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Filtraciones Marta Caparrós
Tener una vida Daniel Jándula
De regreso a nosotros Ana Pérez Cañamares
Frida y México. De visiones y miradas Mariella Nigro
Marta Caparrós
Filtraciones
Caballo de Troya, Barcelona, 2015
Filtraciones es el título del primer libro de Marta Caparrós (Madrid, 1984) y también de la tercera de las cuatro novelas cortas que lo conforman. En esta historia, una pareja de treintañeros que están a punto de ser padres son incapaces de arreglar, por más que lo intentan, unas humedades en su cuarto de baño; reparación tras reparación, la mancha en el techo reaparece, quizá como metáfora de una crisis económica que ha ido permeando todos los aspectos de la vida y que ha resistido cada reforma, pues estas no han pretendido nunca solucionar nada, apenas disimular los agujeros y disfrazar el abandono.
Así, los protagonistas de «Filtraciones», y los protagonistas de Filtraciones, se han acostumbrado a vivir con esas manchas en su cotidianidad: licenciados universitarios ya no tan jóvenes que ven cómo sus estudios no sirven para nada y se ven obligados a emigrar, a aceptar trabajos basura, a regresar a casa de sus padres… La contraportada de Filtraciones —publicado en 2015, cuando la editora de Caballo de Troya (sello que tiene un «editor invitado» cada año) era Elvira Navarro— hace referencia al 15M. También alguna de las nouvelles del libro, especialmente la segunda, «Atrevimiento»; pero las cuatro historias hablan, sobre todo, de eso que se ha llamado «precariado» y de sus contradicciones: la «generación más preparada» —¿preparada para qué?— enfrentada a la ruptura del contrato social.
Como si esperaran a Godot, los personajes de Filtraciones aguardan un regreso a la normalidad que nunca llega, una vuelta a una época anterior a la crisis; pero la crisis es el estado natural del capitalismo, y el cronómetro su medida: un tiempo fuera del tiempo en el que deambula una generación abocada, a la vez, al desempleo y a la explotación, a la rutina y a la incertidumbre. Ante este gris panorama, los personajes marcan en el calendario las fechas señaladas, los momentos en los que la vida puede separarse de todo aquello que es servidumbre. Apenas grietas por donde se cuela algo de luz, es cierto. Pero grietas, al fin y al cabo.
Y el 15M, ahora sí, como grieta que se hace fractura y permanece después de su supuesta desaparición. De nuevo la metáfora de la filtración para hablar de aquello que nunca se somete del todo a las lógicas del mercado; formas de resistencia que en ocasiones desembocan en desafección y desidia, pero que, en cualquier caso, como aquel «preferiría no hacerlo» de Bartleby, son negaciones radicales y espontáneas del poder y de sus simulacros.
¿Qué queda del 15M? Nada. Muy poco. Nosotras, tal vez.
Es decir: todo.
Adrián Bernal
Daniel Jándula
Tener una vida
Candaya, 2017
A un hombre meditabundo se le forma un agujero negro en el comedor, y el mar devuelve y distribuye sus recuerdos de pareja que acababa de enterrar en la playa. Un protagonista que automesmeriza y que no es capaz de adaptarse al medio. En un juego constante de expulsión y deglución de elementos vitales, van pasando los días para este ser solipsista y con problemas de percepción, que pasa revista a su vida y a la de sus familiares. Y todo para llegar a una situación de empate y de callejón sin salida.
Diseñado como un artefacto de marquetería, la novela se compone de breves capítulos presididos por un verbo en infinitivo. Quien carece de vida resulta que reflexiona un montón sobre el hecho de tener una. En el acto de presentación de la novela en Barcelona, salieron a colación las influencias o coordenadas por las que discurre el autor: Borges, Dostoyevski, Lem, Kafka, Foster Wallace. No estamos acostumbrados a poder disfrutar de un escritor con tanta habilidad para mostrar potencia simbólica. Y ello se debe a que no esconde sus preferencias por la meditación existencial y el trascendentalismo. Y aun así, el humor desencantado lo tiñe todo de una amargura contenida.
Hace tres años, la editorial Candaya publicó Invasión, de David Monteagudo. En esta novela, aparecía una pareja en decadencia muy parecida a la que traza Jándula. Parece que vivimos en una época mala para el desarrollo del amor, que se apaga o que ni siquiera llega a prender. Por esta razón, el texto tiene, también, algo de relato generacional (véase el capítulo “Esconder”, sobre sombras de dictaduras e inmovilismos socioemocionales.
Sin embargo, Jándula no rehúye la prosa visionaria. No es un exhibicionista de la desesperación ni un satanista callejero. En mi opinión, estamos más cerca de Miguel de Molinos que de Schopenhauer o Nietzsche. “Caminar”, uno de los capítulos de la novela, es un buen ejemplo de proceder totalmente visionario, al borde de la representación cosmológica. No en vano, a este señor le está creciendo un fenómeno astrofísico en su casa. La escritura de Jándula tiene mucho de ensayo filosófico: “Durante años me he quejado de que siempre caigo en la tentación de dejar las cosas a medias. Ahora veo que también puedo dejar las cosas antes de empezar”. Nótese la vocación contrastiva y la perca técnica (disimulada) que muestra esta escritura que transita entre el humor y la perplejidad: “Una botella vacía de plástico que dejé sobre la mesa ha desaparecido. La mesa cojea [como la ex pareja del protagonista], así que busco alrededor por si ha caído cerca. No la encuentro. Regreso a la cocina para limpiar el frigorífico, apagarlo y dejarlo abierto. En el congelador, tras retirar un bloque de hielo con manchas de moho, hallo unas ramas de menta que no recuerdo cuándo guardé. Las delgadas ramitas han conseguido, a pesar del frío, crecer y envolver un fragmento de carne, y uno de sus tentáculos ha ensartado un guisante. Al principio de nuestra relación, Lidia y yo nos fuimos media semana de vacaciones. Fue la única vez que nos permitimos un verdadero descanso. Siguiendo un consejo de mi padre, a quien recuerdo cerrando las llaves del suministro de agua cada vez que nos íbamos varios días fuera, apagué la luz general del piso. A nuestro regreso, nos recibió un olor hediondo y viciado que tardamos días en eliminar, con ayuda de incienso y vapor de hisopo. Evidentemente, al desconectar la electricidad se había echado a perder todo el contenido de la nevera que acabábamos de llenar. La carne picada y el pollo presentaban un tono azulado que me hizo pensar en la decadencia de Occidente”. Estilo puntillista e infalible, que pasa de una cosa a otra con pasmosa continuidad. Para alcanzarlo se dota Jándula de un narrador lupa. Estilo de pequeño gran escritor, de miniaturista, y de escritor escultor, que no rehúye el lirismo porque sabe contenerlo en su justa medida, sin excesos ni alardes.
Aun así, el autor es capaz de presentar pensamientos de un desencanto estremecedor, como quien no quiere la cosa: “Claudia, por su parte, se había vuelto un tanto victoriana. Al poco de irse a vivir juntos, ella le contó a David su vida sexual, mucho más experimentada que la de él, aunque sin traza de hedonismo. Eso mientras la de ellos era tan esporádica como la limpieza del patio. No es que a Claudia le costase el contacto físico, pero se deprimía. Hacía el amor como una médium, con los ojos abiertos y perdidos en el techo a la espera de otro mundo”. Absolutamente tranquilo y despiadado. O: “Es como si todo lo que tiene que ver conmigo se hubiese tomado una pausa y tanto las inquietudes como las certezas llegasen a un empate”. Brutal. O: “Lo que nunca se me había pasado por la cabeza era convertirme en fantasma, ni tenerlo como profesión, por muy habituales que en mi ciudad sean, desde su origen, los fantasmas”.
Nos encontramos ante un libro diferente. Sin duda, ante un texto auténtico y honrado. ¿Cómo puede ser tan densa una novela con tan nula acción? Jándula firma un libro muy humano, una novela perceptiva intensamente lírica. Seguro que ya lijando nuevos textos. Se nota que Tener una vida ha sido un texto largamente meditado, limado, mimado y devastado. Por mi parte, yo ya espero más con el babero puesto. Tener una vida es un inicio fulgurante. Se nota que su autor sabe esperar y que se toma el oficio con instinto de buen artesano. Por esta razón, su obra está a años luz de las chapucillas y productos ruidosos que nos reclaman, pero a los que se les ve el plumero.
Andreu Navarra
Filtraciones Marta Caparrós
Tener una vida Daniel Jándula
De regreso a nosotros Ana Pérez Cañamares
Frida y México. De visiones y miradas Mariella Nigro
El amor maduro
De regreso a nosotros
Ana Pérez Cañamares
Ya lo dijo Casimiro Parker, Madrid, 2016.
Ana Pérez Cañamares es una de las voces líricas con una obra combativa en la que analiza la realidad del mundo que nos ha tocado vivir con la precisión de un cirujano y la sencillez de quien sabe decir las cosas por su nombre, como lo atestiguan libros como Alfabeto de cicatrices o Las sumas y los restos, que fue en 2012 Premio Blas de Otero. El libro que comento hoy es completamente distinto a todo lo escrito con anterioridad por esta poeta, ya que se trata de un libro de amor. El cambio de registro en su poesía es evidente aunque no abandona el análisis de la realidad, sino que restringe el campo de análisis para centrarse en el amor como realidad, pero un amor maduro que ya está de vuelta de muchas cosas pero que cree en la complicidad y la solidaridad con la pareja.
No hay en el poemario ninguno de los tópicos de la lírica amorosa: abandono, dependencia, negación del yo para perderse en el otro… Encontramos, en cambio, un amor como compromiso y como celebración, nunca se cae en la complacencia, a veces casi diríamos masoquista, del amor romántico sino que ese amor compartido es la base para un rearme moral, personal y un bálsamo frente a la hostilidad del mundo. “Si alguien me preguntara yo diría/que nuestro éxito consiste en dos fracasos/ un tú y un yo que más que tolerancia/han aprendido a divertirse juntos”. En estos versos queda implícito la complicación que supone vivir.
El libro está dividido en tres partes. La primera parte la forman poemas breves sobre el encuentro de la pareja “Nos citamos por primera vez / en un poema” La poesía misma se convierte en lugar de encuentro y motivo para el despertar del amor. En la segunda parte aparece la realización física del amor en la que de nuevo aparece la literaturización del encuentro “Tú y yo somos dos poemas / escritos en diferentes idiomas/ que nuestros cuerpos mudos/ se empeñan en traducir”.
La tercera parte es ya la vida compartida, la cotidianidad y hasta la afirmación de que en el amor no tienen importancia los kilos que sobran, las estrías y las canas y mucho menos la calvicie, el estar pasado de peso o la barba florida porque la belleza se ve al trasluz y durará para siempre.
En el fondo toda historia de amor se ve y se piensa eterna.
Libro hermoso e inusual que merece una lectura reposada.
M Cinta MONTAGUT
©MCM para TBR 2018
Y ella sigue ahí
Frida y México. De visiones y miradas
Mariella Nigro
Montevideo, Yaugurú, 2017.
Este volumen que tenemos entre manos está formado por la reedición de un poemario publicado en 1992 y por un diario de viaje escrito varios años más tarde.
La autora en el inicio del volumen nos habla de la primera vez que vio un cuadro de Frida Kahlo en los años ochenta, que dio origen a un poemario premiado en su país y de la necesidad que siempre tuvo de visitar la patria de la pintora, hasta que finalmente pudo realizar su deseo.
En Impresionante Frida. Poemario al óleo, publicado por primera vez en 1997, Mariella Nigro dialoga con la obra de Kahlo y nos ofrece una interpretación de los cuadros en una especie de juego de espejos y desdoblamientos. Cada poema lleva el título y la fecha de cada uno de los cuadros.
En análisis, por as decir, de cada uno de los cuadros refleja la empatía de la mirada de la poeta que encuentra en los trazos de la pintura y en las figuras representadas en los lienzos, un trampolín para reflexionar sobre el mundo, sobre el dolor, sobre la propia vida.
Dice de Frida en el poema I, Autorretrato con collar (1933): “Una diosa de piedra: / fría estatua mineral / que esconde / al animal caliente / del dolor”. El contraste frío/caliente justifica la interpretación de la dualidad que refleja en toda la obra de la pintora mejicana, una obra en la que ella misma se sitúa frente al mundo en un constante juego yo / lo otro, dentro / fuera, amor / dolor y que Mariella Nigro nos traduce de forma magistral a través de un verso certero, claro y contundente, que nos hace partícipes de la visión de una obra única como es la de Kahlo.
La poeta lee para nosotros lo que los cuadros esconden, un diálogo vivo entre dos creaciones, y nosotros al leerlo somos testigos de un misterio inexplicable: el de la conexión de dos mujeres que miran el mundo y lo transforman.
El México en los ojos. Diario de viaje 2001 es la plasmación poética del primer viaje de Mariella Nigro al país de Frida. En el viaje descubre los lugares donde la pintora vivió y trabajó. En el viaje también aparece la dualidad, la poeta nos dice: “voy de la helada tumba / al altar incendiado”. Y también “Ciudad de México / me has mostrado /frías máscaras que ocultan/ardientes rostros / que sueñan con cuchillos”.
La sangre, el dolor, la muerte contrasta con los vibrantes colores del país y los colores de la pintura de Kahlo que tratan de plasmar la realidad mejicana.
El vocabulario, la justeza del verso y las imágenes nos llevan directamente a ver con palabras lo que los ojos no pueden ver mientras leemos.
Libro magnífico de una de las poetas más notables del Cono Sur de América.
MC Montagut
©MCM para TBR 2018
Filtraciones Marta Caparrós
Tener una vida Daniel Jándula
De regreso a nosotros Ana Pérez Cañamares
Frida y México. De visiones y miradas Mariella Nigro
©TBR 2018
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