Eduardo Aladro Vico
Agencia.
Agencia de colocación.
Hoy saldré de la escuela y me dirán que debo buscar empleo. Qué estás
mirando, que estás mirando ahí. Soy joven, no quiero estudiar más,
nunca he trabajado, todos me dirán que he de buscar empleo. Qué estás
mirando, que estás mirando ahí. Iré a la agencia de colocación, me
atenderá una señora, se interesará por mi nombre, preguntará por mis
estudios y mis habilidades. Con este currículum no le será fácil,
claro que es usted muy joven. Qué estás mirando, que estás mirando
ahí.
Un día despertaré
y sé que recibiré una llamada. El trabajo, me dirán, muy bien puede
no corresponder a sus expectativas. Qué estás mirando, que estás mirando
ahí. Pero no se queje, que no es ésta hora de grandes satisfacciones
para nadie. Vaya y vea si puede ser de provecho. Qué estás mirando,
que estás mirando ahí. Habré de presentarme en una dirección y resultará
ser una pequeña empresa de fontanería. Regresaré a la agencia y preguntaré
si no hay nada más. Me observarán con ironía. Qué estás mirando, que
estás mirando ahí. En ese momento, la radio interrumpirá sus programas
para emitir un comunicado importante. Ante los graves sucesos que
tienen lugar en el. Qué estás mirando, que estás mirando ahí.
Regresaré a la empresa
y me darán el primer encargo, y al regresar del primer encargo descubriré
que vuelvo a casa de mi mujer, y parado en la puerta reflexionaré
y repararé en que yo no tengo mujer, y miraré la placa que aparece
en la puerta y leeré, y leeré y leeré y releeré, y será un nombre
que no es el mío. Qué estás mirando, que estás mirando ahí.
En el preciso momento
en que me decida a huir de allí, me abrirá la puerta mi mujer, y preguntará
qué haces ahí como un pasmarote, y preguntará entonces qué hay del
trabajo, y preguntará bueno por qué no entras, y preguntará hoy no
me das un beso. Yo la miraré y no la reconoceré, y ella será al menos
quince, si no veinte años más vieja que yo. Qué estás mirando, que
estás mirando ahí.
Me personaré en la
agencia y les haré partícipes de mi desencanto (callaré por el momento
lo de mi mujer). Pero ellos me dirán que no lo considere definitivo,
me advertirán incluso de la conveniencia, más que nunca en estos tiempos,
de no dar nada por definitivo. Qué estás mirando, que estás mirando
ahí. Ah, me advertirán, guárdese del peligro de lo definitivo, insistirán,
grave peligro el de lo definitivo, me avisarán, hoy nada es definitivo,
me dirán. (No preguntaré por el momento por lo de mi mujer.) Qué estás
mirando, que estás mirando ahí.
Regresaré a la empresa,
regresaré a mi casa, regresaré a la empresa, regresaré a mi casa,
iré en coche al campo con mi mujer, regresaré a mi casa. De vez en
cuando regresaré a mi casa y regresaré a la empresa y regresaré a
mi casa y pensaré que no soy fontanero, que no estoy casado, que no
me gusta el campo y que no sé conducir. Qué estás mirando, que estás
mirando ahí.
Un día caeré enfermo,
una gripe ligera, y en la cama pensaré que, a pesar de todo, hay algo
que no termina de casar. Qué estás mirando, que estás mirando ahí.
Me recuperaré y volveré a la empresa y proseguiré mi trabajo y seguiré
con mis encargos, pero no terminaré de sentirme del todo cabal. Qué
estás mirando, que estás mirando ahí. Un buen día, el jefe nos reunirá
a algunos y nos apercibirá de la posibilidad de que se reduzca la
edad de jubilación, en cuyo caso seremos los primeros interesados,
advertidos quedan, no hay nada que agradecer. Miraré a mi alrededor
y advertiré serena angustia en los semblantes de los venerables caballeros
convocados conmigo. Qué estás mirando, que estás mirando ahí.
Regresaré a casa
y me dejaré embargar por la melancolía. En esta hora necesitaré más
de mi mujer, pero ella se mostrará irritada con mi actitud. Nuestra
relación comenzará de veras a deteriorarse. Qué estás mirando, que
estás mirando ahí. Por lo demás, no soportaré a su hermano, mi supuesto
cuñado, pero él insistirá en llamarme por teléfono y en invitarme
al fútbol y en beber después y en ofrecerme puros y en hablar de personas
y en mencionar lugares que, bien mirado, yo no conoceré, pero optaré
por disimular. Qué estás mirando, que estás mirando ahí.
Un día iré al quiosco,
compraré el periódico y leeré el titular: ¿Quiere explicarse? Que
se explique, y repararé en la nueva oferta de libros: obras maestras
del pensamiento universal. Hojearé El libro del desasosiego, La
montaña mágica y Fenomenología del espíritu. Vaya, debe
de ser la traducción. Qué estás mirando, que estás mirando ahí. Empezaré
a notarme cansado y a sentir profundo desagrado por toda la situación,
pero no veré el modo de escapar. Qué estás mirando, qué estás mirando
ahí.
En la empresa una
telefonista nueva me sonreirá mucho y me propondrá ir a tomar algo.
Yo accederé y reiremos y beberemos y callaremos y nos miraremos y
reiremos otra vez y entonces yo le hablaré de mi situación, y ella
reirá menos y beberá más deprisa y pagará y se marchará y al día siguiente
no me sonreirá más. Qué estás mirando, que estás mirando ahí.
Pasarán los años
y olvidaré todo, enterraré mi desazón y me resignaré a mi trabajo,
aceptaré a mi mujer y conduciré mi coche, beberé con mi cuñado y viajaré
al campo de vez en cuando. Pasarán, pasarán los años. Qué estás mirando,
que estás mirando ahí. Hoy vendrán de visita los nietos. Qué críos
más majos. Cómo es que hasta ahora nunca nos habían.
Qué estás mirando
ahí. Un día leeré en la prensa otro titular. Qué estás mirando ahí.
Como un solo hombre, todos junto a la patria. Qué estás mirando
ahí. Hoy llegaré al trabajo y abriré mi casilla. Qué estás mirando
ahí. En el interior me habrá deslizado una nota el jefe. Qué estás
mirando ahí. Deberé comparecer en una dirección para un trabajo. Qué
estás mirando ahí. Me dirigiré al otro lado de la ciudad. Qué estás
mirando ahí. Las personas aparcarán los coches y seguirán a pie. Qué
estás mirando ahí. El coche hará un extraño. Qué estás mirando ahí.
Qué estás mirando ahí. Qué estás mirando ahí.
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