The Barcelona Review

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Leslie Ruiz-Santiago

De noches particulares y aquellas cualquiera

 

De pie frente al lavabo, en un cuarto de baño rodeada por mármol portoro, me coloqué el lazo y abroché el chaleco. Mi propio reflejo escueto y sombrío me cayó sobre la espalda como caen los años mal vividos. 

      Dos noches atrás había recibido una de esas llamadas capaces de desmontar(te) el universo en un segundo. Sin embargo, me contuve. Logré permanecer sostenida sobre mis piernas y encontré las palabras para informar a los otros que, al igual que yo, aguardaban novedades. Una vez mi boca pronunció los hechos, me perdí en mis pensamientos y me entregué a una serie de movimientos mecánicos que parecían haber sido entrenados para ese momento.

      Me dirigí a mi recámara. Me vestí y agarré el bolso y la chaqueta, evitando tropezar con mi reflejo en el espejo. Desesperadamente, como quien precisa de ver para creer, me subí a la camioneta y me dirigí al hospital a presenciar lo que más temía.

      A los treinta segundos de viaje ya dudaba de mi decisión, pero ya iba en camino. El viaje en auto duró una hora, aunque sentí siempre el tiempo en pausa. Era como si el mundo se hubiese frenado y solo estuviese en movimiento una camioneta por la avenida en una oscura noche veraniega tras el toque de queda con tres personas a bordo sin deseos de volverse ni de llegar, sino de permanecer siempre de viaje. 

      Llegué al sanatorio. La realidad quebró una fina capa del shock que me poseía desde esa funesta llamada. Toparme con el cuerpo sin vida de la mujer que más amé en la vida me retorció el corazón de todas las formas posibles. El tedio, el desespero y la incredulidad se fundieron en una profunda tristeza inexplicable e indestructible que desde entonces sentí crecer desaforadamente dentro de mí.

      No entendí ninguno de esos llantos desbocados de mi madre. Ni los abrazos colectivos. Ni las notas de duelo. Ni los rezos continuos. Ni la esperanza del prometido reencuentro predicado. Ni las banales repeticiones de frases motivacionales que me repetían en casa, en el auto, en las redes, el espejo, las paredes, la noche y el café. 

      Contemplé mi reflejo varios minutos frente al espejo por primera vez en dos días. Me paré derecha y me dirigí al vestíbulo fúnebre. De vuelta a los llantos desbocados, a los abrazos grupales, a las banales frases, a las miradas vacías, a la violencia formal, a la esperanza caduca y todo lo demás que nunca comprendí.

      Desde entonces camino sin reconocer mis pasos y siento que la vista ya no me pertenece. Es como si me quedase suspendida en el aire y todo en la tierra me pareciese poco. Desde entonces no tengo apetito. No me quiero duchar ni hacer la cama. No quiero hablar con nadie ni que me escuchen. La voz en mi cabeza al escribir me es repugnante... 

      Desde entonces sufro de taquicardia y de ansiedad. Pese a las pastillas para dormir y al güisqui, las pesadillas asedian mi sueño. Las cantatas de Scarlatti no me sacan sonrisa alguna. Lloro desquiciadamente de madrugada en mi apartamento donde todas las noches escucho tiros. Y me pregunto cuándo llegará el mío.  A veces con miedo, otras con premura, espero esa bala con mi nombre que me taladrará las sienes una noche cualquiera.

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© Leslie Ruiz-Santiago

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Leslie Ruiz-Santiago nació el 12 de enero de 1998 en Manatí, Puerto Rico. Actualmente es estudiante de Literatura Comparada y Ciencia Política en la Universidad de Puerto Rico Recinto de Rio Piedras. También ha cursado estudios en la Università Cattolica del Sacro Cuore en Milán, Italia. Trabaja como Research Assistant y es activista incansable por la descolonización de Puerto Rico y los derechos de las minorías.


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