Una calle hasta ella
por John Jairo Junieles Acosta
Hay muchas cosas que odio de mí, pero hay una especial que
detesto, aunque a veces resulte conveniente. Es mi manía de andar siempre entre dos
aguas, de no concentrarme jamás en el presente objetivo porque mi mente divaga en busca
de otros mundos, como un pez que en su pecera sueña en el océano.
Cuando el presente es una aburrida conversación entre
periodistas en mi trabajo o el monólogo de un jefe de redacción furioso, esta manía es
una tabla de salvación, pero cuando se trata de un momento mágico en el cual el cosmos
se revela frente a ti; o como en este momento en que camino por una estrecha calle
iluminada por opacos faroles agarrado a la mano de la mujer que amo, es de lo más
asqueante. Así como debe sentirse un pez que deambula por el océano pensando que está
atrapado en una pecera.
Tal vez ir agarrado de la mano de una mujer parezca
una trivialidad, pero se trata de Ella y es la primera vez que me permite tal
atrevimiento. Ella y yo tenemos cierta relación que por alguna razón prefiere mantener a
oscuras, pienso que se avergüenza de lo nuestro, no sé por qué, podrían ser muchas
razones. Ella se agita cada vez que pasa un carro blanco porque su padre tiene uno y yo me
pregunto qué tiene de malo que su padre sepa que somos novios, al cabo nuestras vidas
tienen el equilibrio necesario para ir juntas, sé que no soy un monstruo, ni un criminal
buscado en siete países y ella no es tan bella como Drew Barrimore. En fin, por más que
le he preguntado nunca he logrado saber qué es lo que pasa y no debería pensar en eso
sino disfrutar la caminata que quizás sea irrepetible, sentir su mano aferrada a mí como
si una multitud tratara de ahogarla porque Ella le teme al gentío y eso es algo que
tenemos en común, también el cine y la música es algo que compartimos y muchas cosas
sutiles, por eso no comprendo por qué no pueden ser públicos nuestros sentimientos.
Yo sólo pienso en Ella, quizás sea porque soy diez
centímetros más bajo, pero ella es algo pálida y yo no la culpo, es como es y me gusta,
aunque no debería pensarlo sino vivir el presente. Quizá al final de la calle me suelte,
yo vuelva a perder y no tendré un recuerdo consistente por estar divagando como un pez
que durante su vida soñara que está atrapado en una pecera, y un día, al despertar en
las aguas cálidas del mar Caribe, fuese atrapado por una red y terminara en una pecera
sin haber podido disfrutar de su vida submarina.
Ahora ha empezado a llover lentamente y nos hemos
cobijado bajo el saliente de un tejado, estamos a cien metros del final de la calle, su
mano y la mía siguen juntas. Mientras suenan los truenos, recuerdo a un niño que les
tenía miedo y se metía bajo la cama y ahora está tan lejano y tan cerca porque Ella
está aquí. Pero mi mente también está en Cuba, donde conocí una jinetera, le prometí
escribirle, le pedí me escribiera y Ella me ha escrito al respaldo de mis cartas porque
en Cuba no hay papel y yo me pregunto si estos recuerdos son más importantes que estar
bajo este alero con ella. La muchacha cubana también era más alta que yo pero no
parecía avergonzarse por ello, en realidad parecía encantada de caminar a mi lado por
las calles de La Habana llenas de gente. Debería pedirle una explicación pero me
avergüenzo, Ella jamás ha confirmado mis temores, siempre tiene una excusa o una broma
para escapar a mi acoso. Ella es como un pez que está en el océano pero eso no le dice
nada, no disfruta el océano porque jamás ha estado en una pecera.
La lluvia cede, seguimos avanzando y me pregunto si no
sería mejor estar con alguien que fuera pleno al estar contigo, pero no me atrevo a
soltarle la mano porque quizá la perdería para siempre y yo necesito de Ella aunque no
siempre esté dispuesta a aceptarme en su vida, yo necesito soñar que Ella cambia, que
abandona los temores y deja que los carros blancos pasen sin alterar su ánimo.
Mientras camino, veo otros que caminan pero que no se
agarran de la mano, quizá eso no es nada especial porque nunca se los han negado cuando
lo han querido, y me pregunto si al negarme ese contacto público durante tanto tiempo, no
me estaba preparando el regocijo de tenerlo ahora, y que yo en vez de reflexionar sobre el
asunto debería ser el asunto y punto. Debería no ser mi cuerpo ni mi mente, sino sólo
mi mano que va dentro de la suya y la suya que anida en la mía, pero los avisos de los
almacenes se roban mi atención y hay un afiche de Benetton que muestra el uniforme
sangrando de un soldado bosnio, limita mi libertad porque mis ojos leen los nombres y las
imágenes. Mi mente crea asociaciones que me llevan a un lugar en las montañas donde
conocí a un anciano que no había visto el mar ni le importaba conocerlo y que cuando le
hablé del mar no se sorprendió, me dijo que él tenía bastante en sus montañas; pensé
que era un viejo estúpido por negarse otras oportunidades, pero quizás era un hombre
sabio y yo era el estúpido. Tan sabio como el árbol que le basta con ser árbol, era un
hombre humilde para saber que la montaña es un lugar tan vasto y complejo que una vida no
alcanza para conocerlo y que ponerse a pensar en otros mundos es una vanidad, es una forma
de no vivir lo que está allí, el lugar al que perteneces, y él pertenecía a la
montaña, estaba hecho de su sustancia. Como yo estoy hecho de vías de escape hacia
realidades donde no tengo que aceptar que Ella se avergüenza de mí, quizás no es por mi
estatura sino porque siempre estoy huyendo de su lado, como ahora, ahora que Ella me habla
y yo no sé qué responder porque no alcancé a oírle y sólo digo un sí y Ella hace un
gesto de desaliento porque sabe que no la escuché. Y lo peor es que sólo hacen falta
veinte pasos para llegar al final de la calle.
Ella se ha hundido en un silencio mientras miro con
pavor el final de la calle que viene hacia nosotros como una sombra maligna, como un
terrible dios que odia a los que se aman. Me atrevo a preguntarle qué cosa me estaba
diciendo pero Ella es cruel conmigo, Ella se aprovecha de mis divagaciones para hacerme
sufrir y justo antes de alcanzar la esquina le suelto la mano en un segundo que dura
eternidades de asombro en su rostro y las lágrimas brotan por sus ojos como conejos
blancos del sombrero de un mago. La lluvia llega de repente para acompañarla, nos metemos
en un café que está en la esquina y vamos a la mesa del fondo.
Ella sigue llorando sin decirme por qué y yo me
siento culpable, le digo que eso es lo que busca, que me sienta miserable y que ya lo ha
logrado, que se calme y disfrute su triunfo y Ella llora más y algunas personas la miran
pero esta vez no le importa. Entonces me pregunta si quiero saber lo que me decía hace un
momento mientras yo estaba viajando hacia otras latitudes, yo le digo que nada me
gustaría más y Ella me dice que estaba pidiéndome que no le soltara la mano, que
quería seguir caminando aferrada a mi mano por el resto de su vida, yo siento que las
lágrimas me queman las mejillas, le pregunto que por qué no me dejaba hacerlo antes y
Ella quería preguntarme lo mismo, que sentía que yo siempre estaba pensando en otras
cosas al estar con Ella porque sentía vergüenza de Ella, y yo le digo que soy un
estúpido y Ella, dice que no, que la estúpida es Ella, y yo le digo que ya somos dos los
estúpidos y esa es una buena razón para permanecer unidos. Entonces percibo que he
vivido como un pez en una pecera herméticamente cerrada que descansa en el fondo
submarino y golpeo con la nariz la pecera y ésta se rompe porque es una ilusión, y yo
salgo al mundo que siempre ha estado allí rozándome y entonces la beso aunque la gente
nos rodee, aunque los carros blancos sigan pasando.
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