UN BEST SELLER IMPROBABLE
por William Spindler Li
Aquel bar ruidoso en una calle cercana a la Hauptbanhof no era el mejor
lugar para hablar de negocios, pensó el representante de la prestigiosa editorial
extranjera. Miró a su alrededor, buscando dónde sentarse. Vio a un grupo festivo de
obreros turcos y prostitutas rusas riéndose aparatosamente y decidió sentarse lejos de
ellos. Atontado por la música estruendosa, se fue adentrando cautelosamente en la
penumbra azul de humo de cigarrillos baratos hasta divisar una mesa. Caminó
trastabillando hasta ella, se sentó y esperó a que el hombre joven de pelo y barba
negros que lo seguía con dos tarros de cerveza en la mano se sentara a su lado. Detestaba
Frankfurt y le pesaba tener que acudir aquí cada año a una Feria del Libro cada vez más
inmensa e impersonal. Miró con desconfianza al joven cejijunto que, después de tomar un
largo sorbo de cerveza, sacó un grueso libro de su mochila y lo tiró sobre la mesa.
"Este es el libro del que
quería hablarte", dijo, tuteándolo a pesar de la diferencia de edades. Era el
agente de ventas de una editorial sudamericana poco conocida, con la cual su empresa
había tratado en el pasado con resultados menos que satisfactorios. Su manera
excesivamente familiar lo irritó. "Es uno de los best sellers más
improbables de los últimos años. Hemos vendido más de trescientos mil ejemplares en
seis meses. Ya hemos negociado ediciones en diecinueve idiomas, incluyendo el ucraniano,
el vietnamita y el islandés", agregó muy ufano.
El representante de la editorial
exranjera había oído hablar del libro y sabía que varias compañías estaban
interesadas en adquirir los derechos de edición en su país, pero fingió ignorancia.
Acercó el libro que el otro había puesto sobre la mesa y aparentando indiferencia leyó,
escrito en letras blancas sobre un fondo negro:
TERRINE DE CELACANTO A LA VAINILLA y otras recetas para mercenarios
gourmets, por Johan de Voos. Editorial Cerro Negro, 1999. Traducción al castellano de
Ermes Marana.
"El autor es un
ex-mercenario belga que nos envió un manuscrito bastante incoherente que pretendía ser
una especie de manual de entrenamiento para comandos europeos en Africa, algo así como el
manual para la guerra de guerrillas del Che Guevara, salpicado de anécdotas y memorias
autobiográficas", explicó el joven barbudo. "Una hojeada nos bastó para
decidir que no nos interesaba y terminó en el cesto de la basura. A una colega que había
ido a tirar unos papeles le llamó la atención una palabra y se detuvo a leer una página
del manuscrito. Así se dio cuenta que el capítulo que describía las diferentes
técnicas para sobrevivir en la selva incluía una pequeña sección con recetas para
cocinar todo tipo de animales raros: cocodrilos, elefantes, chimpancés... A esta colega
se le ocurrió entonces que, con el debido packaging y marketing, esto
podría llegar a ser lo que habíamos estado esperando durante tanto tiempo: una
alternativa masculina a todos esos libros de amor con recetas de cocina escritos por
mujeres latinoamericanas que han inundado las librerías en los últimos años. Era la
combinación perfecta: los hombres podían mostrar que tenían un lado
"sensible", que se interesaban también por el hogar y la cocina, y al mismo
tiempo dar rienda suelta al lado "macho" de su personalidad y a sus fantasías
de aventuras en países lejanos. Fue una idea genial: ¡un libro de cocina para hombres!
Habíamos descubierto un mercado nuevo que nunca había sido explotado. El único problema
fue convencer a de Voos. Se empecinó en que esa no era la intención de su libro, que lo
que le sugeríamos significaba traicionar sus ideales y no sé cuántas estupideces más,
pero cuando le dijimos lo que podía llegar a ganar, cambió de opinión. ¡El tipo,
después de todo, es un mercenario!"
El representante de la editorial
extranjera no pudo reprimir más su curiosidad. Recogió el libro, lo abrió al azar y
leyó:
TERMITAS A LA JULIENNE DE
LÉGUMES (para dos personas)
Ingredientes: 300 gramos de
termitas frescas, de preferencia vivas. Una zanahoria. Un puerro. Un échalote
grande. Dos cucharadas de aceite de palma. Una cucharada de jugo de limón. Sal y pimienta
al gusto.
Manera de hacerse: Lavar las
verduras (con agua esterilizada) y cortarlas en julienne. Freir las termitas en el
aceite de palma, agregándoles el jugo de limón, la sal y la pimienta. Agregar las
verduras y cocinar a fuego lento durante diez o doce minutos. Servir el plato acompañado
de arroz, nsima o matoke (ver recetas).
Este plato tan sencillo como
nutritivo será tan popular con los oficiales como la tropa. Los ingredientes son muy
fáciles de obtener. La primera vez que comí termitas fue durante la guerra de Biafra.
Durante una batalla mi amigo Billy Bones y yo nos encontramos separados del resto de
nuestros camaradas y anduvimos perdidos por las cenagosas riveras del río Benue durante
veinte días.
Sobrevivimos gracias a estos
insectos blancos y gordos, ricos en proteínas, que abundan en Africa. Finalmente logramos
alcanzar las montañas de Adamaoua y cruzar a Camerún, donde los pigmeos Baka nos dieron
techo y comida. Allí, observando en secreto a una vieja desdentada que guardaba
celosamente los secretos culinarios de la tribu, obtuve los conocimientos necesarios para
desarrollar la siguiente receta:
PAUPIETTES DE PANGOLÍN FONTANGES.
Ingredientes: Un lomo de
pangolín, 8 rodajas de jamón crudo de okapi, 120 gramos de Boursin u otro queso similar,
20 gramos de manteca de hipopótamo enano, medio litro de vino de palmera, un decilitro de
crema agria. Sal y pimienta al gusto.
Manera de hacerse: El
pangolín es un mamífero desdentado parecido a un lagarto y que está cubierto de escamas
duras y puntiagudas. Vive en los árboles y cuando es perseguido se enrolla, haciéndose
una bola impenetrable con su armadura de escamas. Su carne, muy estimada en las regiones
selváticas de Africa central, es de una textura y un sabor similar al cordero, aunque
más firme y menos grasa. El mejor corte es el lomo. Las paupiettes se hacen cortando la
carne en pequeños filetes de diez a doce centímetros de largo por cinco de ancho que se
cubren con una rodaja de jamón crudo (el de okapi, una especialidad de la región del
alto Ibenga, un afluente menor del Ubangui, es el más indicado para este plato, pero si
no es posible obtenerlo, y la verdad es que el okapi es un animal cada vez más raro, se
puede sustituir por el jamón de dik-dik ahumado) y se untan con el Boursin. Luego se
enrollan y se sujetan con un palillo de dientes. Las paupiettes se cocinan en la manteca
de hipopótamo enano y luego se les añade la crema y el vino de palmera. Se sirven con
croquetas de mandioca (ver receta) y puré de frijoles blancos à la crème.
Billy Bones, como buen inglés,
prefirió siempre el roast de pangolín con su salsa de menta y papas al horno.
Años después de nuestra aventura en Camerún, él y otros trece mercenarios británicos
fueron fusilados en Angola por tropas de Holden Roberto, que los había contratado para
combatir al MPLA. En Libreville escuché rumores de que Billy y los otros fueron acusados
de deserción y ejecutados por su propio comandante, un chipriota llamado Costas
Dimitrakis, como pretexto para quedarse con unos diamantes que tenían escondidos cerca de
un pueblo llamado Maquela do Zombo, en el noroeste de Angola. Dimitrakis, un vendedor
callejero de shish kebabs en Camden Town que decidió hacerse mercenario después de ver
una película de guerra en el cine, buscó en vano el mapa que señalaba el lugar donde
estaban los diamantes. Diez años más tarde mi amigo Hans Matzerath, veterano como yo de
Katanga, se encontró en el "Admiral Benbow", un bar de marineros en Ciudad del
Cabo, con un neozelandés borracho que ofreció venderle el mapa extraviado por doscientos
rands. Hans lo compró y unos meses más tarde partió hacia el norte de Angola.
La siguiente receta que presento
es una variante del poulet moab, una especialidad congoleña a la que he agregado
algunos elementos europeos. Aprendí esta receta en Katanga en 1961 cuando Hans y yo nos
encontrábamos luchando a favor de Moïse Tschombé en contra de la Balubakat Jeunesse.
Recuerdo que un día uno de nuestros askaris se robó una gallina de nuestro
campamento. Hans se encontraba leyendo una novela de Rider Haggard. Cuando el centinela le
informó del robo, se levantó, tomó su fusil FAL y se dirigió al campamento de los
africanos cantando esta canción:
"Fuchs, du hast die Gans
gestohlen.
Gib sie wieder her.
Sonst wird dich der Jäger holen
mit dem Schiessgewehr".
Entonces oímos un disparo y
vimos a Hans acercarse con la gallina en la mano. Al día siguiente encontramos el
cadáver del askari con un agujero en la sien.
Eso era entonces. Hoy en día es
diferente. Cuando el Ejército Patriótico Ruandés y los rebeldes tutsis derrotaron a su
ejército, el dictador Mobutu le pidió a mi compatriota Christian Tavernier que
contratara mercenarios para defenderlo, como en los viejos tiempos. Esta vez no sirvió de
nada. Las cosas han cambiado en Africa. Los blancos hemos perdido el aura de
invencibilidad que teníamos antes. En el Congo en 1964 un mercenario blanco valía más
que cien askaris negros. Cincuenta hombres decididos bastaron para conquistar las
islas Comores en 1978. Ahora es diferente. Los paracaidistas belgas que treinta años
antes habían llegado a Stanleyville como espíritus caídos del cielo, aterrorizando a
los lumumbistas, ahora se dejan desarmar y cortar en pedacitos por los mequetrefes del
Interahamwe...
"No hay duda. Tiene todos
los elementos para convertirse en un best seller internacional", pensó el
representante de la prestigiosa editorial extranjera, cerrando el libro. "Tiene el
éxito asegurado. Si se vende tan bien como espero, mi jefe no tendrá más remedio que
darme el ascenso que le pedí".
"Naturalmente hemos recibido
algunas críticas negativas", admitió el barbudo, intuyendo erróneamente cierto
grado de resistencia de parte de su interlocutor. "Por ejemplo, que el libro presenta
una visión estereotipada de las culturas africanas, que glorifica la injerencia
extranjera en los países del tercer mundo, que promueve la extinción de especies
selváticas, etc., pero la verdad es que la controversia nos ha dado publicidad y ha
contribuído a que el libro se venda aún más".
"Es un producto
interesante", dijo entonces con fingida ecuanimidad el otro. "Aunque no sé si
es nuestro estilo. Somos una editorial seria. Nuestro catálogo incluye más bien obras de
tipo literario. Pero creo que podríamos arriesgarnos lanzando una primera edición de,
digamos, unos cien mil ejemplares para sondear el mercado y luego seguir con otros
doscientos o trescientos mil."
El agente de ventas de la
editorial sudamericana sonrió complacido y tomó un largo sorbo de cerveza.
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