Para Evitar Los Daños
Mencionados
Jaime Espinal 1
Con frecuencia Espinal se sienta en un murito a trasbocar Bukowski. O a
cantar guabinas cuando le entra el patriotismo. O a flirtear con mujeres en un rango de 14
a 49 años de edad, a las que intenta seducir con versos que se sabe de memoria de poemas
de Bécquer, o de Silva, o de él mismo, que escribió alguna vez bajo el ridículo
seudónimo de Rodrigo Samuels. Pero los días soleados en Medellín, lee un librito de
poemas de un amigo. El amigo se llama Jorge Rave y publicó un librito hace ya tanto
tiempo, que a veces el mismo Rave se pregunta si en verdad fue él quien publicó el
librito o si es que acaso existe (o existía o existió) otro Rave con igual nombre y el
mismo pelo indio y la misma voz de huracán que no se escucha en sus poemas, excepto
cuando es él quien los lee borracho y se caga de la risa antes de vomitar el vodka.
Espinal lo compra cada vez que entra a una librería, lo lee con ese apego con que se lee
a un amigo, y después regala el librito con afecto, o lo deja en la banca de un parque
reposando para que alguien lo encuentre y al abrirlo tal vez escuche el huracán que es
Rave.
Hace poco lo hice, volví a dejar el librito en un
lugar estratégico: esta vez fue en un carrito de supermercado. Pero no lo tiré ahí
nomás. Luego de tomarlo con dulzura escribí unas palabras en la contraportada y lo
deposité en el carrito. Siempre que hago esto me voy. Pienso que no he de violar la
intimidad que se establece entre el librito y la emoción de quien lo descubre y lo abre y
lo lee y lo escucha en huracán. Porque uno sabe cuando está siendo observado. O si uno
no lo sabe, al menos lo siente, o acaso lo presiente. Incluso puede ser que no se tenga
conciencia de presentirlo, pero uno actúa raro (a casi todos nos ha pasado), uno posa
para la cámara oculta por si acaso, da pasos más grandes y menos naturales y se
establece una relación de tres: el objeto, el descubridor y el espía.
Ocurrió que una chica, de unos veinticinco o
veintisiete, en cualquier caso no más de treinta, tomó desprevenidamente el carrito y
evolucionó en los corredores del supermercado echando cuanta bobada encontraba en aquel
carromato que pronto estuvo totalmente lleno. Al llegar a la caja, y luego de poner todas
las chucherías en la banda negra de caucho, lista para pagar, halló al fin el librito de
suave pasta beige. Yo estaba haciendo fila detrás de ella con un jabón Prótex y un
desodorante Rexona en la mano, porque esta vez, y en contra de mis preceptos, decidí
quedarme a esperar la evolución de los acontecimientos. La primera reacción de la chica
al tomar el libro fue totalmente descuidada: lo levantó como una más de las cosas que
echó en el carro y lo depositó en la banda de caucho negro para que la cajera lo
registrara. La cajera, al notar el librito, se lo alarga a la muchacha.
Mire, esto es suyo.
No, no es mío dice ella, devolviéndoselo
a la cajera.
Si no es suyo, de quién es entonces
pregunta la cajera.
No lo sé, y tampoco me interesa responde
la muchacha con cara de afán.
Entonces ¿qué hago con él? vuelve a
preguntar la cajera.
Haga lo que le dé la gana responde la
muchacha alargando la tarjeta de crédito Mastercard Platino y mirando para otro lado.
La cajera lo guarda junto a su bolso personal y sigue
trabajando como si nada.
¡Maldición! pienso. Y yo que lo tenía todo
dispuesto para seguir a la chica que habría de quedarse el librito. Cambio de planes.
Ahora me siento en una banca a la salida del supermercado, compro un Chococono y me lo
como. Cuando van dando las 9 de la noche, me pongo a atisbar a la cajera y al fin veo que
coge el bolso y el librito, alza las cejas, duda entre dejarlo allí o llevarlo, duda
más, lo abre, vuelve a dudar, lee la dedicatoria y ahí es cuando decide echarlo en el
bolso y salir.
Espinal tomó taxi, siga ese auto, y de
inmediato se emprendió la severa persecución del Circular Sur 302, en la que Espinal no
perdió de vista las bajadas y subidas de los pasajeros. Al fin, ya por el centro, en la
Oriental con Ayacucho, vio a la cajera saltar del bus insultando al chofer que arrancaba
antes de que ella pisara tierra. Después cogió Ayacucho al norte, hacia Buenos Aires.
Pues nuestro espía pagó la carrera, se bajó del taxi y al amparo de la noche, de la
romería del centro y de los pálidos bombillos amarillos que alumbran Ayacucho, siguió a
la cajera calle arriba
Tan arriba, que empezó a hacer frío.
Dos cuadras después de la iglesia de Nuestra Señora
de los Buenos Aires, la cajera dobló a la izquierda y al llegar a la casa de rejas
blancas, número 1 58, sobre la acera derecha, sacó del bolso unas llaves y
entró. Jaime Espinal se paró entonces frente a la reja, cruzó los brazos por el frío,
y se quedó sin nada qué hacer.
2
De pronto, vio encenderse la luz de la sala. La casualidad lo había salvado de irse a su
casa congelado y maldiciendo, pues justo cuando giraba en sus zapatos para arrancar cuesta
abajo, la mujer decidió darle el gusto de dejarse ver en la ventana leyendo un libro. Un
librito. El espía lo reconoció enseguida. Era, sin duda, el librito de Rave: Para
Evitar Los Daños Mencionados. "El corazón le dio un brinco" habría dicho
Paulo Coelho si tuviera que describir a aquel espía en aquel momento en ese lugar.
Espinal saca unos binóculos ¿Que de dónde
sacó Espinal unos binóculos que antes no tenía? Pues los sacó de allí mismo de donde
Bugs Bunny saca sus zanahorias, de donde el presidente gringo sacaría un amigo, de donde
una madre pobre saca comida para quince hijos, y de donde cualquier colombiano saca plata
pal trago, aunque no haya ni para pagar los servicios, y con los binóculos
logra establecer que la cajera lee cuidadosamente la leyenda que yo copié antes de
soltarlo por ahí:
"Querido/a descubridor/a de este libro:Todos
los que hemos tenido este libro antes que usted esperamos que se sorprenda ahora mismo.
Ahora que posiblemente ha sonreído [suponiendo que es usted gracioso y no paranoico], le
daremos las instrucciones necesarias para que continúe esta misteriosa cadena literaria
(¡Cómo empuja el ánimo el término "misterioso"!, ¿no es cierto?):
- Tome el libro ¡y lléveselo! Por ahora es suyo.
- Llévelo encima todo el tiempo, con usted, en el
bolso, en la mochila, en el maletín
Pero no lo archive en su biblioteca personal
"para después cuando tenga tiempo", que se le empolva.
- Escriba un e-mail a todas las direcciones de correo
electrónico anotadas en la lista, y cuéntenos que usted ha encontrado el libro, en
dónde y cómo.
- Anote su correo electrónico en la lista de
direcciones.
- Lea el libro con soltura.
- Subraye lo que le guste (o lo que no le guste); haga
anotaciones al margen; intervéngalo como mejor se le antoje.
- Cuando sienta que es momento, déjelo por ahí, en
algún lugar estratégico (algunas ideas: banca de un parque, carrito de supermercado,
salón de clases, asiento de un bus, silla E5 de un cine, hall de un teatro, trompa de un
carro, en fin, ya a usted se le ocurrirá algo), para que un nuevo descubridor siga la
cadena.
- (Trate de no retener el libro mucho tiempo
la
intención es que dé la vuelta al mundo en 80 días).
- Si le queda gustando y sigue antojado, inicie su
propia cadena con algún libro suyo que ya haya leído.
Hasta pronto,
Atentamente,
Los que lo leímos antes que usted"
La mujer se sonrió cuando el texto así lo propuso, y Espinal respiró aliviado porque
todo iba bien. Una hora más tarde, ella terminaba de leer todo el librito de Rave y, por
consiguiente, de enamorarse perdidamente de él. Con cada poemita se fue dejando
conquistar, un poquito, un poquito más, y el acaramelamiento con que pasaba las páginas
iba empegotando el librito, hasta que al final quedó hecho un dulce, y ella le pasó la
lengua por encima, seducida hasta el fondo por la humedad que le producían los versos de
Ravito:
"Sé que mi vida se jugará su vida secreta
Manteniendo el equilibrio en una sola pata
"
o
"Te amo. STOP"
o
"Se me ha planteado dibujar el fuego con
palabras
"
En este punto la mujer cierra el libro de golpe y se
queda ensimismada mirando al techo y yo me quedo enmimismado preguntándome por
qué ella se habrá quedado ensimismada.
La mujer se ha emocionado de golpe. Ella siempre
pensó en eso, siempre había querido poder describir el fuego con palabras, le parecía
tan profundo, tan misterioso. Y por fin alguien le había descifrado el pensamiento. Y
ella que creía ser la única en el mundo que se atormentaba con esa idea imposible. Ella
que pensaba que nadie la hubiera entendido de haberse atrevido a revelar su secreto
enigma. Ella, que casi había perdido la esperanza en la humanidad, acababa de encontrar
por fin a alguien (¡Y era un hombre!) que la entendía y que sufría como ella
Debido a que yo estaba fuera de la casa,
parado en la acera acechando con mis binoculares y sin acceso al pensamiento inescrutable
de la cajera, lo que de ella se sabe y se relata en estas páginas, lo averiguó el
narrador omnisciente que afortunadamente contratamos para enterarnos de la otra mitad de
esta historia.
Y en el verso final de "La mujer en el
espejo" sintió que, sin ninguna duda, Rave se había dirigido expresamente a ella
(aunque ella no se llamara Raquel, y aunque hubiera vivido toda su vida en Buenos Aires,
un barrio arriba del centro, en Medellín):
"Pensándolo bien, querida Raquel, no poder
distinguir
Entre amigos y enemigos, Torcuatos y Berlines,
Marcelas y Marielas, maricas y morenas, no es motivo
Para decirte que te vayas. Algún día estaremos
juntos
En La Habana. Por lo pronto, quédate en
Madrid".
3
A la cajera, obsesionada y húmida por Rave, le dio por empezar a escribir los poemas
en los baños públicos de damas. Los rayó detrás de la puerta de todos los baños en
que entró a orinar. Los dibujó en todas las bancas de los buses urbanos. Los grabó con
una punta en el metal de las puertas de metal de todos los garajes de Medellín. Los graffitió
en todos los muros blancos de la city. Los recitó en las iglesias. Los desgañitó
gritándose en los parques públicos. Y hasta los distribuyó en volantes en todos los
semáforos del centro. Y fue tal el efecto que surtieron los versos de Rave, que el éxito
no se hizo esperar y pronto se creó un club de fans con presidenta, vicepresidenta,
secretaria, registro sanitario, personería jurídica, representante legal y oficina
privada.
Semanalmente, el club organizaba una lectura del
librito en la voz de una cantante de rock, de un locutor radial, de una actriz de novelas
de las 12 m, de un solista vallenato, de una monja extranjera o hasta de un futbolista
profesional. Al principio en un café de la ciudad, o en un bar, luego en un teatro o en
una plazoleta, después en el Centro de Convenciones de Medellín y al final lo hacían en
el Estadio, por lo que los equipos de fútbol tenían que separar la cancha con
anticipación para poder cumplir con los partidos de la Copa Mustang. Rave era, por
supuesto, invitado de honor, y le reservaban los encantos de la comida, y de la comida
después de la comida. A menudo le llegaban a la casa paquetes con prendas íntimas
femeninas, negras o rojas, acompañadas de notas de todo tipo. Unas veces era un calzón
de encajes con una carta atrevida que lo deseaba hasta la muerte. Otras, un sostén
perfumado con un verso romántico y a la vez tétrico de Alejandra Pizarnik. Más tarde,
un mensaje en clave para que asistiera a una cita a ciegas. Luego, una prueba de embarazo
sin usar y una súplica: "Hazme un hijo". Después, un salón completo de niñas
de colegio le envió la colección de toallas higiénicas con su primera menstruación. En
seguida, una trascripción, hecha a mano, de Las Edades de Lulú, y con ésta, una foto en
pelota de la misma Almudena Grandes, firmada por ella. Y así toda suerte de artificios
para lograr salir con él y pedirle que recitara en persona sus versos, por favor.
Una vez, a Rave le llegó una invitación para asistir
a una boda en la Iglesia de Santa María de los Ángeles. Por no ser descortés (Rave
sufre de fobia a la descortesía y a la falta de modales), decidió asistir. Al pisar en
la iglesia, un magnífico aplauso lo aturdió. Una pajecita lo tomó de la mano y lo
arrastró hasta su puesto: ¡Justo en frente del altar mayor!, ¡de cara al cura!, ¡junto
a la novia! En medio de su terrible confusión, se giró a ver si entre los asistentes
encontraba a algún conocido que pudiera explicarle su ácida situación.
Y ¡Oh por Dios! exclamación muy acorde
con el lugar y el momento ¡Pero si todas son mujeres!.
Más aturdido que antes, Rave escuchó la orden.
Atención.
Y se dio vio vuelta para encontrarse con los ojos
inexpresivos del cura.
Listos para comenzar anuncia el sacerdote
por el micrófono y Rave, aterrado, levanta la manito y dice:
Un momento.
Nada de momentos a estas alturas, joven
ordena drásticamente el cura que ya no es hora de andar titubeando y alza los
brazos para elevar la oración.
Pero
intenta sacudirse Rave.
No señor, las cosas son así, y punto lo
corta el clérigo.
Usted no entiende suplica Rave en un
intento por explicar (y explicarse) el asunto. Pero el padre ya había entonado el canto
de entrada de la página uno del Misal para el Nuevo Milenio, y esa mezcla desesperada de
rock con vallenato y popurrí de letras de esperanza que fomentan las nuevas tendencias
clericales para evitar que los feligreses huyan aturdidos por el aburrimiento del
tradicional sonsonete del cura, acabó por desconcertarlo aún más casi dejándolo en el
límite de la catalepsia.
En ese instante, sintió que su mano era asida
fuertemente, como para no soltarle hasta que la muerte los separe, y de reojo vio con
terror a la mujer de al lado, vestida de novia, sonriéndole exagerada y soplándole un
beso con lengua. Jamás la había visto antes
Y tampoco quería volver a verla
después de esto.
Todo lo que Rave espera ahora es el momento en que el
cura va a decir
"
Y si alguien sabe de algún impedimento
para la consumación de este matrimonio, que hable ahora o calle para siempre".
Pero el tiempo pasa, y el cura nada que lo dice, y
cuando Rave se quiere dar cuenta, ya le están preguntando que si él acepta a
a
¡Diablos, no escuchó el nombre!, en fin, a esa mujer de al lado, por esposa
¡Por esposa! ¡¡¡Por Esposa!!! Bum bum, retumba la palabra en las profundas cavidades
cerebrales de Rave, y de pronto, ya no le suena tan mal, y es que no es tan mala idea, no
es tan horrible, puede ser hasta interesante, es incluso prometedor, halagüeño, ¡Bello!
¡SÍ, ACEPTO! Al fin y al cabo ya es todo un hombre, talla L, con la ropita comprada.
4
En el gremio de poetas de la ciudad, el rotundo éxito de Rave suscitó la histeria
colectiva, que a su vez desató una envidia agreste que desencadenó la producción de
poesía más vasta en la historia de Colombia.
En la siguiente reunión mensual del gremio, cuando
salió a la luz la envidiable situación de nuestro colega, se alzó tal cantidad de
murmullos entre todos los poetas que parecíamos un concierto de metal en una carpa
de circo.
- Qué man tan petulante.
- Qué va, la mitad es mierda.
- ¡No! ¡Si ya hasta en los baños de hombres se ven
los versitos!
- ¡¿Que qué?!
- ¡No puede ser!
- Sí.
-Yo quiero ser como él.
- Mirale el motilado.
- Ya se cree la última Coca-Cola del desierto.
- ¿Que cuántas mujeres se lo han pedido?
- Imposible.
- Pero si los versos ni siquiera son tan buenos.
- ¿No? No lo he leído.
- Yo sí, son malísimos.
- No puede ser tan malo, mirá cómo tiene
enloquecidas a las viejas
- Ah, ya se sabe cómo son las mujeres.
- ¿Cómo?
-
- ¿Cuántos libros vendió?
- No sé pero ya se agotaron, están tirando la
diecisieteava versión.
- Decimoséptima.
- Eso.
- ¿En un mes?
- Sí.
- Yo quiero ser como él.
- No digás eso.
- Bueno.
-
Yo también.
- Ssshhhhhh.
Y entre todos, en un convenio tácito, en una
complicidad colectiva, en un común acuerdo mudo, decidimos aplicarle la Ley de la
Indiferencia. Todos, ese día, ignoramos deliberadamente a Rave, evitamos todo contacto
con él, fuimos fríos, distantes, y hasta los más cercanos lo tratamos en tono formal.
Jaime, imagínate que me casé dice Rave.
Y yo:
¿Sí?, ah qué tan bueno hombre, felicidades
en tu vida conyugal y ni le pregunté quién era esa extraordinaria Allan Quatermain
que había logrado dar caza al león de los poetas tristes.
Tiempo después, al calor del vodka helado como a él
le gusta, en la sala de su casa en Montreal, me contaba con detalles la historia de su
febril matrimonio. (Y tuvo que ser en Montreal porque ante el acoso incansable de sus
fans, de los paparazzis, de los editores, de la prensa, de los medios, del gremio de
poetas, Rave huyó con su esposa al Canadá, para desgracia de sus seguidores.) Pero ese
día en que se destapó el éxito de Rave, los poetas lo envidiamos y cada uno,
secretamente, elaboró un plan maestro para conquistar el mismo triunfo colega. Por
supuesto, nadie soltó una sola palabra de su proyecto secreto, pero sin perder un momento
concebimos la estrategia a seguir y nos pusimos, todos, manos a la obra
Con tan mala suerte que el infalible método
adoptado resultó ser idéntico y el fatal resultado:
Un desastre:
Cada poeta de la ciudad se recluyó a partir de esa
noche en su casa, mansión, cuchitril, taller, chuzo, hueco, o lo que fuera, y se dedicó
a producir versos. Así fue como Medellín se libró de todos los poetas por toda una
semana. Y sí que los noticieros la registran como una semana sin precedentes en la
ciudad. Disminuyó ostensiblemente el número de borrachos detenidos por la policía en
los parques públicos, disminuyó notablemente la polución por cigarrillo, disminuyeron
las quejas de mujeres a la Defensoría del Pueblo por morbosas agresiones verbales (que
por básica ignorancia no las sabían creación de Neruda o de Lorca). Y Medellín fue
así, por toda una semana, una ciudad ejemplo de la productividad, del empresarismo y la
pujanza. Esa semana memorable eliminó el ocio colectivo latente en los bares abiertos
desde las 11am, redujo la marihuana, los insultos de peatones a Toyotas Burbuja, y el
guayabo en días laborales.
Esa semana, los poetas, todos, nos fuimos del mundo.
Enclaustrados en la nebulosa sideral del alfabeto, dejamos el planeta en paz
Sólo
para regresar al lunes siguiente cargados de tantos y tantos poemas que suscitamos el
terror en todas las editoriales del país, que recibían tantos y tantos libros inéditos
que al viernes salió una ley prohibiendo la producción de nueva poesía. Pero para
entonces, ya habíamos fustigado a los editores, ya los habíamos amenazado, azotado,
vapuleado, y los poetas que no se habían hecho publicar, habían ya irrumpido en las
litografías y habían exigido, sin mucha diplomacia, el tiraje de sus libritos.
Y al lunes, en todos los carritos de supermercado, en
todas las sillas de todas las salas de cine, en todas las bancas de todos los buses,
había tantos libritos de poemitas tan malos, escritos a la carrera y publicados más a la
carrera para no perder tiempo frente a la competencia, que pronto los poetas perdimos todo
el prestigio en la ciudad y se nos comparó con los libros de superación personal y de
autoestima.
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