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marzo - abril 2001 num 23 |
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QUIMERA ha cumplido 20 años QuimerasEntrevista a Miguel Riera
por Ana Nuño ___________________________________ -¿En qué condiciones, cómo surge la idea de fundar una revista como Quimera? ¿ Cómo se hizo esto hace veinte años? Estamos hablando de otro panorama y otro contexto. -De hecho, Quimera nace de una crisis de El Viejo Topo. Yo entonces codirigía El Viejo Topo con Josep Sarret y con Miguel Barroso, y en lo que había sido una reunión de amigos que se ponían fácilmente de acuerdo, pues de golpe con la transición empezaron a aparecer disensiones, objetivos políticos diferentes, y empezó a haber un clima enrarecido. Eso por una parte. Por la otra, yo me daba cuenta de que la transición iba a una gran velocidad, había una evolución política vertiginosa en España, pero en cambio en la revista nos manteníamos con unos esquemas que correspondían un poco al periodo anterior, al periodo de Franco. Personalmente, me sentía inseguro, no sabía muy bien qué era lo que teníamos que hacer, y en cambio sí veía que había un agujero inmenso en el aspecto cultural, debido precisamente a lo que había producido el franquismo durante tantos años. Propuse a mis compañeros de El Viejo Topo hacer una revista literaria y una editorial literaria y trabajar en el campo de la cultura. Esa propuesta no fue aceptada y entonces hablé con otras personas y empecé la aventura de Quimera. -Es curioso que los orígenes de Quimera hayan estado ligados a un momento determinado de la evolución de El Viejo Topo, porque si algo se percibe en los veinte años de producción de Quimera, aun con las variadas orientaciones que ha tenido esta revista, es una línea editorial que yo calificaría de equidistante entre una concepción de la literatura enraizada en su contexto, histórico, social etc., y al mismo tiempo una concepción muy literaria, por decirlo redundantemente, de la literatura, pero lo que no aprecio en ningún caso es una apuesta "militante". -En realidad, no debería extrañar, porque El Viejo Topo no fue una revista militante. La idea inicial de El Viejo Topo fue la de ofrecer una plataforma de discusión, de debate, a las diversas organizaciones de izquierda que andaban a la greña y pegándose durísimo, tratando de manejar el debate en sus páginas. Por tanto, no era una revista sectaria; sí se movía en el campo de la izquierda, pero andaba también muy a contracorriente. No olvidemos que alguna formación política de la misma izquierda prohibió inicialmente la lectura de El Viejo Topo a sus militantes. Se consideraba una revista heterodoxa y al mismo tiempo también quería abrir ventanas en el terreno de lo contracultural, en el terreno del psicoanálisis, en otros campos de la cultura que habían estado más o menos bloqueados precisamente por el franquismo. Así que no se puede decir que El Viejo Topo fue una revista militante, sí una revista con inquietudes y preocupaciones sociales. -¿Cómo calificarías tú ahora, a veinte años vista, ese momento? En 1980, Franco estaba muerto desde hacia cinco años, y la transición comenzaba a adquirir unos determinados visos. Este es el momento en que surge Quimera. ¿Qué hueco vino a llenar la revista? Visto desde ahora, no desde lo que se intentó hacer. -La verdad es que tampoco he reflexionado mucho sobre todo eso, pero tengo la impresión de que en la primera etapa, Quimera se correspondió con el objetivo de lo que se pretendía. No se planteó un proyecto extremadamente ambicioso, no pretendíamos nunca, en los proyectos y en las revistas en las que yo he estado, salvar el mundo. Desde una cierta modestia se diseñaron y pensamos, las personas que me rodearon y me apoyaron en la creación de Quimera, que había que cubrir dos objetivos fundamentales: uno era rellenar los inmensos huecos que se habían producido durante el franquismo, huecos que obedecían, no desde el punto de vista de la cultura, sino desde el punto de vista de la literatura específicamente, en parte a problemas editoriales, a problemas de derechos: muchos títulos no habían aparecido en España no por razones de censura, sino porque los derechos los tenían editoriales latinoamericanas que no tenían difusión en España, y otros estrictamente por problemas de censura. Así que había unos huecos inmensos. Piensa que en Quimera hablamos de Yourcenar, hablamos de Broch, de muchos autores que no tenían realmente en ese momento obra patente en España, y ni hablar de los españoles censurados. Estaba ese problema, y por otro lado había un empeño -un empeño que ha resultado frustrado con los años, en cierto modo, muy claramente en un sentido de crear un verdadero puente cultural, una comunidad literaria con América Latina. Esa fue una idea que creo que ha fracasado porque, aparte de las grandes palabras y de los discursos institucionales, no ha existido un verdadero interés ni en América Latina, algo más en España, seguramente por la presencia de tanto latinoamericano exiliado en nuestro país, pero en fin, no ha habido interés por conocerse realmente. En una primera etapa, esos objetivos sí los representó bien Quimera, y eso era simplemente lo que se pretendía, ligado, naturalmente, de una manera espontánea y natural, a una concepción de la cultura que estaba muy vinculada a las formas progresistas, a una literatura de élite, es verdad, una literatura de calidad, pero tratando de que esa literatura de calidad llegara al máximo de lectores posible. No, por tanto, una concepción elitista de la literatura, sino una concepción rigurosa de la literatura. -Se podría decir que quizás uno de los parámetros que ha cambiado en estos veinte años es el hecho de que justamente esa literatura que Quimera contribuyó a conocer mejor en España, las obras de Broch, de Yourcenar etc., en ese momento no era percibida como literatura elitista y ahora quizá sí lo sea. En este sentido, ¿no han cambiado las expectativas de los lectores, ligadas a lo que se pone en el mercado y se vende como "literatura de calidad"? ¿Qué idea se tenía de la literatura en aquella España de 1980, después de largos años de sequía y de censura? -Creo que fue una etapa, si lo vemos con la perspectiva actual, de una gran confusión en la que se mezclaban muchas cosas. Cuando salió el primer número de Quimera recuerdo que me hicieron una entrevista, y lo primero que me objetaron es que era una revista elitista, que no estaba dirigida al pueblo. Yo me quedé muy cortado porque la verdad es que no me le había planteado hacerlo en esos términos, yo hacia una revista de la literatura que creía que tenía más calidad y más valor y aspiraba a que todo el mundo pudiera llegar a leerla. Cuando me hicieron ese reproche la verdad es que me quedé muy desconcertado, y recuerdo que en esa entrevista dije que sí, que hacíamos una revista elitista, que lo que queríamos es que todo el mundo fuera élite. La nuestra fue una generación tremendamente acomplejada por las carencias culturales. Yo recuerdo que descubrí que había un poeta que se llamaba Miguel Hernández cuando tenía catorce años y no tenía ni idea de quién era, porque en los círculos en los que yo me había movido, que no eran de resistencia antifranquista, hasta ese momento no se hablaba de estos poetas. Yo creo que nuestra generación fue una generación entregada a lo que podríamos llamar "la indagación cultural", una generación que apostó por las películas del cine francés, la Nouvelle Vague, que admitió entusiásticamente una cosa que vista ahora la verdad es que cuesta un poco tomarla en serio, como era la Escuela de Barcelona. Es decir, fue una generación que leía libros difíciles y cuando iba a una librería -también es verdad que los precios de los libros eran diferentes-, no se compraba un libro, sino cuatro o cinco, una generación que compraba libros de editoriales y de autores de los que no sabía nada. Yo recuerdo haber comprado a Cortázar, a García Márquez, sin saber absolutamente quiénes eran, y estoy hablando ya del año 67 o 68. Sí es verdad que había una gran curiosidad. Hay que tener en cuenta también que, a pesar de que la situación cultural era desértica, el boca a oreja funcionaba, las trastiendas de las librerías funcionaban y alguna revista cultural castigada, con muchas dificultades de censura, etc., incluso algunas con tintes del régimen, como Índice o la Estafeta literaria o Destino, cumplían una labor, eran revistas que fomentaban un poco esa labor de ir a buscar cosas. En cualquier caso, nosotros estábamos abiertos a leer a Gombrowicz, a enfrascarnos con un libro de Lacan que no acabábamos de entender, el riesgo que vivíamos era muy superior al de ahora. Por otra parte, no existían los suplementos culturales, que yo creo que han tenido una acción desmotivadora tremenda. -Volveremos a esto, si te parece, más adelante. Te has referido a la primera etapa de Quimera ¿A qué te refieres ?¿Cuál es la primera etapa de Quimera, grosso modo? ¿En qué momento dirías que acabó esa primera etapa y se entró en otra etapa o en otras? ¿Qué marca ese antes y después? -Las revistas culturales que tienen un responsable, un único responsable muy claro, aunque estén rodeadas de gente, y Quimera ha tenido siempre una gente extraordinaria que la ha apoyado y ha enviado artículos, etc.; una revista que tiene tan poco equipo interno es una revista que responde mucho a la personalidad cambiante, desde el punto de vista cultural, de la persona que la está impulsando. En este aspecto, Quimera ha sido, sin ánimo peyorativo, errática, en el sentido de que ha tenido cambios en la medida en que cuando la dirigía yo tenía cambios yo, como tendrá cambios en la etapa en que la diriges tú si se prolonga mucho en el tiempo. Porque los intereses cambian, la situación cambia, la forma de ver las cosas va cambiando con el tiempo. Llegó un momento en que Quimera había cubierto bastante terreno: hablar de Gombrowicz y de los autores que se conocían muy poco en España; tratar de impulsar a las editoriales a que se animaran y publicaran a estos autores; impulsar la relación con América Latina, incluso con ediciones en Colombia y México. Esos objetivos estaban ya cubiertos, y aunque siempre es posible desenterrar y sacar espectros del armario, llegó un momento en que eso estaba bastante cubierto. Y la revista fue desarrollándose en función, también, de sus reiteradas crisis económicas, que influyen mucho en la calidad y contenido de cualquier revista. En otro momento hubo otra apuesta fuerte, la de impulsar la literatura española de una nueva generación: Félix de Azúa, García Sánchez, Marías, Millás... En fin, hubo un intento, que coincidió y fue seguido inmediatamente también por los grandes grupos mediáticos de este país, que también estuvieron interesados en hacer una cosa de este tipo. Yo creo que ahí, y no me arrepiento de haberlo hecho porque creo que había que echar una mano, quizás se cargaron un poco las tintas, quizás se han consolidado como grandes escritores autores que no son tan grandes. Hubo otra época, más corta, en la que intentamos rescatar asuntos de teoría literaria, sobre todo porque fue una época en la que visité algunas universidades y me di cuenta con pasmo y pavor que los estudiantes de crítica literaria y literatura no leían más que las reseñas de los suplementos culturales y de uvas a peras. En fin, ha habido distintos momentos a lo largo de la vida de Quimera. -También hay una etapa muy interesante, cuando la revista se propuso explorar territorios más allá de las fronteras españolas mediante números monográficos, como los dedicados a América y a Estados Unidos. Quimera, a través de estas y otras entregas, se configuro como un producto híbrido: es a la vez una revista mensual, por tanto con fecha de caducidad, y una publicación de referencia, como lo demuestra el hecho de que hay números que se han ido agotando con el tiempo. ¿Qué es, desde este punto de vista, una revista como Quimera? -Bueno, esto es obvio para los que vivimos la revista por dentro. Son frecuentes las peticiones de números atrasadísimos. Es especialmente patente en el caso de los primeros números, debido a esa gran carencia que había entonces y al hecho de que se publicaban autores que entonces estaban muy poco publicados en España. También durante años se vendieron los números encuadernados, como tomos, y había gente que los compraba, aun teniendo los números sueltos, en caso de faltarle alguno. Así que pienso que éste ha sido un aspecto fundamental de la revista, que tendría que haber sido y ser más importante si este país fuera un país normal. -Sin duda hay un contraste muy acusado entre lo que era el panorama de las revistas culturales en España hace veinte años y lo que es hoy. Si entonces una revista como Quimera, pero asimismo otras, como Ajoblanco, por ejemplo, podía tirar 50.000 ejemplares ,' vivir tranquilamente de las ventas, hoy en día esto es impensable. ¿A qué se debe, en tu opinión, esta mutación radical del mercado español en lo que atañe a las revistas culturales? -Yo creo que han pasado muchísimas cosas que inciden en esto. La primera es que pienso que, en cierto modo, hemos sido una generación un poco falsa, en el sentido de que esa curiosidad, esa hambre y esa capacidad de sacrificio que teníamos, en el momento en que aparece la transición, y la transición pone sobre la mesa unos valores y esconde otros, estos nuevos valores son aceptados masivamente. Dicho de una forma muy gráfica, una parte de la izquierda política y cultural se pasa de la buena literatura y de la filosofía y de la cultura en general a la gastronomía. Lo digo muy en serio, esto fue algo patente. Las 'conversaciones a principios de los años ochenta se convirtieron en charlas sobre gastronomía. Mucha gente de grupos ácratas se dedica a montar restaurantes. Recuerdo que tuvimos un intercambio de publicidad entre Quimera y un restaurante de gente que había estado en Ajoblanco. Es decir, se produce un desinflamiento de esa curiosidad, de esas ganas. Por otra parte, la transición esconde una serie de valores, que políticamente no era conveniente reivindicar en ese momento, para poder instaurar otros. Así, para poder instaurar la idea de monarquía se rompe con la idea de la república; pero eso representa romper con los valores de la época republicana, en cualquier caso con los valores que creíamos nosotros que tenía la República, la lectura que hacíamos de aquel período; son unos valores éticos basados en la idea de elevar el nivel cultural del país. Esos valores quedaron postergados y fueron sustituidos por los valores de la "movida", por los valores de la "modernez", para decirlo con toda la fuerza despectiva. Otro elemento fundamental es el papel en auge de los suplementos literarios. Yo pienso que los suplementos literarios no deben ser criticados, pues cumplen una función, pero hay que tener presente que esta función se desprende de su vinculación a la industria cultural. Y esto hay que recalcarlo: los suplementos están vinculados más a la industria cultural que a la cultura, dependen publicitariamente de aquélla y tienen una serie de limitaciones. Dicho esto, bienvenidos sean. Pero lo que no puede ser es que desde las instancias académicas y desde los ambientes creadores de cultura se sustituya ésta por la industria cultural, es decir, se tome la palabra de los suplementos culturales como la definitiva, y que sean los suplementos culturales de los periódicos los que instauren los valores culturales del país. Esto yo creo que ha sido catastrófico. -En este sentido, el comportamiento tanto de los lectores como de lo crítica es bastante atípico en el contexto europeo, donde existen grandes suplementos culturales en la prensa, sin menoscabo de su coexistencia con las revistas culturales. Cada uno de estos "productos" tiene su área de influencia, su lógica y sus lectores. En España, da la impresión de que se confunde la información sobre la actualidad del mercado editorial con la reflexión, el análisis y la crítica en profundidad en profundidad. ¿Estamos condenados a comer este fruto amargo de los años de lo movida-PSOE? -Yo veo dos cosas. Primero, la endeblez cultural de la sociedad española. No hay que olvidar que mi generación todavía estudió en una universidad donde enseñaban los últimos catedráticos impuestos por el franquismo después de la Guerra Civil, que sustituyeron a los buenos, en general, es decir, a los que se marcharon a América. El nivel aquí era muy bajo. Y hubo un espejismo: ese voluntarismo que teníamos por saber, por aprender, al final no pudo sustituir la falta de rigor, la falta de formación real. El otro elemento, en efecto, fue que el Partido Socialista no supo impulsar una política cultural seria y solvente. Hay que comprenderlo también. El PSOE se encontró de golpe, en 1982, con que tenía que colocar a miles de personas en los puestos de la Administración y era un partido extremadamente pequeño, así que tiró de donde pudo. Pero con todo, la política cultural fue realmente penosa. Recuerdo una entrevista con Javier Solana, cuando fue nombrado Ministro de Cultura. Yo le había publicado algún articulo. Juan Goytisolo, que estaba, como sigue estándolo, muy dispuesto a ayudar a Quimera y en general a todas las revistas culturales y a lo que es cultura viva, lo presionó para que me recibiera y buscara una solución al problema general de las revistas culturales. Estábamos en ese momento en una crisis tremenda, debido al hundimiento económico de América Latina, y muchas revistas estaban cerrando. Pues bien, mi entrevista con Javier Solana fue absolutamente demencial. Él me encargó un par de informes, a los que luego no prestó ninguna atención, pero sin embargo me explicó lo importante que era Quimera para el Ministerio, lo cual, obviamente, no sirvió para gran cosa, y sobre todo me habló del gran proyecto que iban a impulsar: un vídeo sobre el camino de Santiago. Yo me quedé perplejo, claro. Me puso en contacto con un director general de no sé qué, para ver cómo se podía encauzar un plan de ayuda a las revistas culturales. Si no recuerdo mal se llamaba Javier Estrella, era una persona excelente, amistosa, simpática, pero que me dijo que para él la cultura era impulsar en los pueblos la cultura popular, que en verano tuvieran fiestas, teatro y demás. No le pasaba por la cabeza que la cultura fuera otra cosa. Esos fueron los pasos iniciales de la política cultural del PSOE, si bien no homogéneos; en distintas autonomías esto funcionó de otra manera, pero realmente no hubo un planteamiento de sacar este país del pozo cultural en que estaba. -Luego ha venido a sumarse lo que sabemos: España, quizá con más ímpetu que sus vecinos, ha abrazado el neoliberalismo y la globalización. Para volver a lo que nos ocupa, en este momento, en España las revistas culturales se ven obligadas a sobrevivir según las leyes del mercado. ¿Por qué una revista como Quimera y tantas otras -pienso ahora en Archipiélago, por ejemplo no puede recibir, como cualquiera de sus homólogas francesas, una ayuda ministerial como la que brinda el Ministerio de Cultura francés a publicaciones parecidas? -Sobre el tema de las ayudas dentro del marco neoliberal, pues ya se sabe: las ayudas se conceden sólo a las multinacionales y a las grandes empresas. Para las pequeñas empresas, y sobre todo para los que trabajamos en el campo de la cultura, las subvenciones a fondo perdido no están muy bien vistas. Hay que decir, no obstante, que sí existe una ayuda oficial, que fue algo que se obtuvo a través de las revistas culturales asociadas en ARCE. Negociamos con el gobierno socialista de entonces, que estuvo muy bien dispuesto a colaborar, y lo que se obtuvo fue una compra de subscripciones para bibliotecas, que en el caso de la revista que más recibe creo que ronda los ochocientos ejemplares. Pero hay que decir que hay revistas que tienen apenas 100 suscripciones para toda España. Esta es toda la ayuda oficial que se proporciona. Yo creo que aquí hay un problema de base que nadie ha sabido resolver: la cultura no tiene prestigio en España. Este es el problema esencial, y es algo que, desde los gremios de editores, asociaciones de revistas, Ministerio de Cultura, no hemos sabido cambiar. De hecho, los gremios o el Ministerio se limitan a hacer un cartel -horroroso, por cierto- para el Día del Libro o las Ferias del Libro, y ya está. Hoy en día, en este país, ser una persona de cultura, estar en el mundo de la cultura no es un valor añadido. Desde las instituciones se mira todavía a las revistas culturales pensando que es el proyecto de estos chicos, que son majetes fíjate, yo, que pronto seré abuelo, oye, vamos a ayudarles un poco. Y entonces hay una autonomía que pone una paginita de publicidad para echar una manita. Pero siempre como una concesión, como un favor. No se reconoce la labor que hacen las revistas culturales, como tampoco se percibe que son un caldo de cultivo, el lugar donde primero despunta el debate de ideas. La gente ve los resultados del trabajo de las revistas culturales después, en las columnas de Opinión de El País, y quienes publican en estas columnas es gente que antes ha publicado en las revistas culturales. Pero eso no se percibe, no se ve. Una revista cultural es muy a menudo un banco de pruebas. Pues bien, ese prestigio no se ha conseguido. -Insisto con el tema de las ayudas, porque prestigio o no prestigio, uno revista cultural no se sostiene sólo con los ventas y el mercado. En un país como Francia, donde en general la cultura sí goza de prestigio, se sabe que la única manera de que se mantengan y consoliden los pequeños editores y las revistas culturales es mediante una política de ayudas seria, coherente y a largo plazo. Incluso el cine francés no sería lo que ha alcanzado a ser sin las ayudas especificas a este sector diseñadas y aplicadas desde el Centro Nacional de la Cinematografía. Más allá del hecho simbólico, sin duda muy importante, de que la cultura no tenga prestigio en España, ¿qué impedimentos reales hay al diseño de una gran política cultural del Estado? ¿Puede tener algo que ver en la existencia de estos impedimentos la actual delimitación de las competencias culturales en el marco del Estado autonómico? -Este es un elemento añadido, que sin duda añade complejidad. Citaré el caso de las bibliotecas, que dependen de cada autonomía y, por tanto, de criterios cambiantes. Criterios que son fundamentalmente políticos y no culturales. Ya que estamos en Cataluña, durante muchos años la política de ayuda al libro, por ejemplo, ha sido exclusivamente al libro en catalán. Oficialmente se compraban 300 ejemplares de cualquier libro en catalán y ni uno solo en castellano. Pero resulta que ni siquiera eso es verdad. Cuando yo publiqué en Montesinos un libro maravilloso, El librero asesino de Barcelona, que edité también en el original en catalán, escrito además por un prócer de la ciudad, no fue adquirido por la Generalitat porque no editábamos suficientes libros en catalán. Es decir, el criterio no era cultural, el criterio era lingüístico y, por ende, era político. Y esto sucede en todas partes, no sólo en Cataluña, sucede en Andalucía, en Extremadura, en Valencia, en el País Vasco... Esto ha creado una situación absurda, en la que si el Ministerio, por ejemplo, quisiera adquirir 3.000 suscripciones a las revistas para distribuirlas por toda España, se encontraría con que no podría enviar las revistas a determinadas bibliotecas porque este tipo de operación es competencia de los gobiernos autonómicos, los cuales por razones de "principios" (entre muchas comillas), no admitirían estas revistas porque no es una decisión que ha emanado de ellos. El hecho de que no se haya llegado a un acuerdo en este terreno, aunque ha habido algunos intentos, complica aún mucho más las cosas. Pero sobre todo, pienso que hay un elemento que incide mucho en que ni las revistas ni la cultura tengan prestigio, y que al mismo tiempo condiciona y genera esa ausencia de mercado: el hecho de que el sector profesional de la cultura, es decir, los profesores de instituto y universitarios, no lean. Este es un auténtico drama. Es absolutamente inconcebible en ningún país del mundo que una revista literaria como Quimera, habiendo tan pocas como hay en España, con capacidad de difusión, con presencia en quioscos y librerías, no venda más de lo que vende. Si los profesores de literatura leyeran al menos una revista literaria, todas las revistas literarias venderían mucho más de lo que venden. Es la pescadilla que se muerde la cola: esto no se produce porque ser culto no es prestigioso, no representa absolutamente nada. Y como no representa absolutamente nada, no hay que ayudar a las revistas ni hay que ayudar a los medios de cultura. -Una última pregunta testimonial: ¿qué representó para ti fundar y dirigir Quimera durante tantos años? ¿Qué fue la aventura de Quimera para alguien como tú, que además eres editor y diriges El Viejo Topo? ¿Cómo valoras tu experiencia "quimérica"? -Todas las experiencias, y además en sectores tan difíciles como éste, son agridulces. Hay elementos negativos: estar siempre en el filo de la navaja, con permanentes problemas económicos, ya que se hace un producto que tiene una salida comercial... digamos respetable. La gente no es consciente de que las cifras de venta, aunque sean buenas, son insuficientes dado los precios del mercado. Insuficiente para tener una economía desahogada. Esto genera roces personales, se queda mal con colaboradores, con proveedores. Y eso produce un desgaste. También el hecho de ver que la contribución es pequeña, de que a pesar de los esfuerzos los pasos culturales del país van en otra dirección. Pero en general, creo que soy una persona que ha tenido mucha suerte. La suerte de una persona cuya vida profesional, cuyo trabajo, se convierte en algo vital, cuando se mezcla el trabajo con las vivencias personales. Es verdad que es una dependencia tremenda, que no se desconecta nunca, pero esto también es una ventaja extraordinaria, porque lo que estás haciendo lo estás viviendo realmente. Y si es verdad que sábados, domingos y noches la mente siempre te está dando vueltas sobre esto, también es verdad que esto produce muchísima satisfacción. |
© Ana
Nuño (Esta entrevista se publicó en el número 197 de Quimera, Barcelona, noviembre 2000) Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso. |
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