Isabel Cadenas Cañón
Contarnos las cosas de otras maneras:
ensayo sobre las narrativas visuales
(post) 15M
1.
Vi el 15M en la pantalla de un ordenador.
1 a.
Digo vi y no viví, porque se puede vivir algo a través de una pantalla pero yo no lo hice. Yo miraba a esa gente gritando sin ruido, miraba las imágenes aéreas de una Puerta del Sol llena de tiendas de campaña, de círculos de personas reunidas alrededor de la palabra, y no entendía nada.
2.
Era extranjera a ambos lados de la pantalla. Extranjera en el país en que vivía, en otro continente, con otra lengua; extranjera de las imágenes del país del que me había ido.
3.
Doblemente extranjera = doblemente ausente.
4.
Fui volviendo poco a poco, como a plazos. Uno de los primeros días de mis primeros regresos, en medio de una asamblea, una mujer recibió una llamada de teléfono. Se apartó un poco y respondió bajito «ahora no puedo hablar, estoy en una asamblea».
4 a.
Digo volver pero en realidad yo no volvía a nada. Yo llegaba a un lugar que era nuevo. Se decía asamblea y no había que explicar lo que era a la persona al otro lado del teléfono, pertenecer a un barrio era tan simple como defenderlo, una podía ser mediadora, portavoz, dinamizadora, los grupos de amigas se confundían con los grupos de afinidad. En el lugar al que llegaba, la ciudad había tomado la forma de la subversión.
4 a a.
También en el lugar del que me iba: en noviembre de 2011, una fila de sacos de dormir se extendía a lo largo de la calle 50 de Nueva York. Habían pasado apenas dos meses desde el inicio de Occupy Wall Street. La fila era larguísima, ocupaba la mitad de la acera y estaba separada de peatones por vallas de metal. Eran jóvenes, algunas tenían ordenadores, otros leían, la mayoría charlaba. Esperaban a las 7 de la mañana, cuando abren los estudios de la NBC, para ser público en el programa Saturday Night Live. No eran filas nuevas: se repiten, idénticas, cada viernes, desde hace años. Pero ahora, parecía, se hacía necesario explicar algo más: We are not part of Occupy Wall Street, decía un cartel en una de las vallas.
5.
Hasta aquí lo visible, quizá lo evidente. La vida se repolitizó y se veía en las palabras, en los mapas, en la manera de ocupar el espacio. En la mirada incrédula de un policía cuando preguntaba por el organizador y le respondíamos que no teníamos de eso, que de eso no había.
6.
Pasaba otra cosa, quizá no tan visible, y era precisamente eso: el verbo pasar. Empezó a primar lo que sucedía más que el resultado de lo que sucedía; los resultados son cerrados, concluyentes, unívocos —lo opuesto de los procesos. Empezamos a entender que lo que realmente nos transformaba no era llegar a un lugar, sino lo que hacíamos en el camino.
6 a.
Tantas cursivas. Digo pasaba, sucedía. Digo nos transformaba porque nuestra fe en el proceso no llegó por la cabeza; nos llegó por el cuerpo.
7.
Esto ocurrió en la calle, en cómo nos relacionábamos políticamente, en nuestras vidas privadas. Y ocurrió, también, en la cultura —como si alguna de estas fuera separable de cualquiera de las otras.
8.
Quizá ese fue el mayor cambio de paradigma que trajo el 15M: que empezamos a contarnos las cosas de otra manera.
8 a.
En realidad esto no fue tan invisible: cuando se empiezan a contar las cosas de otra manera, a la manera anterior de contar comienzan a salirle grietas. Se agrietó el relato de la representatividad institucional, se agrietó el relato de la autoridad de los expertos, se agrietó el relato de que las victorias solo se hacían en urnas de metacrilato. Se agrietó el relato de cómo nos habían contado el relato fundador de nuestro presente; se agrietó la Transición.
8 b.
Con el relato de la Transición no se agrietó solo un discurso: se agrietó, también, la forma de construir ese discurso.
8 b a.
La forma, esa gran denostada. La forma, los ladrillos con los que se cimienta todo lo que nos contamos; todo lo que nos cuentan.
8 c.
Para poder convertirse en relato hegemónico, la Transición había tenido como gran, necesaria aliada, a la cultura.
8 c a.
Hay quienes llaman a esto la «Cultura de la Transición». El nombre se lo dio Guillem Martínez, en 2012, aunque muchas y muchos ya venían señalándolo antes: la estrategia dirigista que sirvió para la cohesión del nuevo modelo democrático mediante la desactivación del potencial crítico de la cultura.
8 d.
Se decretó de qué se podía hablar y de qué no. Y se decretó, también, cómo había que hablar de lo que se podía hablar. Lo que no seguía las reglas no era cultura.
8 d a.
Decretar es una manera de decir. Todo esto se promovía, claro, tácitamente. (Premios, prestigio, subvenciones, publicaciones).
8 e.
Algo de lo que no se podía hablar: del pasado dictatorial. España era un país nuevo, miraba hacia adelante, el pasado ya fue.
Pero llegó el «boom de la memoria», y de Argentina a Estados Unidos, de Francia a Uruguay, las obras que hablaban sobre el pasado eran imparables. Se saltaron los Pirineos y el Atlántico y llegaron a la Península. Ahora que la presencia del pasado era imparable, había que gestionar cómo se hablaba de ello: llegaron nuevas reglas formales —tácitas, siempre tácitas, para desproblematizar, también, las narraciones de nuestro (muy problemático) pasado.
Aquí algunas:
8 e a.
El pasado se queda en el pasado. No hay dialéctica posible con el presente, no reverbera.
8 e b.
El pasado progresa como un continuum. Hay un inicio, un medio, un fin. El proceso no es más que el camino inevitable antes de la resolución.
8 e c.
La resolución es siempre la reconciliación entre buenos y malos, que al fin y al cabo es lo mismo. Reconciliación = cohesión social = el muy manido espíritu de la Transición.
8 e d.
El pasado está desligado de las condiciones históricas que lo hicieron posible.
8 f.
Todo esto para decir que, si bien del pasado se podía hablar —y se hablaba, y se habla, mucho, no hay más que ir a una librería y mirar la cantidad de títulos que hablan sobre la Guerra Civil y la dictadura— la Cultura de la Transición promovió que ese hablar fuera aproblemático: que se desactivara su potencial político.
9.
Si sigues la forma como un hilo rojo, te encuentras con un grupo de obras que acompañaron, acaso sin saberlo, a quienes estaban en las plazas en ese contar las cosas de otra manera. Y para ello no había otra opción que subvertir esas reglas impuestas desde arriba [ver 8 e a. - 8 e d.].
10.
Mi tirar del hilo rojo me condujo a obras que hablaban de lo ausente. Obras en las que a veces faltaba una casa, a veces una persona, a veces un recuerdo.
Obras en las que, siempre, esa ausencia era el punto de partida de una búsqueda. La búsqueda: el proceso por excelencia.
10 a.
Chris Marker decía que la casualidad es el sobrenombre que usan aquellas personas que no se atreven a reconocer la existencia de la gracia. Desde luego, no fue casualidad que yo, doblemente ausente, [ver 3.] me encontrara con esas obras que trataban de aprehender lo que no estaba. No trataban de superarlo —¿cómo podrían?—, ni siquiera trataban de encontrarlo; esas obras aspiraban a relacionarse con lo ausente, a auscultarlo. Hacían que la forma misma fuese esa ausencia.
10 a a.
En inglés hay un verbo para esto: perform. Cumplir, actuar, pero también hacer algo mediante la forma. En castellano hay otro que pone la forma en relación con la carne, con el cuerpo: encarnar.
11.
Las obras que hablan de algo ausente encarnan una paradoja: se refieren a algo que no está con materiales —palabras, imágenes, sonidos— que son visibles, físicos, presentes.
En la antigua Grecia, esta era la mayor de las aporías: «La aporía de la presencia de lo ausente» [esto lo dice Paul Ricoeur].
¿Cómo, entonces, hablar de lo que no está?
¿Cómo, entonces, mostrar lo que no está?
12.
Algo en lo que creo: que algo que está ausente debe, necesariamente, trastocar el presente y, con él, su representación. Que cuando lo ausente se hace presente altera radicalmente nuestra experiencia de ser en el tiempo, los compartimentos en que separamos pasado, presente y futuro. Que algo ausente es, ante todo, problemático.
De ahí mi hermandad con esas obras de búsqueda que encontré al otro lado del hilo rojo: para sus autoras, para sus autores, las viejas reglas que desproblematizan ya no sirven.
13.
¿Cómo se hace una obra sobre algo ausente cuando las viejas reglas ya no sirven?
13 a.
Subvirtiéndolas todas. Así:
13 a a. [ver 8 e a.]
Desestabilizando la idea de que el pasado se puede recuperar de manera aproblemática.
13 a b. [Ver 8 e b.]
Confrontando la idea de la narratividad como manera única de contar: desestructurando capas temporales, nociones de lugar y divisiones clásicas como pasado / presente, público / privado, individual / colectivo.
13 a c. [Ver 8 e c.]
Haciendo estallar la concepción del tiempo imperante en el capitalismo. ¿Resolución, cohesión, reconciliación? Nada de eso; la temporalidad es la de la búsqueda, el meandro, el desvío.
13 a d. [Ver 8 e d.]
Creyendo en técnicas radicales de montaje como estrategia dialéctica: acercándonos y distanciándonos, emocionándonos y haciéndonos pensar. Cuestionando lo que subyace tras la normalización de los discursos sobre el pasado.
13 b.
Es decir: abriendo grietas, buscando problemas, buscando con la sospecha de que quizá no lleguemos a encontrar, creyendo en el error y en desvío, fundando maneras nuevas de estar siempre en proceso.
Contando las cosas de otras maneras.
14.
Esas formas otras de contar ya estaban ya allí antes del 15M, al igual que el 15M ya estaba allí —aquí— antes del 15M.
Lo que es seguro es que unas acompañaron a otras, acaso sin saberlo, y que unas y otras -—asambleas, fanzines autoeditados, gritos mudos, ocupaciones, ensayos fílmicos— comenzaron a agrietar, juntas, ese relato inquebrantable sobre el que se había construido nuestro presente. (O eso nos querían contar).
14 a.
«Hay una grieta en cada cosa / así es como entra la luz». [Del Anthem de Leonard Cohen, claro]
15.
Todo esto puede parecer demasiado abstracto. Quizá así parezcan todos los comienzos: abstractos, imprevisibles, a pesar de que nazcan de lo más puramente material. Como aquí. Porque en realidad este ensayo es eso: un comienzo. Continúa fuera de esta página, en el diálogo con esas obras que están ahí —aquí—, al hacer click en los enlaces.
15 a.
Haciendo memoria. Sandra Ruesga, 2005 [!]
15 b.
La ciudad de los signos. Samuel Alarcón, 2009
15 c.
La memòria és un mirall trencat. Noelia Pérez, 2012
15 d.
Pepe el andaluz. Alejandro Alvarado y Concha Barquero, 2012
15 e.
Este seu olhar. Maíra Soares, 2012
15 f.
Emak Bakia Baita. Oskar Alegría, 2012
15 g.
Madre. Beatriz Ruibal, 2012
15 h.
Yolanda. Ignacio Navas, 2013
15 i.
Façades. Alberto Salván, 2014
15 j.
Conocerte otra vez. Carol Caicedo, 2014
15 k.
El gran vuelo. Carolina Astudillo, 2014
15 l.
La ciudad del trabajo. Guillermo Peydró, 2015
15 m.
…
16.
Quizá tampoco sea casualidad [ver 10 a] que un enlace sea eso: la unión entre dos hilos rojos.
© Isabel Cadenas Cañón
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Isabel Cadenas Cañón (Basauri, 1982) ha publicado los poemarios Irse (2010) y También eso era el verano (2014). Colabora con varios medios de comunicación: con reportajes y documentales sonoros (Deutsche Welle, La cafetera), con crónicas y artículos de opinión (eldiario.es, La marea, El Estado Mental) y como productora audiovisual (ARTE, Rai). Es doctora en Estudios Culturales por New York University y profesora de Historia Cultural en New York University, Madrid. Y trata de derribar las fronteras entre creación, investigación, activismo y vida. Va en bici.