TBR: ¿Latinoamérica y el Perú requieren de la novela
urbana para retratarse?
JEB: Toda novela es el largo fermento de un fenómeno
social, a veces incluso cuando el escritor se repliega en sí mismo y pretende no acusar
el impacto de su realidad. En otros casos, el novelista interpela a su realidad de manera
más reflexiva e individual, como ocurre con muchos escritores europeos, desde Milan
Kundera a Javier Marías, pasando por Hugo Claus o Magris. En el caso de los escritores
hispanoamericanos, es indudable que el impacto del entorno es mucho más vigoroso, en la
medida en que pertenecemos -actualmente, digo- a un mundo precariamente urbano, un mundo
que se está creando. Resulta así inevitable que la novela urbana nos retrate. Hay
excepciones, obviamente.
TBR: Quizá Europa y Estados Unidos, u Occidente en general, perciben un
continente más rural, mágico o legendario. El público sigue deseando leer grandes
aventuras y revoluciones abortadas. Prefiere dar la espalda a la ciudad, a las grandes
metrópolis, caso de Medellín, La Paz o Lima.
JEB: Probablemente sea cierto eso que tú dices, los
europeos y los americanos sienten nostalgia de ese paraíso feroz y primordial en el que
el mundo moderno estaba gestándose, y Latinoamérica les resulta aún el territorio
fértil para un romanticismo que se ha nutrido de Comala y Macondo, de la desmesura y la
irrealidad que hay en un cierto tipo de novela hispanoamericana. No obstante, creo que
poco a poco la literatura de Hispanoamérica empieza a desprenderse de ese sambenito
mágico, sin que por ello se desdeñe este tipo de literatura.
Seguimos lastrados por las sombras del golpe, del autogolpe,
del populismo y las ganas tremendas de echarle la culpa al otro |
TBR: El año que rompí contigo me recuerda Conversación en la Catedral de
Mario Vargas Llosa: dos momentos frustrantes en la vida republicana del Perú, la
dictadura del general Odría en la obra de Vargas Llosa y la llegada al poder del
ingeniero Fujimori en El año que rompí contigo ¿Estás de acuerdo?
JEB: Digamos que mientras Conversación en La
Catedral retrata el proceso de aquel momento en la vida republicana del Perú, El
año que rompí contigo deja la última etapa del gobierno de Alan García y abre un
interrogante sobre la llegada al poder de esa gran incógnita que es Fujimori (hablo,
claro, en el tiempo presente en que se sitúa la novela). Así, el futuro quedaba abierto,
aunque se percibe sombrío. No obstante, sabemos que la realidad de Fujimori fue
absolutamente nefasta y sin matices.
TBR: El final de la novela hace referencia a este futuro sombrío del que hablas;
creo que es una metáfora certera sobre lo que ocurrió a continuación con Fujimori. Tal
vez, en vista de la desesperación, los peruanos no comprendieron que el gobierno de Alan
García significó un claro ejemplo de una democracia joven y por lo tanto defectuosa.
Antes que perfeccionarla Fujimori convenció al pueblo de que había que destruirla.
JEB: Exactamente. Con todo lo nefasto que fue el
gobierno de Alan García, fue un gobierno democrático, joven e imperfecto. El de Fujimori
no fue un gobierno democrático, o mejor dicho dejó de serlo casi de inmediato: más que
su cauce natural buscó su cloaca natural. No fue una dictadura en el sentido estricto de
la palabra, sino algo peor, algo que yo creo que bien podría llamarse "autocracia
plebiscitaria" y que es el gobierno despótico, corrupto y miserable que funciona con
anuencia del propio pueblo. Más o menos como Chávez en Venezuela. De manera que los
peruanos no fuimos víctimas sino cómplices de esa corrupción, de esa miseria moral y de
esa abyección que envenenó nuestra sociedad durante la década terrible en que nos vimos
reflejados en el espejo fujimorista. Una vergüenza.
TBR: Pareciera que las democracias latinoamericanas en general siguen siendo
vulnerables a estos desenlaces inciertos...
JEB: Seguimos expiando esa culpa de no haber
encontrado el valor del civismo y las responsabilidades que este entraña. Seguimos
lastrados por las sombras del golpe, del autogolpe, del populismo y las ganas tremendas de
echarle la culpa al otro: desde el FMI hasta el vecino más cercano. Si la derecha casposa
de nuestros países ha perpetrado durante tanto tiempo la inmoralidad de no dirigir sino
dominar, la izquierda latinoamericana ha predicado --la izquierda predica, no discute--
las bondades del totalitarismo paternalista de un dictador como Fidel Castro como ejemplo
del bien social. El daño terrible que ha hecho cierta izquierda en nuestros países con
su devoción por los grandes dictadores, Stalin, Lenin, Castro, Kim Yong Il, Enver Hoxa,
ha terminado por corromper todo vestigio de dignidad y de individualismo (palabra
satanizada) en los hispanoamericanos.
TBR: Hay un pasaje en su novela, -un pasaje memorable en la literatura
peruana contemporánea-, en que se perpetra un atentado terrorista y que a mí me recordó
el terrible atentado de Sendero Luminoso en la calle Tarata de Miraflores, en 1992, que
tiene un parangón quizá con el atentado de Hipercor en Barcelona. ¿Quisiste describir
las consecuencias en sufrimiento humano que ha provocado el dogmatismo de un sector de la
izquierda con la cual Occidente ha sido condescendiente por ignorar el grado de
radicalización al que ha llegado y que hizo justificable incluso la barbarie?
JEB: En efecto, en ese pasaje de atentado, que culmina
si mal no recuerdo con una proclama subversiva que chorrea tinta fresca nada más haber
detonado el coche bomba, es para mí la situación meridianamente clara de lo que
eclosiona con el dogmatismo político. En realidad, en cualquier dogmatismo. Una vez que
nos creemos dueños de la Verdad y de la necesidad de imponerla a sangre y fuego, hemos
invertido nuestro código moral. Eso es lo que representó Sendero Luminoso y el MRTA. Hay
que saber Occidente tiene que saber que cualquier dictadura, de cualquier
signo, es intrínsecamente mala.
Curiosamente, ¡aquí, en España!, cuando la famosa crisis de los rehenes
en la embajada del Japón en Lima, la prensa hablaba de "la guerrilla" del MRTA.
Me hubiera gustado saber qué hubiera dicho esa misma prensa si en otros países se
hablara de la guerrilla de ETA
TBR: Asimismo en tu novela parece que no ocurre nada excepto las
menudencias de la vida diaria de una clase media empobrecida, finalmente sin embargo nos
damos cuenta que han ocurrido muchas cosas, pero esa clase media más que partícipe se
revela como víctima de ellas, o mejor dicho, vulnerable. Esto hace de su obra una obra
actual, pese a que está ambientada en el año 90.
JEB: Bueno, las novelas nunca se mueven como tesis,
¿verdad?, siempre hay una pulsión irracional a la hora de contar la historia; sus
mecanismos más profundos, las razones más recónditas, sólo pueden airearse por los
lectores. Y por eso, el narrador quizá sea el menos indicado para hacerlo, es decir, para
"explicar" la novela. Pero al cabo de un tiempo como es el
casoentiendo que, efectivamente, las minucias cotidianas que terminan por calcinar
el territorio narrativo donde se mueven mis personajes están ocasionadas por la propia
dejadez de nuestra clase media, que funciona impulsada por una pavorosa entelequia: clase
media que rehuye con asco de la clase baja y sólo aspira a ser clase alta. Clase que no
es, que prefiere no ser a identificarse con el "estigma" de su ubicación
social. Y así, estamos perdidos. Ya se ha dicho: al peruano no le gusta ser, sino estar.
TBR: Estar o no estar. Y no "ser o no ser". "Estuvo"
con la democracia como "estuvo con la dictadura, pero nunca "fue"
democrático ni dictatorial, esto evidencia que no se trata de una inmadurez política
tanto como de una escasez intelectual o una falta urgente de educación...
JEB: Bueno, el germen de la tentación totalitaria,
del famoso gobierno de "mano dura" que ha pedido una y otra vez el pueblo
peruano, está obviamente, en su gravísima desnutrición educativa; pero también creo
que nuestra historia republicana ha terminado por socavar los vestigios de la conducta
éticamente proba: nuestros políticos se acercan a la corrupción casi de manera natural,
pero el pueblo ha terminado por creer que la única forma de salir adelante es a través
de esa patética invención de la peruanidad, "la viveza criolla"; no se trata
de ser honesto o íntegro, se trata de ser vivo, de venderse al mejor postor, si toca
democracia, democracia, si dictadura, dictadura.
Nuestras clases políticas no funcionan como tales, sino como
parroquias, como feligresías que siguen a un
líder |
TBR: Esto que dices lo plasmaste en el recurrente latiguillo del
protagonista de tu novela, Aníbal, la frase íntima con la que se pregunta por el destino
de su país y el suyo propio: "¿Adelante es hacia dónde?"
JEB: Bueno, es cierto que Aníbal se pregunta eso, un
poco retóricamente, un poco sombríamente, y creo que la pregunta bien podría servir
como referencia a cómo vemos los peruanos "nuestro adelante", todavía situados
en la encrucijada de la democracia, una y otra vez pensando que ahora sí, que este es el
momento. Siempre en nuestra hora cero.
TBR: El nuevo gobierno democrático de Alejandro Toledo parece que solo
está sirviendo para mantenerse en esa hora cero de la que hablas, no termina de arrancar
y el resultado es que está encumbrando la imagen de Alan García. ¿Te da miedo un
posible regreso del líder aprista?
JEB. Me parecería esperpéntico, pero ya sabemos que la evolución
social y política de nuestros países se parecen más al mito de Sísifo que a otra cosa.
Volver a encontrarnos con Alan García en el poder, más que una conclusión política
sería un síntoma. El síntoma de que aún no hemos encontrado el vigor necesario para
desprendernos de nuestro pasado reciente, de que nuestras clases políticas no funcionan
como tales, sino como parroquias, como feligresías que siguen a un líder.
TBR: ¿Estas feligresías empiezan a formarse en la universidad? ¿Son
las que retratas en tu novela y que los personajes observan y analizan con desencanto y
cierta ironía?
JEB: Creo que sí, que empiezan en la universidad,
cuyo nivel es habitualmente muy malo respecto a lo meramente académico, y además están
estaban, hablo de los años en que yo estudié en la universidad muy
politizadas. Muy maniqueamente politizadas. Yo retrato en la novela el esperpéntico
carácter de mis compañeros de clase, los chicos que participaban del Centro Federado de
Derecho, básicamente aprista, y cuyos planteamientos al menos los escritos
tenían más faltas de ortografía que ideas. En ese contexto, resulta imposible no ser
irónico, como lo son mis personajes, aunque luego no podemos extrañarnos de que sean
estos universitarios los que a la vuelta de unos años sean congresistas y dirigentes
políticos. Resulta más bien siniestro, pero es real. Ese es el nivel de nuestra
política.
TBR: ¿A través de qué técnica narrativa conseguiste plasmar este
estado político de la sociedad peruana en tu novela?
JEB: La técnica narrativa para mí es un factor de
primer orden, probablemente porque reconozco ciertas limitaciones que encuentro a la hora
de enfrentar el texto; limitaciones digamos de orden intuitivo, de manera que me valgo de
una cierta estructura rigurosa que me permite lograr los efectos que deseo. En el caso
concreto de esta novela, me propuse un narrador que no sólo "cediera" la
palabra a los personajes sino que también se coludiera con ellos cada vez que hablaban,
imitando sus voces. La idea era pues disolver la presencia de un narrador que más que
omnisciente pudiera parecer prepotente, contándolo todo siempre él. Me gustaba que la
cuestión política pareciera siempre un telón de fondo, más que un escenario, un
elemento que poco a poco se va acercando a los personajes, a su rutina. La graduación de
esa presencia me resultó bastante difícil.
TBR: ¿Optaste por esto para dar a entender que la política es
ineludible, que finalmente nos toca a todos queramos o no?
JEB: La política que no la politiquería
resulta consustancial con la vida en sociedad. Lo que ocurre es que en algunos casos esa
participación se agudiza y exige de nosotros un tanto por cierto mayor del que emplean
las personas en sociedades política y cívicamente más desarrolladas. Pero en ambos
casos, es decir, se trata de sociedades cívicamente jóvenes o viejas, resulta ineludible
esa participación: lo estamos viendo actualmente, con la guerra en Irak.
TBR: La atmósfera de El año que rompí contigo está cargada
también de lecturas filosóficas, políticas, literarias, - de un modo en que esto
se vuelve uno o varios cristales con los que se analiza la coyuntura político-social. Un
arma de doble filo: oscurecer o aclarar la realidad, ¿no?
JEB: Sí, es así, tal como dices: se trata de emplear
distintos enfoques de la realidad, y para ello me serví de un aparatoso andamiaje de
lecturas de toda índole puesta en boca de mis personajes, con la conciencia de que
podría resultar falso o excesivamente "intelectual" y diletante, la postura de
los mismo. No sé si ha funcionado, pero la idea era mostrar cómo todo ese complejo
aparato de argumentación silogística que subyace en sus comentarios, en sus lecturas,
apenas si sirven para encarar la realidad, la parte más prosaica y cruda de la realidad.
TBR: ¿Buscaste algún precedente literario para idear la novela?
JEB: Más que un precedente, me sentí muy
influenciado por ciertos pasajes de Rayuela. Creo que es innecesario advertir que
se trataba de una propuesta y no de una copia, sobre todo porque a los maestros nunca se
les copia, sino que se trata de aprender de ellos. En Rayuela existe esa cuestión
tan sudamericana que incluso manifiesta uno de sus personajes, Gregorovius, cuando le dice
Oliveira algo así como que los sudamericanos saben de todo, pero resultan dispersos y
caóticos. Me pareció que esa idea era estupenda para explicar hasta qué punto el
conocimiento formal de la realidad es apenas un sesgo de esta, que lo académico apenas si
termina de incidir en la realidad, o en ciertas realidades, si prefieres.
La técnica narrativa para mí es un factor de primer orden
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TBR: Además de esta admiración por Rayuela
y Cortázar, ¿qué otras novelas y escritores forman parte de tus preferencias?
JEB: Entre los sudamericanos, Vargas Llosa, José
Donoso y Bryce Echenique, por ejemplo. De los españoles actuales, algunos como Muñoz
Molina y Vila Matas,
Y entre europeos y americanos, supongo que sigo la herencia narrativa de
quienes nos hemos nutrido: Proust, Faulkner, el mejor Joyce, Hugo Claus, Penn Warren
no sé, son tantos!
TBR: ¿Reivindicas el papel del escritor como intelectual?
JEB: Sí, claro. Resulta insoslayable la
participación de los intelectuales en la sociedad. Lo que ocurre es que ello se debe más
bien a la oportunidad de tener un tribuna de opinión, cosa que exige la máxima
responsabilidad: no creo que uno deba opinar sobre lo divino o lo humano. A veces se echa
de menos el silencio de los intelectuales. Somos intelectuales y no oráculos, aunque
algunos se lo crean.
TBR: ¿Cuál ha sido tu postura en esta lamentable guerra de Irak?
JEB: Como una inmensa mayoría de la gente, estoy en
contra de las guerras en general y de esta en particular. Pero creo que hay una postura
demasiado simplista entre quienes salen a la calle no todos, obviamente a
gritar consignas contra la guerra pero no contra Sadam. Y que luego han callado
ominosamente los brutales atropellos del dictador cubano (me pone enfermo decirle líder,
comandante u otras sandeces) contra su pueblo y en particular contra los escritores y
periodistas que han alzado su voz contra la dictadura. En resumen: vivir en democracia es
y debe ser esencialmente una incomodidad y hay que comprometerse totalmente con las
posturas asumidas. No a la guerra, no a Sadam y también no rotundo a Castro.