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índex català   mayo - junio  2003  n° 36

EntrevistaJORGE
EDUARDO BENAVIDES

"Al peruano no le gusta ser,
sino estar"

por Ernesto Escobar Ulloa

Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, Perú 1964), estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Garcilaso de la Vega. Más adelante, tras su paso por el periodismo radiofónico, se trasladó a Tenerife donde fundó y dirigió el taller literario Entrelíneas. En 2002 publica la excelente novela, Los años inútiles, en la que narra los últimos coletazos políticos de la década de los ochenta en su país. Esta vez, con El año que rompí contigo (2003) -véase reseña- nos cuenta, por medio de una técnica narrativa y un estilo infalibles, otro momento traumático en la vida republicana del Perú, el instante previo lleno de incertidumbre que precedió la llegada al poder del ingeniero Alberto Fujimori. Benavides ratifica así su talento como novelista y se sitúa a la cabeza de la nueva narrativa peruana. En esta entrevista, el autor reflexiona con agudeza y sinceridad sobre su nueva obra, la época que describe y el momento político presente del Perú y Latinoamérica.
 

TBR: ¿Latinoamérica y el Perú requieren de la novela urbana para retratarse?
JEB: Toda novela es el largo fermento de un fenómeno social, a veces incluso cuando el escritor se repliega en sí mismo y pretende no acusar el impacto de su realidad. En otros casos, el novelista interpela a su realidad de manera más reflexiva e individual, como ocurre con muchos escritores europeos, desde Milan Kundera a Javier Marías, pasando por Hugo Claus o Magris. En el caso de los escritores hispanoamericanos, es indudable que el impacto del entorno es mucho más vigoroso, en la medida en que pertenecemos -actualmente, digo- a un mundo precariamente urbano, un mundo que se está creando. Resulta así inevitable que la novela urbana nos retrate. Hay excepciones, obviamente.

TBR: Quizá Europa y Estados Unidos, u Occidente en general, perciben un continente más rural, mágico o legendario. El público sigue deseando leer grandes aventuras y revoluciones abortadas. Prefiere dar la espalda a la ciudad, a las grandes metrópolis, caso de Medellín, La Paz o Lima.
JEB: Probablemente sea cierto eso que tú dices, los europeos y los americanos sienten nostalgia de ese paraíso feroz y primordial en el que el mundo moderno estaba gestándose, y Latinoamérica les resulta aún el territorio fértil para un romanticismo que se ha nutrido de Comala y Macondo, de la desmesura y la irrealidad que hay en un cierto tipo de novela hispanoamericana. No obstante, creo que poco a poco la literatura de Hispanoamérica empieza a desprenderse de ese sambenito mágico, sin que por ello se desdeñe este tipo de literatura.

Seguimos lastrados por las sombras del golpe, del autogolpe, del populismo y las ganas tremendas de echarle la culpa al otro


TBR: El año que rompí contigo me recuerda Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa: dos momentos frustrantes en la vida republicana del Perú, la dictadura del general Odría en la obra de Vargas Llosa y la llegada al poder del ingeniero Fujimori en El año que rompí contigo ¿Estás de acuerdo?

JEB: Digamos que mientras Conversación en La Catedral retrata el proceso de aquel momento en la vida republicana del Perú, El año que rompí contigo deja la última etapa del gobierno de Alan García y abre un interrogante sobre la llegada al poder de esa gran incógnita que es Fujimori (hablo, claro, en el tiempo presente en que se sitúa la novela). Así, el futuro quedaba abierto, aunque se percibe sombrío. No obstante, sabemos que la realidad de Fujimori fue absolutamente nefasta y sin matices.

portada BenavidesTBR: El final de la novela hace referencia a este futuro sombrío del que hablas; creo que es una metáfora certera sobre lo que ocurrió a continuación con Fujimori. Tal vez, en vista de la desesperación, los peruanos no comprendieron que el gobierno de Alan García significó un claro ejemplo de una democracia joven y por lo tanto defectuosa. Antes que perfeccionarla Fujimori convenció al pueblo de que había que destruirla.
JEB: Exactamente. Con todo lo nefasto que fue el gobierno de Alan García, fue un gobierno democrático, joven e imperfecto. El de Fujimori no fue un gobierno democrático, o mejor dicho dejó de serlo casi de inmediato: más que su cauce natural buscó su cloaca natural. No fue una dictadura en el sentido estricto de la palabra, sino algo peor, algo que yo creo que bien podría llamarse "autocracia plebiscitaria" y que es el gobierno despótico, corrupto y miserable que funciona con anuencia del propio pueblo. Más o menos como Chávez en Venezuela. De manera que los peruanos no fuimos víctimas sino cómplices de esa corrupción, de esa miseria moral y de esa abyección que envenenó nuestra sociedad durante la década terrible en que nos vimos reflejados en el espejo fujimorista. Una vergüenza.

TBR: Pareciera que las democracias latinoamericanas en general siguen siendo vulnerables a estos desenlaces inciertos...

JEB: Seguimos expiando esa culpa de no haber encontrado el valor del civismo y las responsabilidades que este entraña. Seguimos lastrados por las sombras del golpe, del autogolpe, del populismo y las ganas tremendas de echarle la culpa al otro: desde el FMI hasta el vecino más cercano. Si la derecha casposa de nuestros países ha perpetrado durante tanto tiempo la inmoralidad de no dirigir sino dominar, la izquierda latinoamericana ha predicado --la izquierda predica, no discute-- las bondades del totalitarismo paternalista de un dictador como Fidel Castro como ejemplo del bien social. El daño terrible que ha hecho cierta izquierda en nuestros países con su devoción por los grandes dictadores, Stalin, Lenin, Castro, Kim Yong Il, Enver Hoxa, ha terminado por corromper todo vestigio de dignidad y de individualismo (palabra satanizada) en los hispanoamericanos.

TBR: Hay un pasaje en su novela, -un pasaje memorable en la literatura peruana contemporánea-, en que se perpetra un atentado terrorista y que a mí me recordó el terrible atentado de Sendero Luminoso en la calle Tarata de Miraflores, en 1992, que tiene un parangón quizá con el atentado de Hipercor en Barcelona. ¿Quisiste describir las consecuencias en sufrimiento humano que ha provocado el dogmatismo de un sector de la izquierda con la cual Occidente ha sido condescendiente por ignorar el grado de radicalización al que ha llegado y que hizo justificable incluso la barbarie?
JEB: En efecto, en ese pasaje de atentado, que culmina si mal no recuerdo con una proclama subversiva que chorrea tinta fresca nada más haber detonado el coche bomba, es para mí la situación meridianamente clara de lo que eclosiona con el dogmatismo político. En realidad, en cualquier dogmatismo. Una vez que nos creemos dueños de la Verdad y de la necesidad de imponerla a sangre y fuego, hemos invertido nuestro código moral. Eso es lo que representó Sendero Luminoso y el MRTA. Hay que saber –Occidente tiene que saber— que cualquier dictadura, de cualquier signo, es intrínsecamente mala.
Curiosamente, ¡aquí, en España!, cuando la famosa crisis de los rehenes en la embajada del Japón en Lima, la prensa hablaba de "la guerrilla" del MRTA. Me hubiera gustado saber qué hubiera dicho esa misma prensa si en otros países se hablara de la guerrilla de ETA…
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TBR: Asimismo en tu novela parece que no ocurre nada excepto las menudencias de la vida diaria de una clase media empobrecida, finalmente sin embargo nos damos cuenta que han ocurrido muchas cosas, pero esa clase media más que partícipe se revela como víctima de ellas, o mejor dicho, vulnerable. Esto hace de su obra una obra actual, pese a que está ambientada en el año 90.
JEB: Bueno, las novelas nunca se mueven como tesis, ¿verdad?, siempre hay una pulsión irracional a la hora de contar la historia; sus mecanismos más profundos, las razones más recónditas, sólo pueden airearse por los lectores. Y por eso, el narrador quizá sea el menos indicado para hacerlo, es decir, para "explicar" la novela. Pero al cabo de un tiempo –como es el caso—entiendo que, efectivamente, las minucias cotidianas que terminan por calcinar el territorio narrativo donde se mueven mis personajes están ocasionadas por la propia dejadez de nuestra clase media, que funciona impulsada por una pavorosa entelequia: clase media que rehuye con asco de la clase baja y sólo aspira a ser clase alta. Clase que no es, que prefiere no ser a identificarse con el "estigma" de su ubicación social. Y así, estamos perdidos. Ya se ha dicho: al peruano no le gusta ser, sino estar.

TBR: Estar o no estar. Y no "ser o no ser". "Estuvo" con la democracia como "estuvo con la dictadura, pero nunca "fue" democrático ni dictatorial, esto evidencia que no se trata de una inmadurez política tanto como de una escasez intelectual o una falta urgente de educación...
JEB: Bueno, el germen de la tentación totalitaria, del famoso gobierno de "mano dura" que ha pedido una y otra vez el pueblo peruano, está obviamente, en su gravísima desnutrición educativa; pero también creo que nuestra historia republicana ha terminado por socavar los vestigios de la conducta éticamente proba: nuestros políticos se acercan a la corrupción casi de manera natural, pero el pueblo ha terminado por creer que la única forma de salir adelante es a través de esa patética invención de la peruanidad, "la viveza criolla"; no se trata de ser honesto o íntegro, se trata de ser vivo, de venderse al mejor postor, si toca democracia, democracia, si dictadura, dictadura.

Nuestras clases políticas no funcionan como tales, sino como parroquias, como feligresías que siguen a un líder



TBR: Esto que dices lo plasmaste en el recurrente latiguillo del protagonista de tu novela, Aníbal, la frase íntima con la que se pregunta por el destino de su país y el suyo propio: "¿Adelante es hacia dónde?"
JEB: Bueno, es cierto que Aníbal se pregunta eso, un poco retóricamente, un poco sombríamente, y creo que la pregunta bien podría servir como referencia a cómo vemos los peruanos "nuestro adelante", todavía situados en la encrucijada de la democracia, una y otra vez pensando que ahora sí, que este es el momento. Siempre en nuestra hora cero.

TBR: El nuevo gobierno democrático de Alejandro Toledo parece que solo está sirviendo para mantenerse en esa hora cero de la que hablas, no termina de arrancar y el resultado es que está encumbrando la imagen de Alan García. ¿Te da miedo un posible regreso del líder aprista?
JEB. Me parecería esperpéntico, pero ya sabemos que la evolución social y política de nuestros países se parecen más al mito de Sísifo que a otra cosa. Volver a encontrarnos con Alan García en el poder, más que una conclusión política sería un síntoma. El síntoma de que aún no hemos encontrado el vigor necesario para desprendernos de nuestro pasado reciente, de que nuestras clases políticas no funcionan como tales, sino como parroquias, como feligresías que siguen a un líder.

TBR: ¿Estas feligresías empiezan a formarse en la universidad? ¿Son las que retratas en tu novela y que los personajes observan y analizan con desencanto y cierta ironía?
JEB: Creo que sí, que empiezan en la universidad, cuyo nivel es habitualmente muy malo respecto a lo meramente académico, y además están —estaban, hablo de los años en que yo estudié en la universidad— muy politizadas. Muy maniqueamente politizadas. Yo retrato en la novela el esperpéntico carácter de mis compañeros de clase, los chicos que participaban del Centro Federado de Derecho, básicamente aprista, y cuyos planteamientos —al menos los escritos— tenían más faltas de ortografía que ideas. En ese contexto, resulta imposible no ser irónico, como lo son mis personajes, aunque luego no podemos extrañarnos de que sean estos universitarios los que a la vuelta de unos años sean congresistas y dirigentes políticos. Resulta más bien siniestro, pero es real. Ese es el nivel de nuestra política.

TBR: ¿A través de qué técnica narrativa conseguiste plasmar este estado político de la sociedad peruana en tu novela?
JEB: La técnica narrativa para mí es un factor de primer orden, probablemente porque reconozco ciertas limitaciones que encuentro a la hora de enfrentar el texto; limitaciones digamos de orden intuitivo, de manera que me valgo de una cierta estructura rigurosa que me permite lograr los efectos que deseo. En el caso concreto de esta novela, me propuse un narrador que no sólo "cediera" la palabra a los personajes sino que también se coludiera con ellos cada vez que hablaban, imitando sus voces. La idea era pues disolver la presencia de un narrador que más que omnisciente pudiera parecer prepotente, contándolo todo siempre él. Me gustaba que la cuestión política pareciera siempre un telón de fondo, más que un escenario, un elemento que poco a poco se va acercando a los personajes, a su rutina. La graduación de esa presencia me resultó bastante difícil.

TBR: ¿Optaste por esto para dar a entender que la política es ineludible, que finalmente nos toca a todos queramos o no?
JEB: La política –que no la politiquería— resulta consustancial con la vida en sociedad. Lo que ocurre es que en algunos casos esa participación se agudiza y exige de nosotros un tanto por cierto mayor del que emplean las personas en sociedades política y cívicamente más desarrolladas. Pero en ambos casos, es decir, se trata de sociedades cívicamente jóvenes o viejas, resulta ineludible esa participación: lo estamos viendo actualmente, con la guerra en Irak.

TBR: La atmósfera de El año que rompí contigo está cargada también de lecturas –filosóficas, políticas, literarias, - de un modo en que esto se vuelve uno o varios cristales con los que se analiza la coyuntura político-social. Un arma de doble filo: oscurecer o aclarar la realidad, ¿no?
JEB: Sí, es así, tal como dices: se trata de emplear distintos enfoques de la realidad, y para ello me serví de un aparatoso andamiaje de lecturas de toda índole puesta en boca de mis personajes, con la conciencia de que podría resultar falso o excesivamente "intelectual" y diletante, la postura de los mismo. No sé si ha funcionado, pero la idea era mostrar cómo todo ese complejo aparato de argumentación silogística que subyace en sus comentarios, en sus lecturas, apenas si sirven para encarar la realidad, la parte más prosaica y cruda de la realidad.

TBR: ¿Buscaste algún precedente literario para idear la novela?
JEB: Más que un precedente, me sentí muy influenciado por ciertos pasajes de Rayuela. Creo que es innecesario advertir que se trataba de una propuesta y no de una copia, sobre todo porque a los maestros nunca se les copia, sino que se trata de aprender de ellos. En Rayuela existe esa cuestión tan sudamericana que incluso manifiesta uno de sus personajes, Gregorovius, cuando le dice Oliveira algo así como que los sudamericanos saben de todo, pero resultan dispersos y caóticos. Me pareció que esa idea era estupenda para explicar hasta qué punto el conocimiento formal de la realidad es apenas un sesgo de esta, que lo académico apenas si termina de incidir en la realidad, o en ciertas realidades, si prefieres.

La técnica narrativa para mí es un factor de primer orden

TBR: Además de esta admiración por Rayuela y Cortázar, ¿qué otras novelas y escritores forman parte de tus preferencias?
JEB: Entre los sudamericanos, Vargas Llosa, José Donoso y Bryce Echenique, por ejemplo. De los españoles actuales, algunos como Muñoz Molina y Vila Matas,
Y entre europeos y americanos, supongo que sigo la herencia narrativa de quienes nos hemos nutrido: Proust, Faulkner, el mejor Joyce, Hugo Claus, Penn Warren… no sé, son tantos!

TBR: ¿Reivindicas el papel del escritor como intelectual?
JEB: Sí, claro. Resulta insoslayable la participación de los intelectuales en la sociedad. Lo que ocurre es que ello se debe más bien a la oportunidad de tener un tribuna de opinión, cosa que exige la máxima responsabilidad: no creo que uno deba opinar sobre lo divino o lo humano. A veces se echa de menos el silencio de los intelectuales. Somos intelectuales y no oráculos, aunque algunos se lo crean.

TBR: ¿Cuál ha sido tu postura en esta lamentable guerra de Irak?
JEB:
Como una inmensa mayoría de la gente, estoy en contra de las guerras en general y de esta en particular. Pero creo que hay una postura demasiado simplista entre quienes salen a la calle —no todos, obviamente— a gritar consignas contra la guerra pero no contra Sadam. Y que luego han callado ominosamente los brutales atropellos del dictador cubano (me pone enfermo decirle líder, comandante u otras sandeces) contra su pueblo y en particular contra los escritores y periodistas que han alzado su voz contra la dictadura. En resumen: vivir en democracia es y debe ser esencialmente una incomodidad y hay que comprometerse totalmente con las posturas asumidas. No a la guerra, no a Sadam y también no rotundo a Castro.

© Ernesto Escobar Ulloa 2003

Este entrevista no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.

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