Albert
Ràfols-Casamada
Huésped del día Dietario 1975-1984
(fragmentos)
1975
Domingo, 7 de septiembre, Cadaqués
Ayer por la noche cayeron cuatro gotas
y, a lo lejos, detrás del Pení y el faro de Cala Nans, se veía relampaguear.
No fue nada, pero sirvió para darle la razón al «fraile-que-señala-el-tiempo»
(que Maria compró hace unos días en Figueras) y que ayer se empeñaba
en indicar lluvia.
Hoy, en cambio, hace un día luminoso,
de tramuntaneta.
Por la mañana continúo trabajando en
el cuadro de ayer. Intento unificar la parte central sin que cambie
la composición. Finalmente esa parte queda de diferentes ocres y la
zona de abajo blanca. Sin darlo todavía por terminado, comienzo otro.
Una tela de las mismas dimensiones que
la de ayer. Hoy, para la distribución inicial de las masas, parto
de la distribución de planos y objetos que veo frente a mí en el patio.
Ello me sirve únicamente como ayuda para distribuir los espacios y
los centros de tensión. El cuadro no pretenderá, en absoluto, parecerse
a lo que tengo delante (dos paredes, una madera, unos botes de pintura).
Antes bien, a medida que voy trabajando, procuro borrar la
semejanza que pudiera tener con el dibujo. No obstante, quedan las
presencias. Ése es el punto que me interesa: no están los objetos,
pero sí las presencias: unas manchas contrastando con el entorno,
creando unas relaciones equivalentes -en mi lenguaje plástico- a las
relaciones entre los objetos; más unas nuevas relaciones , originadas
por las anteriores y específicas de este cuadro (de cada cuadro) y
que son las que le hacen dar a la obra el salto a la abstracción.
(Explicar más ese punto del salto a la
abstracción. En la práctica lo veo muy claro, pro me cuesta explicarlo.)
Mientras escribo me llega la música de
las sardanas que tocan en el paseo y los chillidos de las golondrinas.
Los dos sonidos ligan muy bien.
A
Erik Satie 1997
1979
1 de enero, Calaceite
Las horas se trenzan y se destrenzan
alrededor del fuego del hogar, gesticulante e inmóvil, fascinante.
La voz clara de un día ventoso entra por la ventana, se filtra a través
de las cortinas. Sobre el muro, la sombra leve de las flores secas
del jarrón: un ramo del boj que cogimos ayer. El hilo de la conversación
ascendiendo a través del aire como un humo leve, como la gris y ondulante
línea de humo de una barrita de incienso que quema cerca de la radio.
Tarde recogida, tiempo callado del primer día del año.
1983
25 de octubre, volando hacia Nueva
York
Viajando en tren, en barco o incluso
en coche, sin conducir, he podido escribir algún pequeño poema. El
avión es muy diferente. Estoy inactivo, receptivo, parece que podría
hacerlo, pero no. Por bonito que sea estar entre nubes, estar
entre las nubes, no tengo la tranquilidad de espíritu que necesito
para crear una imagen, para encontrar una de aquellas relaciones insólitas
que, para mí, son la base del poema.
Ahora, tras pasar una zona de turbulencias,
el avión vuela más suave, ¡pero faltan todavía seis horas para llegar
a Nueva York! Viajar en estos grandes aviones es tan moderno que me
cuesta habituarme. ¡Es tan abstracto ese pasar de un lugar a otro
por una especie de espacio-tiempo sin puntos de referencia! Por más
abstracta que sea, en muchos aspectos, mi obra, he de confesar
que me gusta mucho tener los pies en el suelo.
Ayer leía unos fragmentos de los Cuadros
de viaje de Heine. Los fragmentos que hablan del Tirol hasta llegar
a Italia. ¡Qué delicia de viaje! Desde las ventanas del carruaje ve
las montañas, los pueblecitos, las mujeres hilando en la puerta de
sus casas. Tiene tiempo para observar, para escribir, para fijarse
en los detalles pintorescos, para enamorarse casi de la mirada de
una muchacha que ve en una ventana. ¡Es otra historia!
Estos inmensos campos de nubes, impasibles,
blancas, como montañas de sueño, atraen la mirada por la extraña belleza
que a menudo tienen. Pero si las miras demasiado acaban contagiándote
la tristeza de su desolada soledad. Las horas se hacen largas.
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