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Concha García

El VIAJE DE UNA POETA

 

LA LEJANÍA
Cuaderno de Montevideo

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2 de octubre, (al amanecer)
Es posible que mi conciencia de la desgracia me obligue a deambular ; no sé cuándo adquirí esta pesadumbre que sólo es real intermitentemente. Hay días en que no aparece y por suerte  me puedo sentir evanescente, al abrigo de algo. Por ejemplo,  mientras ando entre la gente e imagino que la calle que recorro no pertenece a la ciudad donde estoy. Es una fácil manera de trasladarte que sólo exige un poco de atención.   Otros días, en algunos momentos,  siento  una amenaza cuyo origen ignoro,  pero reconozco en cuanto irrumpe. Al principio el síntoma es leve, luego va siendo peor. Y cuando se enrosca en el alma  duele  mucho. Es un dolor que no deja morada, ni se nota. Ahora parezco una persona sin recovecos. Miro oleadas de gente apresurada desde la ventanilla del autobús. Me gustaría darle una forma  a esta desazón. ¿Tendrá algo que ver con mi infancia? ¿Qué sé yo de todo “eso”?

 

19 horas
No me quiero detener hasta que anuncien el vuelo. Hace unos minutos que se puso el sol tras el ventanal. Sin duda,  ha sido un espectáculo hermoso del que he disfrutado a intervalos. La oscuridad permite que poco a poco llegue la noche y la noche favorece el encierro. Los pensamientos tienen menos prisa. El tiempo ya no se encuentra entre las  horas y parece que se estira en todas direcciones. La ficción de su constancia se repliega sobre sí misma y me ofrece la posibilidad de habitar en varios pliegues de la memoria. Una de las formas más bellas de lo perdido se instala en mí produciendo un eco de recuerdos que dice,  como si de una sentencia se tratara:  “Esto fue una vez y ahora nunca más”.   La noche y la guarida del recuerdo.

 

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Amplios pasillos que apenas transita nadie a las doce de la noche. Un aeropuerto vacío es una experiencia desasosegante que te lleva al vacío. Los pasajeros que vamos hasta Montevideo estamos esparcidos y parecemos pocos. Veo entrar la tripulación desde el ventanal del restaurante. Mesas de color naranja y sillas blancas de plástico. Hélène Cixoux sostiene que no escribimos sin cuerpo. Yo creo que es casi imposible. El alma, incluso el alma necesita al cuerpo. Hay lecturas que no retienes pero causan un efecto. Lo que leo en el avión nunca lo retengo.

La memoria sin recuerdo. ¿Es posible? Conceptuar la pérdida inacabable,  que es el paso del tiempo, en un poema. Sólo tengo memoria sin recuerdo cuando bebo lo justo sobre las nubes. Entonces siento un espacio agradable que no ocupa nadie ni nada. La pérdida es un concepto. No se puede sentir todo ese concepto de golpe.

 

TVAEROPUERTO

 

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Hasta Montevideo hay unas doce horas de trayecto. Dispongo de un asiento al lado de la ventanilla; el espacio es reducido. Dejo en el porta-revistas la biografía de la poeta uruguaya Delmira Agustini, un pequeño neceser, y varias monodosis de lágrimas artificiales. Respiro hondo hasta que despegamos. No tengo a nadie al lado. Mi cuerpo quiere desaparecer dejando atrás la envoltura que lo constituye. Lo noto porque la escisión es enorme. Deseo no volver más a la ciudad de donde parto.  Volver es obligarse a ir y venir;  rodar. No regresar,  también,  es lo que quiero. Porque regreso es retorno, volver atrás.  Quiero sentir que el traslado es un horizonte. Creo que es Maurice Blanchot quien lo dice:  “El escritor  está invitado a la desaparición. Quien escribe el yo desaparecido conserva la afirmación autoritaria aunque silenciosa. Del tiempo activo, del instante, el escritor conserva el corte, la rapidez violenta. De lo que sucedió hasta ahora conservo apenas un leve tajo muy profundo  que todavía no aflora a la superficie. Me gustaría olvidarme de la que fui. No saber nada de ella. Aferrarme sólo a la posibilidad del azar. Vivir me ha cansado tanto que quiero volver a nacer.

 

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“Como si fuera fácil volver a habituarse a esos cielos remotos recorridos por nubes altísimas, en las que yo creía de pronto reconocer los dibujos de mi niñez. O ese sol perpendicular de verano, al vuelo rasante de las gaviotas, asus chillidos ávidos”, escribió el biógrafo de Delmira.  No me iba de Barcelona sino que regresaba a Montevideo.

 

Fragmentos gentileza de la Editorial eclipsados

 

© Concha García para TBR 2012


Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review.
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Concha GarcíaConcha García es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Nació en la Rambla (Córdoba) en 1956. Ha vivido en Barcelona la mayor parte de su vida. También en Buenos Aires (2004) y en Montevideo (2009) en cuya Universidad de la República ha dado un postgrado sobre poesía española.

Su obra poética comprende: Por mí no arderán los quicios ni se quemarán las teas ( 1986), Otra ley ( 1987) Ya nada es rito (1988), Desdén (1990) Pormenor (1983),  Ayer y calles (1995),  Cuántas Llaves (1998), Árboles que ya florecerán (2001), Lo de ella (2003) , Ya nada es rito y otros poemas (Obra reunida.2007), Acontecimiento (2008), Un brillo del no (antología), Ediciones en Danza, Buenos Aires (Argentina).

Ha escrito numerosos artículos publicados en diversas revistas especializadas y suplementos literarios. Ganadora de premios literarios como el Barcarola y el Gil de Biedma.

Gran viajera ha publicado dos antologías de poesía de la Patagonia