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índex català     noviembre - diciembre  n° 45

Véase también en este número: "Para Evitar Los Daños Mencionados"

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Jaime Espinal

 

En Medellín pasa algo muy particular. Algo que no pasa en ninguna ciudad del mundo. Los medellinenses rara vez se percatan, pero eso siempre pasa cuando uno ha vivido toda la vida en un mismo lugar. Contrario a Washington, a Nueva York, a París, a Tokio, a Buenos Aires, y a cualquier otra capital, en donde la gente se sube al metro y busca la banca desocupada para sentarse, en Medellín el que entra al vagón busca inmediatamente la banca en que haya otro pasajero y rápido y feliz se dirige a hacerle compañía, pues los medellinenses sienten profunda compasión y tristeza por quien no haya alcanzado pareja y tenga que viajar solo. Por fortuna, estos depresivos sentimientos se disipan tan pronto como otro pasajero se sube y aquella soledad ajena se despeja.

      Se forman así curiosas y a veces disímiles parejas en las que nacen todo tipo de relaciones. A veces se riñen por sus equipos de fútbol y se apuñalan el uno al otro ensuciando las verdes bancas que serán lavadas por las empleadas de la limpieza. Otras veces hablan en diferentes dialectos y no se entienden. Cuando esto ocurre se deja de lado el intento verbal y abren paso al beso. En ocasiones, las parejas formadas en el metro encajan tan bien que se convierten, por ejemplo, en mamá e hijo, y abandonan cada uno a sus respectivos. Los respectivos entonces procuran sustituirlos, pero algunos no se resignan, y hasta protestan y llegan incluso a llamar a la policía. Sin embargo, este método resulta particularmente ineficaz, pues suele ocurrir que los uniformados agentes entren a la estación siguiendo el rastro, se suban a un vagón y sufran de pena y compasión por algún pasajero solitario, y al salir hayan cambiado de profesión o de domicilio, y entonces el caso queda abierto.

     Pero no siempre ocurre así. Muchos pasajeros llevan años y años montando en metro, sosteniendo animadas conversaciones, discusiones prolíficas, disputas dudosas, y hasta flirteos triple X, tras los cuales se bajan como si nada y siguen su camino derecho a hacer transferencia en la parada del bus. Y el bus… el bus es otro cuento.

     Cuando Jaime Espinal llegó a Medellín y se subió al metro, un bebé, quien por supuesto sintió compasión y pena por él al verlo solo en la banca, corrió a sentársele al lado. Más que correr, gateó, o ambas cosas, intercaladas siempre que se pisaba el babero más largo que él mismo y se iba de bruces contra el suelo del vagón. Como iba ataviado de verde [y en Medellín se acostumbra el rosado para las minúsculas damas y el azul para los varoncitos] Espinal no pudo reconocer su sexo, por lo que decidió que fuera simplemente Bebé. No un o una bebé. Solamente Bebé. A secas. Es fácil suponer que entablar comunicación con un bebé es un asunto sumamente complejo. Quien haya supuesto así, tiene toda la razón. Jaime Espinal no supo qué decir, de manera que decidió esperar a que Bebé se lanzara primero [de alguna manera era responsabilidad de Bebé más que suya, pues fue aquél quien se arrimó dando tumbos y se trepó a su lado]. Finalmente, Bebé habló… O emitió una especie de gorgorito que acompañó con un grueso hilo de baba que rodó desde la comisura de su boquita hasta el babero verde y larguísimo. Confundido, y temeroso de parecerle estúpido a su interlocutor si usaba el tradicional "cuchi-cuchi", Espinal lo miró por un rato con fijeza, con gravedad, con las cejas un poco contraídas hacia el centro hasta que le soltó, franco y directo:

     —Mierda, no te entiendo.

     Al otro pareció causarle gracia. Soltó una carcajada a todo dar abriendo más allá del límite su boca diminuta, y Espinal se preguntó si el pequeño podría volver a cerrar las dilatadísimas bisagras de su mandíbula.

    Al final no supo si lo que le causó gracia a Bebé fue la palabra ‘mierda’ o que él no hubiera entendido lo que trató de decirle, y para salir de dudas repitió:

    —Mierda

    Esta vez, Bebé no se rió.

     Entraron entonces los dos en un silencio incomodísimo al que ninguno estaba acostumbrado. Bebé empezó a mirar para el techo y Espinal a tamborilear en la pierna con cuatro dedos emulando el sonido de caballo a galope. Escudriñar en el pensamiento de un bebé puede enloquecer a cualquiera, de modo que de él sólo afirmamos que miraba para el techo en posición autista como si estuviera concibiendo un asesinato, una violación o tomarse el mundo. Espinal, en tanto, buscaba desesperadamente un tema cualquiera para ponerle conversación y sacarlo de una vez de ese ensimismamiento sicótico en el que entró de súbito luego de la palabra ‘mierda’. Pero el bloqueo fue total. Las estaciones se sucedían y ni un tema se le antojaba suficiente para romper el hielo. Ni un tema, ni una palabra, ni una onomatopeya siquiera. Con los nervios encrespados y lleno de estrés, al pobre hombre le empezaron a sonar los dientes, se mordió la lengua y casi vomita, mientras el otro continuaba mirando al techo en una indiferencia abrumadora.

     No se sabe si el bebé se aburrió de él o si tendría que hacer transferencia a la línea B o si tenía que ir a hacer una vuelta al centro, pero el caso es que en San Antonio se tiró de la silla y sin despedirse salió a gatas por entre las puertas eléctricas y se perdió en un bosque de piernas con zapatos. Entonces Espinal respiró, se relajó, se compuso, incluso sonrió, y siguió hasta Exposiciones en donde se bajó y cogió un bus… pero ya se sabe que el bus es otro cuento.

 

© Jaime Espinal 2004 
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EspinalBIO: Jaime Espinal, colombiano, es del primero de julio de la Medellín del 80. Cáncer. Escritor de oficio. Estudia Administración en sus tiempos libres y es actor del Teatro Hora 25. Ha participado en talleres de escritores en Colombia y Argentina. Segundo puesto en el concurso regional de cuento Agendaelena 2001. Segundo puesto en el concurso de cuento Eafit 2000. Primer puesto concurso de ortografía de Antioquia 1998. Participación en la antología Arcavoces, 2003, y en la antología Eafit concurso de cuento 5 años, 2004. Prepara actualmente una novela y un libro de cuentos, lleva el pelo largo y se toma la sopa con cuchara.

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noviembre - diciembre  n° 45

Narrativa

Barry Gifford: Bailando con Fidel
Jaime Espinal: Para evitar los daños mencionados
Jaime Espinal: Cultura Metro
David Hernández de la Fuente: A la hora del bocadillo

Ensayo: Especial LARVA
Entrevista

Fernando Iwasaki
"Si folláramos más, escribiríamos menos"

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Galicia, mujeres poetas (III)

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