The Barcelona Review

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Reseñas

Dime. Treinta cuentos. Mary Robinson

Por qué el mundo funciona perfectamente sin mí. Joost Vandecasteele

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portada Dime. Treinta cuentos.

Mary Robison.
Alba Editorial, Barcelona, 2012

 

Dime. Treinta cuentos recoge una selección de relatos de Mary Robison (Washington D.C., 1949), la mayoría de ellos aparecidos ya a lo largo de más de veinticinco años en “The New Yorker”, la revista estadounidense que popularizó el relato como género literario.
A lo largo de su carrera, Mary Robison se ha ido ganando un sitio en la considerada nueva generación de escritores norteamericanos de relatos, a la altura de las más destacadas representantes de la narrativa norteamericana actual, como Lorrie Moore o Amy Hempel. Se la ha considerado heredera de Raymond Carver, Tobias Wolff y Richard Ford.

Las historias de Robison dibujan, en su diversidad, un particular universo. Cada una de ellas, ubicadas geográficamente en Norteamérica, constituye un peculiar microcosmos. Como ejemplo, en Tengo veintiuno una chica huérfana explica con una delicadeza extrema su vida sin sus padres; Guía de la noche para aficionados nos muestra el especial estilo de vida de una madre y de su hija (“Mamá y yo nos hacíamos pasar por hermanas”). Nos gusta especialmente Entrenador, relato en el que se nos presenta la cotidianeidad de una familia de clase media, con sus sueños y sus fracasos (“Planta tu trasero, Picasso. Deja que te diga cómo vamos a ascender en esta vida”).

Encontramos como motivo común, como telón de fondo en los treinta relatos la presencia constante de la familia. No deja de ser significativo el empleo de títulos como “Hijas”, “Padre, abuelo”, “Tu madre errante” , “·Los hijos del médico” o “Hermanas·”. Se trata de hijos, de madres y padres, de hermanos, de maridos y mujeres, ya sean adultos, jóvenes o niños, que protagonizan una serie de acontecimientos aparentemente insignificantes de la vida cotidiana. Son personajes ordinarios, que tienen en común con los personajes de la cuentística norteamericana al estilo de los autores antes mencionados ciertos rasgos endémicos: la desorientación, la incapacidad para dirigir sus respectivos destinos (“La verdad es que nunca había querido hacer de payaso...Ni siquiera me gustaba mucho el circo. Fue la dirección la que me obligó a aceptar el trabajo”), incluso cierto punto de melancolía (“A veces se pasaba las tardes con la cabeza entre las manos. O merodeaba por los patios y los pastos como si buscase algo. Parecía esconderse tras los graneros sombríos”).

Las parejas y las familias de las historias de Mary Robison (madres e hijas, hermanos, abuelos...) llevan vidas tranquilas. En ellas no parece ocurrir nada relevante. Si se rasca, sin embargo, aparecen esas lacras que son la soledad, la insatisfacción, la desesperación. La tristeza es, desde este punto de vista, el río subterráneo cuyo rumor constituye la banda sonora de estas historias.

Da la impresión de que Robison trate a sus personajes con cierta condescendencia, con un punto de ternura, lo cual no significa sin embargo que personajes o argumentos resulten melodramáticos. Tal vez uno de los mayores méritos de estos relatos sea, justamente, el equilibrio entre la naturaleza de lo narrado y la ausencia de sentimentalismo en la forma utilizada. Probablemente contribuya a ello el sutil uso del humor que Robison sabe dosificar con discreción (“Yo era Boffo, la payasa que presentaba el Matinal de Mediodía en el Canal 22. En el MM poníamos películas malas y viejas o peor aún, capítulos piloto de televisión que hacíamos pasar por películas. Mi trabajo consistía en ridiculizarlas y burlarme de nuestros patrocinadores, para que por lo menos nuestros espectadores pudieran reírse de algo”).

Por otro lado, Robison practica con convencimiento la máxima que prima el sugerir por encima del enseñar, recurriendo a una prosa sobria, que economiza en lenguaje, rayando casi en cierto laconismo (“Bajó el soporte de la  moto, se sentó de lado en el sillín y encendió un cigarrillo.Llevaba unos Levis, camiseta de tirantes sin camisa y botas de cuero. Tenía veinteséis años”). No en vano se considera a Mary Robison, alumna de John Barth, cultivadora del llamado minimalismo realista.

En Dime. Treinta cuentos, los diálogos resultan ágiles, no hay grandes digresiones y nada es superfluo. Robison va directa al núcleo de las situaciones, lo cual no es obstáculo para que preste gran atención a los detalles (“Los neumáticos chirriaron y los tubos de escape humearon como cañones de pistolas”). Y creemos que esto la hace conectar con el lector. En esto, Robison es una alumna aplicada, domina muy bien los recursos técnicos. En ocasiones, sin embargo, el ejercicio de ese minimalismo pudiera dejar al lector en cierta suspensión.

En conclusión, en Dime. Treinta cuentos, hallamos diversidad de historias que giran alrededor de los pequeños dramas y alegrías cotidianos que aderezan la existencia humana. Los detalles trascienden las propias historias. La autora hace gala de una gran empatía por sus personajes, que, en ocasiones, parecen adoptar cierto tono de confesión. La escritura de Robison es sencilla e íntima, tan elegante como económica, no hay lugar en ella para pirotecnias. No es, por tanto, un libro para quien busque artificios ni en él ocurren grandes cosas, pero aquellas que se cuentan alumbran lo que somos.
Maite Núñez

 

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portadaPor qué el mundo funciona perfectamente sin mí.
Joost   Vandecasteele.
Tropo Editores, Zaragoza, 2012


Por qué el mundo funciona perfectamente sin mí, de Joost Vandecasteele (Bélgica, 1979) reúne un conjunto de diez relatos, como Génesis: CityBis, Ya nunca habrá paz, o el que da título al libro, que bien podrían leerse como capítulos de una novela, pues parecen íntimamente relacionados entre sí: temas, personajes y tono sirven de amalgama, funcionan como elementos en común a todos ellos.

A
lgunos de estos relatos habían sido previamente  premiados  y habían ya aparecido en diferentes publicaciones, y el libro, como tal,  fue merecedor en 2010 del premio al Mejor debut de las letras flamencas.

En conjunto, las historias de Vandecasteele conforman un mosaico que puede resultar realmente desesperanzador. A lo largo de todas ellas el autor, cómico televisivo en su país, da cuerpo a una ciudad que reúne todos y cada uno de los vicios posibles, una ciudad deshumanizada, en la que metrópolis y necrópolis parecen significar lo mismo. Cómo sobrevivir en ella es el eje central común (“(la ciudad)… el lugar de nuestras preocupaciones y todos nuestros deseos”). De hecho, en frase resumen del propio autor, este libro va de cómo tratar de ser humano en un entorno inhumano. En el contexto de la Europa actual, al lector puede producirle cierta angustia la visión apocalíptica del futuro que presenta Vandecasteele.

El autor, curtido en el campo de la comedia, utiliza su habilidad para la sátira para presentarnos tal panorama. Se sirve para ello de una extraña mezcla –que, aunque arriesgada, funciona-  de ciencia ficción, de algunos tintes de realismo sucio y cierto gusto por lo absurdo que en ocasiones parece rayar incluso el esperpento. En las páginas del libro se desgranan temas como la crítica al consumismo, las relaciones sentimentales, las familiares… todo ello adobado con mucho, mucho sexo.

Vandecasteele describe personajes desencantados, a la cabeza de una generación futura, un grupo de jóvenes asfixiados en la incertidumbre. Los protagonistas de Por qué el mundo funciona perfectamente sin mí (algunos parecen repetir de un relato a otro) parecen no dormir nunca, transitan por un universo de aftersy locales de mal vivir; tienen cerca de treinta años pero dan la impresión, en ocasiones, de no haber crecido (“Soy un hombre de casi treinta años y llevo la vida de un adolescente de dieciséis”); en ocasiones se aburren, deambulan en la desorientación que provoca la ciudad deshumanizada y opresora (“(la ciudad) se ha convertido en algo indestructible con vida propia, como el monstruo del doctor Frankenstein...”). Sufren decepciones amorosas y frustraciones laborales. Viven en una ciudad donde el individualismo dificulta las relaciones personales, una ciudad que no para de crecer sobre la base de un centro comercial, grande y monstruoso, un edificio de donde no hace falta salir nunca, donde se halla todo lo que se necesita; con bares con nombres significativos (“Nothing really matters”); con los ricos agrupados en un barrio residencial llamado Cielo 2.0 y unas escaleras mecánicas que parecen llevar a ninguna parte. Estos jóvenes se creen independientes pero, en realidad, no lo son. Y, para postre, si todo puede ir peor, irá a peor.

Tal vez influido por su background como comediante, la escritura de Vandecasteele es rápida y corrosiva, inquietante a la vez que divertida. Hace que lo familiar, lo cotidiano, pueda resultar perturbador. Y lo logra distanciándose de lo narrado, en gran parte gracias al uso de la exageración.

Cabe resaltar entre los principales méritos del libro la coherencia del conjunto, así como el acertado uso del humor como arma narrativa. La brevedad del relato como género y el eclecticismo estilístico resultan adecuados para hablar de un mundo en constante cambio. En el otro lado de la balanza, sin embargo, en algún momento los relatos pueden adolecer de cierta irregularidad, alguno de ellos –pensamos por ejemplo en el que da título al libro-  se va complicando conforme avanza de manera que pierde su fuerza inicial.

En cualquier caso, los relatos de Por qué el mundo funciona perfectamente sin mí sorprenden, hacen daño, molestan. Quien espere corrección política que busque en otro sitio. No la encontrará ni en el fondo ni en la forma (habrá a quien le moleste el vocabulario empleado, aunque el autor no sea ni Bukowski ni Miller). Bajo el envoltorio de la mordacidad, la escritura de este escritor belga golpea bajo, porque, si se rasca la pátina de humor (negro) con que se envuelve, subyace esa plaga de nuestros días que es el desencanto.
Maite Núñez

 

© TBR 2012


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