The
Junk Yard ("El basurero") es una colección de narraciones breves recopilada
por Marsha Hunt durante su estancia de diez semanas en un centro penitenciario de Dublín
en calidad de escritora residente. La antóloga nos cuenta en su Introducción las
experiencias vividas a lo largo de dicha estancia, tanto por ella misma como por los
internos e internas que, poco a poco, se avinieron a poner por escrito su caso. Leemos en
la misma Introducción que un editor rechazó la antología por considerar que en
demasiados relatos aparecía el tema de la drogadicción y, más concretamente, el de la
heroinomanía. Hunt se justifica de este modo: "La mayoría de los internos e
internas eran jóvenes de veintipocos años, sin otro handicap físico o intelectual que
el de su adicción (superada o no), y casi todos habían delinquido para costearse las
dosis. Para la mayoría, además, tal como refleja la colección, la adicción a la
heroína se remontaba a su adolescencia. [...] En casi todos los relatos aparece un
submundo desolador habitado por jóvenes esclavizados por la heroína. Los tonos sombríos
con que ellos mismos describen sus estados de ánimo dibujan un panorama aterrador, un
auténtico basurero de la mente." En la opinión de la antóloga, la uniformidad
temática de que se quejaba el citado editor debería hacer que nos planteáramos por qué
las historias que cuentan estos jóvenes se parecen tanto entre ellas. Los relatos son
verídicos y merecen ser leídos en su conjunto, pero, nosotros, de momento, os
presentamos en solitario la historia de Gotzy. LA
HISTORIA DE GOTZY
por
'Gotzy'
Traducción: Mercè López Arnabat
La sabiduría es el principio fundamental. Así pues, adquiere sabiduría, y que
la sabiduría te ayude a comprender...
Estoy debajo de las mantas, tapado hasta el
cuello. Hace un frío de cojones. Anita duerme a mi lado. No quiero despertarla. Todavía
no. Deben de ser las ocho de la mañana. No creo que pueda ser mucho más tarde. Tumbado
en la cama, con los ojos como platos, pienso en un montón de cosas. Tengo mucho en que
pensar.
Estoy en casa de mi madre. Hacía mucho que no
dormía en esta casa. Me llaman la atención todas las cosas que han cambiado en esta
pequeña habitación. No tiene nada que ver con la que yo había conocido. Pienso otra vez
en el frío que hace. La temperatura no es una de las novedades. Esta habitación sigue
siendo una nevera.
Odio pasar frío.
Me espera un día entretenido. Bueno, tal vez la
palabra más indicada sea "movido". Una de las movidas que me esperan tiene que
ver con el hecho de que hoy haya amanecido aquí: se supone que hoy me entrullan. No puedo
decir que me alegre. (Ninguna de las personas que me conoce se alegra). Sigo tumbado en la
cama. Pensando. Tratando de encontrar una excusa para no tener que dar la cara. Pero no la
encuentro ni veo razón para buscarla. Al final, haga lo que haga, tendré que dar la cara
igualmente. Es impepinable. Es la pescadilla que se muerde la cola. Haga lo que haga,
tengo las de perder.
Pero yo sigo pensando. ¿Cuánto puede caerme?
No puedo saberlo. Sólo suponerlo.
A las diez y media tengo que estar en los
juzgados de Dublín. Supongo que me caerá una temporada. Una buena temporada. Podría
pasar de ir. Ya lo hice una vez. Pero esta vez sería absurdo. Sólo serviría para que me
cayera una condena más larga. No, más vale que me lo quite de encima de una vez.
A la mierda. Que sea lo que Dios quiera. Eso es.
A la mierda.
Hay una parte de mí que no puede más. Que
está cansada y quiere que me entrullen.
Por dentro estoy harto y cansado.
Estar en el trullo será un descanso. Comparado
con la vida que llevo ahora, casi me parecerá que estoy de vacaciones. A mi alrededor no
hay más que droga, dinero, droga, droga, droga y más droga. Es como si no conociera otra
cosa. Como si no tuviera tiempo de hacer otra cosa. Como si no pudiera hacer otra cosa.
Son las ocho de la mañana y ya estamos como siempre. Tengo náuseas. Las tengo si pienso
que las tengo. Estoy acostumbrado a empezar el día con náuseas. Ya me he acostumbrado.
Creo que a veces las tengo por pura rutina. Me despierto pensando que las voy a tener y
las tengo.
Las náuseas son una excusa para no esperar más
y ponerme ahora mismo.
Tengo heroína. La oigo llamarme desde debajo de
la cama.
La tengo tostada y a punto.
La quiero pero no quiero moverme para cogerla.
No quiero despertar a Anita al moverme. Quiero unos minutos más para pensar.
La heroína no me deja concentrarme. Me llama.
No paro de pensar que está allí.
Pienso en David y Dean, mis dos hijos. Los
echaré de menos mientras esté en el trullo. Espero que ellos también me echen de menos,
pero no estoy seguro. Ahora no quiero pensar en ellos. Me asaltarán mil remordimientos
sobre cosas que he hecho o he dejado de hacer. Cosas que tenía intención de hacer. Cosas
que los chavales se han perdido. Que se perderán mientras yo esté en el trullo. Pienso
en toda la gente que quiero. Gente que no quieren verme en el trullo pero que tampoco
quieren verme en casa. En casa y viviendo siempre rodeado de la misma mierda que hasta
ahora.
Esta mañana es especial. Hasta ahora nunca me
había presentado en un juzgado sabiendo lo que me esperaba. Estando seguro como lo estoy
hoy de que me van a mandar una buena temporada a la sombra. Todavía estoy a tiempo de no
ir. Pero en este caso se trata de escoger entre una codena larga y otra más larga
todavía.
La heroína sigue debajo de la cama.
¿Me presento o paso? Una decisión sencilla que
no tiene nada de sencilla. A la mierda. Tres palabras. A la mierda. Me presento, que es lo
que ya tenía pensado. Así me lo quito de encima de una vez.
¿Por qué digo "a la mierda"?
Lo pienso.
Digo mucho "a la mierda" cuando tengo
que tomar una decisión. Es una buena salida. Sobre todo para un yonqui. Es rápida, da
empaque y sirve para todo.
La heroína me llama otra vez. Por eso digo que
a la mierda. Cualquier otra decisión me obligaría a seguir pensando. Y quiero ponerme
ahora mismo. La heroína no está dispuesta a esperar.
Anoche dejé la ropa en el suelo. La recojo y me
visto. Procuro no hacer ruido, pero Anita se despierta lo mismo. Nos repartimos la
heroína. La primera dosis del día. La mejor. La primera siempre es la mejor.
Ahora tengo cosas que hacer. Tengo que
prepararme. Ver si tengo todo lo que me hace falta, o sea, droga y más droga.
Ayer me pasé el día de compras. Comprando
droga y demás. Hizo un día asqueroso. Frío, lluvia y un montón de cosas que hacer. Por
la mañana fui con Anita a Ballyer, a comprar jaco y morfa. Heroína y morfina en
tabletas. Quería comprar cuantas más mejor para no tener que aguantar las náuseas en el
trullo. Casi nos congelamos esperando. Se pasa uno el día esperando. Eso es lo peor. Que
llueva y uno ahí esperando, muerto de frío. Pero al final hubo suerte.
Conseguimos veinte tabletas. Y entonces, como
habíamos tenido que esperar tanto, hicimos lo que todos los yonquis: salir follaos para
el campo más cercano o para donde sea que pueda uno estar tranquilo y darse una
compensación. Bueno, pues fuimos a ponernos. Cómo me gusta ponerme así nada más
comprarme la papelina.
Nos metimos detrás de una escuela, al fondo de
un campo que hay en la parte de atrás. En la esquina, donde el muro. Seguía lloviendo, y
estábamos empapados, pero nos daba igual. Un yonqui está a gusto en todas partes si
tiene con qué ponerse.
Me saqué la cuchara, el encendedor y el agua
del bolsillo. Dejé la jeringuilla a punto. Machaqué cuatro tabletas en la cuchara.
Tenía prisa. Siempre la tengo. La espera es lo peor. Llené el aparato de agua, diluí la
morfina y le di a Anita el encendedor para que calentara la olla. El muy cabrón se
apagaba con el viento. Entonces me puse de rodillas y me pegué más al muro para
resguardarlo. Con cuidado de no derramar la morfina.
Nada más empezar tuvimos que dejarlo. En la
finca había un caballo suelto y el muy plasta vino a darnos la vara. Ya podría haber
sido más tímido el cabrón. Si llega a ser el lobo, nos muerde. "A la mierda el
caballo", pensé.
Pero Anita se puso medio histérica y quiso que
se lo sacara de encima. Las mujeres y la madre que las parió. ¿Qué quería que hiciera,
coño? Con la olla llena de morfa en la mano. (A veces la gente lo pone a uno a parir.) A
la mierda el caballo y la madre que lo parió. A la mierda Anita. A la mierda todo.
Dejé la cuchara en el suelo con cuidado,
espanté al caballo y volví a la labor. Y menuda bronca le metí a Anita.
Tercer intento. Venga, venga y venga. No había
manera. A Anita se le seguía apagando el encendedor. Siempre estamos igual. "Trae,
joder", le dije. Cogí el mechero, le quité la tapa con los dientes, puse el
regulador al máximo y volví a colocar la tapa.
"Verás como ahora ya no se apaga. Dale.
Espera. Ponlo debajo de la cuchara. Venga, que no es tan difícil", dije. "Vale,
ya."
Y entonces... ¡zoaaa!
"¡Me cago en la puta!" Había puesto
el gas al máximo, ya lo creo que sí. No veas el pedazo de llama que salió. Y a todo
esto, ¿qué se le ocurre hacer a la tía esta? Dar un brinco y volcar la cuchara. Nada
menos.
Y yo ni mu. Porque si llego a saltar...
Me presento. Está decidido. Y cuanto más
tiempo me caiga, mejor.
|