954 con ochenta y cautro textos), En Buenos Aires, en los años sesenta, me regalaron la antología I Novissimi, de Alfredo Giuliani, y luego la perdí. Y en el Nueva York latino de los 80 me enteré de los Nueve Novísimos de Castellet, de 1970, y volví a aprender a Lezama Lima con los neo-barrocos o neo-barrocos locales. Nueva York cambia mucho pero mantiene coordenadas constantes. Barcelona es donde vivo y escribo desde mediados de 1999 y todavía no la conozco bien. Ya había leído a Ramon Lull y Ausias March en Buenos Aires, pero aquí aprendí a leer a Gabriel Ferrater y a J.V. Foix.
TBR: Me gustaría que me explicaras tu relación con el surrealismo, apreciable en las imágenes visionarias de tu poesía, y con los procedimientos poéticos de las vanguardias.
OS: Alrededor de 1955, en Buenos Aires, elegí a los surrealistas locales poetas (y pintores) como mis compañeros literarios porque lo que hacían me parecía la obra más inteligente que se escribía en esos momentos. Había algunos grupos organizados (con Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Francisco Madariaga y otros) y los que se podrían llamar usando una terminología muy usada por los periodistas españoles de hoy, poetas de “estética surrealista” como Oliverio Girondo y Olga Orozco (todos ellos en persona) o inclasificables como Vicente Huidobro (en efigie). Me sentía muy a gusto con ellos. Mas a gusto que con los poetas mas formales. Ya mencione antes lo de la “asociación libre” como herramienta de trabajo.
TBR: Se ha hablado y se habla de la muerte de las vanguardias ¿estás e acuerdo con esa afirmación?
OS: Las cosas que no existen no pueden morir. “Vanguardia” es una noción militar que se ha extendido a otros ámbitos y que la RAE define como “avanzada de un grupo o movimiento artístico” cuando se aplica a esas actividades. Lo que es distinto de lo prevalente es llamado vanguardia por los que se encargan de catalogar cosas que ocurren para poder enseñarlas a sus discípulos o para elaborar sus teorías interpretativas favoritas. En estos tiempos de sumisión intelectual es frecuente encontrarse con apelativos variados que definen a grupos de vanguardia o retaguardia en muchos campos, incluyendo las letras. Dentro de la gran uniformidad reinante hay que inventar rasgos diferenciales y utilizarlos como sistemas de clasificación. Los inclasificables quedan fuera de las capillas áulicas. Por suerte hay aun voces poéticas que conservan su orgullosa individualidad y se comportan con libertad individual casi absoluta. Van mis más profundos agradecimientos a ellos.
TBR: En tu poesía se aprecian dos líneas poéticas muy claras, una discursiva-narrativa y otra metafórico-simbólica. Háblame de esa dualidad.
OS: Preferiría llamar a esas dos vertientes mi poesía narrativa y mi poesía conceptual, porque ambas usan las metáforas libremente. La narrativa cuenta o describe. La conceptual trata de comprender y, a veces, de explicar. Ambas son poesía y pensamiento.
TBR: En tus poemas aparecen rasgos culturalistas de diversa índole, desde fechas hasta citas literarias en otros idiomas que te acercan en cierto modo por un lado al modernismo y por otro a la obra de poetas como Lezama Lima. ¿Es ésta una manera tuya de conectar con la poesía latinoamericana?
OS: Creo que nunca traté de conectar con nada ni nadie. La pregunta final la contesto con un “no”. Me hubiera gustado poder contestar la mayoría de estas preguntas con un solo monosílabo pero no fue posible. Diría que mi cultura poética se desarrollo en forma anárquica y desordenada. Conocí las hormigas de López Velarde antes que los cisnes de Rubén Darío, y tardé 15 años en leer Paradiso (en Nueva York) aunque ya conocía bien el imán y los abismos de la poesía de Lezama. Leí a John Donne o Thomas Campion antes que a Garcilaso. Lo de los “otros idiomas” es parte de la vida bilingüe de los exilios. Vives en países donde piensas en un idioma y escribes en otro.
Finalmente, y para contradecir la primera frase de este párrafo, pediría a Eli Tolaretxipi que me escriba a ostutman@hotmail.com.
TBR: Tu último libro publicado se titula 44 cuartetas. ¿Cuál es la razón por la que utilizas una forma métrica canónica como antes utilizaste el soneto?
OS: No llamaría “formas métricas canónicas” a mis sonetos o a mis cuartetas, porque no lo son. Los Sonetos (de Gombrowicz), esa plaquette publicada por Café Central en 1997 son un doble engaño porque no son sonetos (son poemas de 14 versos en estrofas de 4, 4, 3 y 3) y obviamente, no son de Gombrowicz. Para documentar este engaño y avisar al lector, el título del último soneto del libro es “Verso libre”.
Mis sonetos no son endecasílabos ni mis cuartetas octosílabas. No cuento sílabas y mis poemas de catorce o cuatro versos son de métrica variable, ajustada a mi respiración y a mi emoción al leerlos en voz alta. Los poemas de catorce versos (seudosonetos, a veces con estrambote) me trajeron una disciplina en el decir, porque sabes que cuando ya estas en el verso 10, sólo te quedan cuatro versos más para decir lo que quieres decir. Con la cuarteta ya sabes al inicio que la brevedad es imprescindible. Parafraseando a Cesare Pavese, diría que a veces “scrivere stanca” tanto como “lavorare, y es un trabajo duro.
TBR: Tienes mucha obra publicada en revistas e inédita. ¿Piensas publicar con más asiduidad a partir de ahora?
OS: Desde que empecé a escribir poesía siempre soñé tener un promotor o divulgador como Ezra Pound lo fue para lanzar la obra primera de Joyce o Eliot (o Vivaldi ya póstumo). En la vida real no se pedir ni ofrecer y ambas cosas las hago con cierta altanería y sin gracia. En la nota de rechazo de la primera versión de La vida galante en el 2001, el editor me decía que no podía publicar el libro porque era un editor “contemporáneo” (¿contemporáneo de quien? - me pregunto). Y decidí que no había motivo de tolerar ese tipo de patronazgo. Padezco una timidez adolescente que no es sincrónica con mi edad. Tendría que haber publicado libros más frecuentes y más cortos. Mi ritmo actual de un libro cada diez años (Los Fragmentos Personales en 1998 y 44 Cuartetas en 2008) es difícil de mantener, los poemas se van acumulando y los libros se transforman en “antologías” sin quererlo. En septiembre (escribo esto a fines de julio), aparecerá en Buenos Aires un nuevo libro llamado La vida galante, con ciento treinta y seis poemas; otro (El Mar de Bohemia, con noventa y cinco poemas) espera editor.
© M Cinta Montagut para The Barcelona Review - 2008
Véase en este número la selección de poemas de 44 Cuartetas y la reseña del libro.
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