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Un final para Benjamin Walter (fragmento)

 

Capítulo XXIII

 

Subir hacia la colina, pasear por las aduanas y observar el paisaje se convirtió, pasados los días, en una especie de rutina, un camino que repetí varias veces mientras estaba en Portbou. En ocasiones, me quedaba un buen rato mirando el pueblo desde arriba. Las vistas son espléndidas. Aunque la temperatura descendiera a medida que avanzaba la tarde y tuviera que abrigarme por culpa de los golpes de viento, podía pasarme unas cuantas horas allí, observando la quietud tan apacible de la zona, sobre todo cuando anochecía. Otras veces miraba hacia el otro lado, hacia Cerbère. El Hotel Belvédère du Rayon Vert aparecía a lo lejos, como una presencia enigmática que me acechaba en la distancia. En medio quedaba una tierra de nadie, un lugar de paso en el que pocas veces me crucé con ninguna persona.
            Un poco más arriba, siguiendo un camino que se desviaba de la carretera, había unos cuantos paneles con imágenes. Eran fotografías de refugiados españoles, republicanos, perseguidos y proscritos que continuaban la larga marcha del exilio. En realidad, aquellas imágenes no eran muy distintas a otras instantáneas que podemos ver hoy en día. Tanto da que huyan de un país llamado España que de otro país con un nombre distinto. De Siria, por citar un solo ejemplo. Es el mismo trayecto, el mismo recorrido. Todos mantienen una cadencia parecida, un ritmo silencioso y cansino, el que les lleva a dar un paso, luego otro, y después les sobreviene el mismo agotamiento y más tarde se hacen fuertes, porque han visto a lo lejos algo similar a una salida, y detrás de ella otra distinta y más lejana. Me recuerda a uno de los poemas de Elegía en Portbou, de Antonio Crespo Massieu, unos versos escritos entre paréntesis, como si fueran pronunciados a media voz: «(allá siempre hay una línea inasible / que es surco, pospuesto horizonte, promesa, / una inabarcable singladura)».
Hay algo común en todos ellos: los gestos desesperados hacia la cámara, la terrible expresión que se inscribe en su rostro, el cansancio acumulado mientras arrastran unas pocas pertenencias que acabarán perdiendo tarde o temprano, porque en la frontera intercambiarán esos objetos de valor por algo de comida. Los especuladores les esperaban para ofrecer cantidades irrisorias por relojes, estilográficas, ropa o por otros utensilios sin valor alguno para alguien ajeno, pero tremendamente importante para quien los trasportaba.
            Una larga cadena se extenderá por el tiempo e irá sumando habitantes de uno y otro lado. Una patria común sin una porción de suelo donde poder fundarla. Ese es, en resumen, el territorio de quien ya no tiene nada. Así aparecerán los expatriados en las fotografías que aún se conservan: como una caravana de sombras que se desliza por una estrecha carretera que serpentea la línea del mar y llega hasta Francia, al lado de una extensa hilera de coches  desguazados a los pies del camino. Pisando balas, como nos explica Giménez Caballero, utensilios rotos, botes vacíos, desventrados sacos de arroz, furgonetas, camiones dentro del agua.
            En la falda de la montaña se esparcirán cuerpos envueltos en mantas secas, sin vida apenas, agolpados como una gran masa, esperando al lado de una vía muerta, frente a un vagón ya sin uso, cargando en el hombro los bultos que trasportarán casi por inercia de un sitio a otro. Al final, el gesto que se reflejará en sus caras es parecido. Saben que hay que seguir avanzando, aunque sólo sea para detenerse detrás de una barrera que les acabe impidiendo el paso.
            Vuelvo al libro de Crespo Massieu y recupero ese paisaje: los desplazados, los perdidos, los sepultados sin sepultura, los postergados, los que esperan sin saberlo y los que saben y ya no esperan, los desterrados de lengua, de infancia y de tiempo, los deportados al campo, los conducidos a las Fosas Ardeatinas, los deslumbrados por los faros, los ejecutados en cunetas y en tapias, los enterrados como nadie en tierra de nadie, los que dejaron algo, los que apenas fueron. Me pregunto cuántas veces miraron hacia atrás, si consiguieron darse la vuelta antes de continuar su marcha o prefirieron seguir hacia delante olvidando lo que dejaban a su espalda. Intento captar cada una de las expresiones que se distinguen entre la multitud. Al mirar fijamente sus rostros, el paisaje que tengo alrededor varía su tono y poco a poco interpone una película grisácea. Como si fuera un espejo que comenzara a reflejarlos uno a uno. Como si se proyectara frente a mí un pasado perpetuo y me permitiera mirarlos, por fin, a la cara.

 

© Álex Chico

Álex Chico (Plasencia, 1980) es licenciado en Filología Hispánica y DEA en Literatura Española. Ha publicado la novela de ensayo ficción Un final para Benjamin Walter (Candaya, 2017), al que pertenece el presente fragmento; el cuaderno de notas Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas (La Isla de Siltolá, 2016); el ensayo Un hombre espera (En su tinta, 2015) y los libros de poemas Habitación en W (La Isla de Siltolá, 2014), Un lugar para nadie (De la luna libros, 2013), Dimensión de la frontera (La Isla de Siltolá, 2011) y La tristeza del eco (Editora Regional de Extremadura, 2008), además de las plaquettes Escritura, Nuevo alzado de la ruina y Las esquinas del mar. En 2016, la editorial chilena Andesgraund publicó Espacio en blanco, una antología que reúne parte de su obra poética desde 2008 hasta 2014. Sus poemas han aparecido en varias publicaciones (Turia, Espiral, Cuaderno ático, Suroeste, Litoral, Estación Poesía, Librújula o Paralelo Sur, entre otras), y en diferentes antologías (Punto de partida. Jóvenes poetas en España, UNAM; Matriz desposeída. Últimas voces de la poesía extremeña, El Brocense; Todo es Poesía en Granada, ed. Esdrújula; Antología de poesía joven: Doce nuevos poetas, revista Alga; Piedra de toque, Editora Regional de Extremadura). Ha ejercido la crítica literaria en diversos medios, como Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos, Nayagua, El Cuaderno, Excodra, Revista de Letras, Clarín o Ex Libris. Fue cofundador de la revista de humanidades Kafka. En la actualidad ejerce de profesor en un instituto de El Prat (Barcelona) y forma parte del consejo de redacción de Quimera. Revista de Literatura.
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